Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
La repentina erupción en el fondo de la sala de arriba en Sandino’s terminó por llevarnos al cementerio en Qana.
Al borde de la aldea exhiben fotografías de cada una de las víctimas sobre un muro alrededor del espacio endoselado en el que están distribuidas las tumbas, siguiendo un modelo preciso, ordenado, del sitio en el que se encontraba el edificio que los aplastó.
El alcalde Mohammed Atiya hizo un discurso formal de bienvenida mientras los parientes de los difuntos montaban guardia junto a las tumbas. Shane Cullen, que había diseñado la placa conmemorativa que llevamos, explicó que había sido tallada en piedra caliza azul irlandesa porque queríamos dejar «un trocito de Irlanda aquí en Qana, como prueba de nuestro pesar.» Hablé de cómo oí de la masacre y por qué habíamos ocupado la planta de Raytheon en Derry en respuesta. Goretti Horgan cantó un lamento gaélico. Jimmy Kelly tocó la flauta de hojalata.
Después, nos invitaron a las casas de algunas de las víctimas en las que estuvimos sentados desatinadamente tomando vasos de té dulce que ofrecen por doquier en el Líbano.
Nuestros corazones lloran con los vuestros, dije a Maryam Shaloub, quien se había mudado a la casa de su hermana para cuidar a los que quedaban de la familia. Cinco habían estado entre los 28 que perecieran en el sótano cuando una bomba revienta-búnkeres Raytheon derrumbó la casa en la que se habían refugiado. Algunos murieron aplastados, otros asfixiados por la tierra y los escombros. La mayoría eran niños.
Maryam iba y venía afanosamente simulando enojo con dos sobrevivientes adolescentes por demorarse con el té, y luego irradiando orgullo por lo bien que les iba en la escuela. Lloramos por nuestra soledad, porque nuestros seres queridos no están aquí, dijo con una sonrisa determinada de aparente serenidad. Pero no lloramos porque están muertos. Nos alegramos de saber que están en el paraíso. Ahora son mártires.
El semblante de Hala no mostraba señal alguna de alegría. Había perdido a su esposo, a sus dos hijos, a su madre y a su padre. Sentada junto a mí en el sofá, erguida, inmóvil, silenciosa, impenetrable, su cara una máscara de dolor petrificado.
Aunque no habíamos podido apreciar en toda su profundidad la angustia que extinguió la felicidad de las familias de Qana, fue lo que nos llevó a dañar la planta de Raytheon. La reunión en el pub Sandino’s había sido convocada por la Coalición contra la Guerra de Derry (DAWC) el 2 de agosto del año pasado para escuchar a Joshua Casteel, un ex interrogador del ejército de EE.UU. en Abu Ghraib, y al abogado iraquí Hani Lazim. Pero el centro de la discusión pasó rápidamente al Líbano y a Qana. Durante dos días, las noticias en la televisión y en la prensa habían presentado fotografías de niños extraídos de los escombros en atados empapados. «Tenemos que hacer algo» tronó desde el fondo de la sala: «Raytheon está a la vuelta de la esquina. Derry es una vergüenza.»
La reunión votó para que se protestara en el edificio de Raytheon, y preparó un encuentro para dentro de cinco días para decidir en detalle sobre lo que se haría.
La compañía estadounidense Raytheon es uno de los mayores fabricantes de armas del mundo, con 73.000 empleados en 45 países y ventas en 2006 de 20.300 millones de dólares. Se especializa en sistemas de guía electrónica y de control para proyectiles, incluyendo el Patriot, el Sidewinder, el Sea Sparrow, el Tomahawk, el Maverick, y el revienta-búnkeres Paveway utilizado en Qana, que lleva 429 kilos de tritonal explosivo, aproximadamente un 80% de TNT, 20 por ciento de aluminio. En abril de este año,
Israel ordenó 2.000 unidades más para volver a llenar los arsenales vaciados en los bombardeos del Líbano del año pasado.
