Las oligarquías y sus representantes políticos intentaron vendernos durante años un cuento. Según esta historieta la interrelación, cada vez mayor, entre los países europeos y, especialmente, a través de los tratados (Maastricht y el euro) empujaría a Europa a una nueva edad dorada. Se preservaría la paz en el continente. Se profundizaría el espíritu democrático […]
Las oligarquías y sus representantes políticos intentaron vendernos durante años un cuento. Según esta historieta la interrelación, cada vez mayor, entre los países europeos y, especialmente, a través de los tratados (Maastricht y el euro) empujaría a Europa a una nueva edad dorada. Se preservaría la paz en el continente. Se profundizaría el espíritu democrático y el bienestar europeo. Se reequilibraría el peso de los diferentes países y, finalmente, Europa sería reconocida como agente internacional de primer orden.
Las izquierdas postmodernas, alimentados algunos de sus dirigentes con Erasmus europeos y doctorados en Harvard, creyeron el cuento. Apostaron, sin querer ver la realidad, porque la entente entre los grandes (Alemania, Francia y Reino Unido) relanzaría la importancia de Europa como factor de moderación internacional. La izquierda encandilada apoyó la supuesta idea de una «nacionalidad europea» al creer que se difuminarían los estados-nación nacidos tras la paz de Westfalia. Quisieron auto-convencerse de que definitivamente Europa sería reconocida como un factor geopolítico diferenciado del bloque estadounidense y sus satélites. En realidad Europa se confunde con los intereses de la oligarquía alemana. El sueño europeo no es sino el sueño de una Alemania que domina el continente y que se pliega a su vez, a los intereses de EEUU.
Europa no ha representado un factor de paz en este tiempo. No ha sido un elemento de vertebración para la distensión internacional. Ha participado, por el contrario, a través de los países dominantes (Francia, Reino Unido o Alemania), en los conflictos militares en la zona. Europa, a través de la OTAN, participó activamente en la guerra por la disolución total de Yugoslavia (1991-2001). Alemania, que tenía intereses en los Balcanes desde antes de la Primera Guerra Mundial, creyó llegado el momento de imponer su hegemonía. Arrastró a los demás países. Clinton, con problemas con sus becarias, utilizó el conflicto para desviar la atención y configurar la zona. Su objetivo era convertir Centro Europa en una base militar contra Rusia, como así hizo con la aquiescencia europea.
Europa, a través de Francia y Reino Unido con participación española, destruyó Libia, y perpetró uno de los crímenes más horrendos de nuestra época. Europa y la UE han participado activamente en el financiamiento de los grupos terroristas en Siria y, al margen de la cacareada UE, cada país, como el caso francés, mantiene «sus guerras imperialistas» en otros continentes (por ejemplo en África Central) o mantiene la ocupación de Irak.
Europa no ha supuesto un factor de crecimiento de la solidaridad europea, sino que al contrario, ha sido subyugada por el «diktat» alemán y la influencia neoliberal de Inglaterra en tiempos de Margaret Thatcher. Europa ha sido la palabra talismán, el engañabobos para que la opinión pública, con el beneplácito de la izquierda atlantista, haya permitido el retroceso generalizado en las condiciones de vida y trabajo de la población. Ha sido el vehículo a través del cual se han introducido las políticas ultraliberales. La excusa para el recorte de pensiones, los recortes en Sanidad o servicios sociales es siempre Europa. En realidad hemos aprendido que son las mismas oligarquías nacionales las que imponen las políticas de ajuste para maximizar las tasas de beneficio empresarial. Agotado el modelo, el capitalismo neoliberal dibuja los contornos de una nueva frontera. El Brexit inglés muestra el debilitamiento del proyecto europeo. El capitalismo transnacional y las oligarquías territoriales apuestan a medio y largo plazo por el reforzamiento de los partidos neofascistas que tienen y tendrán desgraciadamente mayor influencia continental.
