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Muerte y ascensión mediática de Karol Wojtyla

Fuentes: Rebelión

Viciosa es toda especie de contranaturaleza. La especie más viciosa de hombre es el sacerdote: él enseña la contranaturaleza. Contra el sacerdote no se tienen razones, se tiene presidio. F. Nietzsche, El Anticristo Italia, años 70. Llueve plomo. Circula un cínico adagio político. Existen tres cargos por los que merece la pena matar o morir. […]

Viciosa es toda especie de contranaturaleza. La especie más viciosa de hombre es el sacerdote: él enseña la contranaturaleza.

Contra el sacerdote no se tienen razones, se tiene presidio.

F. Nietzsche, El Anticristo

Italia, años 70. Llueve plomo. Circula un cínico adagio político. Existen tres cargos por los que merece la pena matar o morir. Papa, Secretario general del PCI (rondaba el 34,6%) y director musical de la Scala de Milán. Treinta años después, la transnacional fundada por unos desarrapados esenios en Palestina hace dos milenios (ver La formación del cristianismo como fenómeno ideológico de G. Puente Ojea) sigue a la cabeza de los grandes emporios, generando ingresos y noticias. El secretario general (cualquiera) ha pasado a mejor vida y hasta Riccardo Muti abandona la batuta de la Scala milanesa con media columna escondida en un periódico. El mundo camina siguiendo los dictados del capitalismo postindustrial hacia una moderna sociedad sin política, hacia la democracia de neón e hipermercado. Algunas cosas, sin embargo, permanecen. El poder terrenal de los cardenales y obispos, tan lustrosos y floridos, se hace cuerpo presente en los sótanos del Vaticano y en los bancos internacionales de negocios donde gobiernan con guante de cabritilla almas (conciencias alienadas o interesadas) y chequeras forradas en piel. Ha muerto el polaco Karol Wojtyla y el solio de Pedro anda vacante. La puesta en escena y la ancestral liturgia hacen de este hecho natural -un relevo en la cúpula directiva de una gran empresa- un acontecimiento espectacular. En el Vaticano, por lo visto, saben hacer las cosas.

A tenor de la magnitud del evento organizado y de las manifestaciones de histeria colectiva desatadas parece que la curia conoce bien la obra de Guy Debord (La sociedad del espectáculo) y los trabajos de los teóricos de la comunicación y la formación de masas (desde McLuhan hasta J.M. Floch pasando por Freud, W. Reich y P. Bourdieu). Tras más de dos mil años de agitación y propaganda, divulgando falacias en latín compuestas, entre otras cosas, por el misterio de la Trinidad, la resurrección de las almas, el juicio final, el cielo, el infierno y el purgatorio, la virginidad de María y demás ideas extraordinarias, se les presupone cierto conocimiento de la materia. Al fin y al cabo han concebido toda una línea de pensamiento mayor: la teología dogmática y la teodicea o teología natural (justificación racional de dios), entre otras muestras de su indiscutible talento creativo. Todo un festival. Luz y sonido, literatura fantástica, cámaras y bondades esculpidas en mármol como se ha podido comprobar estos días. Los fieles, así se les llama, llevan días cantando alegres canciones y rezando por el alma polaca en la plaza de san Pedro. La juventud del Papa luce sus mejores galas: faldas de tablas y ojos -mañana serán avizores- llenos de caritativas lágrimas. La frecuencia de los vuelos con destino a Roma ha aumentado estos días. La COPE dice que entre 200.000 y 300.000 españoles se han acercado a ver el evento. Ociosos y profesiones liberales. A los católicos españoles, acostumbrados a las tristes peregrinaciones al Valle de los Caídos, Lourdes o Fátima, Roma les debe parecer un destino ecuménico mayor. Algunos balcones lucen banderas de España con crepones negros. El caso es sacar la banderita. Y que España -la eterna, la impregnada de valores espirituales- siga españoleando.

