Tomando en consideración las múltiples dificultades que afronta el mundo, acrecentadas en el marco de la pandemia por el Covid 19, que ha generado una crisis sanitaria de proporciones y con ello una crisis económica global; las esperanzas que este panorama hubiese alentado un cambio en las relaciones internacionales ha sido simplemente una vana esperanza.
Tal situación me hizo recordar el idealismo imperante en los análisis de hace un par de décadas, cuando el mundo occidental se preparaba para cambiar de siglo y milenio en su calendario. En ese contexto he querido reflotar algunas de esas viejas ideas, que noto enteramente vigentes con relación a una realidad planetaria dominada por intereses geopolíticos y económicos, donde se ha intensificado la labor de agresión de aquellas ideologías dominantes como el imperialismo, el sionismo y el wahabismo, a las cuales denomino la triada criminal en el área del Magreb y Asia occidental, que centrarán mis preocupaciones, en forma principal, en las próximas líneas.
Tal como ayer, la situación internacional me hace dudar de un cambio positivo para nuestra humanidad como se sostenía en forma idealista, en aquellos años. Léase: agresiones sostenidas contra países de Asia occidental como es el caso de Siria, Irak, El Líbano, Yemen, la continuación del proceso de colonización y ocupación de Palestina a manos del sionismo. Los intentos de desestabilización contra la República Islámica de Irán. Los intentos de control desembozados, de las reservas de petróleo y gas existentes, no sólo en la mencionada región, sino también en el Cáucaso, el Mediterráneo y el Magreb. El control de rutas marítimas y pasos fundamentales para el comercio internacional como es el estrecho de Ormuz en el Golfo Pérsico. El Estrecho Bab el Mandeb, como puerta de entrada al Mar Rojo y con ello al canal de Suez.
“Que veinte años no es nada …”
Sostenía, en aquel lejano año dos mil, que el momento vivido era de grandes mitos, becerros de oro ideológicos y praxis de injusticias globalizadas. Una idea afincada en la constatación de una etapa histórica, donde el concepto hecho verbo –Globalizar- reclamaba, paradojalmente, el futuro bajo un manto unipolar. Un periodo de profundas revisiones tras una década sin el desaparecido campo socialista, con un imperialismo omniabarcante y una serie de concepciones convertidas, por la fuerza, en teleologías que rechazaban controversias, disensos, análisis y hasta la propia historia, bajo esa tesis del “fin de la historia”. Así visualizaba el mundo en aquel inicio del nuevo mileno.
Tras dos décadas desde aquel año dos mil, insisto en lo plenamente occidental, marcado como un punto de inflexión en múltiples ámbitos: las ideas supremacistas, de racismo, tratar de invisibilizar otras culturas o generar procesos de luchas entre civilizaciones como si las diferencias entre nuestros pueblos fuesen un tema religioso o de distintas culturas, dejando de lado las conductas hegemónicas, de dominio y de interés económico y político. Todas ellas dinámicas que fuerzan el actuar de las grandes potencias en desmedro de los pueblos que buscan, ya sea afianzar su soberanía o simplemente no ser sumergidos en el marasmo de las agresiones, invasiones, colonización y ocupación de sus territorios. Sujetos a sanciones, bloqueos, embargos, sino se ciñen a los dictados del imperialismo y sus socios incondicionales.
Este es el Orden Mundial Global, necesario de modificar, donde lo sibilino del lenguaje permite concretar lo contrario a lo que se dijo era el objetivo “…Cuando un país llegaba a la democracia se pensaba que el patrimonio nacional, que durante siglos había estado en manos de una minoría debía redistribuirse entre la mayoría. La idea de democracia era inseparable de una mínima justicia social y económica, requería de una mínima reforma agraria, que se nacionalizaran los bienes colectivos con una visión estratégica, como las minas, la electricidad, las comunicaciones. Por ello la alianza de los propietarios con los cuerpos de represión impedían que las democracias se instaurasen. Pero ya no es así, porque la primera decisión de los gobernantes democráticos al llegar al poder es la de privatizar el patrimonio nacional… para venderlas al mejor postor, que suelen ser las grandes multinacionales… autoconvenciéndose que la globalización –de esta democracia planetaria– es beneficiosa. Pero el mundo no es lo que vemos, lo que nos cuentan los medios de comunicación, no es este paraíso de nuevas tecnologías que harán la felicidad del ser humano, como si se tratase de una ecuación donde a más uso de máquinas + acceso a la red mundial + creación de nuevos productos, se llegará a la solución de los problemas que han aquejado permanentemente a la humanidad Basta echar una ojeada al Informe de las Naciones Unidas para el Desarrollo para comprobar que -en el Nuevo Orden Global– las desigualdades han aumentado vertiginosamente…” (1).
