La imposición del panista Felipe Calderón Hinojosa como presidente de México demuestra la clara convicción de las fuerzas empresariales (financieras, comerciales, industriales y mediáticas) y de los bloques doctrinarios (católicos y evangélicos) detrás de su candidatura, de que el país «debe seguir insistiendo» en las «bondades del mercado» y recetar la misma política económica […]
La imposición del panista Felipe Calderón Hinojosa como presidente de México demuestra la clara convicción de las fuerzas empresariales (financieras, comerciales, industriales y mediáticas) y de los bloques doctrinarios (católicos y evangélicos) detrás de su candidatura, de que el país «debe seguir insistiendo» en las «bondades del mercado» y recetar la misma política económica neoliberal, retrazada por la oposición social y política, que los coloque como los dirigentes de facto de un Estado policial en construcción: libre comercio, control ideológico y seguridad para la inversión privada.
Para los señores del dinero y del poder los únicos que garantizan esta metamorfosis del sistema actual son ellos mismos, por lo que han cerrado filas para defender a su protectorado en la institución presidencial y muy pronto definirán el gabinete surgido de los mandos medios y altos de las empresas más poderosas y con mayor anclaje en los mercados internacionales, ya que los necesitarán para el control del poder y mantenerse en él, sea como sea, bajo la égida porfiriana de «mayor administración y menos política».
Pero en política los matices como las formas son esenciales y lo que representa el panismo como matiz es la clave de un Estado fuerte que apriete desde arriba hacia abajo, garantice inversiones de los grandes y dosifique el control de las clases subalternas a veces con la intervención directa de los órganos de represión como sucedió en San Salvador, Atenco, a veces con el apoyo irrestricto a los medios de comunicación masiva para generar el consenso aunque sea virtual, a veces con políticas sociales de corte populista tales como el Seguro Popular uno de los más conocidos en el sexenio de Vicente Fox.
Por eso, para ellos las presidenciales eran de vida o muerte porque en ellas se define el papel que jugarán en la nueva conformación regional las empresas «más competitivas» o con mayor poder en México; no es casual que el grupo Monterrey, incrustado en las empresas estadunidenses texanas y el más influyente en nuestro país, Centroamérica y Sudamérica, haya sido el férreo defensor de Calderón y quienes lo conforman garantizaron el flujo de inversión a la campaña del Partido Acción Nacional (PAN).
Se trata de un retraimiento estructural orquestado por la oligarquía en los ámbitos de la política y la economía, acotando la «contingencia populista» y quebrando el poder ciudadano expresado en las urnas, para edificar un régimen autoritario de nuevo tipo que convine la búsqueda del acuerdo entre las clases altas divididas en la forma pero no en el fondo y la administración de los conflictos sociales que se presenten con el fin de garantizar las tardías reformas estructurales deseadas desde hace dos sexenios.
Se trata de escalar y garantizar el poder de los empresarios, algo que con Andrés Manuel López Obrador no lograrían porque la diferencias de éste son esenciales en tres aspectos de matiz: 1) pugna por una mayor distribución de la riqueza para los de abajo lo que (evidentemente no cambia de raíz al sistema) pero obliga a bajar irresueltamente la tasa de ganancia de los grandes empresarios en un contexto que es impensable para éstos porque los haría menos competitivos frente a los grandes en el mundo y en la región latinoamericana pues vivimos en proceso acelerado de integración plutoempresarial.
2) Detrás de AMLO existe un movimiento social ciudadano con capacidad objetiva y subjetiva de delinear un proyecto distinto para el país, un potente peligro para el establishment, pues la cultura política acostumbrada es ver a la plebe como inculta, ignorante o incapaz de pensar y gobernarse así mismo. El actual movimiento es democratizador como fundamento y expresión de una nación excluida y empobrecida.
Las clases altas piensas que los seguidores de AMLO son borregos, gleba y los desprecian diciéndoles que apenas son 2 millones frente a los más de 40 millones que votaron, sin contar el no voto útil al sistema de otros millones de personas que no lo hicieron pues la mayoría de ellos no acudieron a las urnas por castigar al desprestigiado sistema de partidos, sino por múltiples condicionamientos que los ubican en un nivel pasivo frente a los problemas generales del país.
3) En el momento y el espacio actual de México, con doce años de Tratado de Libre Comercio, ubicándose en el traspatio de la nación más poderosa del mundo y conformando el bloque norteamericano, no hay cabida para la oposición interna, por lo que no se requieren de políticos, sino de administradores tipo Bush o tipo Calderón, ya que el imperio no estaría de acuerdo en negociar con un jefe de Estado aunque se piense que sea proclive a sus determinaciones a largo plazo, sino de tener un funcionario externo al cual puedan manipular cuando lo requieran. Codoleezza Rice ha declarado insistentemente que se acabó la política antigua y de lo que se requiere es de eficacia, con dosis de sarcasmo y veneración a los dueños del futuro, es decir, a ellos.
Por lo tanto, la configuración del Estado y la trama corporativa detrás de él es una cortina de hierro que no permitirá el mínimo viento para mover un ápice de los intereses empresariales que hoy dominan México, aunque haya resistencia social, según su lógica.
Entramos en una fase de pinochetismo «suave», fascistización del sistema con potenciales escuadrones de la muerte y grupos de desintegración social como los denunciados recientemente en la prensa nacional de ser organizados y entrenados por las fuerzas armadas; una policía militarizada fiscalizada por los Estados Unidos, una clase política mediática que borre evidencias y excesos del poder, un partido político que dé cohesión y sentido interno a la derecha y su fanatismo. Un Estado Policial.
Si en Argentina y Chile hace más de 20 años necesitaron de dictaduras para lograr la desincorporación total de las empresas paraestatales y acabar con los derechos sociales, imponer el neoliberalismo, y en Centroamérica llevar acabo guerras de rapiña para apoderarse de la banca y las empresas públicas eliminando a más de 70 mil personas apenas hace unos años, donde primero tuvieron que derrocar a «capitalistas nacionalistas», porqué no podrían pasar casos similares en otros países si la dominación de clase empresarial actúa con la razón instrumental del aparato controlado y la tendencia histórica general de cinco siglos para acá en el enriquecimiento de unos pocos a costa de la pobreza de muchos.
La socialización de las pérdidas y la privatización de las ganancias de las que habla Noam Chomsky es la ideosincracia que hegemoniza el mundo y México es una expresión más de este entramado.
La historia es sabia y en contraparte al triunfo momentáneo de la plutocracia empresarial mexicana, dará cuenta de la acción política de la resistencia de millones de personas que a lo largo del país escalan también otra etapa de la lucha. Los siguientes meses serán álgidos y determinantes para el rumbo del país, la tensión de fuerzas continuará y poco podemos decir o hablar de años posteriores porque es ahora el momento de la construcción de la alternativa en las calles y en todos los lugares donde se pueda. Se trata de un aleph, en donde todas las condiciones políticas y estructurales están juntas y esto posibilita el cambio o también la derrota. No hay otra vía por el momento. Toda la izquierda de todos los colores deberá de participar en la lucha contra la derecha.
Este 15 de septiembre se llevará acabo la Convención Nacional Democrática en la capital del país a la cual asistirán más de un millón delegados, hay que ir pues es el momento de estar en todos los espacios donde se exprese la insatisfacción y la organización política, de allí surgirán iniciativas imaginativas para mejor enfrentar al enemigo real de la democracia, el enemigo del pueblo.