Europa y los países que la lideran se han convertido en los caniches de Trump: Alemania, Gran Bretaña y Francia van a obedecer la orden de Washington de matar el acuerdo nuclear con Irán. ¡Denunciarán a Irán!; precisamente el país que ha cumplido fielmente los acuerdos de los que eran garantes Alemania, Reino Unido y Francia. La UE-3, donde anida una legión de mediocres políticos, muchos rebotados de sus propios parlamentos, no debería ignorar que la ruptura del acuerdo con Irán es, en realidad, una fase más del enfrentamiento con China y Rusia en Oriente Medio. ¿Puede y debe permitirse Europa actuar en un bando y enfrentarse al otro? El gobierno Trump ha ordenado que cancele el acuerdo: ya han comenzado. Rusia y China, los otros cofirmantes, se oponen vehemente porque saben que es el preludio de nuevas guerras en Oriente Medio.
La UE-3, a pesar de las declaraciones altisonantes, siempre ha buscado formas para imponer restricciones a Irán, especialmente por su programa de misiles. La penetración del sionismo en los gobiernos europeos es más que evidente, de ahí la influencia de Tel Aviv en la política exterior. Cuando en mayo de 2018 Trump faltó a los acuerdos firmados, abandonó el Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA) y reintrodujo sanciones contra Irán de forma ilegítima, la UE-3, en lugar de aferrarse al derecho internacional y denunciar la posición de Washington, no hizo nada por preservarlo. Dijeron, eso sí, que ellos seguirían apoyando el acuerdo. Finalmente claudicaron frente a las amenazas de imponerles sanciones si comerciaban con Irán. Incluso pretendieron crear un instrumento comercial (INSTEX) que no ha funcionado.
Si el presidente Trump ha faltado al más elemental decoro y legalidad internacional, no lo ha hecho menos la UE-3. En junio de 2018, Irán, tal y como estaba recogido en el tratado, activó el Mecanismo de resolución de disputas del acuerdo (se estableció para denunciar a la parte que no cumpliera los acuerdos, en este caso EEUU). Se envió una carta oficial al coordinador de la Comisión Conjunta del JCPOA. En la reunión organizada para cumplimentar el mecanismo, la UE-3 se comprometió a mantener su parte del acuerdo. Se reconoció que Irán estaba cumpliendo estrictamente las condiciones establecidas. Por ello, la UE-3 debería haber eliminado las sanciones económicas contra Irán, incluyendo el acceso a los fondos financieros del país retenidos por el Reino Unido, EEUU y Francia. El incumplimiento por parte de los firmantes europeos provocó que Irán, según el artículo 26 del tratado, reiniciara el reprocesamiento de uranio como medida de presión, pero esperó todo un año para hacerlo.
Todas los acuerdos firmados han quedado rotos, la amenaza de Trump ha bastado para la UE muestre su carácter. ¡Qué duros con las espigas, con los griegos, los refugiados o sus pensionistas! ¡Qué blandos con las espuelas! ¡Qué perritos falderos frente a la arrogancia de EEUU! Hemos visto como frente al incalificable asesinato del General Gassem Soleimani, un general de un ejército con el cual EEUU no está en guerra, la UE ha acabado posicionándose al lado de Trump, justificando con sus silencios e incluso dando apoyo, como hicieron alemanes e Ingleses, a una tropelía sin nombre en el derecho Internacional. De esta forma también la UE-3 ha acabado por sancionar nuevamente a Irán.
La UE es un vasallo desesperado de los Estados Unidos. Nos dicen que los estados han cedido parte de su soberanía a Bruselas; lo que ocultan es que la UE ha perdido su soberanía a manos de los EEUU. La retirada del JCPOA ha sido la prueba de fuego para la UE-3. El cambio geopolítico al que estamos asistiendo debería obligar a la UE a adoptar decisiones conflictivas, que no va a tomar. Las diferentes oligarquías europeas están confabuladas para mantener las relaciones de poder a través de una UE que sirve como excusa y garante de las formas de apropiación neoliberal. La UE habla y gesticula mucho, pero frente a las pruebas de fuego empequeñece y se esconde. Las capas humildes de este continente, los asalariados, los autónomos, las mujeres, los pensionistas… han de entender que se puede presionar a los gobiernos en el poder y que estos, al margen de lo que diga «Europa o Bruselas», no solo tienen margen de maniobra sino que se pueden revertir políticas antisociales. La Francia de los chalecos amarillos y la lucha por las pensiones muestran que la idea de la «Sagrada Unión Europea» no es más que un «bluff», otro cuento más con el que asustarnos.
Fuente: https://www.elviejotopo.com/topoexpress/los-caniches-de-trump/