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Nuestra rebelión urgente: entre las asimetrías de hecho y el derecho

Fuentes: Rebelión

Jornadas «Situación en el mundo del derecho a la rebelión». Tenerife, 28-29 de octubre de 2011

1. Su rebelión/contrarrevolución: nuestro presente

El capitalismo es una rebelión contra los límites de la condición humana, un proceso que es constituyente y al tiempo destituyente.
Si usamos correctamente esos términos e ideas acá expuestas por el compañero Santiago Alba Rico (1), podemos reconocer una prueba de ello en las famosas palabras de Sarkozy en 2008 cuando invitaba a «refundar el capitalismo». En ese orden, lo fundado constituyente es destituyente en su refundación práctica. También podría expresarse que lo revolucionario que instituyó límites formales hace no más de tres siglos, hoy es contrarrevolucionario. Lo demuestra la violación de esos límites, en forma de derechos, que somos los seres humanos y nuestro habitar planetario, es decir finito.

De ese modo, Sarkozy, como Merkel u Obama – da igual quién de ellos-, nos ponen de presente que un movimiento de profundización capitalista en la historia tiene ya no sólo lugar real sino que busca su plataforma mitológica. De hecho es un anuncio dirigido a la mente, como el disparo que apunta a la cabeza. Parecido al «Fin de la historia» que hace más de veinte años planteó Francis Fukuyama. Es una vuelta de tuerca de lo que ya fue enarbolado; la convalidación de su rebelión, que, puesta ya en marcha, espera ser reconocida como destino único de la humanidad. Su rebelión en sus tiempos y espacios, bajo sus leyes. No la nuestra.

Otros dijeron lo mismo antes que Fukuyama, como Friedrich Hayek. Y después. Como lo repiten hoy no sólo intelectuales y políticos del orden de la desigualdad sino nuestros vecinos, sus víctimas: desde el desempleado griego o el precario trabajador español, cuyas entrevistas multiplicadas nos enrostran en más de un programa de televisión. Dicen que están dispuestos a aceptar las reglas y a defenderlas. Que las normas del más despiadado neoliberalismo nos regulan y que no tiene posibilidad ningún otro sistema. De ahí que parcialmente podamos concluir que la más honda rebelión capitalista es la que ha traspasado eficazmente límites éticos de subjetividades, enraizándose como convicción o resignación, moldeando y mutilando franjas y revelaciones nerviosas, áreas de la sensibilidad y capacidades de nuestro cerebro y de nuestro atlas moral, del mismo modo que ha vaciado de resistencias y alternativas zonas enteras del mundo. Esa contrarrevolución ha materializado conquistas. Pero evidentemente no es completa ni puede perpetuarse.

Así, se han sucedido diversas etapas o ciclos en parte ya caracterizados, de una prolongada rebelión capitalista que está conformada de contrarrevoluciones (en plural), no siempre posteriores sino anteriores y preventivas, frente a los fantasmas de otras rebeliones o revoluciones que lógicamente el capitalismo asume como enemigas, combatiendo sus representaciones culturales, sociales y políticas para poder expoliar o saquear sin oposiciones.

Las estrategias conservadoras nacen, se reproducen y no mueren. Se transforman apenas un poco. No desperdician su experiencia o acumulados. Justo modifican lo que requiera la defensa del statu quo y el pillaje. En el caso de la presente es así. Estamos ante una contrarrevolución vieja que se renueva, que ha iniciado su carrera de fondo mucho antes que las rebeliones de hoy anidaran sus conatos. Si la comprobábamos paralela a las utopías socialistas, hoy la vemos francamente arquearse para dirigirse contra éstas mucho antes que lo sean y superen el embrión de inconformismo, no sólo colonizando revueltas apenas signatarias de valores liberales sino usurpando sus beligerancias y logros, codiciando y asegurando las riquezas y necesidades de sus pobladores y territorios físicos e inmateriales.

Estamos hoy frente a una suma de corrientes reactivas, que se agitan inteligentemente ante las perspectivas de ganancias y ante las amenazas que todavía no existen, pero que se predicen importantes, surgidas abajo, de luchas en diferentes frentes de batalla. De gente que entre sí ni se conoce ni se presiente; de colectivos en ciernes que desde hace décadas y hoy bajo el rótulo de la «indignación» se enfrentan en algún nivel a la misma lógica de barbarie; humanos y humanas que tratan de contestar de modo diverso a las diversas opresiones del mundo de hoy, en el marco del capitalismo real, en cuya revolución contra los límites no cabemos más que como víctimas y victimarios. La rebelión capitalista contra los límites no sólo acaba a sus enemigos: mata también a los hijos de sus gestores, depreda la naturaleza y destruye nuestra común potencia. En cambio, desde la esperanza y la lucha ejemplarizante de una transformadora rebelión que viene, como resistencia de los límites, por definición en su construcción cabemos todas y todos como creadores. Abarcaría también idealmente de los de arriba sus vidas sin opulencias y el futuro sin privilegios de sus hijos.

Esta utopía lleva no obstante una pesada carga. Hace 65 años George Orwell escribió la Rebelión en la granja para satirizar y criticar la alternativa de quienes luchando por la libertad, terminaban convirtiéndose en brutales tiranos. No sólo la incoherencia sino la corrupción del poder era el objeto de su fábula/denuncia. Hoy esta invectiva tiene algún vigor. Basta ver cómo se actualiza en parte por los silencios ante regímenes y prácticas que deberían ser objeto de repulsa, pero que son condescendidas por la conveniencia de alianzas. Históricamente, esa prevención/reacción (hoy neoconservadora y neoliberal), se ha alimentado de los errores y horrores de los intentos de revolución. No hay sólo calumnia, es decir mentira. También hay injuria. O sea descrédito a partir de los hechos.

Contra esa acusación estamos reunidos reflexionando sobre el derecho a la rebelión. Contra el estigma de ser los cerdos en esa granja, seguimos profesando una especie de fe pueril en la liberación o en la emancipación del ser humano y en la mejora sustancial de nuestro habitar en el planeta, respetando la Madre Tierra. En este ejercicio, podemos ser ingenuos e ingenuas al especular puristamente sobre el nuevo movimiento de la historia a partir de las nuevas rebeliones conciliadas, o al pensar éstas sin las contradicciones propias, más cuando implican violencias explícitas, o al pensarlas sin las contradicciones que justamente impugna el ser rebelde, de las que se defiende y a las que por lo mismo ataca. Esto no significa cinismo sino reconocer la complejidad no sólo fáctica sino moral de este tema que repensamos en esta isla, simbólica, en la que nos hemos convertido los que creemos desafiar éticamente un orden, en medio de un océano de realismo, de cálculo, de fatiga.

