Son incontables los que se olvidaron -o ignoran- que el ejército clandestino judío Haganah, fundador del actual ejército israelí Tzahal, venció a los palestinos en 1948 con la ayuda de tropas enviadas por Stalin e instauró las bases del Israel colonialista y racista que hoy horroriza al mundo. El nacionalista gran-ruso Stalin, en efecto, creía […]
Son incontables los que se olvidaron -o ignoran- que el ejército clandestino judío Haganah, fundador del actual ejército israelí Tzahal, venció a los palestinos en 1948 con la ayuda de tropas enviadas por Stalin e instauró las bases del Israel colonialista y racista que hoy horroriza al mundo.
El nacionalista gran-ruso Stalin, en efecto, creía que así debilitaba la influencia británica en Medio Oriente -los ingleses ocupaban Palestina- y también mantenía como objetivo estratégico la estrategia de los Zares que siempre ambicionaron salir del encierro en el Mar Negro ingresando al Mediterráneo y a la ruta a Oriente para disputar la India y China a las potencias europeas (Estados Unidos todavía no era más que una potencia regional americana).
Muchos también fingen ignorar que Rusia es hoy un país capitalista, con un gobierno nacido de la alianza entre la mafia y los viejos burócratas soviéticos transformados en grandes capitanes de industria, el cual ha hecho suyos los símbolos del zarismo y la ideología nacionalista rusa de los Zares y de Stalin, y que Vladimir Putin, es un ex general de la KGB (la poderosísima CIA soviética). En su ignorancia, establecen una continuidad entre la Unión Soviética y la actual Rusia capitalista e imperialista o entre la China de 1950 y la actual y mantienen la teoría estalinista de los dos campos (el de los imperialismos coaligados y el de todos los adversarios de éstos, Rusia, China, las burguesías nacionales de los países dependientes y los pueblos y clases oprimidos). Esa gente, por lo tanto, se ilusiona con el grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), a los que imaginan homogéneos y antiimperialistas o ven como aliados a los nacionalistas de Moscú o de Beijing.
Stalin no inventó el estalinismo, que tiene su raíz en el conservadurismo de los que ven sólo los Estados y sus gobiernos y no los trabajadores y oprimidos de cada país y basan su visión estrechamente nacional en la ignorancia de que el capitalismo es un sistema mundial y crea intereses comunes entre las diversas burguesías nacionales y sus gobiernos, independientemente de las contradicciones y conflicto que entre ellas y ellos puedan existir. Por eso, esa gente, en vez de mantener una política propia, independiente, sostiene con gran seriedad que los que critican a los dirigentes de las burguesías nacionales en nombre de los intereses de los explotados o advierten sobre el nacionalismo de Putin o de la dirección china ayudan al imperialismo… con el que los criticados mantienen una relación conflictiva de socios que se disputan. No saben utilizar las contradicciones entre sus opresores: con toda naturalidad abandonan todo pensamiento crítico y se disciplinan con los mafiosos que imaginan «progresistas».
Putin heredó de Stalin, que la heredó a su vez de los Zares, la política rusa de potencia. Quiere bases en el Mediterráneo Oriental, concretamente en Siria. Quiere sostener a Bachir el Assad, que es combatido armas en mano por los agentes de Estados Unidos y de Arabia Saudí y Qatar, pero también de varios grupos de oposición de izquierda, a quienes Rusia bombardea igual que a los yihadistas (extremistas islámicos suníes y ex oficiales de Saddam Hussein). Quiere hacer de su acción en Siria un eje para influir en Irak, establecer mayores lazos con Irán, presionar al régimen islámico de Turquía y, si redujese los conflictos en la región, garantizar a Israel que teme la torpeza de la diplomacia estadounidense y los controles de Washington. Quiere actuar en una región petrolera por excelencia para aliarse con Irán e Irak y quitar al Estado Islámico la oportunidad de reducir aún más el precio del petróleo enviando al mercado el crudo que roba en Siria e Irak. Ante la debilidad de los ex colonialistas europeos (Inglaterra, que controlaba Jordania y Palestina, Francia, que colonizó el Líbano y Siria) y el fracaso de Estados Unidos en Irak y Afganistán, Rusia busca llenar el vacío y volver a disputar, como en el pasado, la influencia en Egipto y en Afganistán. En nombre de la lucha contra el extremismo islámico (que hace atentados en la zona musulmana de China occidental) y del enfrentamiento al cerco económico-militar que está construyendo Estados Unidos en el mismo Mar de China, Putin trata de afirmar la potencia rusa en Medio Oriente contrarrestando, de paso, la presión diplomática-militar de los imperialistas en Ucrania y tratando de separar por motivos económicos a Alemania de Francia y Estados Unidos. Sobre todo, ante la crisis en Rusia, con la guerra en el exterior quiere amordazar toda oposición.
Si prescindimos de la alianza con China (los zares y Stalin invadieron para apoderarse de enteras zonas de una China entonces despedazada), podemos comprobar claramente la continuidad de la geopolítica zarista y estalinista, así como el sostén ruso a regímenes dictatoriales, como el sirio o el egipcio y la total ausencia de preocupación por los trabajadores de los países que Putin considera sólo piezas de ajedrez en el tablero mundial.
La ofensiva aéreo-naval rusa con el Estado Islámico, con el apoyo de tropas de tierra sirias e iraquíes, pero sobre todo con soldados mucho más motivados como los libaneses de Hezbollah o los milicianos iraníes, podrá tener éxito si es rápida y aplastante y recupera varias regiones claves de Siria, garantizando la seguridad de Damasco. Además, podría poner en dificultades el aprovisionamiento de armas al E.I. por Estados Unidos y las monarquías de la península arábiga y reducir también la cantidad de pertrechos que el E.I. consigue durante las retiradas de los soldados sirios o iraquíes, que abandonan en ellas armas y municiones.
Un éxito ruso en las próximas semanas cambiaría la relación de fuerzas en la región e inauguraría en ella una nueva fase, incidiendo sin duda en el proceso electoral estadounidense y abriendo la vía a una salida política en Siria. Eso sería muy positivo, independientemente de que Putin pueda tratar de utilizar su éxito para negociar con Washington en mejores condiciones.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.