El enfoque de las políticas de regreso al trabajo debe centrarse en lo humano y situar los derechos de las personas como prioridad de las políticas económicas, sociales y medioambientales, afirmó la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en una nota orientativa.
El objeto de esta herramienta es complementar, y no sustituir, la reglamentación y las directrices nacionales sobre seguridad y salud en el trabajo, para ayudar a definir los elementos prácticos de una vuelta al trabajo segura.
La Nota Orientativa, una vuelta al trabajo que garantice la seguridad y la salud durante la pandemia de COVID-19 va acompañada de un listado de verificación con diez medidas practicas de actuación para los empleadores, los trabajadores y sus representantes.
El documento insiste en la necesidad de que las directrices de política se integren en los sistemas nacionales de seguridad y salud en el trabajo, pues sientan las bases de un entorno laboral seguro. Entiende la OIT que puede contribuir a una cultura de mejoras continuas a escala nacional y en esferas tales como la administración, las instituciones, los instrumentos legales y reglamentarios, las inspecciones del trabajo y la recopilación de información.
Deborah Greenfield, Directora General Adjunta de Políticas de la OIT, señaló enfáticamente que “antes de regresar al trabajo, los trabajadores deben confiar en que no se verán expuestos a riesgos indebidos […] Para ayudar a reactivar cuanto antes las empresas y las economías, los trabajadores tendrán que colaborar con esas nuevas medidas.»
El diálogo social –que congrega a las organizaciones de trabajadores y de empleadores– será crucial para generar la confianza y las políticas eficaces necesarias para una vuelta al trabajo segura.
Es una realidad que los trabajadores deben sentirse seguros en el lugar de trabajo, tanto de los riesgos directamente relacionados con la Covid-19 como de los riesgos indirectos, incluso respecto de cuestiones psicosociales y riesgos ergonómicos ligados a posturas laborales incómodas o en condiciones deficientes al trabajar a distancia, indican las directrices.
Deben tener derecho a apartarse de toda situación sobre la que tengan razones justificadas para creer que presenta un peligro inminente y grave para su vida o su salud, y deben ser protegidos contra toda clase de consecuencias indebidas.
El documento propone que antes del regreso al trabajo se evalúe cada entorno laboral, puesto de trabajo o grupo de puestos específicos, y que se apliquen medidas de prevención para que primen la seguridad y la salud de todos los trabajadores, conforme a controles jerarquizados.
En el caso de quienes trabajan desde su domicilio, el riesgo de infección en el entorno laboral queda eliminado. En el de los trabajadores que regresan al lugar de trabajo, se preferirá sustituir situaciones peligrosas por otras con menor riesgo, tales como la celebración de reuniones virtuales en lugar de presenciales. Cuando ello no sea posible, para prevenir el contagio se requerirá de una combinación de medidas de control organizativas y de ingeniería.
La OIT señala que las medidas que deban aplicarse dependerán de cada entorno laboral concreto, pero tal vez haya que recurrir a la instalación de obstáculos físicos, como pantallas transparentes, la mejora de la ventilación, o la adopción de un horario de trabajo flexible, además de prácticas idóneas de limpieza e higiene.
Las directrices recuerdan también la posibilidad de tener que recurrir al uso de equipos de protección personal adecuados como complemento de las demás medidas, en particular en el caso de las ocupaciones más peligrosas, y que los mismos deberán ser facilitados sin cargo a los trabajadores.
Se han de contemplar las necesidades de los trabajadores más expuestos al riesgo de enfermedad grave como los de mayor edad, las embarazadas, quienes padecen una afección subyacente, las personas refugiadas y las migrantes, así como quienes trabajan en el sector informal. Hay que estar atentos a que las políticas de regreso al trabajo no provoquen discriminación por razones de género, estado de salud u otros factores, añade.
La emergencia humanitaria
Desde el comienzo de la pandemia, vivíamos entre los entresijos del temor para la inmensa mayoría de los trabajadores, pero la diferencia consiste ahora en que lo terrible se ha hecho real. Cada crisis que se manifiesta resulta ser mas grave que la anterior, pero con este “crash” asistimos al accidente de los accidentes. A través de la globalización, a través de la interactividad, se ha llegado a crear la posibilidad del accidente absoluto.