La llegada de Raytheon a Derry, anunciada en agosto de 1999 por John Hume y David Trimble en los peldaños de la Municipalidad, en su primera aparición en público después de recibir el Premio Nobel de la Paz, fue saludada ampliamente como un pago a cuenta del «dividendo de paz» resultante del Acuerdo de Belfast. Sinn Fein y el DUP [Partido Democrático Unionista] se unieron rápidamente a los partidos de los galardonados en sus elogios para la compañía por crear nuevos puestos de trabajo. Ninguno de loa partidos ha variado en su posición desde entonces. Todos los que estaban en Sandino’s sabían que era muy probable que el software de Raytheon haya guiado la bomba de Qana (la prueba, mediante los números de código en los fragmentos de fuselaje, apareció poco después), y sabían también que sería fútil llamar a los círculos políticos dominantes a que se pronunciaran contra el papel de la compañía.
Y por lo tanto hicimos lo que pensamos que debíamos hacer, entrar a la planta y parapetarnos en el interior. Nueve fuimos arrestados después de ocho horas en el interior de la planta, durante las que lanzamos ordenadores por las ventanas, usamos extinguidores de incendio para averiar el servidor y destruimos toda la documentación y discos de ordenador que pudimos encontrar: después nos presentamos ante el tribunal el 3 de septiembre. La DAWC consideró adecuado enviar una delegación a Qana en el aniversario de la masacre para depositar una lápida conmemorativa.
La inscripción en la lápida, en árabe y en inglés, contenía dos líneas del relato del Domingo Sangriento en el Museo de Derry Libre y dos líneas del poema «Qana» de Patti Smith.
Qana, Derry
Los muertos yacen en formas familiares.
Nadie sediento de justicia es un extranjero,
Nadie que muere por la justicia cae en el olvido.
Derry, Qana,
El milagro es el amor.
Los 28 que perecieron provenían de dos clanes familiares, los Hashem y los Shalub. Se habían refugiado en un edificio de tres pisos al borde de la aldea, porque era relativamente nuevo y construido al abrigo de un cerro – y razonaron que ofrecía más protección que sus casas menos sólidas. Las aldeas en una franja a lo largo de la frontera israelí habían sido bombardeadas y atacadas por la aviación israelí durante más de dos semanas. Qana había sido alcanzada repetidamente. Pero las dos familias formaban parte de las muchas demasiado aterrorizadas para huir a la localidad más cercana, Tyre. Los 11 kilómetros de carretera eran un solo depósito de chatarra de escombros de casas y coches quemados.
En la actualidad, en las calles alrededor de la mezquita del Imán Ali, trozos de hormigón y de argamasa todavía cuelgan precariamente de barras de hierro que sobresalen de los escombros y el polvo. Pero gran parte de la aldea – lugar, muchos creen, de un milagro en el que Jesús convirtió agua en vino para la fiesta de una boda – ha sido reconstruida o parece una obra en construcción. Parecería que en cada techo hubiera jóvenes izando con poleas baldes de cemento y bloques de ceniza. Muestran algo de curiosidad cuando nuestro grupo aparece en desorden, sonríen y responden con señales de aprobación.
El ataque contra el Líbano había comenzado el 12 de julio cuando combatientes de Hezbolá cruzaron la frontera, mataron a tres soldados israelíes y capturaron a dos. Afirmaron que se proponían intercambiar a los hombres capturados por algunos de los cientos de musulmanes libaneses retenidos sin acusación en las cárceles israelíes. Israel reaccionó lanzando un bombardeo desde el suelo, el mar y el aire contra las áreas musulmanas del sur del Líbano, el Valle de Bekaa y el sur de Beirut, y en general contra la infraestructura del Líbano – carreteras, puentes, puertos, plantas eléctricas, depósitos de combustible, el aeropuerto de Beirut, fábricas. Nada estaba lejos de los objetivos. Ningún sitio era seguro.
