La peor de las promesas rotas por el presidente, según se supo el día de Acción de Gracias, es su negativa a prohibir las minas terrestres y las bombas de racimo. Cuando mis amistades se enteraron de que había roto mi compromiso con Barack Obama y ya no apoyaba a «la luz del mundo» (como […]
La peor de las promesas rotas por el presidente, según se supo el día de Acción de Gracias, es su negativa a prohibir las minas terrestres y las bombas de racimo.
Cuando mis amistades se enteraron de que había roto mi compromiso con Barack Obama y ya no apoyaba a «la luz del mundo» (como lo llama uno de mis amigos ingleses), formaron una piña en torno a su presidencia, rogándome casi que le concediera más tiempo para mantener así viva la fe, preguntando además qué otra opción nos queda.
Pedir cuentas no es lo mismo que un «perezoso grito de traición» (en palabras de Martin Kettle).[1] Nada hay de perezoso en ello, puesto que desde el primer día de su investidura muchos de nosotros nos hemos sentido conmocionados al ver a Obama darle la vuelta a sus promesas de campaña a mayor velocidad que Lewis Hamilton en un Fórmula 1.
Puede que el presidente haya fracasado a la hora de proteger a los norteamericanos de bajos o medianos ingresos de los depredadores de Wall Street responsables de nuestro caos financiero: de hecho, son sus más estrechos consejeros.
Puede que haya despedido o pasaportado bruscamente a parte de su personal más progresista como equipaje indeseado. Y su fiscal general [Eric Holder] está empezando a actuar como uno de los secuaces de George Bush, intentando proteger a quienes consintieron la tortura en la anterior administración, como el infame abogado John Yoo.[2] El recientísimo discurso de Obama de aceptación del Premio Nobel en Oslo, sólo un instante después de ceder antes sus captores los generales para enviar 30.000 soldados más a la masacre de Afganistán, resultó escalofriante por sus implicaciones, prolongando una larga tradición, que se remonta a Woodrow Wilson, consistente en ir a la guerra por razones «humanitarias», liberales. No es de extrañar que políticos como Sarah Palin se congratulasen de su «pragmatismo» en Oslo por ser «realista y pronorteamericano».
Pero en lo que está teniendo éxito es en dividir a lo queda de la izquierda norteamericana entre una mayoría de partidarios de Obama caiga-quien-caiga y una minoría de gente que no lo niega todo como es mi caso.
En el momento de escribir estas líneas, Obama está desesperado por recabar apoyos para ese cadáver de ley sanitaria ya adulterada con la ayuda de los cabilderos de la industria farmacéutica y de seguros. Ha sido pésimo en lo tocante al empleo, neuróticamente pasivo allí donde debería estar machacando desde el púlpito al estilo de Roosevelt y derramando dinero a espuertas para el trabajo de arrimar el hombro.
Como presidente, ha tenido una enorme capacidad de maniobra para poder meter en cintura a los «centristas» del Congreso: se aproxima un año de elecciones locales y los candidatos necesitan el dinero de su partido. Pero una vez en el poder, Obama ha resultado ser extrañamente frío y distante de las verdaderas preocupaciones de la gente. Pensábamos que estábamos eligiendo a un organizador comunitario del género de Saul Alinsky[3], y lo que tenemos es un profesor de Derecho de Harvard en la línea de «los mejores y los más brillantes» de John Kennedy, que nos llevaron a rastras a Vietnam.
El punto de ruptura, después meses de abrir la boca de asombro ante las traiciones de Obama, ha llegado para mí con su negativa, casi única entre los líderes mundiales, a prohibir las minas terrestres y bombas de racimo que matan niños. Su Departamento de Estado anunció esta vergonzosa política la víspera de Acción de Gracias, como queriendo hurtarla a la luz pública.[4] Obama continúa la política de Bush de negarse a cumplimentar la prohibición internacional de minas terrestres antipersonales conocida como Tratado de Ottawa y subscrita por 158 países.[5]
Es tan cruel e inútil: la mayoría de las víctimas es gente pobre del campo, muchos de ellos niños de la misma edad de las dos hijas del presidente.[6] Mueren a causa del «shock» o de la hemorragia lejos de un hospital, y los que sobreviven sufren amputaciones o ceguera.
No puedo evitar imaginarme a mi hijo adolescente hecho trizas porque haya sentido la curiosidad de recoger una atractiva bombita de racimo con alerones. ¿Por qué no puede imaginárselo Obama? Dado que la versión oficial es que los Estados Unidos ya no producen o despliegan [7] estas horribles armas, ¿por qué no prohibirlas? La respuesta es que «la defensa nacional lo precisa». Por favor.
