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Memoria selectiva: el papel olvidado de la Unión Soviética en la liberación de Europa

Fuentes: Rebelión [Foto: 2 de mayo de 1945: La bandera roja ondea sobre el Reichstag. Una semana después, la Segunda Guerra Mundial llegó a su fin. En algunos países, esta foto está prohibida (TASS / Yevgeny Khaldei)]

Traducido por el autor

Los días 8 y 9 de mayo se cumplen 80 años del final de la Segunda Guerra Mundial en Europa. Sin embargo, el papel principal de la Unión Soviética en esa victoria —y el terrible precio que pagó por ella— está siendo cada vez más olvidado o minimizado en Occidente debido a una memoria selectiva y al oportunismo geopolítico.

El Ejército Rojo: motor de la liberación de Europa

En mayo de 1945 el Ejército Rojo marchó hacia la capital alemana. El 2 de mayo Berlín fue tomada. Sobre el edificio del Reichstag se izó la bandera roja, un símbolo de la destrucción del Tercer Reich de Hitler.

La lucha que precedió fue de una magnitud y una brutalidad sin precedentes. Desde 1941 la Unión Soviética libró una guerra de aniquilación contra la Alemania nazi. Más de 26 millones de ciudadanas y ciudadanos soviéticos perdieron la vida, tanto soldados como civiles. Ningún otro país pagó un precio tan alto.

Las batallas decisivas de la guerra se libraron en el Frente Oriental: Moscú, Leningrado, Stalingrado, Kursk, campos de muerte que cambiaron el rumbo del conflicto. Los historiadores coinciden en que, sin los esfuerzos y sacrificios del Ejército Rojo y la heroica resistencia de la población de la Unión Soviética, la maquinaria de guerra nazi nunca habría sido detenida.

El papel de EE. UU.

Sin embargo, este papel crucial a menudo se subestima en los países occidentales. ¿La razón? La historia de la guerra no encaja en la imagen simplista de «la buena guerra» en la que EE. UU. fue la luz moral y venció al fascismo por altruismo.

El papel de EE. UU. fue muy ambiguo. Como describe el historiador Jacques Pauwels, las empresas estadounidenses continuaron comerciando con el régimen nazi hasta bien entrada la década de 1930. Grandes corporaciones como IBM, Standard Oil y Ford obtuvieron enormes ganancias del rearme y la producción alemanes. Hasta diciembre de 1941 las empresas estadounidenses suministraron productos petroleros a la Alemania nazi.

Dentro del establishment había una simpatía abierta por la Alemania nazi y otros regímenes fascistas. Henry Ford, por ejemplo, fue un gran admirador de Adolf Hitler. Un amplio movimiento dentro de EE. UU., llamado «America First», se oponía firmemente a la intervención estadounidense en los conflictos europeos.

Ni siquiera después de que Alemania invadiera Polonia en septiembre de 1939 hubo apoyo financiero inmediato de EE. UU. ni se suministraron armas. Todo eso cambió después del ataque a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941. En otras palabras, EE. UU. esperó dos años antes de unirse a los aliados.

Nacido del gran capital

A menudo se olvida o se oculta, pero el fascismo, tanto en Italia como en Alemania, nació del capitalismo. Fue una herramienta para reprimir el movimiento obrero y las fuerzas de izquierda. Sin el apoyo del gran capital, Hitler nunca habría podido desarrollar su partido fascista ni habría sido elegido. Lo mismo ocurre con Mussolini.

Foto: fotomontaje de John Heartfield para la revista AIZ Berlín, 16 de octubre de 1932, «El significado del saludo hitleriano. Hay millones detrás de mí».

Después de la guerra se encubrieron cuidadosamente estas relaciones. Los industriales con vínculos nazis a menudo recibieron penas leves o fueron completamente absueltos en los juicios de Núremberg. La élite alemana de banqueros y propietarios de fábricas que habían ayudado a Hitler a llegar al poder quedó en gran parte impune gracias a la protección de la fuerza de ocupación estadounidense.

