La reciente reunión a alto nivel entre la secretaria de Estado de EEUU, la Sra. Rice, y el presidente Putin dejó en el aire muchas más cuestiones pendientes que las que haya podido resolver. La principal concierne al futuro de las relaciones entre Rusia y EEUU, y a cómo repercutirá la renovada tirantez entre ambas […]
La reciente reunión a alto nivel entre la secretaria de Estado de EEUU, la Sra. Rice, y el presidente Putin dejó en el aire muchas más cuestiones pendientes que las que haya podido resolver. La principal concierne al futuro de las relaciones entre Rusia y EEUU, y a cómo repercutirá la renovada tirantez entre ambas potencias en los asuntos propios de la Unión Europea.
Una vez más, la OTAN está en el eje del problema, y no para resolverlo sino para complicarlo un poco más. El argumento ruso es fácil de entender: La OTAN es un residuo del antiguo enfrentamiento entre bloques, cuya superación produjo una oleada de optimismo y esperanza; si la Guerra Fría ha concluido, ¿qué necesidad tenía la OTAN de ampliar el número de sus socios, incluso extendiéndolo a los que fueron antiguos miembros de la Unión Soviética? ¿Sigue viendo la OTAN en Rusia un enemigo militar a batir? Si es así, es la OTAN y no Rusia quien atiza los rescoldos de la extinta Guerra Fría, argumentan desde Moscú.
La cuestión adquiere tonos esencialmente militares desde el momento en que EEUU pretende instalar en territorio europeo, otánico y ex soviético algunos elementos de su escudo de defensa contra misiles disparados desde Irán o Corea del Norte. Estos elementos son un sistema de radar en la República Checa y unos misiles interceptadores en Polonia. Ambos gobiernos aceptan con entusiasmo la propuesta, entusiasmo no menos intenso que el que mostró el Gobierno español a principios de los años 50, cuando EEUU sembró de bases militares el territorio nacional y lo convirtió en un eslabón más de su estrategia global, a cambio de reconocer a un régimen antidemocrático, antiguo aliado de Hitler y Mussolini y repudiado por muchos países europeos que no lo aceptaban en su compañía.
La actual estrategia estadounidense -apoyada por los países europeos más pro atlantistas- intenta diluir la conflictividad del despliegue militar propuesto multiplicando las acusaciones de déficit democrático en Rusia y acentuando los conflictos interiores con los que se enfrenta el Gobierno de Moscú, para teñir a éste con los colores de una peligrosa dictadura en potencia, o en todo caso de un imperfecto funcionamiento democrático. Se hace así digerible la idea de una OTAN que seguiría siendo el bastión europeo frente al eterno peligro del Este.
Sorprende que ninguna acusación similar recaiga, por ejemplo, sobre Arabia Saudí, cuya feudal monarquía, fiel aliada de Washington, representa la antítesis de cualquier idea democrática. Pero la política exterior de EEUU es así, y desde Washington se contempla con benevolencia a países que, como Arabia Saudí, Pakistán o Egipto, se mueven en órbitas muy alejadas de la más elemental democracia, a la vez que se zahiere sin cesar al presidente ruso por sus inocultables rasgos autoritarios.
Dentro de Europa también hay suspicacias, pues ni siquiera la OTAN está en condiciones de asegurar que el propuesto sistema estadounidense de defensa contra misiles sea capaz de proteger a los países europeos, y se sospecha que su verdadera finalidad es defender el territorio continental de EEUU. La Sra. Rice no lo ha ocultado al afirmar en Moscú que EEUU debe avanzar en el uso de tecnología moderna para su propia defensa y al declarar que espera «que nadie suponga que EEUU aceptará un veto sobre los intereses estadounidenses de su propia seguridad».
Si a esto se une la extendida percepción de que la OTAN, en conjunto, es una alianza militar siempre supeditada a los intereses de EEUU -aunque acepte algunas discrepancias internas, siempre con sordina-, no hay duda de que la Alianza Atlántica vuelve a encontrarse en la misma disyuntiva en que se hallaba al desaparecer el Pacto de Varsovia. Eligió el camino de la transformación de sus misiones y ahora interviene en Afganistán, bajo mandato de la ONU, pero conservando los lazos militares noratlánticos, lo que reaviva los recelos rusos.
El problema de la OTAN sigue sin resolverse: un organismo cuya función principal desapareció -la defensa militar frente a la URSS- pero que persiste en sobrevivir y crear nuevas funciones adaptables a su estructura, modificando ésta lo imprescindible para que las disfunciones sean menos evidentes. Europa seguirá sin saber encontrar su lugar en el espacio geoestratégico mundial mientras la OTAN siga pesando como una losa sobre lo que deberían ser sus propias decisiones. Los misiles polacos y el radar checo son dos nuevos obstáculos que EEUU ha puesto en las relaciones entre la Unión Europea y Rusia.
Relaciones que pasan por un punto muy bajo, como lo muestra el nulo resultado de la reunión bilateral UE-Rusia celebrada junto al Volga el pasado viernes. Y aunque la ampliación de Europa a los antiguos países satélites de la URSS vino a complicar mucho el entendimiento UE-Rusia, éste es más que nunca necesario, sin olvidar las importantes relaciones comerciales y energéticas entre ambas partes.
* General de Artillería en la Reserva