Voté a Obama y trabajé duro por él en el año 2008, en parte porque admiraba a Ann Dunham, esa maravilla de madre suya, que, igual que la mía, tuvo en algún momento que sobrevivir con cupones de alimentos y crió a su hijo en los valores del feminismo progresista del New Deal. En su campaña, y hoy todavía, Obama invocaba repetidamente a su madre como «figura dominante de mis años de formación… los valores que me inculcó siguen siendo una referencia para mi…»
Si Ann Dunham estuviera hoy viva, acamparía -como hizo Cindy Sheehan, que perdió su hijo en una guerra innecesaria en Irak- en el exterior de las oficinas de la Casa Blanca y preguntaría: «Hijo, ¿qué estás pensando?».
Notas del traductor (con información de Matthew Bolton)
[1] Sigal se refiere aquí a un artículo publicado el 10 de diciembre pasado en The Guardian por el periodista británico Martin Kettle, Liberals should beware the lazy cry of betrayal, en el que, a propósito del discurso de Obama en Oslo, aconsejaba a los progresistas pensárselo dos veces antes de condenarlo prematuramente.
[2] John Yoo, profesor de Derecho en la Universidad de California en Berkeley, es considerado el arquitecto de la estrategia legal usada para justificar la práctica de la tortura en Guantánamo y otros lugares por la administración Bush.
[3] Comparable a figuras como Ralph Nader, César Chávez, Dolores Huerta y Jesse Jackson, Saul Alinsky (1909-1972) fue uno de los activistas sociales radicales más influyentes del siglo XX norteamericano. Nacido en Chicago en una familia judía ortodoxa, comenzó durante la Gran Depresión su tarea de movilización de las comunidades pobres urbanas «de Kansas City y Detroit a los barrios del sur de California» sobre una base de colaboración interracial. Hillary Clinton escribió su tesis sobre él y el mismo Obama se inspiró en sus métodos en su etapa de organizador social en el South Side de Chicago.
[4] Jody Williams, que compartió el Nobel de la Paz por su papel en la prohibición de las minas terrestres, declaró que «no podemos comprender esta decisión del presidente Obama de continuar con la política de Bush» [que supuso una regresión en su día respecto a la de Clinton]. «Esta decisión es una bofetada a los supervivientes de las minas, a sus familias y a las comunidades afectadas en todo el mundo». Patrick Leahy, veterano senador demócrata por Vermont, que apoyó a Obama en la carrera a la presidencia en 2008, criticó la negativa manifestando que «los EE.UU. son la nación más poderosa de la Tierra. No necesitamos estas armas y nuestros aliados hace mucho que las abandonaron. Es una oprtunidad perdida…»
[5] Pocos días más tarde de este anuncio, el 25 de noviembre, los más de 150 países signatarios se reunieron en Cartagena de Indias (Colombia) para examinar los avances en la erradicación de minas terrestres en zonas actual o anteriormente en conflicto. Al negarse a firmar el Tratado, los EE.UU facilitan la evasión de responsabilidades de otros países (39 en total) con idéntica postura como China, Rusia, Irán, Pakistán, Israel, Egipto, Cuba, ambas Coreas, Arabia Saudita, Vietnam, Laos, Libia, Siria, Marruecos, Birmania y hasta Finlandia.
[6] Sólo el año pasado las minas terrestres y otros ingenios similares mataron o hirieron a más de 5.000 personas, más del 60% de las cuales eran civiles y el 28% niños.
[7] Si bien los Estados Unidos no han hecho uso de minas terrestres desde 1991, guardan en sus arsenales más de 10 millones de minas antepersonales y 7,5 millones de minas antivehículos, y han utilizado bombas de racimo que esparcen «duds», ingenios explosivos que actúan de facto como minas, en Kosovo, Afganistán and Irak.
Clancy Sigal, reconocido novelista y guionista norteamericano, ha trabajado también como corresponsal de la BBC británica. Sigal nació en 1926 en un barrio pobre del Chicago de la Depresión, hijo de una organizadora sindical del textil que dirigió su primera huelga a la edad de trece años. Durante los años 40 y 50, él mismo fue activista sindical, militó en el Partido Comunista norteamericano y luchó contra el mccarthysmo durante su estancia en Hollywood como analista de guiones para la Columbia. Trasladado a Inglaterra, durante los años 60 trabajó con el (anti)psiquiatra R.D. Laing en la Philadelphia Association para el tratamiento de las enfermedades mentales y participó desde Londres en una red que daba refugio a desertores del ejército norteamericano en Vietnam. Entre sus guiones más conocidos se cuentan los de las películas In love and war (1996), de Richard Attenborough, sobre el joven Hemingway, y Frida (2002), de Julia Taymor, con Salma Hayek en el papel de la celebérrima pintora mexicana.
Fuente: http://www.guardian.co.uk/commentisfree/2009/dec/21/obama-landmine-ban-betrayal
Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón