Se trata de un dispositivo muy sencillo, lo que importa realmente es cómo se equipa y de qué manera se utiliza. Tampoco implica ninguna innovación tecnológica sustancial. El dron no es más que una plataforma voladora, sin piloto, más o menos una «tábula» rasa, que se puede utilizar en cualquier medio y contexto: desde la […]
Se trata de un dispositivo muy sencillo, lo que importa realmente es cómo se equipa y de qué manera se utiliza. Tampoco implica ninguna innovación tecnológica sustancial. El dron no es más que una plataforma voladora, sin piloto, más o menos una «tábula» rasa, que se puede utilizar en cualquier medio y contexto: desde la prevención de incendios forestales, hasta la represión de manifestaciones y la guerra. Éste es el punto de partida de Enric Luján (Barcelona, 1991), autor de «Drones. Sombras de la guerra contra el terror», publicado por la editorial Virus en octubre de 2015. Cada dron es una plataforma radicalmente distinta según el contexto, porque lo decisivo son sus aplicaciones. Así, para evaluar estos aviones no tripulados, Enric Luján defiende «volver a la materialidad de las relaciones sociales». Entonces centra el punto de interés: el uso de los drones con fines militares, para la realización de asesinatos selectivos.
En el caso de Estados Unidos, el graduado en Ciencias Políticas por la Universitat de Barcelona, miembro de CRÍPTICA (asociación en defensa de la libertad y la privacidad en Internet) y colaborador del Centre Delàs d’Estudis per a la Pau plantea «un escenario en el que los despliegues masivos de tropas sean progresivamente sustituidos por numerosos enjambres de Predators y Rapers armados con misiles (antitanque) Hellfire». Los «Predators» y los «Rapers» son tipos de dron, pero la nomenclatura dice mucho más sobre estas plataformas no tripuladas y el discurso político que subyace: el primero significa «depredador», y el segundo «segadora» o «acuchilladora»; al tercer dron «predator» se le denomina en código clave «Avenger» («vengador»). El «Global Hawk» dedicado a misiones de espionaje se traduce como «halcón global». «Se eliminan totalmente las máscaras, explica Enric Luján, no se trata siquiera de impartir justicia, sino de vengarse contra lo que se considera una afrenta». Recuerda que los dron «Predator» llevan utilizándose desde los años 90 (se usaron por primera vez en Kosovo, para orientar los bombardeos de la OTAN), mientras que los «Rapers» se emplearon en «aventuras» bélicas posteriores. Los drones más sofisticados son los que actualmente desarrolla la OTAN, pero la industria china también promueve los drones denominados «Rainbow» (Arco Iris).
Con independencia de los consabidos ataques con drones a Yemen, Pakistán o Somalia, el modelo se expande cada vez por más países. «La pauta común es el trauma colectivo que se genera en la población civil», sostiene Enric Luján, durante la presentación del texto en la XVI Mostra del Llibre Anarquista de Valencia. En inglés, el término «dron» designa a la abeja «macho», que emite un sonido similar al de las hélices de los aviones no tripulados. «Los drones vuelan en círculo, la población no sabe realmente a quién se está persiguiendo, de hecho, se es consciente de que le puede tocar a cualquiera», afirma el autor de «Drones. Sombras de la guerra contra el terror» en el Ateneu Llibertari del Cabanyal. El informe titulado «Living Under Dron» explica a pie de campo el impacto de los drones y los traumas colectivos que generan. Desglosa ataques concretos y sus consecuencias.
Los drones surgen, como cualquier armamento, para dar respuesta a una necesidad de los estados. Luján explica el proceso militar denominado «Kill Chain» («cadena de asesinatos»), que consta de tres partes y explica la irrupción de esta tecnología. El primer paso de la cadena consiste en la recopilación de información de inteligencia; el segundo, en la selección de objetivos militares; y el tercero, en el acto de disparar. Durante la segunda guerra mundial, la «Kill Chain» se alargaba excesivamente para las potencias agresoras. Tras acopiar la información, se punteaban infraestructuras, fábricas de víveres u hospitales del enemigo, que se convertían en un blanco fijo. Los objetivos no podían desplazarse (para su defensa), lo que daba lugar a bombardeos masivos contra ciudades como los ocurridos en Hamburgo o Dresde. Pero el modelo mutó durante la guerra de Vietnam, ya que las infraestructuras de subsistencia enemigas eran menos visibles, además, el adversario ya no utilizaba tropas «regulares» sino la guerra de guerrillas (podía estar en un lugar y desaparecer tras el ataque).