2. La banalización de la rebelión y el filtro de las alianzas

Compartida la conjugación señalada por Santiago Alba Rico, se insiste en ella para ahondar en un debate. Efectivamente, los dos conceptos del derecho a la rebelión se hacen uno, se enlazan los dos términos, y al tiempo por su naturaleza se distinguen de cualquier otro fenómeno, por constituir en sí misma una fuente de rebelión y de derechos, superadora de opresiones estructuradas. Ese carácter de fuente es por lo tanto irrebatible. Por ello, quedan comprendidas en su horizonte las luchas que buscan hoy garantías reales de poder democrático de pueblos históricamente violentados y marginados, es decir tienen derecho a rebelarse cuantos pueblos sean objeto de servidumbres y violencias sistémicas que burlan su libertad real, su futuro, sus aspiraciones de igualdad y bienestar. Si tales procesos de remoción de regímenes injustos expresan el valor de la rebelión, en Egipto este año, por ejemplo, lo es con igual razón, a la luz de las necesidades y las implicaciones de su ejercicio, el derecho a resistir a la ocupación en Palestina o a rebelarse contra el terrorismo de Estado o contra la lógica homicida y suicida del capitalismo global que objetivamente mata a miles de seres humanos cada día y que condena a mayor miseria a la mayor parte de la humanidad, vivida como se vive la opresión en extremas condiciones.

La rebelión, nuestra rebelión, contra la rebelión del capitalismo destructivo, es por tanto la resistencia de los límites ante lo que nos esclaviza. Por definición, ese derecho a rebelarnos tiene y contiene límites. Su potencia está demarcada por el principio conocido de «no todo vale». Contra eso se rebela. Contra la sentencia de que «todo vale» y de que «todo tiene precio». Mandamiento éste que nos domina sin contemplaciones, es decir sin límites, traducido en el también conocido axioma endilgado a Maquiavelo: «el fin justifica los medios». Si su rebelión capitalista mata hasta el suicidio, la nuestra se defiende. No sin dilemas y sin discernimiento de los mismos, sobre medios y fines. Se resiste en nombre de los límites, a partir de los límites. Nuestra rebelión es y debe ser vidente y certero límite material y moral frente a lo que mata. En otras palabras, copiando a Mario Benedetti en su poema Contraofensiva: «Si a uno le dan palos de ciego, la única respuesta eficaz es dar palos de vidente».

Compartida también la impugnación que retoma la palabra rebelión para señalar el orden capitalista que se rebela destructivamente contra los límites, definida su rebelión dominante y cerrada frente a la nuestra, dominada y abierta, debe no obstante advertirse que hablamos de rebeliones no sólo diferenciadas sino opuestas. Ese deslinde es fundamental. Reitero por eso la referencia a otro gran escritor del Sur. Vuelvo a recordar a Cortázar (2). Sólo para decir que el concepto de rebelión, siempre un paso adelante de nosotros, vuelve a enfermarse y a ser robado. En consecuencia, debemos mantenernos alerta, más ahora de cara a las alianzas que se suponen liberadoras y un «mal menor», no sólo aceptadas sino promovidas hipócritamente en nombre de la defensa de los derechos humanos.

Tal es el caso de posiciones como la de Vicenç Fisas, que se presumía era un autor pacifista. Mientras no pide lo mismo para situaciones como la colombiana, que conoce, y en la que funge como asesor, explicaba en relación con Libia: «No todas las intervenciones militares son defendibles, pero algunas tienen razón de ser. Y ahora lo que toca es apoyar a todas las revueltas populares de los países árabes, con medios políticos, sociales y económicos, y si alguna de estas revueltas es ahogada por las armas de un tirano, es menester darle respuesta con otros medios, para frenar la embestida y crear una situación donde luego sean los medios políticos los que discurran. Es la doctrina del mal menor lo que justifico, siempre y cuando no sea convertido en exponente de todas las virtudes, porque la guerra, siempre, es lo contrario de la virtud. No se olvide. Pero tampoco podemos dejar de ver que Gadafi ya realiza una guerra contra sus ciudadanos, y eso hay que pararlo como sea y con rapidez, aunque nos crea contradicciones y malestar interno» (3).

Esas alianzas son aprobadas abstrayéndose de una realidad política y moral, no solamente a partir de un historial sino de una proyección estratégica, pues resultan tejidas como coaliciones con el imperialismo (y sus aristas de neofascismo y sionismo), ¡nada menos!, cuya impronta se dispensa o excusa, arguyéndose excepcionalidad, oportunidad y temporalidad, en tanto aquel imperialismo y su fuerza bruta es «condición de posibilidad» o motor de eficacia y «realismo» de las denominadas nuevas «rebeliones», así hipotecadas, colonizadas, envenenadas y desvirtuadas por criminales más poderosos que los que aquellas rebeliones pretenden derrocar. Libia es un clarísimo ejemplo.

En septiembre de 2011 vimos a Sarkozy y a Cameron allí, en la primera línea del triunfo «revolucionario» junto a los jefes «rebeldes», cuyas hordas sodomizaron un mes después a Gadafi antes de ejecutarlo. Ahí quedaron representados los valores de esa alianza civilizatoria, de la que participó España, parte de ese conjunto que en nombre de la rebelión se reclamó en la práctica como garante de un nuevo orden de libertad, progreso y democracia. Tal francés no es en absoluto ni Robespierre ni Danton, y tal inglés no es Cromwell, el controvertido político y militar inglés que es recordado como regicida y como genocida de irlandeses. Sarkozy y Cameron, a partir del alegato utópico de los valores de la rebelión como humanismo, deben quedar en nuestra retina del mismo modo que los inspiradores de esa intervención, junto a los bárbaros que torturaron y asesinaron al ya destronado tirano libio, que al menos murió rivalizando.

