La Sexta Declaración de la Selva Lacandona plantea cuestiones de fondo que deben ser analizadas en los próximos meses, más allá de protagonismos, llamadas de atención por el estilo directo del zapatismo en el debate, y reclamos por agravios de supuestas víctimas o de sus defensores de oficio. Preguntas repetidas fuera y dentro de México […]
Preguntas repetidas fuera y dentro de México son: ¿de qué manera las autonomías indígenas, que abren la puerta a una nueva forma de gobernar desde abajo, con la participación de todos y todas, sin intermediarios ni burocracias, pueden ser la base de transformaciones nacionales e internacionales? ¿Cuál podría ser la forma organizativa que asuma la resistencia mexicana (y latinoamericana) frente a la globalización capitalista, capaz de lograr en nuestra patria incluso un nuevo poder constituyente? ¿Cuáles pueden ser las características de un proyecto viable de desarrollo nacional y de inserción internacional equitativa en las actuales circunstancias de creciente subordinación del país a Estados Unidos? ¿Cómo enfrentar con éxito una elite política que mantiene secuestradas todas las instancias de representación nacional popular y cuyo único ofrecimiento real es la alternancia de partidos en esa representación?
Interrogantes semejantes están siendo discutidos en las reuniones iniciadas en la selva Lacandona, en las que también ha sido tema recurrente la opción que para muchos ciudadanos representan Andrés Manuel López Obrador y el Partido de la Revolución Democrática de cara al próximo proceso electoral de 2006. La posición del EZLN al respecto es ampliamente conocida y las cartas recientes del subcomandante Marcos a lectores de La Jornada aclaran algunos equívocos atribuidos a él. No son afanes electorales los que mueven a los zapatistas a emprender esta nueva etapa de militancia nacional e internacional.
Sin embargo, la decisión del EZLN de no apoyar al PRD y a su candidato presidencial, justificada en causas coyunturales (la traición con respecto a la ley sobre derechos indígenas, los ataques paramilitares a bases de apoyo zapatistas en Zinacantán, Chiapas, etcétera), se basa también en consideraciones políticas sobre la incapacidad estructural de los partidos de la izquierda institucionalizada para escapar de la lógica del poder capitalista y la efectividad de éste para corromper a sus dirigencias no sólo en el sentido individual, sino, y es lo más grave, en asumir un papel de legitimación de un sistema político basado en la desigualdad y explotación.
El caso de corrupción en las altas esferas del PT y el desempeño de Lula en la presidencia del Brasil son representativos de esta reconversión que tanto daña a las opciones electorales de la geografía política de izquierda. Pero también lo son la involución política y moral del FSLN en Nicaragua, los descalabros de la antigua URNG en Guatemala, y los problemas internos graves del FMLN en El Salvador. Autocríticamente, debiéramos preguntarnos si hacer política a través de la vía institucionalizada en partidos ha dejado experiencias tan negativas como para explorar nuevos caminos para el establecimiento de un socialismo democrático y libertario.
Ya Marcos Roitman señala que la democracia de partidos, finalmente definida por el Estado capitalista, se desvincula de la práctica y de los sujetos sociales y termina siendo mero procedimiento de elección de elites, una «técnica» en la que puede haber alternancia, pero no alternativas de cambio social. En este contexto, los partidos, incluyendo los de la izquierda institucionalizada, se convierten tarde o temprano en «ofertas» de gestión técnica del orden establecido, y esto lo entienden bien los zapatistas, por lo que buscan un marco referencial distinto de la democracia a partir de su propia experiencia en la construcción de las autonomías y el establecimiento de sus autogobiernos.
También coincido con Roitman en concebir la democracia como una práctica política plural en la que se construye poder y ciudadanía desde abajo; como una forma de vida cotidiana de control y ejercicio del poder de todos y todas desde el deber ser, esto es, con base en términos éticos. No es un medio o procedimiento de reproducción de estamentos burocráticos, sino un pacto social y político, un constituyente de todos los días que opera unitariamente, es decir, en todas las esferas y los órdenes de la vida (El pensamiento sistémico, los orígenes del social-conformismo. México: Siglo XXI-UNAM, 2003).
No tienen sustento las acusaciones hacia los zapatistas de «dividir a la izquierda» y «favorecer el regreso del PRI» por oponerse y criticar abiertamente al PRD y a su eventual candidato a la Presidencia de la República. Ha sido el propio Partido de la Revolución Democrática el que diligentemente durante estos años ha cavado el foso entre esta fuerza política nacional y el conjunto del movimiento social mexicano; el que ha actuado permanentemente en favor de sus intereses electorales y de los grupos que en su interior deciden rumbos y candidatos; el que ha sido incapaz de construir poder y ciudadanía en sus gobiernos estatales, municipales y delegacionales.
Tampoco es válido (por segunda ocasión) que se recurra al argumento del voto útil, esta vez en favor de AMLO. Siempre hay que actuar con base en principios en la construcción de una real alternativa de izquierda anticapitalista, y no confiar en procesos sistémicos y en candidatos que definen sus posiciones políticas en razón de la mercadotecnia, las encuestas de popularidad e intención del voto o la opinión favorable de los poderosos. A contracorriente, la Sexta y la otra campaña van.