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India

Modi, todo contra el islam

Fuentes: Rebelión

Hemos tratado de informar y seguir, casi hasta el aburrimiento, las operaciones que el Primer Ministro indio Narendra Modi lleva a cabo, desde su llegada al cargo en 2014, contra la comunidad musulmana de su país, la que representa “nada más” que unos 220 millones de creyentes. Cifra que convierte a la Unión India en el tercer país del mundo con población musulmana después Pakistán (240 millones) e Indonesia (236 millones).

Aunque es prácticamente imposible seguir las acciones islamófobas del actual jefe del Gobierno indio, incluso desde antes de llegar a su actual cargo cuando en 2001 se convirtió en el Ministro Jefe (gobernador) del Estado de Gujarat, iniciando su mandato con una matanza de más de 2.000 musulmanes, hecho por el que, a veintidós años de sucedido, todavía nadie pagó por nada.

En uno y otro cargo se repitieron, sin disimulo y a la vista del mundo, persecuciones, matanzas, secuestros, torturas, violaciones, desapariciones, linchamientos, ejecuciones ilegales, ataques a mezquitas y madrassas, manipulación mediática y cercenamientos de derechos constitucionales. Siguen en vigor leyes de censura a la prensa con graves penas a los medios y periodistas que las infrinjan, desplazamientos forzosos, saqueos y destrucción de viviendas y comercios, aplicando la ley del bulldozer en barrios y localidades enteras habitadas por esa minoría religiosa, particularmente en los estados de Uttar Pradesh, Delhi, Gujarat y Madhya Pradesh y Jammu Cachemira.

En vista de lo que actualmente sucede en lo que queda de Palestina, donde casi como en un espejo se ha repetido exactamente lo mismo que en India, habría que estar atentos a cuál pueda ser la próxima fase del régimen de Modi.

Teniendo en cuenta, además, la inédita sociedad que desde el 2017 y al amparo y aliento del entonces presidente norteamericano Donald Trump, se establecieron entre Nueva Delhi y Tel-Aviv -además de mutuas visitas de Estado entre ambos premieres nunca antes realizadas- multimillonarios acuerdos comerciales entre Benjamín Netanyahu y Modi, muy particularmente en el área de la industria armamentística.

Modi no solo alienta acciones directas de manera frecuente por parte de los grupos de choque vinculados a su partido, el Bharatiya Janata Party o BJP (Partido Popular Indio), y otras como el Sangh Parivar (familia de organizaciones), el Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS u Organización Nacional de Voluntarios), el Vishva Hindu Parishad (VHP, Consejo Mundial Hindú) y la Bajrang Dal (Brigada de Bajrangbali) (Ver: India la ultraderecha lo carcome todo), organizaciones convertidas en verdaderas bandas neonazis que operan como paramilitares, libres de cualquier control policial, para actuar contra la comunidad islámica.

En concordancia con estas acciones que buscan el exterminio y la expulsión de los musulmanes indios, se han implementado leyes -por vía de sus mayorías parlamentarias- que intentan acorralarlos cada vez más, como la Ley de Enmienda de Ciudadanía (CAA) de 2019, que el lunes 11 de este mes fue implementada después de haberla congelado tras las protestas que dejaron cientos de muertos en Nueva Delhi. Con dicha norma se intenta dejar sin nacionalidad a miles de ciudadanos indios de origen islámico.

La CAA solo se aplica para inmigrantes ilegales llegados desde Afganistán, Bangladesh y Pakistán hasta 2014, escapando de persecución religiosa. La ley solo se aplica a hindúes, sijs, budistas, jainistas, parsis y cristianos, dejando por fuera, claramente, a los musulmanes.

La ley trae aparejada otra intención más oscura, a lo largo de la historia india la pobreza extrema y el analfabetismo han sido dos flagelos legendarios, y más allá de los avances que ha tenido el país durante estas últimas décadas, continúan existiendo sectores amplios que no han sido tocados por esos cambios, particularmente en áreas alejadas donde la ausencia y la corrupción del Estado son una constante. Existen generaciones enteras de indios que jamás han obtenido documentación alguna, entre ellos muchos musulmanes, dada la conversión de muchos dalits o intocables cansados de la discriminación que sufren por el sistema de castas, que todavía sigue vigente.