Un simple repaso a diarios y libros de este convulsionado 2011, por ejemplo en España, nos enseña a la derecha de los partidos PP y PSOE tratándose como rebelde. Antes se mostraba igualmente como indignada. No es una caricatura. En tanto la indignación es una implosión en la esfera subjetiva, el rechazo que supone o expresa a algo injusto puede llegar a ser tan ordinario o común como factible es el gesto en una caída, sin comprometer más allá. Pero no debería ser así con la rebelión, que no es lo mismo que rebeldía a secas. La rebelión en su dimensión objetiva y colectiva no puede ser trivial. Sin embargo nos la tratan de confundir como si se tratara de una alharaca. Nuestra y de ellos. Basta ver atentamente la realidad para comprobar la banalización del término rebelión, tergiversado y abusado por la prensa, por ONGs y artistas también triviales, por los llamados formadores de opinión y por personas con acceso a cualquier micrófono y tribuna, muy lejos de los sufrimientos que causa el capitalismo y sus guerras. Tal hurto hace parte sutilmente de la estrategia de contrarrevoluciones que están en curso. Los ladrones del nombre rebelión son además dirigentes homicidas. Con sus decisiones matan hombres y mujeres, por lo general muy pobres y en estado de indefensión. Sus violencias no son juegos de niños. Producen letales resultados cada hora.

Ha sido así estos meses en los que verdaderos gritos de rebeldía se han asimilado como rebeliones, sin serlo del todo o estrictamente, no porque aquellos que protestan se hayan propuesto falsear o engañarnos, sino en tanto el concepto se ha usado sin distinción, cuando correspondía el término en su mayor profundidad y autenticidad a la idea de revuelta, con vocación de ruptura, no de renovación; en situación de inferioridad manifiesta; no mediante alianzas con el poder. No era necesariamente una «revolución», en la máxima representación que podemos hacernos. Pero tampoco la rebelión era un simple tumulto, por más serio que éste sea, si esa convulsión no logra trastocar instrucciones del Capital. Por eso vale considerar a la defensiva que el concepto de rebelión debemos cuidarlo de su vaciamiento o de su vaguedad.

En ese sentido, nos ayuda poner el dedo en la llaga, que es ponerlo primero sobre las líneas de cientos de proposiciones semejantes erigidas a lo largo de siglos como fundamento de la rebelión en diversas culturas e ideas políticas o en tradiciones humanistas, condensadas en un texto sobre el que hay que poner el dedo y la mirada. Una cláusula elaborada en parte por signatarios de poderes que llegaron a reconocer o considerar esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión (Preámbulo de la Declaración Universal de Derechos Humanos. 1948). Otro pasaje del mismo espíritu, de siglo y medio antes (1793), nos lo recuerdan hace unas semanas los llamados «indignados» en Madrid en su manifiesto de una nueva dignidad rebelde (ver rebelión.org): «Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo la Insurrección es para el pueblo y para cada porción del pueblo, el más sagrado de sus derechos y el más indispensable de sus deberes» (Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano).

Acá debe hacerse una aclaración polémica. Si bien el derecho a la rebelión comprende o incumbe muchas formas de disidencia llamadas «no violentas», «ciudadanas» o «civiles», también concierne directamente al derecho a la lucha armada en cualquiera de sus escalas, del modo que ésta sea en ese horizonte y espíritu de defensa, resistencias y construcción de alternativas ante la opresión. Hace unos meses decíamos: en un mundo de violencias, ser pacifistas no debe ser de ningún modo un requisito ni para el respeto ni para el razonamiento entre las fuerzas de Izquierda. La pregunta que debe nacer con el diálogo es otra: qué injusticias están en la base de ese sufrimiento que lleva a mujeres y a hombres a decir ¡ya basta!, ¡no más!

Negar estas preguntas hace parte de ese vaciamiento y filtro de las alianzas que pretenden anular el ejercicio de la rebelión por parte de unos y admitir su eventual recurso sólo por otros. Nos vienen otra vez a decir los Obama y la OTAN: ¿»rebeliones»?, «las justas», «las nuestras». Es decir «las adecuadas», las que ellos puedan «colonizar»: las que en su concepto son «justicieras» y las que son apenas «precisas». En número, razón y arquetipo. Rebeliones de diseño frente a rebeliones auténticas. Se admiten las del Capital. No las del grito desesperado y esperanzador de alteridades rebeldes post-capitalistas.

Vale por lo tanto exponer una tesis que puede verse como maximalista y purista, que persevera fuera de toda vanidad ética sin que el cálculo instrumental de eficacia pueda imponerse como razón: una rebelión de la mano de los mayores responsables del sufrimiento en el mundo, como lo aconsejó Fisas – entre otros que se reclaman de Izquierda -, representada su entidad criminal en el capitalismo global armado que encarna la OTAN, es una rebelión contrahecha o suplantada. Es de nuevo la rebelión del capital que usa los límites y los derechos humanos para traspasarlos ahora mismo y más adelante. Si bien siempre asiste el derecho a la rebelión de los pueblos contra la injusticia estructurada, se revistan o no de soberanos y progresistas los regímenes tiránicos que las fomentan y ante los que se levantan legítimamente esos pueblos, como era el caso de la Libia de Gadafi, ese derecho a rebelarse de los pueblos sufrientes lo es también contra el Imperio cómplice de esos regímenes. Por lo tanto, no debería ser el proceso de revuelta el acelerador o justificante de una pretensión y de una operación imperial, de la proporción que ésta sea, por más civilizado y razonable que se nos venda ahora su discurso, como sucede con el llamado «derecho a proteger».

Por el contrario, nuestra rebelión trata de otra cosa: de la aspiración de elemental coherencia, sin la cual se paga un precio ante el que efectivamente espera una oferta. El límite ante la rebelión capitalista es no tener ni pagar ningún precio ante ella, sino combatirla. Por lo tanto, las reflexiones sobre lo que acontece y puede sobrevenir con las alianzas, sobre sus características y alcances, deben constituir una tensión permanente para ser resuelta en la Izquierda con posiciones congruentes. Si el «vale todo» excepcional manda, y manda en la alianza quien nos subordina, pues ellos ponen las condiciones, la rebelión de los límites se desdice. No tiene que ser nuestra encrucijada la de los que caminos que marque el Imperio. Habrá otros caminos entre el realismo y el idealismo. No sólo está en ello nuestra creatividad o inteligencia sino nuestra razón de ser moral o nuestro testimonio.

