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Ocuparnos de las ocupaciones

Fuentes: Editorial del Diario La República

Una década atrás, la pasión carnal que sustentó la seducción al imperio y la amorosa entrega, se transmutó abruptamente en ira. Aquellas obsequiosas prontitudes y disposiciones sólo potenciaron la desilusión final y el desconsuelo. Argentina estaba acorralada y desharrapada en su soledad crispada. Una vez marchitas las flores robadas con las que fue conquistada, las […]

Una década atrás, la pasión carnal que sustentó la seducción al imperio y la amorosa entrega, se transmutó abruptamente en ira. Aquellas obsequiosas prontitudes y disposiciones sólo potenciaron la desilusión final y el desconsuelo. Argentina estaba acorralada y desharrapada en su soledad crispada. Una vez marchitas las flores robadas con las que fue conquistada, las arrojó junto al florero bramando para que se vaya hasta el último emisario del hasta entonces amante proceloso y esquivo. Hoy del otro lado del mundo, el que los mapas dibujan arriba, la situación guarda algunas similitudes, tantas quizás como diferencias. Luego de una primera escala en la región árabe, el descontento fue aterrizando en los principales centros de poder internacional. Sin embargo, en materia de demandas, de causas y motivaciones, las diferencias son notorias entre el este y el poniente, y en todas las costas, también los matices y particularidades dentro de un influjo común de movilización y protesta. Lo cierto es que desde el medio Oriente hasta el Pacífico y desde el Trópico de Cáncer hasta el Polo Norte, la vida urbana está siendo afectada por la indignación visibilizada.

El filósofo Slavoj Zizek se pregunta en un artículo reciente «¿Qué hacer después de las ocupaciones de Wall Street y de tantos otros lugares?». Y se responde que «uno de los grandes peligros que acechan a los manifestantes es que se enamoren de sí mismos». Sin embargo, me parece infinitamente más peligroso aún que se enamoren de algo o alguien, como aquella despechada Argentina que siguió a quien dijo simplemente que no la iba a defraudar o a sucesores igualmente embadurnados de cosmética mediática y sustituismo personalista. Lacan probablemente respondería en los mismos términos en que lo hizo a los revolucionarios estudiantes del mayo francés: «como los histéricos, están pidiendo un nuevo amo. ¡Lo tendrán!». No traería a colación esta referencia lacaniana, que sólo juzgo parcialmente acertada, si no fuera porque el propio Zizek es uno de los más (es)forzados pensadores de la traducción izquierdista del padre del psicoanálisis francés (y porteño). Con mucha más autoridad que quién suscribe, el pensador esloveno es precisamente el autor de una hermenéutica de Lacan de utilidad potencial para el análisis político y conoce a fondo el famoso Seminario XVII «El reverso del psicoanálisis» donde el francés teoriza el pasaje del discurso del amo al discurso de la universidad como hegemónico, a partir de la experiencia del ´68. Tal vez la considere una boutade conservadora, aunque me resulta bastante inseparable del corpus teórico lacaniano.

Aun suponiendo con Zizek que el autoenamoramiento constituyera el riesgo, los resultados empíricos inmediatos desmentirían cualquier alarma. Ya no queda en el norte del mundo libido suficiente para otro amor (ni festejantes atractivos, siquiera) sino sólo para vengar la ofensa mediante el voto castigo o la aquiescencia ante la sustitución tecnocratista sin voto popular alguno. Esta última es bien visible en Grecia con Papandreu e Italia con Berlusconi y en el resto irá pasando el que sigue, para que todo lo mismo siga pasando. En un reciente reportaje Toni Negri afirma que el nuevo gobierno italiano es exactamente lo mismo pero sin «bunga bunga», que sabemos que poco afectaba el déficit fiscal. En España, Portugal e Irlanda asumen nuevos gobiernos con más y mejores recetas de ajuste y, fuera de la zona euro, también en Islandia y Hungría.

