Parte de la propaganda de guerra consiste en descontextualizar los hechos para crear enemigos a medida. En Occidente, tras los últimos atentados terroristas en París y Bruselas, los medios de información y los tertulianos afines al poder repiten sin descanso, la necesidad de reforzar las fronteras y de luchar contra el terrorismo islámico. Es preciso, […]
Parte de la propaganda de guerra consiste en descontextualizar los hechos para crear enemigos a medida. En Occidente, tras los últimos atentados terroristas en París y Bruselas, los medios de información y los tertulianos afines al poder repiten sin descanso, la necesidad de reforzar las fronteras y de luchar contra el terrorismo islámico. Es preciso, para evitar malas interpretaciones, comenzar, repudiando cualquier tipo de violencia, venga de donde venga. Sin embargo, no podemos condenar estos atentados y exigir una decidida lucha contra el terrorismo, sin ser conscientes del papel que hemos jugado en su auge, así como, en la producción de migrantes y refugiados de guerra.
La responsabilidad de Occidente ante los ataques terroristas se remonta hasta 1978. Tras la Revolución de Saur, en Afganistán, llegó al poder un gobierno de corte marxista, que estableció la República Democrática de Afganistán. El nuevo gobierno nacionalizó sectores estratégicos de la economía, realizó una profunda reforma agraria, formando cooperativas, expropiando tierras y distribuyéndolas. También inició un basto programa de reformas que eliminó la usura, promovió la alfabetización, eliminó el cultivo de opio, legalizó los sindicatos y estableció una ley de salario mínimo que rebajó los precios de artículos de primera necesidad.
Desde el principio, la República Democrática tuvo conflictos con los integristas locales, los muyahidines. Éstos fueron entrenados, armados, pertrechados y financiados por EEUU a través de agentes de la CIA y la dictadura pakistaní para llevar a cabo una guerra de guerrillas y atentados terroristas contra el gobierno, finalmente derrocado. Los muyahidines con el tiempo se convirtieron en los talibanes que en 2001 atentaron en las Torres Gemelas de Nueva York, pretexto que utilizaron los expresidentes George W. Bush y Tony Blair para promover su famosa «guerra contra el terror».
Tras la ocupación de Irak por las tropas americanas, británicas y españolas (hasta 2004) se desencadenó la creación de grupos de resistencia armada. Uno de ellos, fue la autodenominada organización de base yihadista, conocida por la prensa como Al Qaeda en Irak. La cual, posteriormente se unió a otros grupos, primero con el nombre de Consejo de Muyahidines y después, en 2006, como ‘Estado Islámico’ (EI) de Irak.
EEUU reorganizó las fuerzas armadas iraquíes, introduciendo milicias sectarias. Así surgieron los ‘escuadrones de la muerte’ que desaparecieron y encerraron a miles de combatientes en cárceles secretas donde sufrían torturas diarias. Como resultado, alrededor de cinco millones de iraquíes se convirtieron en refugiados, dos millones y medio se instalaron en Siria. Abu Baker Al Bagdadi, quien se convertiría en líder del EI de Irak, fue apresado por los americanos en 2004, cuando la población de su ciudad, Faluya, fue duramente atacada con fósforo blanco, un armamento letal que abrasa la piel de sus víctimas.
Más tarde, en 2011, en un Irak totalmente roto, irrumpió al calor de las primaveras árabes, un movimiento pacífico que fue fuertemente reprimido por el gobierno de Al Maliki. Murieron cientos de personas y miles fueron encarceladas. La represión desatada llevó al extremismo a algunos sectores de la oposición y el EI de Irak envió una delegación a Siria, donde las revueltas también fueron aplastadas por Bashar al Assad. Tres años después, fue proclamado el Califato del Estado Islámico de Irak y Siria. También conocido como ISIS (Islamic State of Irak and Siria) y como DAESH («al-Dawla al-Islamiya al-Iraq al-Sham»), nombre promovido por las potencias occidentales, ya que su fonética en árabe recuerda a «algo que pisotear o aplastar».
Obama prometió acabar con el DAESH, y para el 8 de septiembre de 2014 el New York Times señalaba que la coalición contra el Estado Islámico sumaba ya 40 países, entre los que figuran: Reino Unido, Alemania, Francia, Italia, Australia, Dinamarca, Canadá, Polonia y Turquía (goo.gl/MKKwLV). El último en sumarse a la guerra contra el EI fue Rusia, quien además interviene del lado del presidente sirio, Bashar al Assad (http://goo.gl/0XELEq).
Tras los atentados de París, el primer ministro galo, Manuel Valls, prometió que Francia daría una respuesta «al mismo nivel que estos ataques» … «Responderemos golpe a golpe para destruir al Estado Islámico y a ese ejército terrorista» . Por su parte, el presidente Hollande llamó a cerrar filas y sentenció que respondería de forma «despiadada» contra los terroristas ante lo que denominó un «Acto de guerra». Tres días después, Francia respondió con un bombardeo masivo sobre la ciudad de Raqqa, bastión del EI en Siria. Llevaba ya un año bombardeando en Irak, bajo el nombre de «Operación Chammal» con caza-bombarderos y 700 efectivos. En octubre de 2015, un mes antes de los atentados, bombardeó Siria por primera vez (goo.gl/Am6wTL).
La Unión Europea, quién recibió de forma muy cuestionada el Premio Nobel de la Paz 2012, ya no puede maquillarse más, «la Europa defensora de los derechos humanos», señala Boaventura de Sousa «es un mito romántico» (goo.gl/ofBe0W). La recién política de expulsión masiva de refugiados, en lo que se ha denominado el acuerdo de la vergüenza entre la Unión Europea y Turquía, no es otra cosa que continuar la guerra por otros medios. Lamentablemente, actos como los de París y Bruselas ocurren diariamente en Medio Oriente, pero parece que sólo nos acordamos de éstos cuando ocurren en nuestros territorios o vemos escalofriantes imágenes en nuestras pantallas.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.