En ese contexto, la información de inteligencia recogida mediante aviones-espía podía tardar varias horas, por lo que en el momento del ataque la guerrilla tal vez se hubiera desplazado. Los ejércitos necesitaban, por tanto, acortar la «Kill Chain» para dar una respuesta efectiva. ¿Cuál es, en consecuencia, la singularidad de los drones? Unifican la obtención de información de inteligencia con el acto de disparar; ya no son únicamente vigilancia, ni disparo: se trata de «vigilancia letal», aclara Enric Luján. Con los aviones no tripulados la «Cadena de asesinatos» es muy dinámica y se perpetra a escala «micro». El politólogo, que actualmente realiza un máster en Tecnología y Privacidad en la Universitat de Girona, señala asimismo una tendencia a la «dronización» de los presupuestos de defensa. En 2014 Estados Unidos contaba con aproximadamente 12.000 drones, según versiones oficiales, una cifra que multiplicaba los existentes en la década anterior. El gobierno de Gran Bretaña ha firmado recientemente un contrato con Airbus para el desarrollo de las aeronaves- espía «Zephyr», a medio camino entre el dron y el satélite. «Anticipan un estado de panópticos móviles permanentes, que irán sobrevolando los territorios», apunta Enric Luján.
Además del contenido del libro, el autor trabaja actualmente en un punto todavía más amenazante: el uso de los drones como herramienta para la caza de personas. El enemigo, con la generalización de los aviones no tripulados, ya no es un ejército, sino el mismo individuo. Hay un cambio cualitativo de consecuencias imprevisibles: el espectro de personas a las que se puede atacar es ciertamente menor, pero el individuo se convierte en una presa universal. «El poder cazador de los drones se reclama el derecho a poder perseguir a la persona allá donde quiera». Más aún, llega el momento en que el campo de batalla pasa a ser el cuerpo de la presa, y aunque ésta se mueva, permanecerá hostigada por los drones. «Esto tiene unas implicaciones brutales: el mundo entero se convierte en campo de batalla».
El texto publicado por Virus dedica un capítulo a la guerra cibernética, también explica cómo los operadores de los drones sufren un estrés post-traumático mayor que de las tropas «regulares» en los campos de batalla. «El problema ya se ha planteado en el ejército de Estados Unidos», apunta Enric Luján. Algunos psicólogos lo atribuyen a los mecanismos de identificación que generan los operadores de drones con las personas a las que siguen; otros lo achacan a las rutinas productivas. Mientras que los militares «tradicionales» actuaban en el frente puede que cinco veces a lo largo de su vida, los operadores de aeronaves no tripuladas lo hacen dos veces al día, es decir, cuando ingresan en la base militar se convierten en soldados (dentro del cubículo desde el que operan, se hallan en guerra) y después, cuando terminan la jornada laboral, pasan a ser nuevamente civiles. Los procesos son mucho más breves, y la esquizofrenia mayor.
La utilización masiva de los drones lleva a una transformación de las categorías tradicionales de la guerra, pero también de la represión policial. Enric Luján señala que se trata de un dispositivo «muy seductor» en los dos apartados. Las fuerzas policiales pueden utilizar el dron para grabar una manifestación; pero los drones pueden, además, ir equipados con un Imsi-Catcher o Stingray (caja de pequeñas dimensiones que actúa como una falsa antena de telefonía móvil). Con estos dispositivos, todos los celulares que se hallan en el entorno resultan captados por la señal de esta antena falsa. Se absorbe, así pues, un gran volumen de información de los teléfonos móviles. Luján destaca que la policía de Denver ya cuenta con dispositivos de estas características, que permiten obtener información, por ejemplo, a partir de la disposición de los celulares en una manifestación. Dakota del Norte, recuerda el autor de «Drones. Sombras de la guerra contra el terror», dispone de un marco jurídico que equipara los drones a mecanismos de represión ya utilizados por la policía, como tasers, gas pimienta o cañones de sonido. El dron, un pequeño aparato metálico que generalmente mide 1,50 metros y pesa menos de cinco kilogramos, puede equiparse con los citados materiales antidisturbios.
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