El Himalaya se sigue contrayendo y ayer la tierra nuevamente tembló. Una vez más extensas áreas de ese pequeño país asiático que es Nepal han quedado devastadas. Las principales poblaciones, con su capital Kathmandu a la cabeza, no son hoy sino un amasijo de hierros, madera y adobes; parece que muy pocas construcciones han quedado […]
El Himalaya se sigue contrayendo y ayer la tierra nuevamente tembló. Una vez más extensas áreas de ese pequeño país asiático que es Nepal han quedado devastadas. Las principales poblaciones, con su capital Kathmandu a la cabeza, no son hoy sino un amasijo de hierros, madera y adobes; parece que muy pocas construcciones han quedado en pie. Ni aquellas más antiguas, construidas sin prisa y a conciencia, que sobrevivieron al terremoto de hace diez años, esta vez han resistido. En suma, el patrimonio cultural arquitectónico de este país ha desaparecido, el patrimonio humano está tocado de muerte y la conciencia mundial de nuevo se resiente.
Y una vez más la comunidad internacional, en primera instancia, centra ya su preocupación en la situación de sus respectivos nacionales. Éstos, masivamente paseaban por los valles, descansaban en los pintorescos pueblos, hacían trekking en la alturas o, directamente, trataban de alcanzar cualquiera de las impresionantes cimas de ese país. Montañas y valles que ayer rugieron, que nuevamente expresaron su protesta y enfado contra el ser humano, contra su inoperancia ante la vida, y contra su hipocresía ante sí mismos cuando en repetidas e iguales ocasiones cae en vacíos llamamientos a la solidaridad y a solventar de una vez por todas las causas profundas de estas catástrofes. Desastres que no son tan naturales como repetitivamente nos cuentan analistas de todo pelaje, expertos varios y, sobre todo, gobiernos e instituciones internacionales.
Hoy, cumpliendo ya el primer cuarto de este siglo XXI, sigue siendo tan evidente como hace varias décadas que la combinación de fenómenos naturales extraordinarios (terremotos, sequías, huracanes…) con condiciones socioeconómicas nefastas e injustas multiplica por miles los muertos y heridos. Es decir, la continua violación de los derechos sociales, económicos, ambientales y también políticos de las personas y pueblos, inciden en el agravamiento de las consecuencias de estas catástrofes. En los llamados países enriquecidos, aquellos que todavía hoy siguen siendo el primer mundo, estas situaciones no causan sino desperfectos físicos y, a lo sumo, algunos pocos muertos. Y no quiere esto decir que se respeten plenamente esos derechos, sino que las condiciones socioeconómicas son evidentemente mejores, aunque siempre mejorables después de los duros ataques del neoliberalismo en los años pasados.
Y a pesar de esta evidencia permanentemente ocultada, el cúmulo de declaraciones y de buenas intenciones declaradas por esa comunidad internacional de gobiernos y mercados, una vez más suenan como ya oídas hace diez, veinte o cincuenta años. De hecho todo lo que desde ayer escuchamos en la radio y en la televisión o leemos en la prensa ya sea digital o todavía en papel, es un calco exacto de lo mismo que esa comunidad dijo tras el anterior terremoto en Nepal, allá por abril del 2015. ¿Se acuerdan?
Y todo se afronta igual que entonces, o que cuando unos pocos años antes otro terremoto brutal se abatió sobre Haití, en 2010, produciendo como cosecha más de 200.000 víctimas mortales y el país quedo totalmente devastado. Movilización inmediata de la solidaridad verdadera, la de los pueblos, la de mujeres y hombres atónitos ante la tragedia vista en sus televisores. Medios de comunicación masivos desplazados inmediatamente a Nepal, al centro de la noticia, para trasladarnos esas crónicas de la fatalidad en directo durante los próximos cinco o seis días máximo; entrevistando especialmente a alpinistas y turistas occidentales y mostrándonos sobre manera sus odiseas personales para poder salir y regresar sanos y salvos al otro lado del televisor y a la seguridad del hogar.
Y por supuesto, primeros días de aviones especialmente fletados con cantidades grandes de ayuda humanitaria de primera e inmediata necesidad. Acompañados todos ellos por declaraciones de las autoridades competentes, incluso a pie de pista, con promesas de no olvidar al país y sus gentes en los meses venideros y de hacer un esfuerzo por destinar nuevos fondos económicos para la reconstrucción del país. Incluso, si recordamos el terremoto de abril de 2015, recordaremos también la cumbre mundial que se celebró en el mes de julio del mismo año en Londres para recaudar fondos para Nepal. También es cierto que no se alcanzó ni de lejos las cantidades que en las primeras estimaciones se habían hecho como necesarias para que la población de ese país recuperara tan siquiera sus anteriores escasas y escuálidas condiciones de vida. En dicha conferencia internacional las promesas, como había ocurrido anteriormente en Haití y en tan otros países empobrecidos, se empezaron a desvanecer. Ya había pasado el momento de las cámaras, los focos y los micrófonos, se habían enterrado a los muertos y, afortunadamente, los nacionales habían sido localizados y casi todos habían regresado sanos y salvos.
Por supuesto, hubo cambios después del 2015. Mucho del poco dinero recaudado que llegó a Nepal se utilizó principalmente para reconstruir y mejorar las dañadas infraestructuras turísticas. Incluso se aprovechó para terminar de borrar del mapa algunos barrios marginales de Kathmandu y alguna otra ciudad para poder construir nuevos complejos hoteleros. También se reacondicionaron los accesos al campamento base del Everest, y de otras cumbres, que hasta hoy contaban con más y mejores comodidades. El sector turístico nuevamente reinaba en la débil economía del país, aunque los impuestos de las empresas del sector, ninguna nepalí por cierto, fueran ínfimos. Y esto, a pesar de que muchos siguen contándonos que los sherpas viven muy bien y que el país avanzaba con las migajas del turismo que le han hecho además totalmente dependiente de esta entrada de divisas que occidente deja allí.
La infraestructura económica, de vivienda, de tenencia de la tierra, el régimen político y social, el sistema en suma, nunca cambió y, por ello, hoy una vez más millones de personas empobrecidas vuelven a llenar las interminables listas de muertos, heridos y damnificados en general. Diez años después volvieron a combinarse un fenómeno natural extraordinario con condiciones socioeconómicas injustas. Y esas mayorías empobrecidas nuevamente perdieron lo poco que tenían; pero el sistema sigue bien de salud, gracias. Lo volveremos a salvar. Una vez más, hoy, en mayo de 2025, la comunidad internacional (gobiernos y empresas, también gobernantes) volverán a enviar ayuda humanitaria urgente y ha realizar grandes declaraciones para limpiar siquiera superficialmente la escasa conciencia de este sistema que seguirá lucrándose con el Himalaya y sus gentes.
Jesús González Pazos. Miembro de Mugarik Gabe
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