Fundada sobre una falacia teórica -la existencia real y probada de Dios- la rígida estructura mundial de los católicos ha demostrado una innegable capacidad de adaptación. Poco importa que sean teólogos de la liberación o cristianos de base (condenados con fiereza y látigo por el polaco anticomunista); conservadores, integristas (salvo el francés Lefevre, expulsado por indisciplina) o reaccionarios. Todos coinciden en la misión universal de la infraestructura operativa montada por Pedro y Pablo de Tarso y en la dimensión espiritual y trascendental de la vida humana. El mensaje final, pese a las variantes -algunas de intenso contenido social y político- es monocorde: dios existe y su mensaje es de paz, amor y concordia. Huelga decir que para corregir desviaciones, llevar a cabo interpretaciones ajustadas a derecho (canónico), recriminaciones y demás cuestiones relativas a la pureza de las ideas y su doctrina, regenta el negociado el cardenal Ratzinger, Prefecto para la Congregación de la Doctrina de la Fe (el antiguo Santo Oficio, es decir, la Inquisición).

El polaco Wojtyla, máxima autoridad católica, era consciente de la liturgia exigida por los medios de comunicación. En tanto que devotos transmisores de la ideología dominante (la ideología dominante es la ideología de la clase dominante, anotó Marx), las cámaras necesitaban un espectáculo integral que incluyera agonía, últimas palabras (interpretadas por el astuto Navarro-Valls) muerte y ascensión. Juan Cueto lo ha contado en El País con fina ironía y conocimiento del medio audiovisual. Ni un plano picado ha sido dejado a la improvisación. Wojtyla, desde el más allá (en realidad, desde el más acá), ha actuado como un avezado realizador creando el clima necesario para provocar un espectáculo impresionante. Hasta Castro -él conocerá sus legítimos intereses y sus razones estratégicas- ha comentado su admiración por este cura polaco. La declaración de Dario Fo ha muerto el último comunista de Italia sólo merece una mueca de ternura. Será la edad, que no perdona.

A la muerte natural de Juan Pablo I, los cardenales electores (un cuerpo formado por cooptación, es decir, designados) nombraron al arzobispo de Cracovia (desde 1522 no se veía en la silla de Pedro un jefe supremo no italiano) que ha resultado ser un experto en marketing e ideología (si acaso no es lo mismo para el neoliberalismo). Durante su largo mandato, Wojtyla ha ignorado a la mujer y su condición de explotada en el mundo, ha humillado las diferentes identidades sexuales, ha condenado el aborto y el divorcio. Para qué seguir. El polaco, como corresponde a su trayectoria vital, ha sido un retrógrado. A los pobres del mundo, que le han venerado en todos los rincones, les ha dado palabras de consuelo para seguir siendo pobres (pero consolados). Los colectivos ignorados que reclaman su presencia en el seno de la organización religiosa tienen algo del síndrome de Dreyfuss. ¿Si eres judío en el XIX francés para qué quieres ser militar?¿Si se es homosexual o lesbiana -prácticas repudiadas por la chiesa– para qué se quiere entrar y ser reconocido en la cofradía de los ultramontanos? ¿Serán entristas y pretenderán un cambio radical desde dentro? En fin. Algo parecido se podría decir de los Teólogos de la Liberación. El Papa ha sido un campeón de la libertad, dice Aznar en El Mundo, su periódico. Es significativo que Bush padre, Bush hijo y señora, Clinton infartado y Condolezza Rice hayan corrido para postrarse ante el cadáver. El campeón de la libertad, ya lo dice Aznar. Comunión y Liberación, el Opus Dei y los Legionarios de Cristo -tres de las facciones más rancias de la estructura- han perdido a su principal valedor. La guardia pretoriana de fervientes polacos anda ya con las maletas. El cónclave se presenta movido ya que, pese a los últimos nombramientos de Wojtyla, parece que la correlación de fuerzas no está clara.

«Estamos en el siglo de las movilizaciones obreras, de los desfiles masivos del nazismo, de las aglomeraciones deportivas, de la muchedumbridad y la estandarización de lo personal. En el que Roma se aprovecha de esa mezcla de apología gooebeliana con dialéctica de partido de rugby. Añadiéndole el ritmo repetitivo del milagro electrónico, se produce en cada aparición papal el efecto de marea humana y baño de multitudes, donde alguno echa de menos el fondo telonero de cualquier conjunto musical, con el humo fingido y los rayos láser de las reuniones juveniles. Algo que cuesta trabajo creer satisfaga a los seguidores de Cristo a finales del siglo XX o que tenga alguna relación con las vivencias religiosas enseñadas por el Evangelio». Tomo esta larga cita prestada del libro Los papas y la iglesia del siglo XX de F. García de Cortázar y J. M. Lorenzo, gentes de orden.