El Líbano es más pequeño que Irlanda del Norte, sólo unos 217 kilómetros por 80; rodeado por Israel, Siria y el Mar Mediterráneo, tiene una población de cuatro millones. Durante los 34 días del conflicto Hezbolá disparó 3.900 cohetes hacia Israel, matando según el gobierno israelí a 44 civiles y 106 soldados; la fuerza aérea de Israel, por su parte, voló 12.000 misiones de combate y su ejército disparó 100.000 obuses, matando a 1.200 libaneses , incluyendo a 250 combatientes, según Hezbolá, 530 según Israel. Las aldeas a lo largo de la frontera sur del Líbano fueron atacadas con particular ferocidad – Tiri, Kafra, Zebquin, Aita El Shaab, Bint Jbiel, Tebnin, etc., etc. Pero Qana tocaba una fibra especialmente sensible. Diez años antes, más de 106 personas de Qana, 41 de ellas de menos de 16 años, habían sido muertas por un ataque israelí contra un complejo de la ONU en el que se habían refugiado. Había habido un coro de protestas en todo el mundo, aunque ni la ONU (por la certeza de un veto de EE.UU.) ni ningún país occidental publicaron una condena formal. Ahora la tormenta letal israelí había vuelto a azotar a través de la frontera.
Cerca de la una de la mañana, en la casa donde se apiñaban las dos familias, mientras dos de los hombres hacían té, una bomba cayó sobre la estructura. Unos cinco minutos después, cuando la gente del lugar se apresuraba por llegar a la escena y los adultos del interior buscaban entre el humo y los gritos para ver quién había sobrevivido, una segunda bomba destruyó la tierra junto a la primera y estalló. Parece seguro que fue esta segunda bomba la que derrumbó el edificio.
Los israelíes afirmaron que su objetivo habían sido posiciones de Hezbolá cercanas desde las cuales habían disparado anteriormente cohetes.
Muhammad Mahmud Shalhub, agricultor de 61 años, que estaba en la casa cuando sucedió, recuerda: «Cuando llegó el primer ataque, toda la casa se levantó… Yo estaba sentado junto a la puerta. Se llenó de polvo y humo. Todos estábamos espantados… Comencé a empujar a la gente hacia afuera – a todo el que podía encontrar.
«Cinco minutos después, llegó otro ataque aéreo… Apenas podíamos respirar y no podíamos ver nada. Había tres piezas en la casa en las que se ocultaba la gente. Después del primer ataque, un montón de tierra cayó dentro de las piezas. Luego la casa y toda la tierra nos cayeron encima.»
Ghazi Udaybi se apresuró por llegar a la casa cuando fue atacada. Dice que él y otros sacaron a mucha gente después del primer ataque, pero pudieron hacer poco después de la segunda bomba. Desprecia la explicación israelí. «Si Hezbolá estaba disparando cerca de la casa ¿se quedaría ahí mismo una familia de más de 50 personas?
Otro hombre recuerda voces que llamaban desde dentro de los escombros: «¡No mueran! ¡No mueran!» o llamaban a padres, madres, hermanos: «¡Ali! ¡Mohammed! ¡Mamá!»
Sanna Shalhoub, de 18 años, cara redonda, brillantes ojos marrón, una sonrisa de amistad instantánea como saludo, perdió a su madre, su padre, su hermana mayor y a dos hermanos más jóvenes. Relató voluntariamente su historia para nosotros, y para un equipo de Al Jazeera que cubría el aniversario: «Tenía miedo, pero normalmente cuando tengo miedo llamo a mi madre o a mi padre. Me levanté y grité ‘¡Mamá! ¡Papá!.’ Dije: ‘¡Si me podéis oír respondedme!’ Grité y grité pero nadie me respondió…
«Antes de que murieran mis padre, las cosas no eran así. Estábamos todos juntos. Pero después de que los perdí, mi padre y mi madre, mis hermanos y hermanas, ya que no quedó amor. Hay momentos en los que no me siento sola en la casa o en la aldea, me siento sola en todo el mundo. Si sólo pudiera vivir un instante en el que mi madre y mi padre estuviesen vivos, para que me hablaran o sólo me nombraran, sería la persona más feliz del mundo.