Si tal tensión se pierde o se resuelve a favor del Imperio y de otras redes criminales, ¿con qué autoridad se va a exigir ahora y en el futuro que una insurgencia no se alíe para ganar fuerza por ejemplo con el narcotráfico? La rebelión si bien impone un realismo y movimientos en una praxis histórica, lo impone no como pragmática promiscuidad sino como dialógica y negociación en el marco de unos valores de emancipación, de una exposición idealista, de un memorial utópico, superador de negaciones, miserias y perversiones. Esa línea de continuidad y no de antagonismo entre rebelión armada y solución política, como acá lo señaló el periodista Unai Aranzadi recordando a Nelson Mandela, se explica en ese horizonte. Y puede ser lo que dilucide el fin de la actividad armada de algunas organizaciones político-militares. Es lo que buscamos en Colombia: que los valores de la rebelión como necesidad histórica sean los que configuren una salida política con reformas urgentes a favor de las grandes mayorías hoy despojadas de un futuro de dignidad.

3. Apuntes críticos sobre el derecho humanitario

Se ha mencionado en estas Jornadas el papel del derecho internacional. Del Derecho en general. Ciertamente es una cuestión clave en la lucha no sólo contra políticas que niegan la rebelión sino que la persiguen como terrorismo. Hay sin embargo un quiebre a asumir, en relación con la crítica a la supuesta neutralidad de tal derecho internacional en particular, pues existe un punto de vista basado en la falsedad, desde el cual no importarían los orígenes de tal derecho, ni la manipulación de la que es objeto ni su inclinación a determinadas formas e intereses, en el contexto de las relaciones de poder global. Es la norma; se considera sagrada y punto. En cuanto a la guerra, de esa idea se desprende otra: sean o no iguales los contendientes, a ambos se les prohíbe actos de barbarie. Esa sería la justificación virtuosa.

No obstante, otra es nuestra visión, sin que signifique el menosprecio de lo logrado en el Derecho en general, y específicamente en el derecho internacional como intento de regulación y límite a los poderes y relaciones de gobiernos e instituciones derivadas. No puede asumirse cautamente el estudio sobre las resistencias o rebeliones sin desarrollar siquiera en un básico nivel la crítica a tal ADN o genética del Derecho, la actualización del «ius communications» producido en el transcurso de siglos de institucionalización del capitalismo, como legitimación y empleo de los resultados del «derecho a la conquista», es decir de la lógica del genocidio y del saqueo, que es la historia del sistema de avasallamiento que nos somete.

Nadie puede negar tal naturaleza selectiva del derecho internacional, dentro del cual está el derecho que denominamos «humanitario», que es, sin embargo, un conjunto de enunciados que se nos convierten marginalmente en resquicios progresistas, que nos sirven para refutar agresiones contra los pueblos. Por eso cuando señalamos qué hace Israel en Palestina, como lo ha analizado de forma cabal la compañera Lidón Soriano en estas Jornadas, o qué estrategia ejecuta el gobierno colombiano, como lo ha ilustrado acá mismo el compañero Javier Orozco, o qué hace Estados Unidos o la OTAN, en esos cuadros, acudimos a esa normativa, acusando con razón de crímenes a tales poderes. Y lo seguiremos haciendo. Al usarlo no renunciamos a una hermenéutica desde las narrativas de los pueblos, que signifique reinterpretar idealmente el papel del Derecho, del derecho a la lucha y a los límites de esas luchas, de tal modo que puedan sujetarse y ser constructivas. En suma, la aspiración de cimentar un derecho menos torcido, para establecer garantías de derechos (como acá lo ha analizado lúcidamente Enrique Santiago (4) y Santiago Alba Rico), más cuando hablamos de leyes y costumbres de la guerra, cuyo sentido ha sido tan costoso siempre a los seres humanos más desarmados y sufrientes.

Dar valor a un Derecho que en sus instituciones progresistas nos pertenece, no debe sin embargo soslayar una tremenda verdad, que queda dicha en la parábola que cito, contada en 1928 por Winston Churchill (referida por Negri y Hardt en «Multitud»): «Érase una vez que todos los animales del zoológico decidieron desarmarse y renunciar a la violencia. El rinoceronte proclamó que el uso de colmillos era una barbarie y debería prohibirse; en cambio, el uso de los cuernos era básicamente defensivo y debería estar permitido. El ciervo y el puerco espín estuvieron de acuerdo con eso. El tigre, en cambio, se manifestó en contra de los cuernos, y defendió los colmillos e incluso las garras como instrumentos honorables y pacíficos. Por ultimo, el oso se pronunció en contra de los colmillos, las garras y los cuernos, y propuso que siempre que hubiese desacuerdo entre los animales se resolviese con un buen abrazo».

Si bien el derecho humanitario ha sido impulsado por iniciativas basadas en la indignación, en el repudio de la indolencia, en sentimientos de solidaridad, también es en gran medida fruto del cálculo del poder, no sólo de lo que conviene reglamentar en la contienda de David contra Goliat, legislando este último, sino entre contendientes más o menos similares, digamos simétricos. Doy una referencia:

«Preocupado (el zar Alejandro II) por el hecho de que los británicos, con los que el imperio ruso estaba entonces en un estado de guerra larvada por la posesión de Asia central y el acceso al Océano Índico, habían desarrollado un tipo de balas huecas llenas de material inflamable y, más tarde, de balas explosivas, el emperador pensó en prohibir el empleo de tales balas por sus ejércitos. Sin embargo, por temor a que sus tropas estuvieran en inferioridad de condiciones si las privaba de esa temible arma, decidió que prohibiría su empleo sólo si los otros soberanos también se comprometían a hacerlo. Así pues, el Gabinete Imperial convocó a una conferencia, en la que se aprobó la Declaración de San Petersburgo del 29 de noviembre – 11 de diciembre de 1868. En ésta se establecen los principios fundamentales del derecho relativo a la conducción de las hostilidades y se prohíbe el empleo de proyectiles explosivos de menos de 400 gramos».

Así se ha construido gran parte del llamado derecho de los conflictos armados y en particular del derecho internacional humanitario, cuyos valores formales podemos suscribir, desde el lado de las víctimas, de quienes tienen derecho a su integridad y seguridad, a su desarrollo y a la paz, como también tienen derecho a luchar por las justicias posibles para la reproducción de la vida. Una y otra vez conminamos y contaminamos así de visión desde los pueblos, y diríamos, por qué no, de una visión de clase, más amplia y expuesta, por supuesto, para desmitificar y desacralizar el derecho humanitario, para deconstruirlo, según hemos propuesto.

