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Manifiesto de la Universidad Internacional de Andalucía sobre el papel de la ciencia y el arte ante el cambio global

Fuentes: Rebelión

Vivimos un momento histórico de transformaciones graves y cada vez más aceleradas. Un mundo en crisis genera el cambio global, con altas cotas de azar e incertidumbre. Ni siquiera un colapso socioecológico de dimensiones mundiales está excluido. Atravesamos una problemática que es ecológica, pero también política, económica, cultural y social; y que afecta directamente al […]

Vivimos un momento histórico de transformaciones graves y cada vez más aceleradas. Un mundo en crisis genera el cambio global, con altas cotas de azar e incertidumbre. Ni siquiera un colapso socioecológico de dimensiones mundiales está excluido. Atravesamos una problemática que es ecológica, pero también política, económica, cultural y social; y que afecta directamente al bienestar humano. Los modelos de desarrollo inadecuados son en gran parte causantes de esta crisis: corresponde a la humanidad ser artífice de las soluciones. Se está viendo mermada la diversidad biológica y cultural que constituye la garantía más robusta de nuestras perspectivas de futuro: las lenguas y las palabras desaparecen incluso a un ritmo superior a la extinción de especies. Prácticas humanas como la ciencia y el arte, que no son neutrales, pueden y deben contribuir a una transición a la sostenibilidad.

Pese a los avances en la concienciación ambiental, que han sido desiguales y, por desgracia, quizá más superficiales de lo que creemos, seguimos sin afrontar el conflicto básico entre finitud de la biosfera y nuestros sistemas socioeconómicos en expansión continua, impulsados por la dinámica de la acumulación del capital. Este asunto constituye el elemento central de la crítica ecologista desde hace decenios.

Afrontar el cambio requiere la construcción de nuevas miradas sobre el mundo. Miradas creativas que nos permita interpretar lo que vemos y reconstruir los lazos que unen a las personas entre sí y con la naturaleza. Miradas integradoras que supere la percepción atomizada de la realidad y que vayan más allá de las soluciones a corto plazo, concebidas en términos lineales de causa-efecto.

Las nuevas miradas, y las prácticas coherentes con ellas, tienen el reto de asumir el conflicto y abordar con valentía el antagonismo que actualmente existe entre la economía y la ecología; entre la cultura occidental, que se autopercibe como universal, y otras culturas invisibilizadas; entre la lógica de la acumulación y la lógica de los cuidados; entre los tiempos de la vida y la velocidad de los negocios. Las nuevas ópticas se nutren de visiones científicas y artísticas complementarias, capaces de mostrar y alumbrar nuevos esquemas de pensamiento mestizo que nos enseñen a vivir enraizados en la tierra, respetándola y pisando ligeramente sobre ella.

Hay que cambiar para afrontar el cambio: y cambiar siempre cuesta. Hemos de superar los modelos que fragmentan y simplifican la complejidad del entramado ecológico y social. No hay un solo mundo. En este momento de crisis se hace urgente celebrar la diversidad de todo lo vivo y de la rica red de relaciones que lo constituye, para retejer vínculos sociales entre el ser humano y la naturaleza y entre el individuo y la colectividad.

Las sociedades humanas no pueden adaptarse a los cambios que ocasiona la crisis ambiental y social sin renunciar a nada. No es posible cambiar la vida sin cambiar de vida. Tenemos que soñar un futuro que nos permita avanzar hacia la sostenibilidad ecológica y la equidad social. Todos podemos ganar, pero para ello es preciso caminar hacia la autocontención y dejar atrás insostenibles prácticas consumistas. Es necesario también trabajar con la memoria y los saberes de los pueblos. Desde ellos, imaginar un futuro diferente será el primer paso para construirlo.

¿Qué pueden aportar el pensamiento científico, la creación artística y el diálogo entre ambos en la construcción de esta nueva mirada? La transformación necesaria tiene muchas dimensiones, y entre ellas una ineludible dimensión cultural. Nuestras formas de conocer, interpretar, investigar, dar sentido y celebrar el mundo han de cambiar. La creatividad cultural que se plasma en las ciencias y las artes puede ser parte del problema o parte de la solución. Un arte que fomente el consumismo irresponsable, por ejemplo, o una ciencia subordinada al proyecto tecnocientífico de incremento de la dominación, formarían más bien parte del problema. Pero un arte que alumbre las dimensiones de la finitud humana, o una ciencia de la sostenibilidad que contribuya a incrementar la resiliencia socioecológica y oriente nuestras prácticas hacia una gestión adaptativa de los cambios, formarían parte de la solución.

