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Confinados en Estambul

Los gitanos de Sulukule resisten contra la especulación

Fuentes: El Periódico

Al pie de las imponentes murallas bizantinas que aún se conservan en Estambul, en uno de los tramos que vio el asalto de cientos de miles de soldados otomanos durante la caída de Constantinopla en 1453, se abre un paupérrimo barrio gitano que se resiste a ser engullido por la especulación urbanística. Las casas y […]

Al pie de las imponentes murallas bizantinas que aún se conservan en Estambul, en uno de los tramos que vio el asalto de cientos de miles de soldados otomanos durante la caída de Constantinopla en 1453, se abre un paupérrimo barrio gitano que se resiste a ser engullido por la especulación urbanística. Las casas y chabolas, ruinosas, conservan cierto color de tiempos mejores, la ropa se airea al viento, los gallos corretean junto a niños en harapos. Huele a corral y a mierda de caballo. Es Sulukule, el primer lugar del mundo donde los gitanos se instalaron de forma sedentaria en el año 1050, y sus habitantes lo dicen bien claro: no se marchan.

Sulukule tiene dos grandes enemigos. Uno es el precio del metro cuadrado. En la inmensa urbe que es ahora Estambul, el barrio queda geográficamente en el centro de la ciudad. El otro, es el ayuntamiento, gobernado por los islamistas liberales del Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD), que pretende convertir la populosa metrópolis turca en una ciudad ideal para ferias y congresos. En Sulukule planean construir bellas urbanizaciones con zonas verdes y pistas deportivas: todo muy moderno y muy caro.

Poca memoria

«Este ayuntamiento quiere cargarse la historia de Estambul, no sólo los edificios, también a sus gentes», se queja Asin, el Santo, un hombre de luenga barba y pantalones de chándal, antiguo imán del barrio y que ahora regenta un pequeño colmado rodeado de su miríada de sobrinos, hijos y nietos.

Erdogan Dalkran, vicepresidente de la Asociación Sulukule, recuerda los buenos tiempos. La música. La diversión. Venían muchos turistas. Había trabajo. Luego, en 1992, la catástrofe. «Cada fin de semana, llegaban unos 500 coches de personas que venían a nuestras casas a comer, escuchar música y a divertirse. Había 30 locales y trabajaban unas 1.000 personas entre músicos, bailarinas y cocineros. Los gitanos de toda Turquía y de otros barrios de Estambul venían a trabajar. A Sibel Can (una famosa cantante) la descubrí yo, actuaba con nosotros. Nos ganábamos bien la vida».

Pero lo de las familias de músicos se acabó. En 1992, el ayuntamiento de Estambul clausuró los locales aduciendo que carecían de permiso y estaban en malas condiciones. «Prometimos arreglar nuestras casas y volvimos a solicitar la autorización, pero nos la denegaron», indica Sukru.

Entonces, comenzó la decadencia. «Uno de mis hijos se escapó de casa porque no encontraba trabajo, los otros malviven con trabajos temporales», explica Dalkran. El sueldo medio de los gitanos de Sulukule es de unos 100 euros mensuales que obtienen recogiendo basura. En 15 años, el barrio se ha ido abajo, y han penetrado la droga y la prostitución.

El Santo Asin es una de las personas que lidera la lucha por la supervivencia de Sulukule y el artífice de una carta de queja que envió al primer ministro, Recep Tayyip Erdogan. Casualmente, el ex imán fue compañero de colegio de Erdogan: «¡Cuántas veces habrá venido a esta casa!», dice Asin, señalando su humilde morada. «Pero ahora ha cambiado. Nunca nos respondió la carta».

El ayuntamiento se defiende alegando que ha ofrecido a los vecinos de Sulukule la posibilidad de adquirir las nuevas casas pero, con un sueldo de chatarrero, poco se puede hacer. La Unesco ha solicitado al Gobierno y al ayuntamiento que respeten el histórico barrio. Los habitantes de Sulukule no desechan las reformas, sólo piden no ser obligados a marchar. Asin muestra con orgullo el proyecto alternativo elaborado por la University College London, que contempla la rehabilitación de las actuales viviendas del barrio, la reapertura de los locales de música y la instalación de servicios sociales.

La preocupación

«Confiamos en la UE», asegura Dalkran. «Porque, ¿qué haremos en otro barrio?», se pregunta Asin. El ex imán, por contradictorio que parezca, también reclama la reapertura de los bares. Después de varios meses de desilusión, la gente ha recuperado cierta esperanza tras la paralización de las obras de demolición gracias a una sentencia. Los líderes del barrio saben que es difícil echar abajo las intenciones de los que gobiernan, pero se aferran a su lucha. Mil años de historia y cultura gitana no se borran de un plumazo.