El derecho internacional humanitario en su lógica tendencia ha tratado de englobar, homogeneizar o uniformar en los últimos 100 años, no sólo contra la diversidad de contextos y conflictos sino contra el verdadero desequilibrio de las partes contendientes en muchas de las confrontaciones. Ese desequilibrio no es un dato marginal. Es central. Es lo que explica que una parte acuda a recursos no convencionales, a medios o formas irregulares y por lo general ilegales a la luz de la visión oficial, como la llamada «guerra de guerrillas», que va hasta la Antigüedad, nominalmente fijada en nuestra cultura jurídica occidental y registro histórico desde la guerra de resistencia española a la ocupación francesa a comienzos del siglo XIX, por ejemplo. Forma de guerra que está plenamente vigente en la Colombia de hoy.

Ahora bien, parte de la ofensiva que antes califiqué como «contrarrevolucionaria», de largo plazo, bulliciosa como ha sido en las guerras explosivas y de rapiña (en escenarios sin «sujeto revolucionario» o revolución alguna en marcha, como en Afganistán o Irak), o silenciosa como en los amplios procesos de criminalización que se viven en países de todas las latitudes, ha sido no sólo burlar ese derecho internacional, desdibujando sus escasas posibilidades vinculantes, sino reorientándolo hacia la matriz de su denominado anti-terrorismo, de tal modo que resulten condenables por todo el público espectador los medios y modos que son propios de la rebelión, de la desobediencia, de las luchas de los de abajo, en inferioridad de condiciones, y que no necesariamente o por definición son «salvajes», que no son en sí mismas oposiciones perversas. Nos resultan ahora automáticamente condenables por una inversión aguda, por una compleja transferencia de desvalores que se nos ha hecho.

4. Desigualdad de fuerzas que transcurren, asimetrías declaradas y asumidas

Siendo cada vez mayores las ventajas de una parte, no sólo las militares (armas), sino las jurídico-políticas (instituciones de control social), así como las económicas (desde el mercenarismo hasta la ecuación fiscal), se nos viene a decir normalmente que es el poder opresor el que está sufriendo la desigualdad, la disparidad, el que está en desventaja. Por eso se nos dice que la rebelión, ante «democracias» atacadas y no ante tiranías, no puede ser más que terrorismo, y a su vez se nos traslada que éste, el terrorismo, no es más que una amenaza asimétrica. Daniel Innerarity, profesor vasco de filosofía social y política, se refirió hace unos años (2004) a la «nueva asimetría del mundo» (ver en la Web) destacando lo siguiente:

«Las constelaciones simétricas se caracterizan porque en ellas la capacidad de matar y ser matado está tendencialmente repartida por igual. La asimetría suprime radicalmente este equilibrio: una parte pretende llevar a la otra a una posición de completa inferioridad, incluso indefensión. Donde mejor se ejemplifica esta asimetría es en el desequilibrio que representan los atentados suicidas. Y es que forma parte de la simetría del combate suponer que el enemigo, aunque realice acciones que ponen en peligro su vida, no quiere morir. Ahora bien, quien no se contenta con el riesgo normal del combate y decide morir obtiene unas ventajas estratégicas que le convierten en un enemigo muy difícil de neutralizar. La conducta de un combatiente del que se supone que no quiere perder su vida en el intento es calculable; un enemigo suicida introduce un desequilibrio imponderable, una asimetría radical». Agrega más adelante que las sociedades menos desarrolladas o heroicas «están en condiciones de sostener una guerra de guerrillas. Contra la capacidad de aceleración de un enemigo tecnológicamente superior lo único que pueden hacer es desacelerar el curso de la guerra. Incapaces de decidir la guerra a su favor por medios militares, la transforman en un proceso de desgaste y desestimiento. Las formas recientes de terrorismo son variantes de dicha estrategia para transformar la desigualdad en una ventaja».

Visto así, podrían ser compartidas algunas conclusiones, pero no rotundamente la que asigna o asocia la carga de terrorismo sin distinción con el derecho a la rebelión. Tal conexión que deviene de una abstracción nos resulta repudiable. Hay otras dimensiones más graves que no podemos omitir. José Vidal-Beneyto afirmaba acertadamente también en 2004:

«Desde la vieja perspectiva de la moral de la violencia, ¿qué es más reprobable, servirse de la propia superioridad en armamento para conseguir la victoria mediante el exterminio, totalmente impune (táctica del cero muertos de las fuerzas de EE UU), de una población enemiga de militares y civiles o utilizar el propio cuerpo como arma letal, decidiendo morir para matar (agresiones suicidas de Hamas)?… ¿cuál de los dos comportamientos es más propiamente terrorista? El hecho de que la agresión provenga de fuerzas formalmente militarizadas, ¿reduce o aumenta el perfil terrorista de este tipo de acciones? …la tecnociencia y sus avances borran la distinción entre guerra y terrorismo (cuando los bombardeos masivos son gracias al desarrollo tecnológico, indetectables y los efectos de intimidación / terror que originan en la población civil son irresistibles, ¿estamos o no estamos, por muy colaterales que se declaren los muertos civiles que causan, en territorio terrorista? (6)».

Continuemos en la consideración de las guerras asimétricas, como Hardt y Negri nos lo pusieron de presente hace unos años, pensando cómo es que una guerra en cuya espiral se ponen a salvo sectores de poder, se degrada al punto de no ser conscientes éstos del sufrimiento generado, por lo tanto de la necesidad de superarla racionalmente. Nos explican acertadamente: «Con la insistencia en una guerra sin bajas, y en la asimetría tecnológica de las fuerzas armadas predominantes con respecto a las demás, el arte de la guerra queda privado de su rostro social y omite el problema de los cuerpos y de su poder». Afirman: «Cuando los líderes de Estados Unidos imaginan una guerra sin cuerpos, o sin soldados, naturalmente se refieren solo a los cuerpos de los soldados estadounidenses. Los de los enemigos ciertamente están destinados a morir (y a menudo, no se informa de las bajas enemigas civiles y militares, o ni siquiera se calculan). Con esa asimetría, cada vez resulta más difícil abordar la contradicción, porque solo uno de los bandos carece de incentivo para poner fin a la guerra. ¿Qué incentivo para concluir la guerra tiene la potencia que no la padece?» (Ver «Multitud»).