Por ello, la superexplotación y la imposición de una relación trabajo-capital flexible, precaria y polivalente, cuya tendencia es consolidarse como normatividad de las relaciones laborales y contractuales en todo el mundo —automatización flexible como nueva forma de la organización capitalista del trabajo— son la esencia de las nuevas relaciones sociales de producción, propias de esta etapa de reestructuración y crisis global del capitalismo, con virus o sin el.
Se extiende frente a nuestros ojos una sociedad anonadada y a la vez conformista, puesto si aquello que asusta revela hoy una cierta proporción, los pronósticos solo configuran un mañana de adversidad. El miedo, con el tanto insistió Maquiavelo en El Príncipe, es, en fin, la emoción puente que primero ata y después une.
Por lo tanto, no es la salud que nos hará mas solidarios sino la enfermedad, la peste o el miedo compartidos. El fin como falso conjuro del miedo. Ante este panorama cabe preguntarse ¿cómo no recogerse interiormente y conformarse con el consuelo de no empeorar?
El virus de la crisis ¡Salvar al capitalismo!
Mas bien el virus de la crisis tuvo su apogeo en el 2009, el cual se hallaba en una fase de mutación, de manera que, si los intentos para detenerlo habían fracasado, ahora habría que afrontar además una diabólica versión del mal que podría al cabo convertirse en una pandemia cuyo destino se volvía tan impredecible como acaso interminable.
En el fondo, la crisis actual del capitalismo es una vieja patología, cuya manifestación de mutaciones y ajustes macroeconómicos en el mundo del trabajo, continúan bajo el mismo tratamiento: contracción de la producción, disminución de los empleos productivos y aumento del desempleo estructural; caída de las tasas de rentabilidad y disminución de las tasas promedio de crecimiento económico que caracterizan al capitalismo contemporáneo, ciclo tras ciclo, crisis tras crisis.
La crisis no es solo la crisis sino todo aquello que se cree, se habla o se teme sobre la crisis.
Incluso, esta seria a efectos prácticos la única crisis y de ahí la dificultad (o incapacidad) de neutralizarla mediante medidas referidas a lo económico, que, a estas alturas esta siendo superada por todo lo demás. En esta etapa el virus de la Covid-19 es su pretexto univoco.
Podría esperarse que los repetidos despidos masivos, la congelación o recortes de sueldos, espectaculares estafas de altos cargos políticos, la corrupción de los especuladores, las crisis financieras, la ausencia de medidas que combatan el desastre capitalista (antes de la Covid-19), encendiera el fervor de luchas populares, pero el miedo encoge y anestesia.
El miedo se ha propagado universalmente, y si antes nos refugiábamos en el horizonte de la esperanza, ahora solo nos encogemos de hombros, cuasi con resignación e indiferencia, ante la amenaza que nos acecha.
Vuelve la realidad revestida de plaga, la verdad justiciera revestida de desempleo, disfrazada de catástrofe cortando cabezas, sueldos e ilusiones; la verdad sin moral, sin normas ni valores. Vuelve apilando dogmas sobre los males de la especie humana y su palpito de transformación para salvar el sistema mismo, salvarlo o travestirlo, tratar su enfermedad u optar por la metamorfosis. Un capitalismo de ficción que finge su propia muerte o su largo funeral.
La fuerte tendencia secular que se advierte en cuanto a la generalización del régimen de superexplotación del trabajo en las economías capitalistas del orbe, que involucra a cada vez más segmentos poblacionales.
Esta tendencia sólo se podrá paliar y superar, si los trabajadores en alianza estratégica con todos los sectores oprimidos de la sociedad, son capaces de construir —y generar en su provecho— un orden económico y social alternativo sustentado en un nuevo modo de producción, de vida y de trabajo radicalmente anticapitalista y con fuertes raíces comunitarias y humanas. Si no, la barbarie nos seguirá gobernando.
Eduardo Camín. Periodista uruguayo acreditado en ONU-Ginebra. Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)