Las heroínas y héroes silenciados

No solo el ejército soviético, sino también millones de personas civiles, partisanas y partisanos contribuyeron a la derrota del fascismo. La resistencia tuvo mucha fuerza en Yugoslavia, Francia, Italia, Grecia y otros países europeos.

Comunistas, sindicalistas, obreros y estudiantes arriesgaron sus vidas en actos de sabotaje, huelgas, redes clandestinas y resistencia armada. Las y los combatientes de la resistencia hacían contrabando de alimentos, escondían fugitivos y ofrecían resistencia en un momento en que resistir significaba tortura o muerte.

Esa resistencia contó con un amplio apoyo popular. La famosa huelga de mayo de 1941 en Bélgica (del 10 al 18 de mayo), en la que cientos de miles de personas trabajadoras dejaron de trabajar en protesta contra los nazis, fue uno de los mayores actos de resistencia en la Europa ocupada.

Sin embargo, estos actos a menudo han desaparecido de la historiografía oficial, al igual que se silencia sistemáticamente o se niega el papel de las personas comunistas en la resistencia.

Para honrar a esos héroes y heroínas de la resistencia y mantener viva su memoria, en Bélgica existe la iniciativa Héroes de la Resistencia, fundada por el historiador Dany Neudt y el escritor Tim Van Steendam. Desde agosto de 2022 la organización publica diariamente breves biografías de combatientes de la resistencia en su sitio web y redes sociales para dar a conocer así sus historias.

La importancia de la memoria

Las lecciones de entonces son más actuales que nunca hoy en día. El avance de la extrema derecha en Europa, la normalización del discurso del odio y de los líderes autoritarios constituyen una amenaza para las libertades conquistadas por las que tantos y tantas dieron la vida.

Además, la guerra en Ucrania ha llevado a una peligrosa forma de reescritura histórica. En nombre de la lucha contra Putin, cualquier referencia al pasado soviético se vuelve sospechosa, de modo que conmemorar la victoria soviética sobre la Alemania nazi de pronto se considera una «glorificación de Rusia».

De este modo, el homenaje a los libertadores de Europa corre el riesgo de ser reemplazado por una amnesia selectiva y una distorsión que alimenta el extremismo en lugar de combatirlo. La verdad histórica no debe ser víctima de enemistades geopolíticas.

La Segunda Guerra Mundial no fue un choque de naciones, sino un enfrentamiento frontal entre ideologías. De un lado: fascismo, racismo, colonialismo y genocidio. Del otro: resistencia antifascista, solidaridad internacional y justicia social.

Por eso, conmemorar no es un ritual opcional, sino un acto político. Si olvidamos quién venció realmente al fascismo, también olvidamos quiénes están amenazados hoy. Y quiénes vuelven a beneficiarse del odio, la opresión y la división.

Por eso, en varios países europeos se escucha un clamor cada vez mayor para declarar nuevamente el 8 de mayo (Día de la Victoria) como día festivo legal y remunerado; no como un día de folclore, sino como un día de memoria, reflexión y vigilancia.

No solo se conmemora la caída de Hitler, sino también la fuerza de la resistencia popular, de la solidaridad entre los pueblos y las lecciones del experimento socialista que logró derrotar al fascismo.

Lo que nos enseña el 8 de mayo es que la libertad no es algo obvio, sino el resultado de la lucha. Fue la Unión Soviética la que hizo los mayores sacrificios. Fueron los comunistas y los trabajadores quienes encabezaron la resistencia. Fue la solidaridad internacional la que derrotó al fascismo.

Esa historia no debemos olvidarla. No por nostalgia, sino por necesidad.

Marc Vandepitte es miembro de La Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales En Defensa de la Humanidad (REDH).

Texto original: dewereldmorgen.be

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y Rebelión como fuente de la traducción.