Es evidente, que como nunca, nuestra humanidad está dotada de un potencial científico-tecnológico, con una formidable capacidad de generar riqueza y bienestar como lo hace en la actualidad. Pero, también, como nunca antes, capaz de presentar la inequidad, la desigualdad y la brecha entre ricos y pobres, opulentos y miserables, desarrollo y subdesarrollo, futuro y estancamiento y hasta atraso cuando los objetivos de las potencias hegemónicas utilizan esos avances, en especial los vinculados a las armas, que han servido para degradar la vida de decena de países sometidos a bloqueos, sanciones, embargos, procesos de desestabilización, intervenciones directas y agresiones que han generado millones de muertos, heridos y al destrucción de la infraestructura de estos países. Sociedades que contaban con indicadores de desarrollo humano muy positivos, incluso, en el caso de Libia, por ejemplo, superiores a sus vecinos regionales y que tras las intervenciones “humanitarias” han terminado con cifras que lo llevan a constituirse como un “Estado Fallido” (2).
Son numerosos los países que han sufrido las intervenciones de potencias occidentales, fundamentalmente, en los últimos veinte años y donde el trabajo destinado a invisibilizar anhelos de autodeterminación, como los del pueblo saharaui y palestino son una realidad, unido a una conducta peligrosa como es la política de islamofobia. Tal situación ha profundizado las desigualdades en estos países, marcando con ello la consolidación de contradicciones marcadas, fuertes, notorias e injustas. Todo ello, como el rastro indeleble de este quinto lustro del siglo XXI donde ha quedado, como una huella visible y con efectos que se van a dejar sentir por varios años, la pandemia del Covid 19, que ha puesto en tensión a nuestros pueblos, mostrando que la sola acción del mercado resulta un suicidio y que se requiere la acción potente y no subsidiaria del Estado. Un marco que implicará la lucha contra las grandes corporaciones transnacionales, que defenderán a brazo partido el gobierno global, el reino del ultraliberalismo y la globalización.
El mundo del nuevo milenio ha mostrado, en forme evidente, que la riqueza social, conseguida a golpe de reivindicaciones, luchas, prisión, represión y muerte de millones de hombres y mujeres a lo largo de la historia, ha quedado concentrada con más fuerza que nunca, en unas pocas manos. Un mundo donde caminamos conscientemente hacia la autodestrucción de la naturaleza. Una etapa histórica donde se ha agravado la brecha entre ricos y pobres y la miseria se ahonda según se aleja de la holgura soberbia de los poderosos. Un planeta hegemonizado culturalmente y que ha quitado, bajo el resplandor de espejos y vitrinas, los ideales y expectativas de cientos de millones de seres humanos, mudos en una sociedad donde las corporaciones mediáticas imponen “lo que la gente quiere ver y escuchar”, como si de una decisión democrática se tratase.
No es posible aceptar el dominio imperial
El Orden Mundial repite hasta la saciedad, que la panacea tiene nombre global, es el edén soñado y a quién se debe obedecer como un Moloch ávido de subordinación y sangre fresca. La maravillosa posibilidad de comunicarnos en tiempo real, en cualquiera de las herramientas tecnológicas, posibilita aparentemente la democratización del saber, d ela información pero… la realidad demuestra, igualmente, que esta posibilidad ha sido cercenada por la propiedad de las empresas en unas pocas manos transformando a estas empresas globales en dispositivos que procesan, organizan y difunden la información monopolizada. Permitiendo, de este modo, que la hegemonía cultural de los poderosos se imponga en un mundo donde el poder maneja el conocimiento pero también las frecuencias, las rotativas, las redes sociales, las empresas cinematográficas, como aquellas vinculadas a la producción de series y películas, que llevan en su sello las ideologías dominantes.
A causa de la envergadura, la amplitud y celeridad que han adquirido los cambios políticos y económicos se requiere de un permanente esfuerzo colectivo, tanto de carácter nacional como internacional, para extraer las conclusiones más idóneas, que conduzcan a establecer las mejores y más amplias condiciones de igualdad en las relaciones internacionales políticas y económicas internacionales. No es posible seguir aceptando la imposición de nociones de supremacismo racial o la imposición de hegemonías a golpe de invasiones y políticas de dominio como las que experimentan muchos países miembros de la Umma –la comunidad del islam– No es posible seguir aceptando las alianzas entre ideologías que llevan a nuestros pueblos al desastre: imperialismo, sionismo y wahabismo deben desaparecer y alentar relaciones internacionales de nuevo cuño.
El rápido progreso de las ciencias fundamentales, en especial todo el proceso de cambios tecnológicos como la computación, la biotecnología y otras ramas de punta de las ciencias favorece su papel transformador, ya sea en el dominio de las fuerzas de la naturaleza y la conversión de la ciencia en una “fuerza productiva directa” en el sentido de la capacidad que tiene de entregar su caudal de conocimientos, para la renovación material y la resolución de numerosos problemas sociales. La revolución científico-técnica, que es también un fenómeno de presencia fundamental en nuestros días ha desarrollado, de manera poderosa, los instrumentos de producción y ha jugado un papel significativo; tanto en el proceso de globalización como en los cambios en la correlación de fuerzas en la arena mundial, particularmente catalizado con lo que fue la derrota del proyecto socialista cuyo eje de dirección lo representó la ex Unión Soviética.