El poderoso, emplazado formalmente a limitarse en lo que hace, no suele actuar regulándose. Dispara siempre que puede su ferocidad y sus pertrechos. Sin límites, sin ética de reproducción de la vida, sin orientación utópica del bien común. Su interés no es público sino privado. A más poder menos límites. Como la globalización capitalista, en la que se inscriben las guerras hoy día con su asimetría técnica y formal, que es dramática, objetivamente mortal para las víctimas más indefensas. No sólo para quienes combaten de ese lado precario. Tal asimetría en la guerra se alimenta de asimetrías causales. De la economía neoliberal entre otras fuentes. La que hoy produce más indignación y más luchas, más pobres y más pueblos empobrecidos.

Esos sujetos «en pie de indignación» vienen de la derrota. Cuando combatieron y cuando combaten hoy, una doble pero ineludible desventaja les marcó, les marca y les marcará. Nace de su demostrada inferioridad física – material y de su factible auto-contención. Resisten impugnando ese orden y, bajo esa sujeción, al contrario de la impunidad e inmunidad de los de arriba, se ven severamente coartados y expuestos a las sanciones; quedan los rebeldes involuntaria o forzosamente cercados, tanto por su escaso alcance en lo militar, como subordinados por una situación política y jurídica que les sentencia. Existen así supeditados por lo de afuera, pero además limitados dentro: por mandato o voluntad conforme a un ideario y a su propuesta de moralidad. Desenvuelven sus alternativas, todo un nudo que deben discernir, que les conmina a no traspasar normas cardinales. No vale una declaración formal. Los rebeldes deben recobrar y enfrentar con lucidez y honradez la tensión y los dilemas de sus hechos. Pueden decaer, como su enemigo, en actores cínicos, y su proyecto de transformación habrá acabado. O pueden luchar comprometidos con límites.

Se regulan; es cierto. Una exhortación y una tensión éticas les atraviesan. Sin duda. Diríamos que hace parte de su figurada naturaleza, pues incumbe a su declarado ser rebelde. Esto no es retórica. Ni es retórico decir tampoco que la desventaja, en la dilatación de sus resistencias, puede convertirse en potencia, en probable y probada superioridad.

Pero digámoslo sin idealismos o mentiras. El rebelde tratará de hallar contrapartidas. No podemos llamarnos a engaños. Si se acusa a la lucha rebelde, cuando no de injusta moralmente, de ser ineficaz, no podemos esperar que tal ineficacia sea todavía mayor renunciando a esos posibles contrapesos, como ha sido, es y será su lógica actuación irregular o no convencional, sin que de por sí esto sea ilegítimo. Como no lo fueron las violentas actuaciones de la resistencia francesa, por poner un ejemplo, contra la ocupación nazi.

Saramago advirtió de «una engañosa mistificación sobre la desigualdad de fuerzas» y no saber apreciar o interpretar los sentidos de tal diferencia, como la que había según la tradición bíblica «entre los brutales cuatro metros de altura de Goliat y la frágil complexión física del rubio y delicado David». Escribió:«Dicha desigualdad, enorme según todas las apariencias, quedaba compensada e invertida a favor del israelita gracias a que David era un muchacho astuto, y Goliat, una estúpida masa de carne; tan astuto era el primero que, antes de ir a enfrentarse al filisteo, encontró en la orilla de un riachuelo que había por allí cerca cinco piedras lisas, que metió en la alforja; tan estúpido el otro, que no se dio cuenta de que David llegaba armado con una pistola… no parecía una pistola, no tenía cañón, no tenía culata, no tenía gatillo, no tenía cartuchos; lo que tenía eran dos cuerdas finas y resistentes, atadas por los extremos a un pequeño pedazo de cuero flexible, en cuyo hueco la mano experta de David colocó la piedra que, desde lejos, partió veloz y poderosa como una bala contra la cabeza de Goliat (…) Las piedras de David han cambiado de manos, ahora son los palestinos los que las arrojan. Goliat está al otro lado, armado y equipado como nunca lo ha estado soldado alguno en la historia de las guerras, aparte, claro está, del amigo norteamericano. Ah, sí, las horrendas matanzas de civiles causadas por los llamados terroristas suicidas… Horrendas, sí, sin duda; condenables, sí, sin duda, pero a Israel le queda aún mucho que aprender si no es capaz de entender las razones que pueden llevar a un ser humano a transformarse en una bomba» (7).

Esto resulta crucial para el planteamiento que pretendo recalcar: debemos admitir que una parte fuerte tendrá unas ventajas considerables, como las tiene la OTAN, y que quizá otra parte, una insurgencia del tipo que sea, supongamos los zapatistas, tiene o tendrá otra clase de ventajas. Es absurdo aspirar a una simetría material, en la hipótesis como en la realidad. Es fatal y suicida. Es inalcanzable el poder bélico que ostentan las potencias a nivel global, y en los mapas regionales, nacionales y locales, con sus alianzas, de gobiernos, castas, empresas, ejércitos y regímenes opresores. Siempre tenemos la opción de denunciar esa asimetría, ese desequilibrio, ese mortal acumulado de poder.

Es lo que resulta de una personal y mecánica reacción ante tal desigualdad de fuerzas: demandar simetrías como ideal de equidad y equivalencia. Como tradiciones revolucionarias lo ensayaban y proyectaban: ejércitos análogos, armas semejantes, magnitudes parejas, cuerpos similares. Mejor es, en el terreno de las luchas rebeldes y sus utopías, asumir esa asimetría, quedarnos en ella, no como condena, sino como marco de referencia, para que otras formas de lucha popular se produzcan e incorporen, para que sea más amplia la resistencia, donde quepamos todos-as, para que in/surjan nuevos modos de defensa y poder social en el conjunto de las fuerzas de un arquetipo no militarista, para que puedan desplegarse desde la racionalidad de la vida y su dignificación.

