China constituye para Biden un segundo frente, que por ahora no escala hasta el nivel militar.
Donald Trump anunció en marzo de 2018 que iba a imponer aranceles por un valor de 50.000 millones de dólares a los productos chinos que quisieran ingresar al mercado de su país, en virtud de la Ley de Comercio norteamericana sancionada en 1974. Señaló que Pekín había incurrido en prácticas de comercio desleales, robo de propiedad intelectual y transferencia forzada de tecnología estadounidense a China. Y que por esa razón había decidido actuar de esa manera.
El 2 de abril de aquel mismo año, a sabiendas ya de lo anticipado por el Presidente de Estados Unidos, Xi Jinping directamente impuso aranceles a 128 productos norteamericanos: aviones, automóviles, tuberías de acero, productos derivados de la soja, del cerdo y frutos secos, entre otros. La respuesta norteamericana no se hizo esperar y materializó su anuncio previo: se publicó una lista de más de 1.300 productos de importación chinos, a los que se aplicaron los antedichos aranceles por el valor ya indicado, entre los que se contaban aviones, baterías, televisores de pantalla plana, dispositivos médicos y satélites. Como réplica, China impuso un impuesto adicional del 25% a los productos mencionados más arriba.
En fin, estos fueron los escarceos iniciales. Con posterioridad, representantes de ambos países se reunieron con el propósito de aflojar la situación y algo se consiguió. Pero, en rigor, el conflicto continuó.
Joseph Biden, que asumió la presidencia el 20 de enero de 2021, decidió en el mes de julio prohibir inversiones norteamericanas en una decena de empresas de tecnología y defensa de China. Y el 2 de agosto avanzó sobre 59 firmas del país asiático, entre las que descollaba el gigante Huawei, centrado en la fabricación de teléfonos y computadoras, así como en la construcción de redes de telecomunicaciones y dispositivos comunicacionales para el mercado de consumo.
El 22 de octubre de 2022, entre otras decisiones, Washington impidió que las empresas estadounidenses productoras de semiconductores y microchips los vendieran a compañías chinas. En particular, estableció que ninguna firma que contuviera tecnología norteamericana podría suministrar a sus similares chinas determinados chips, cualesquiera fuera el lugar del planeta en que se hallaran radicadas.
En fin, hubo otras decisiones norteamericanas en el mismo sentido pero lo consignado alcanza para bosquejar lo que ha venido sucediendo.
El 13 de noviembre de 2022, en las vísperas de la reunión del G-20 en Indonesia, ambos Presidentes mantuvieron una reunión bilateral presencial, la primera de esta clase desde la asunción de Biden. A pesar de que ambos mostraron una actitud de cordialidad y cooperación, parecería que no alcanzaron una aproximación mutua. Desde luego, casi nada de lo conversado entre ellos trascendió a los medios. En rueda de prensa, Biden aseguró que seguiría compitiendo con Pekín en materia comercial pero que “esta competitividad no debe nunca rebasar los límites y llevar a las partes a un conflicto”.
Por su lado, Xi le habría dicho a su homólogo americano que sostener una guerra comercial, desacoplar intercambios en el campo de la dependencia tecnológica o cercenar las cadenas de suministros “no sirve a los intereses de nadie”. Adicionalmente, Xi le habría señalado a Biden que Taiwán, cuya soberanía reclama China, es “la primera línea roja que no se debe cruzar”, y deslizó que esperaba que Estados Unidos hiciera honor a su promesa de no apoyar una eventual independencia de la isla. Aquel, a su turno, le comunicó a Xi que la política hacia Taiwán no había variado y que seguía oponiéndose a “cualquier cambio unilateral” del statu quo instalado.
Para más ver
Así como Biden decidió incrementar la presión comercial sobre China –que había sido iniciada por Trump, como ya se ha dicho– aceptó que Nancy Pelosi viajara, a comienzos de agosto de 2022, a Taiwán. Fue la primera visita efectuada por un/a alto/a funcionario/a político/a norteamericano/a, que rompió un tácito acuerdo de no intromisión recíproca establecido desde hacía mucho tiempo atrás por Washington y Pekín. El viaje de Pelosi fue para China un inesperado balde de agua fría al que respondió con un tupido despliegue aeronaval militar sobre la isla, durante una semana, que operó con una actitud claramente bélica y con proyectiles, bombas y misiles de guerra pero no pasó a mayores y fungió solo de advertencia.
Notable, ¿no? Lo que se acaba de mencionar ocurrió tres meses antes del intercambio mantenido entre el Presidente norteamericano y el premier chino mencionado arriba, en el que el Biden le dijera a Xi que se oponía a “cualquier cambio unilateral” del statu quo mantenido por ambos países. De hecho, él lo había violado ya anticipadamente.
Para colmo, tiempo después –a comienzos de abril de 2023– la Presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen, visitó a Estados Unidos. También esto, que ocurría por primera vez, implicó un “cambio unilateral” norteamericano incompatible con aquel viejo pero consistente y funcional entendimiento entre Washington y Pekín. En fin, el Presidente norteamericano se contradijo a sí mismo sin que se le moviera un pelo, en dos ocasiones.
Por otra parte, en septiembre de 2021 se estableció a instancias de la gran potencia del norte un pacto estratégico y militar que incluyó a Australia, el Reino Unido y Estados Unidos: el AUKUS (acrónimo formado por las letras iniciales de los tres países, en inglés). En ocasión de informar públicamente sobre esta alianza y flanqueado por el entonces Primer Ministro británico Boris Johnson y el australiano Scott Morrison, Biden señaló: “Tenemos que ser capaces de abordar el actual entorno estratégico de la región y su evolución, porque el futuro de cada una de nuestras naciones y, de hecho, el mundo depende de que el Indopacífico sea abierto y libre”. Omitía, como es obvio, mencionar que el gran contendiente a enfrentar era precisamente China.
Cabe consignar, además, que a partir de esas decisiones el tránsito de buques de guerra norteamericanos en el Mar de la China del Sur y Central se incrementó considerablemente.
Final
Es evidente que para el Presidente norteamericano el conflicto con China constituye un segundo frente, después de la guerra ruso-ucraniana. Sin embargo, la cuestión china tiene para Washington una significación tal que si no se hubiera producido aquella guerra sería seguramente la más importante. En un corto lapso, se ha instalado entre ambos países una “guerra fría” –con una responsabilidad mayor de la gran potencia del norte– es decir una contienda dura y con visos de persistencia, que sin embargo no escala hasta el nivel militar. Y coexiste con una guerra convencional entre Rusia y Ucrania, en la cual Estados Unidos es el principal apoyo de la segunda.
Habrá que ver cómo prosigue esta doble situación de conflictos bélicos simultáneos: uno convencional y el otro “frío”. Y cómo inciden sobre un mundo que muestra ya un claro deterioro de la hasta hace poco rampante globalización y un descalabro en el campo de la seguridad internacional.