Al carecer de documentos y pruebas para registrar la nacionalidad india, obviamente sin fecha de ingreso -hay que tener en cuenta que el islam ingresó a India de mano del Imperio Mughal, túrquico islámico que rigió el país desde el siglo XVI al XIX- no pudiendo acreditar su lugar de nacimiento ni su llegada al país, permite a las autoridades expulsar a todos aquellos no “registrados”.

Es bien conocido que la aspiración de Modi es convertir a su país en un Estado nacionalista-religioso, bajo el concepto de la Hindutva o principio de la hinduidad, más allá de que la nación constitucionalmente continúa siendo plurireligiosa, norma que no está lejos de ser cambiada. Teniendo en cuenta que todo indica que en las elecciones generales que se realizaran entre abril y mayo Modi, según las encuestas, será elegido para un tercer mandato y contará con el absoluto control del Parlamento, para reformar la constitución.

El largo sueño

El pasado 7 de marzo el primer ministro Narendra Modi volvió a visitar la ciudad de Srinagar, la capital de verano de Jammu-Cachemira, en el marco de la campaña electoral para las próximas elecciones, obligado por la circunstancia de que nunca su partido, el BJP, ha conseguido un escaño en Srinagar, al tiempo de intentar conseguir avances en la región del Himalaya, que también le ha sido muy esquiva a lo largo de su carrera.

Modi ha llegado a Cachemira por primera vez desde 2019, cuando tras su fortalecimiento por la victoria electoral de ese año decidió revocar el “Artículo 370” que durante 70 años otorgó autonomía al Estado de Jammu-Cachemira, de absoluta mayoría musulmana, lo que le permitió dictarse su propia constitución que daba protección jurídica, propiedad de la tierra y defensa de su cultura y religión.

La revocación, cuya excusa ha sido por “motivos de seguridad” y con el fin de “alinear a la región, a las políticas nacionales”, ha permitido al Gobierno federal dividir el territorio, poniéndolo bajo su control, y modificar los distritos electorales.

Para apoyar estas medidas, un largo sueño de la ultraderecha india, Modi envió más de medio millón de efectivos policiales, implementando un sistema represivo que lo asemejaba a la ocupación de un país enemigo, encarcelando a todos los políticos y dirigentes sociales. El interventor enviado por Modi en 2018, tras una ola de grandes protestas disolvió el Parlamento estadual, que recién será restablecido según la decisión del Tribunal Supremo, tras las elecciones que se celebraran “algún día” de septiembre.

Además el Estado de Jammu-Cachemira, durante más de un año y medio tuvo cortado el servicio de internet.

Las operaciones de Modi continuaron tras la derogación del 370 con el fin de modificar la ecuación demografía-religiosa de la región, Nueva Delhi impulsó a miles de familias hindúes a instalarse en Cachemira, dándoles facilidades para la compra de tierras y propiedades en general, lo que estaba prohíbo hasta el levantamiento del artículo. Se estima que con esta jugada Modi sumo más de dos millones de votantes al BJP.

Desde la partición de 1947, la región de Cachemira se ha convertido en el punto más sensible de la larga frontera entre Pakistán e India, de cerca de 3.000 kilómetros, lo que ha llevado a las dos naciones, con poder nuclear, a tres guerras (1947, 1961 y 1971) y centenares de choques de distinto calibre que también han sumado, a lo largo de la historia, miles de muertos. A principio de los años 90 se comenzó a producir una importante actividad de la insurgencia separatista, la que presumiblemente cuenta con apoyo de Pakistán, lo que ha mantenido al Estado en constante inestabilidad.

Cachemira sigue siendo, y ahora más, una de las regiones más militarizadas del mundo, con puestos de control del ejército cada muy pocos kilómetros no solo en la frontera con Pakistán conocida como “Línea de Control” (LOC por sus siglas en inglés), sino hacía todo el interior del Estado.

El periodismo sigue siendo una presencia molesta, por lo que aprobaron nuevas leyes para controlar su trabajo censurando cualquier crítica y habiéndoles quitado sus móviles y tabletas.

Los periodistas, que padecen constantes ataques físicos y detenciones arbitrarias, tienen vedada su entrada a “áreas calientes”, por lo que se desconoce qué está sucediendo en esas áreas, aunque no es difícil imaginar que todo es contra el islam.

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.