A sofisticado armamento y volumen de un ejército que domina, la rebelión debe oponer inteligencia y otros instrumentos. Cuba no podría tener la capacidad de fuego de USA, pero invadida no se quedaría de brazos cruzados. Por supuesto que la fuerza obliga. Estamos en medio de vectores coercitivos. Entre recursos que no son sólo políticos o morales. Son de orden material o físico, para neutralizar, inutilizar, confundir o destruir al menos parte del entramado de ese gran aparato militar y los sofismas en que se sostiene su alegada legitimidad, sostenida su validez para millones de seres que suscriben un sistema de indolencia.

5. Acumulación e irrupción de fuerzas múltiples y diversas de la rebelión entre la desproporción

Tal asimetría/debilidad que en principio carga negativamente a la parte insurgente, es dialéctica. O mejor: no es total. Es relativa, dinámica o contingente. La aparente fragilidad de la rebelión, la asimetría que le cruza, se vincula así a las potencialidades de sus alianzas desde abajo, más amplias y al tiempo más sólidas. Catalizan de tal forma que en lugar de doblegarse realista o pragmáticamente ante las condiciones de estructuras como la OTAN o empresas de mercenarios, rastrean bajo su derecho las alteridades rebeldes que le dan empuje estratégico y sentido ético.

Ésta es nuestra clave de hoy día. Para acompañar en nuestra reflexión y acción las alteridades rebeldes por un mundo mejor. Saber que la rebelión tiene derecho a ser, expresándose materialmente en las formas en que los pueblos son obligados a responder. Que históricamente ha generado así su potencia emancipadora. Cuando se interpone materialmente a la opresión y cuando no se separa, en esa interposición, de la producción de esa conciencia liberadora y de sus sujetos y subjetividades.

Acontece hoy día en muchos puntos del planeta, encarnada la rebelión en pobladores, en campesinas-os, en estudiantes, en desempleados, en mujeres, en obreros, en colectivos, en indígenas. También en guerrillas, en milicias. En pueblos. Y en gente en gobiernos y ejércitos. Así no sean mil millones sino miles y miles. Lo que está claro es que es y debe ser más amplia, más creativa, más creadora y también es más urgente e inapelable. Pues la rebelión de hoy no sólo es el grito localizado de un humanismo de reforma.

Decíamos que abogábamos por una rebelión que (re)construya el humanismo social y por un humanismo social que (re)construya la rebelión. Ese humanismo, esa rebelión, hoy no pueden ser a espaldas del planeta. Es por eso un grito de la Tierra, de nuestro habitar en ella. Hemos traspasado el límite de lo que el globo se restituye y nos proporciona. Por eso una lucha por la simetría «industrial» en la guerra, es de nuevo irracional. Es insostenible en el cuadro de los recursos que requiere un tal equilibrio de poderíos. Supone más desgaste colectivo y una trama envolvente que detiene transformaciones creadoras. Esa simetría inducida, como acaba de pasar en Libia, es voraz, es demoledora, es catastrófica.

Esto tiene que ver con lo dicho antes respecto al derecho humanitario y el ideal de «humanizar» los conflictos armados. Hacerlo con las normas existentes o abogar por nuevas reglas, es distinto según estemos en la perspectiva de la dominación, que si estamos mirando a los sujetos articulados a las supuestas alternativas de resistencia. A las rebeliones de abajo no podemos juzgarlas con la lógica de las ventajas o los privilegios de los de arriba. No significa esto que a las resistencias se les excuse por la inferioridad de medios. Al contrario: por su razón de ser no pueden ni deben contestar o compensar indiscriminadamente en la conmutatividad de las contrapartidas bélicas, quebrantando límites éticos que son sus valores. No puede ser su enemigo. No puede hacer y ser una copia de sus métodos. Sus medios deben transformar relaciones objetivas y subjetividades.

Con la concepción de una tensión de límites éticos y materiales en la lucha rebelde por un mundo para todos y todas, debemos reivindicar o respetar en consecuencia o atender críticamente los modos en que deben resistir los pueblos organizados, sin denigrar los géneros insurgentes, más ahora ante el descomunal desequilibrio o desigualdad de fuerzas. De ahí la vieja y nueva presencia «irregular» y la acumulación precisamente de fuerzas múltiples entre la desproporción; de ahí su irrupción y acontecimiento diverso, con nuevas pautas y estrategias que no se excluyen sino que dialogan y deben complementarse.

T. E. Lawrence (8), el del mito de Lawrence de Arabia, siendo un colonizador-descolonizador, realizó hace ochenta años planteamientos hoy día razonables sobre la «sustracción», indicando además «acciones de profundidad» en la denominada «geometría de la revuelta»: «La victoria se debe sobre todo a una acción intelectiva, a un cambio arbitrario de perspectiva, que no desafía la fuerza del enemigo, sino que la hace vana, la sortea y la vuelve inútil».

Junto a estas proposiciones y las reflexiones de revolucionarios como Che Guevara; o las formulaciones de teóricos de la política; o desde experiencias de confrontación y desarrollo de nuevos movimientos sociales y políticos, nos quedan los conceptos que muchas organizaciones han empleado, referidas a la movilidad más que a la fuerza, a la desorientación del enemigo, a la no-batalla, al ahorro de fuerzas y su dislocación, al contagio de las ideas de dignidad personal y colectiva, a la invisibilidad, a la irregularidad, a la guerrilla nómada y diversa, de pensamiento y acción transformadora, de auto-contención y auto-constitución, de éxodo y creatividad, de mutación social, de autonomía, de asalto, de emboscada, de poblamiento heterogéneo, por redes comunicativas no controlables por el adversario. Ensayos con narraciones alternativas que buscan erosionar un sistema enemigo. En ese nudo es por ello urgente, para nuestra urgente rebelión, trabajar de nuevo por una confluencia de acciones, por diálogos en la transformación, entre las diversas expresiones de rebeldía ante el enemigo común. De ahí que cobre importancia trascendental el encuentro entre las diferentes pensamientos y escuelas de la Izquierda.

Dicho sistema de muerte, en esta crisis y ante los efectos por venir, está tejiendo escenarios de extermino de poblaciones, incentivando guerras fratricidas, y el espejismo en ellas de simetrías y asimetrías para el consumo de armas o para compensaciones desesperadas. Sistema que últimamente rentabiliza la alucinación o la emergencia de revueltas para que algo se mude y nada esencial cambie. Pese a esas sombras aplastantes, vuelve ahora la rebelión. Retorna en estado de necesidad y con cierta pasión entre el pesimismo.

