Las reformas políticas encabezadas por el régimen de Birmania permiten atender el resurgimiento de la malaria o paludismo resistente en los enclaves de las minorías étnicas devastados por la guerra, a lo largo de la frontera oriental de ese país. Cargando mochilas con suministros médicos, el personal sanitario ha tenido que sortear balas y evitar […]
Las reformas políticas encabezadas por el régimen de Birmania permiten atender el resurgimiento de la malaria o paludismo resistente en los enclaves de las minorías étnicas devastados por la guerra, a lo largo de la frontera oriental de ese país.
Cargando mochilas con suministros médicos, el personal sanitario ha tenido que sortear balas y evitar minas antipersonal para atender a los residentes de áreas alejadas y de difícil acceso, donde viven integrantes de minorías étnicas como karen, shan y kachim.
«Los últimos cambios políticos permitieron un mayor acceso a zonas antes restringidas por el ejército birmano», señaló Mahn Mahn, secretario del Back Pack Health Worker Team (BPHWT), una organización no gubernamental que desde hace más de una década atiende a unas 200.000 personas pertenecientes a minorías étnicas de Birmania.
Las mejoras en la atención médica en el este de ese país no pudieron ocurrir en mejor momento, pues hay una gran preocupación de que una mutación genética del Plasmodium falciparum, la cepa responsable de la mayoría de las muertes por paludismo, lo vuelva resistente al artemisina, el medicamento más efectivo contra este mal.
Científicos de la Unidad Shoklo de Investigación sobre Malaria concluyeron que hay un resurgimiento de la cepa mortal de la malaria. La institución cuenta con apoyo del Programa de Investigación sobre Medicina Tropical de la británica Universidad de Oxford y la tailandesa Universidad de Mahidol, con sede en Bangkok.
Para la investigación se analizaron 3.202 pacientes con malaria falciparum que estaban recibiendo artesunato (derivado de la artemisina) vía oral. El trabajo de campo, realizado en la frontera con Tailandia, duró 10 años y terminó en 2010.
Según otro estudio publicado por la revista médica británica Lancet este mes, el tiempo que demora el fármaco oral en actuar sobre los parásitos en el torrente sanguíneo sugiere una mayor resistencia.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) pidió que se prestara mayor atención a Birmania (llamado Myanmar por la Junta gobernante), además de Camboya, Tailandia y Vietnam, todos en observación a fin de controlar la resistencia a la artemisina y sus derivados.
«Myanmar es por lejos el que lleva la mayor carga», alertó la OMS en el marco de la conmemoración del Día Mundial de Lucha contra el Paludismo el miércoles 25 de este mes.
«Ese país tiene un papel muy importante en los esfuerzos para evitar el surgimiento de la resistencia a la artemisina en el mundo por su amplia población migrante, por el uso generalizado de monoterapias con ese fármaco y por su cercanía geográfica con India», remarcó la OMS.
Según Bill Davis, director de proyectos en Birmania de la organización estadounidense Physicians for Human Rights (Médicos por los Derechos Humanos), los programas para combatir la propagación del paludismo en zonas remotas, por lo general las más vulnerables, deben establecer un vínculo entre prevalencia de la enfermedad y violaciones de derechos humanos.
«Una investigación realizada tiempo atrás en el estado Karen mostró que las personas que habían sufrido violaciones de derechos humanos tenían más probabilidades de contraer malaria que las que no» habían estado expuestas a abusos, dijo Davis a IPS, refiriéndose a una región asolada durante seis décadas por enfrentamientos entre el ejército birmano y los rebeldes karen.
«Los abusos de derechos humanos tienen un impacto directo sobre la salud pública», afirmó. «Los trabajos forzados, el robo de alimentos, los desplazamientos abusivos, todo tiene consecuencias negativas», remarcó.
Según la OMS, hubo 2,4 millones de casos de paludismo en 2010 en Asia meridional y sudoriental, 90 por ciento de los cuales se concentraron en tres países: India, 66 por ciento, Birmania, 18 por ciento, e Indonesia, 10 por ciento.
Estudios de la OMS muestran que cerca de 40 millones de personas, casi 69 por ciento de la población de Birmania, viven en zonas donde la enfermedad es endémica. De ellas, 24 millones residen en áreas de alto contagio, donde opera BPHWT.
En 2010, Birmania reportó 650.000 casos de paludismo y 788 fallecimientos vinculados a la enfermedad, según esa agencia de la Organización de las Naciones Unidas.
De este modo superó a los otros dos países en el aumento de casos de paludismo entre 2000 y 2010, según el Informe Mundial sobre Paludismo 2011.
La resistencia a la artemisina en esta zona de Asia sudoriental explica por qué fue tildado de «epicentro mundial del paludismo resistente».
La batalla para contener la resistencia del parásito a la cloroquina, el fármaco que más se utilizaba antes, se perdió en esta parte del mundo.
«El riesgo de resistencia a un fármaco debe tomarse en serio», remarcó Shin Young-soo, director de la división para el Pacífico Occidental de la OMS. «Lo que más preocupa es que la resistencia a la artemisina se propague a África, que lleva la peor parte», añadió.
«Nuestra tarea es prevenir y proteger los logros obtenidos en la contención de la resistencia al fármaco en las zonas afectadas, así como evitar que esta se desarrolle en otras áreas», añadió.
«En los países donde se detectó una resistencia, es crucial eliminar el parásito resistente», subrayó.
Mahn Mahn espera que el gobierno reconozca a las organizaciones que trabajan en la frontera, como BPHWT, «para mejorar los programas y las actividades sanitarias en esas zonas» de difícil acceso.
«No podemos comprar medicamentos ni suministros en Birmania porque no somos una organización registrada», apuntó.