«Aunque el lugar ha sido derribado y sólo queda la tierra, me gusta ir a sentarme; es el sitio en el que solía dormir. Aquí, comía con mi hermano. Aquí, dormía a menudo con mi padre y mi madre. Todavía hay algunas de sus ropas al borde de la ruta. Las mira y recuerdo cómo vivíamos juntos.
«Todos dicen que deberíamos cambiar esas ideas y que hay que olvidar, especialmente el día de la masacre. Antes de la guerra, yo no creía que había un enemigo que vigilaba todos nuestros pasos. No sabía que había un enemigo tan desesperado por destruir a Hezbolá. Ahora, todos mis pensamientos son políticos. Me pregunto si llegará el día en el que nos venguemos de los estadounidenses y de los israelíes. ¿Podrá ser que cambien los papeles y que me vea a mí misma vengando la muerte de mis padres con mis propias manos? Inshallah, si Dios quiere, llegará a suceder.
«Cuando estoy sola y triste, siento que tengo que cambiar ese sentimiento, así que voy al cementerio, leo el Qu’ran por mis padres, hablo con mis hermanos y hermana. Me hace sentir más feliz.»
Dieron las 6 y media de la mañana antes de que ambulancias y equipos de rescate lograran llegar a Tyre, después de haber tenido que renunciar tres veces por los continuos bombardeos. Los cuerpos arrancados a la devastación yacían a la espera de ser cargados en un camión refrigerado. Hubo un instante de esperanza cuando un bebé, Abbas Ahmad Hashim, fue sacado en brazos por un enfermero, con la lengua fuera de su boca llena de tierra, pero no pudo ser reanimado.
Por la tarde, los cuerpos habían sido identificados, colocados en bolsas de plásticos y alineados sobre el piso del hospital en Tyre. Se trataba de Ahmad Mahmud Shalhub, de 55 años; Ibrahim Hashim, 65; Hasna Hashim, 75; Ali Ahmad Hashim, 3; Abbas Ahmad Hashim, 9 months; Hura Muhammad Qassim Shalhub, 12; Mahdi Mahmud Hashim, 68; Zahra Muhammad Qassim Shalhub, 12; Ibrahim Ahmad Hashim, 7; Jafar Mahmud Hashim, 10; Lina Muhammad Mahmud Shalhub, 30; Nabila Ali Amin Shalhub, 40; Ula Ahmad Mahmud Shalhub, 25; Khadija Ali Yusif, 31; Taysir Ali Shalhub, 39; Zaynab Muhammad Ali Amin Shalhub, 6; Fatima Muhammad Hashim, 4; Ali Ahmad Mahmud Shalhub, 17; Maryam Hassan Muhsin, 30; Afaf al-Zabad, 45; Yahya Muhammad Qassim Shalhub, 9; Ali Muhammad Kassim Shalhub, 10; Yusif Ahmad Mahmud Shalhub, 6; Qassim Samih Shalhub, 9; Hussain Ahmad Hashim, 12; Qassim Muhammad Shalhub, 7; Raqiyya Mahmud Shalhub, 7; Raqiyya Muhammad Hashim, edad desconocida.
Cuando nos íbamos, al caer la tarde, las mujeres con túnicas negras sentadas junto a las lápidas de las tumbas, murmurando oraciones del Qu’ran, alzaron la vista y asintieron mientras tomábamos impertinentemente fotografías y aceptaron débilmente nuestras despedidas. Los niños que correteaban al borde del cementerio saludaban y sonreían. Un hombre con su espalda quebrada por la explosión, sentado en una silla de ruedas, agitó sus manos y mostró su solapa para mostrar que llevaba puesta la insignia con el Trébol Negro que le habíamos dado.
Mientras nuestro minibús daba bandazos hacia lo que pasa por ser una carretera principal, todos nos dimos la vuelta para mirar hasta que la aldea de Qana había desaparecido de la vista. «Os digo algo,» dijo Kieran Gallagher, «Joder a Raytheon es lo mejor que he hecho en mi vida.»
Yo también.
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Eamon McCann vive en Irlanda. Para contactos escriba a: [email protected]