6. De la Comuna de 1871 a nuestros días

Si las revueltas árabes de 2011 nos indicaron un devenir de convulsiones que conjugan modelos; si asomos de revuelta simbólica en Madrid o New York así como la contestación de estudiantes en Chile, nos traducen posibilidades más allá de las protestas, hacia caminos de ruptura; si hay quienes no sólo salen a las calles sino a los campos como Guevara; si hay honrados esfuerzos de intelectuales por construir una crítica y auto-crítica del pensamiento frente a la injusticia del capitalismo, frente a la falta de democracia y frente al imperialismo, nuestro oficio acá tiene pleno sentido. Al menos por el universo que representa una sola rebelde, un solo rebelde, ante la opresión. Donde se hallen esos resistentes y cualesquiera sean sus condiciones de inferioridad material y de superioridad moral de sus luchas.

Ante esto, nuestra posible mirada al derecho humanitario, emanado como normas que dictan centros de poder excluyente, un polo legislador-agresor-incumplidor, local, internacional y global, puede apoyarse esa visión nuestra que pretendemos alternativa, en la necesidad de una deconstrucción crítica de ese derecho que es parte del derecho internacional, sin dejar de señalar cómo es un instrumento incompleto y manipulado (como es evidentemente la figura en alza denominada «derecho a proteger», ridícula donde las haya si no asomamos a realidades como las de Colombia o Palestina). Derecho que se ha dejado de cumplir, de principios y fines loables desmontados por la mano de sus más poderosos operadores, con formalismos que no corresponden al contexto, con falsas premisas de neutralidad e imparcialidad, que encubre asimetrías con una alegórica igualdad entre sujetos que no son lo mismo. Tal derecho, producto humano de representación y fuerza simbólica que está en proceso de conformación, idealmente para tender al equilibrio, debe por lo mismo reflejar la realidad, su entendimiento, la inteligibilidad de los conflictos y su reconstrucción.

Levantar espacios sin muros para una tensión de ese derecho, que sea reveladora de su estado, y de los blindajes para los de arriba y su lógica de despojo, es posible, sólo si recuperamos perspectivas distintas, de sujetos en complejos itinerarios de emancipación, y si somos capaces de sustentar desde abajo otros contenidos jurídicos, de regulación, de apremio político y ético en un marco más apropiado que conecte causas y consecuencias de las confrontaciones, que reconozca un orden de desigualdad y los derechos comunes o equivalentes a juridicidades de los contendientes, así como los derechos y las juridicidades posibles de los sectores populares empobrecidos que además son victimizados.

Para todo ello, es imprescindible y urgente descolonizar las rebeliones que hoy se nos venden tuteladas por los centros de poder. De ahí que la otra parte de nuestra tarea sea ayudar a elaborar nuevas coordenadas, mapas con y desde los y las de abajo, una geopolítica de las alteridades rebeldes, como una gran Comuna global que se compone de comunas por doquier. Descollando la de París en 1871, puede ir más allá de 60 días, para revolucionar lo que alcance en su proceso de autogestión, de sabotaje al Capital y sus gestores, de creación, de insurrección.

La Comuna de París hace 140 años, cruelmente reprimida, fue no sólo un epicentro de entonces, cuando ya se habló del no pago de alquileres ni de los intereses de deudas injustas, sino también de medidas revolucionarias contra la propiedad privada, de la necesidad de crear servicios sociales y de un sentido emancipador de justicia y de paz. De nuevo vivimos tiempos de múltiples combates y demandas en un mismo cuerpo, cuyas razones debemos comprender o al menos cuyas preguntas debemos atender y acompañar desde nuestras posibilidades.

Podemos al menos realizar acá su defensa con ideas, porque nos comprometen en saber reconocer a los sujetos en los que se encarna esa praxis histórica de transformación. Es el camino de la utopía por la dignidad, por resistencias, liberaciones y felicidades. Sabemos que la rebeldía es ahora un grito lejano. Ese conservar antropológico al que se refiere Santiago Alba Rico. Pero nadie puede dejar de escuchar ese grito del sujeto, del que nos habla Franz Hinkelammert, ni negar que es más inevitable entre mayor sea el reino de la injusticia, que debemos evidenciar, y entre mayores sean la vergüenza y la lucidez, que debemos encender también nosotros-as con la conciencia de los límites y del derecho a la lucha contra la humillación y la postración.

(*) Carlos Alberto Ruiz Socha es autor del libro «La rebelión de los límites (quimeras y porvenir de derechos y resistencias ante la opresión)», Edit. Desde Abajo, Bogotá, 2008.

 

(*) Ponencia revisada y ampliada, con referencias a otros autores y aportes surgidos en el ámbito de las Jornadas.

REFERENCIAS:

 

[1] Santiago Alba Rico. » Condición humana, derecho a la rebelión y alternativas post-capitalistas». Ver http://www.rebelion.org/noticia.php?id=138553

[2] Carlos Alberto Ruiz. «Revueltas colonizadas y geopolítica de las alteridades rebeldes. Preguntas para el comandante Chávez, el 15-M y la Izquierda en general». Ver http://www.rebelion.org/noticia.php?id=130468

[3] Vicenç Fisas. » La izquierda y la intervención militar en Libia». El País, 22/03/2011.

[4] Enrique Santiago Romero. «Terrorismo o rebelión. Aspectos jurídicos globales». Ver http://www.rebelion.org/noticia.php?id=138578

[5] Pierre Boissier. «Historia del Comité Internacional de la Cruz Roja. De Solferino a Tsushima». Instituto Henri Dunant, Ginebra, 1997, pp. 299-303. Citado por François Bugnion: «El derecho de Ginebra y el derecho de La Haya». En Revista Internacional de la Cruz Roja, 31-12-2001.

[6] J osé Vidal-Beneyto. «Del terrorismo y la guerra». El País, 21 de febrero de 2004.

[7] José Saramago. «De las piedras de David a los tanques de Goliat» – Parlamento Internacional de Escritores. En El País, 21 de abril de 2002, Secc. Opinión, pág. 13.

[8] Ver «Guerrilla», de T. E. Lawrence, seguido de «Junto a los ríos de Babilonia», los comentarios de Wu Ming 4. Acuarela & A. Machado Edit., Madrid, 2008.

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