Es imposible no coincidir con la conclusión de Zizek de que el auténtico problema es el capitalismo. Sólo que eso abre un abanico inmenso de problemas contenidos en este concepto que exceden a las finanzas, los mercados, el capital, las monedas, o más sintéticamente aún, a la economía. El capitalismo está inextricablemente unido (en el mejor de los casos, cuando no se afirma en tiranías variopintas) a la representación política fiduciaria y a la consecuente expropiación del poder de decisión popular. El capitalismo no privatiza exclusivamente los recursos materiales y humanos, sino también la esfera pública en todos sus niveles de significación y alcance. Razón de peso para dificultar la diferenciación, siquiera en matices, entre la socialdemocracia (o los liberales en EEUU) y los conservadores, además de languidecer a las izquierdas, tanto más cuanto menos problematizan y denuncian el embargo ciudadano en manos de líderes o aparatos. Así como Foucault se preguntaba «¿qué importa quién habla?» hoy podría extrapolarse hacia el interrogante, ¿qué importa quién gobierna?

Tampoco puede discutirse que la pregunta por el qué hacer en momentos de crisis e incertidumbre adquiere creciente vigencia, sólo que la respuesta en ningún caso puede hallarse en el Lenin de 1902 cuando en su libro intentó dar cuenta de las condiciones de su propia época y circunstancias, como pareciera sugerir Zizek con sus sarcasmos respecto a la horizontalidad, el estilo de happening hippista y la ausencia programática. El politólogo argentino José Nun, inversamente, considera absurdo pretender que heterogéneos manifestantes trajeran en sus alforjas un proyecto de reorganización social que, dicho sea de paso, ni siquiera colectivos organizados e intelectuales orgánicos diversos han podido fraguar. Nun celebró la tan irónica como aguda intervención de Noam Chomsky frente a los acampados en la plaza Dewey de Boston, en la que el lingüista norteamericano invirtió la célebre tesis XI de Marx sobre Feuerbach postulando que para transformar el mundo primero se lo debe comprender.

Luego de caracterizar las protestas como ideológicamente heterogéneas y diversificadas, tanto como las diferentes variantes de democracia, Nun define al movimiento «Occupy» como «sensibilizador» distinguiéndolo de un «movimiento ideológico» que porta objetivos más precisos y alternativas más concretas. Pero para una emergencia semejante, agrego, es necesario un largo proceso previo de construcción y organización, de los que muy pocas veces en la historia han tenido lugar y, menos aún, en el capitalismo desarrollado. Si los hay será por estas latitudes, bajo la línea del ecuador y sólo un poco más arriba. De lo contrario no estaríamos ante un escenario de bipartidismo cuasi indiferenciado que convirtió a la llamada «democracia» en sus diversas formalizaciones en una palanca de dominio excluyente del poder económico. No considero que el señalamiento de los límites le quite relevancia a un proceso político y social de expresión del malestar globalizado de esta envergadura aunque sus efectos no sean inmediatos. Tampoco resultan acotadas a escala local o nacional sus posibles consecuencias. Ni el mundo ni las izquierdas han sido los mismos desde el mayo francés ni el sur de América luego del diciembre argentino.

Aún con significativas diferencias, las movilizaciones occidentales actuales tienen más puntos de contacto con los cacerolazos argentinos que con el mayo francés. La ausencia de eficacia económica y social, la injusticia distributiva dispararon las preguntas acerca del régimen político. Y de todo el mundo desarrollado el que más exhibe su brutalidad es precisamente EEUU, cuya deuda externa, contrariamente a las recomendaciones del FMI, supera su propio producto bruto. Su déficit del 10% sería inaceptable para cualquier otro país sometido al chantaje de los organismos de crédito internacional. En el plano de las consecuencias sociales, los indicadores estadísticos negativos afectan al doble de la población afrodescendiente y latina. Los pobres llegan casi a los 50 millones del mismo modo que los que carecen de cobertura médica. Algo muy diferente a un sueño hollywoodense, por mencionar sólo algunos pocos síntomas de su decadencia.

Sin embargo creo posible converger con todos los autores mencionados en el señalamiento de Zizek de que se trata sólo del comienzo de un camino aún incierto y arduo. Y que si acompañamos la recomendación de Chomsky habrá que hacer el máximo esfuerzo por comprender para poder luego transformar.

El primer paso no puede ser otro que ocuparnos entonces de las ocupaciones.

Emilio Cafassi es Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. [email protected]

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.