Este verano ha sido uno de los más trágicos en la ya de por sí compleja situación que atraviesa el pueblo cachemir. La ocupación y partición de su pueblo en tres estados (India, Pakistán y China) ha condicionado históricamente el devenir del mismo. Hace ahora veintidós años, la lucha armada liderada por el JKLF convulsionó […]
Este verano ha sido uno de los más trágicos en la ya de por sí compleja situación que atraviesa el pueblo cachemir. La ocupación y partición de su pueblo en tres estados (India, Pakistán y China) ha condicionado históricamente el devenir del mismo. Hace ahora veintidós años, la lucha armada liderada por el JKLF convulsionó la realidad cachemir, con el objetivo de lograr la libertad (azaadi) de su pueblo, los posteriores acontecimientos debilitaron a esta organización y cedieron protagonismo a otras fuerzas de carácter islamista que mantuvieron el enfrentamiento con el gobierno indio.
En los últimos años el conflicto había decaído en cuanto a víctimas mortales, sin embargo en los meses de este verano, con más de ochenta muertos por los disparos de las tropas indias, la actualidad del valle ha saltado nuevamente a las primeras planas informativas.
Durante estas dos décadas, los gobiernos federales indios han utilizado la represión como principal arma que sustente su ocupación y sus argumentos. Torturas, detenciones, desapariciones, secuestros, muertes extrajudiciales?han sido los condimentos del guión indio. La coyuntura internacional, el papel de Pakistán y las divisiones del movimiento cachemir también han influido en ese retroceso que ha experimentado en los últimos años éste.
Algunas cosas están cambiando en Cachemira. A pesar de los tópicos que siempre ha defendido India (mano extranjera-Pakistán; presencia jihadista) la fotografía actual dista mucho de contar con esos ingredientes. Los jóvenes, armados con piedras frente a las balas indias, han dado la espalda a Pakistán y a las organizaciones apoyadas por Islamabad (a pesar de que éstas y otros grupos como al Qaeda intenten aprovecharse en el futuro de la situación).
Recientemente el escritor paquistaní Tariq Ali comparaba la situación de Cachemira con la de Palestina, y salvando las distancias manifestaba que «están luchando, como los jóvenes palestinos, con piedras. Muchos han perdido su miedo a la muerte y no se rendirán. Ignorados por los políticos locales, abandonados por Pakistán, están desarrollando un espíritu de independencia que no será fácil reprimir. Es improbable, sin embargo, que el primer ministro de India y sus colegas les presten atención «.
Porque los gobernantes indios siguen apostando por una solución ?bilateral?, obviando la ocupación china, pero sobre todo silenciando la voz del pueblo cachemir. Los dirigentes cachemires llevan años señalando que cualquier salida negociada debe contra con la participación directa de los representantes legítimos de Cachemira, ya que de lo contrario sería poner falsos parches a la situación.
Además, la propaganda india (la supuesta trama islamista-musulmana) se queda sin argumentos ante la pregunta lanzada por los propios cachemires, que se preguntan ¿dónde están los musulmanes indios para apoyarles? Lo que es evidente es que pese a todo ello, en Cachemira no estamos ante un conflicto religioso, sino ante la demanda de libertad y autodeterminación por parte de un pueblo ocupado desde hace décadas.
Pero desde hace meses en India otro conflicto cobra también cada día más peso y protagonismo. La lucha armada que mantiene el Partido Comunista de India (maoísta)- PCI(maoísta) se ha convertido en la primera preocupación en materia de seguridad para el gobierno indio. Los continuos ataques contra las fuerzas policiales y paramilitares, contra las infraestructuras estatales o contra las multinacionales extranjeras han situado a los maoístas indios en el punto de mira prioritario de Delhi.
Desde hace meses, la capacidad operativa y organizativa del PCI (maoísta) le ha permitido extender su zona de intervención a nuevas zonas de India (algunas fuentes afirman que podía estar estrechando lazos también con organizaciones separatistas de la conflictiva región del noreste indio), lo que supone que su presencia abarca cerca de un tercio del territorio de India, y además parece que está comenzando a dar el salto de las zonas rurales y las junglas a los centros urbanos. La respuesta del gobierno indio, al igual que en Cachemira y otros conflictos, es la represión y el llamamiento a mantener conversaciones que nuca se llevan adelante.
La política del palo y la zanahoria. Mientras que los maoístas han expresado su disposición a entablar negociaciones bajo algunas condiciones (dimisión del ministro P. Chidambaram, traer mediadores independientes y anunciar un alto el fuego bilateral de tres meses), la respuesta india ha venido marcada por las operaciones armadas contra la guerrilla (la operación «Caza Verde», que ha sido otro fracaso federal) y la eliminación de los portavoces maoístas ( el pasado mes de julio Chemkuri Rajkumar, conocido como Azad, miembro del politburó del PCI (maoísta) y nombrado como jefe-negociador en las propuestas negociaciones con el gobierno indio fue muerto por la policía a sangre fría junto a un joven periodista que le acompañaba).
Como señalaba recientemente la escritora india Arundhati Roy, «es completamente asumible que si en los prolegómenos de una negociación, un aparte da muerte a los enviados de la otra parte, aquella no busca la paz».
Las luchas en Cachemira, la guerrilla maoísta, las demandas de secesión de los pueblos del noreste, las protestas populares contra las grandes presas, contra la empresas mineras, contra la incautación de las tierras por parte de multinacionales en las zonas económicas especiales, contra la violencia policial o a favor de una mejora sustancial de la vida de la mayoría de la población india, son ejemplos de ese abanico de ?problemas? que amenazan seriamente el actual proyecto indio.
La realidad india se aleja bastante del estereotipo que nos presentan en algunos medios. Su crecimiento macroeconómico contrasta con la acumulación de la pobreza que afecta a la mayor parte de sus habitantes (a día de hoy India tiene más pobres que los que suman los 26 estados más pobres de África juntos). Las diferencias sociales son más que evidentes, el sistema judicial está completamente anticuado, las instituciones políticas asumen una corrupción endémica, las infraestructuras sociales (educación, salud) apenas cubren los mínimos necesarios, India, a pesar de los edificios modernos y de algunas industrias es una «realidad sustentada en la pobreza de su pueblo».
Las divisiones políticas y personales de sus dirigentes es un factor importante en esa fotografía. La rivalidad y la burocracia, junto a la corrupción, encuentran el campo abonado en esta situación. La clase política sólo busca llenar sus bolsillo y para ello no duda en abrir las puertas del país a las grandes corporaciones y al capital privado que se aprovecha para depredar libremente por India (tierras, minas, sueldos mínimos).
El triunvirato en el partido gobernante, tampoco contribuye a corregir la situación (el papel de Manmohan Singh, Sonia Gandhi o Rahul Gandhi hace que cada uno se reparta su ración de poder e influencia). Si India quiere afrontar un futuro más estable debe corregir desde la raíz los problemas que existen a día de hoy, y no parece que las políticas del gobierno vayan en esa dirección.
Como señalan algunos, detrás de los discursos triunfalistas de Singh está la figura de ese político que ya en 1991 fue elegido por el FMI para dirigir las política económica en India, que evidentemente está en consonancia con los intereses de las grandes corporaciones y de espaldas a la mayoría de la población, y sobre todo incumpliendo la letra de la propia constitución india que entre otras cosas señala que «el pueblo de India se constituye como república soberana, democrática, secular y socialista, asegurando a todos sus ciudadanos la justicia, la libertad, la igualdad, la fraternidad».
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)
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