La ciencia y la tecnología tienen amplias posibilidades pero también límites. Para aprender a habitar la tierra con sabiduría debemos aplicar el principio de precaución en cuestiones como los organismos transgénicos, la introducción de sustancias químicas en las cadenas tróficas y tantas otras… La consciencia de nuestra ignorancia es importante, porque nos indica lo que no sabemos y nos obliga a aprender desde la incertidumbre. Aprender haciendo, hacer aprendiendo, supone no alterar irreversiblemente la dinámica de la vida natural y social.

La ciencia del siglo XXI debe volver a unir hechos y valores, superando las ilusiones de neutralidad, restituyendo los principios éticos e incentivando el control social como pautas de las políticas científicas y tecnológicas. Una ciencia sin conciencia resulta indeseable y peligrosa. Del mismo modo, necesitamos un arte comprometido con la vida y la sostenibilidad, más que una espectacularización de las prácticas culturales. Los procesos culturales inspirados por criterios éticos, que surgen de algunos científicos y artistas, así como de las redes ciudadanas son, a la larga, y a pesar de su complejidad, mucho más eficaces para el desarrollo humano y la igualdad de oportunidades, base de la construcción de una ciudadanía responsable.

Necesitamos superar los enfoques de la ciencia económica convencional. Su mecanicismo unidimensional reduce los valores de la vida a términos monetarios. Desde esta óptica, los principios que sirven de fundamento a este sistema están en contraposición con los que utiliza la biosfera para autoorganizarse. Otras economías son posibles a partir del análisis del intercambio biofísico entre sociedad y naturaleza, del reconocimiento de los límites de biosfera y del respeto a los procesos que la regulan. Otras economías son posibles si se abordan las relaciones socioeconómicas tomando en cuenta la especificidad de los contextos, de los sistemas socioculturales y de los sujetos.

No podemos olvidar que la cultura, entendida como experiencia elaborada y compartida, se está convirtiendo en un bien escaso de carácter especulativo, frente al valor de uso que debería tener. La diversidad de las prácticas culturales se ve amenazada por la mercantilización de la cultura. En un mundo en el que el acceso al conocimiento está cada vez más comercializado y dominado por las grandes empresas globales, la cuestión del poder institucional, el dominio público y la libertad de decisión resultan más importantes que nunca. Los líderes políticos y sociales tienen una responsabilidad especial a la hora de romper la mercantilización y privatización de la vida y de los bienes y saberes colectivos, que se corresponden con una práctica depredadora e injusta. Las personas debemos recuperar desde la ciencia y el arte el valor intrínseco de la vida, los bienes comunes, los nexos de reciprocidad, la gratuidad de los intercambios, las múltiples formas de resolver problemas sin pasar por el mercado…

Todas las culturas tradicionales saben que demasiado de lo bueno puede convertirse en malo: pero a la cultura occidental, aquejada de tecnolatría y mercadolatría, le falta ese conocimiento básico. Unas ciencias y artes reorientadas hacia la sostenibilidad contribuirán a redescubrir el camino medio, apreciar el tamaño óptimo de cada proyecto y situar el reconocimiento de la alteridad en el corazón de nuestra cultura.

Los cambios hasta ahora evocados implican también cambios en la idea misma de educación. Es necesario practicar un aprendizaje a lo largo de toda la vida, que nos conecte con los valores de la naturaleza sintiéndonos como parte de ella y no como dominadores. La educación debe superar la barrera entre conocimiento experto y conocimiento común, dando acogida a los saberes científicos y artísticos junto con los saberes tradicionales. La educación es una herramienta de emancipación que contribuye a la resistencia frente a la dominación y el pensamiento único.

En cada situación, aquí y ahora, al vivir nuestro presente estamos creando futuros: individuales y colectivos. El «aquí y ahora» es el lugar de nuestra responsabilidad. Somos constructores de futuro, conscientes hoy de las graves amenazas que pesan sobre el porvenir humano. Este futuro nos compromete, no sólo socialmente sino también de forma individual. Los grandes cambios comienzan con un paso, y ese paso puede ser la propia vida. Sociedad e individuo deben realimentarse dinámicamente, para dar a luz una forma de vivir sostenible y esperanzada.