En el momento histórico en que estamos inmersos, con el uso de tecnologías que no se soñaban hace un decenio, con un gobierno globalizador que se llama economía de mercado y con la necesidad imperiosa de participar en el camino del desarrollo; es necesario entender los mecanismos de dominio y las características del NOMG, que se han impuesto luego de la capitulación de la órbita socialista, junto a las nuevas formas de dominio que los países desarrollados ejercen sobre el conjunto de la humanidad. Un predominio que responde a la pregunta de ¿Quién gobierna en el mundo? Aparentemente esta interrogante queda en una especie de brumosa inquietud y una conclusión tan falsa como interesada: pretenden hacernos creer que la globalización viene acompañada por el canto de las democracias y la igualdad entre los seres humanos.
No puede haber igualdad sin justicia plena, sin cambios visibles, claros y profundos de la manera en que nos relacionamos. Recuerdo en ello las palabras del Ayatolá Ali Jamenei quien en una carta a los jóvenes, en ocasión de graves ataques mediáticos, políticos y militares contra el mundo del islam –hablo del año 2015- lo ejemplificó como parte de la lógica contradictoria y la doble moral de Occidente. “El sufrimiento que ha experimentado el mundo islámico durante estos años, por el doble rasero de los atacantes, no son menos que los daños materiales, afirma Jamenei, quien convoca a los jóvenes – en virtud de su reserva moral y su capacidad de cambiar el mundo – para construir un futuro mejor y más seguro con relación a las tragedias y actos terroristas que hemos vivido. “Los mil quinientos millones de musulmanes del mundo sienten lo mismo y odian a los autores de tales tragedias. Pero la cuestión es que si los actuales sufrimientos no nos ayudan para construir un futuro mejor y más seguro, entonces se convertirán solamente en recuerdos amargos e infructuosos. Tengo fe de que solamente ustedes, los jóvenes, al tomar lecciones de las adversidades de hoy, serán capaces de encontrar nuevas medidas para definir el futuro, y obstaculizar los desvíos que han creado la situación actual en el Occidente”.
Esta segunda carta del Ayatolá Seyed Ali Jamenei, que complementa la misiva dada a conocer a inicios del 2015, cuestiona las políticas de doble rasero del Occidente ante los retos más importantes del mundo, en especial, el terrorismo. Revela el rol desestabilizador de Estados Unidos y sus aliados en el mundo y la hipocresía de occidente pero, al mismo tiempo revela la tremenda confianza que se tiene en el papel de los jóvenes como agentes transformadores. Así, el objetivo principal de la carta es darle a conocer a los jóvenes de occidente la verdadera cara del islam alejada de estereotipos de ignorancia e islamofobia. En esta juventud se confía como motor de cambio y transformación, una convicción que da una luz de esperanza también respecto a la posibilidad de transitar hacia caminos de paz en nuestro planeta.
Son estos los que podrán catalizar nuestro mundo hacia una revolución permanente, perdurable, que abarca al conjunto de la humanidad y donde el centro sea el ser humano. Los jóvenes tienen la oportunidad histórica y sobre todo la responsabilidad de romper las capas superficiales de nuestras sociedades, encontrar y eliminar los nudos y malicias, avanzar hacia un mundo distinto, donde se avance hacia un mundo verdaderamente inclusivo. Ello es el verdadero camino hacia nuevas fases revolucionarias que permitan la instauración de perdurables revoluciones.
Notas:
1. Ramonet Ignacio. Entrevista de Pepa Roma. “La humanidad pide un mejor reparto”. Diario El País. Revista del Domingo. Madrid. España. Domingo 1 de agosto de 1999. Página 8.
2. Tal es el caso de Libia, país del norte africano que hasta el año 2011 exhibía los mejores indicadores de desarrollo humano de todo el continente africano – el Índice de Desarrollo Humano (IDH), que se publica desde 1990, se basa en un indicador social estadístico compuesto por tres parámetros: vida larga y saludable, educación y nivel de vida digno. Durante los 42 años de gobierno de Muamar Gadafi, Libia logró situarse, desde la posición de uno de los países más pobres de África al más rico. Dotado con el ingreso per cápita más alto del continente. Con acceso a servicios básicos gratuitos para la población como es el caso del agua y la electricidad. Derecho a la vivienda, educación gratuita. Centro regional de empleo para cientos de miles de ciudadanos de países fronterizos. Tierra, casas, animales, utensilios de trabajo y semillas para los grupos campesinos. No era una democracia representativa como tanto suelen argumentar los países occidentales, que tras 42 años de gobierno se dieron cuenta que Libia “no era una democracia” ocultando este asombro las verdaderas intenciones de su intervención: desestabilizar el país, derrocar al gobierno, apoderarse de sus recursos naturales, robar el oro depositado tanto en el extranjero como en las bodegas estatales. Permitir el saqueo de su petróleo a manos d elas empresas Total de Francia y ENI de Italia.
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