El máximo responsable de las Fuerzas Armadas de EEUU, el almirante Michael G. Mullen, ha declarado recientemente que la situación en Afganistán no tiene visos de mejorar y que las tendencias observadas indican que, con toda probabilidad, empeorará a lo largo del año próximo. Con esto, el almirante no hace sino confirmar los datos de […]
El máximo responsable de las Fuerzas Armadas de EEUU, el almirante Michael G. Mullen, ha declarado recientemente que la situación en Afganistán no tiene visos de mejorar y que las tendencias observadas indican que, con toda probabilidad, empeorará a lo largo del año próximo.
Con esto, el almirante no hace sino confirmar los datos de un informe que los servicios de inteligencia de EEUU están preparando para después de las elecciones, en el que, según ha publicado The New York Times, se dice que «Afganistán se halla en una espiral descendente» y se duda de que el Gobierno de Karzai pueda frenar el creciente auge de los talibanes.
No son sólo los militares y las agencias de inteligencia los que acusan tan hondo pesimismo. La prensa francesa se ha hecho eco de un mensaje enviado a principios de septiembre por sus servicios diplomáticos, en el que se reflejan las opiniones del embajador británico en Kabul. Éste cree que «la situación actual es mala, la seguridad empeora, lo mismo que la corrupción, y el Gobierno [afgano] ha perdido toda credibilidad». Añade que «la presencia militar de la coalición es parte del problema, no su solución», puesto que los ejércitos de ocupación sostienen un régimen político que, sin ellos, sucumbiría rápidamente, por lo que se viene retrasando la deseable salida de la crisis. Afirma que el refuerzo militar anunciado por la Casa Blanca tendrá un efecto negativo, pues «nos identificará más como una fuerza de ocupación y aumentará el número de objetivos vulnerables».
El citado embajador sugiere que, en un plazo de cinco a diez años, la única solución realista sería «establecer una dictadura aceptable», y que habría que «empezar a pensar en preparar a la opinión pública en ese sentido». El informe filtrado expresa también que «nosotros [los británicos] deseamos contribuir a una estrategia triunfadora, no perdedora» y concluye que la actual estrategia de EEUU «está abocada al fracaso».
Aparte del natural conflicto diplomático que ha supuesto la filtración de esas opiniones, con los consiguientes desmentidos y matizaciones, la imagen que se obtiene a través de los medios diplomáticos no es menos desalentadora que la que transmiten los militares y los órganos de inteligencia.
No sólo se suman los diplomáticos al pesimismo que produce observar la situación afgana. Los ministros de Defensa de la OTAN, reunidos en Budapest, no han mostrado mejores ánimos, aunque sus fórmulas salvíficas no van en el mismo sentido que las propuestas por la diplomacia. El secretario de Defensa de EEUU propone reforzar la acción militar, aunque se ve obligado a reconocer que las actividades no militares necesitan mayor atención y coordinación con aquélla. Sus tres líneas de acción serían: acelerar la formación del ejército afgano, aumentar la ayuda civil al desarrollo y reforzar la lucha contra el narcotráfico, que según varias estimaciones constituye el 50% de la economía del país.
Que algo hay que hacer, distinto de lo hecho hasta ahora, es más que evidente. Pero el peligro de elegir caminos equivocados también lo es. Se alzan voces en Washington pidiendo que EEUU arme a algunas milicias tribales en aquellas zonas donde los talibanes se han reforzado y en las que se considera que ni la policía ni el ejército afgano son eficaces. Convendría que quienes proponen esta solución recordasen que fue el Gobierno de EEUU el que, con análogo modo de razonar, armó y asesoró a los talibanes (y a lo que luego sería Al Qaeda) con el fin de expulsar de Afganistán a la Unión Soviética. El nefasto resultado final de tan errónea estrategia está hoy bien a la vista para todos.
Otra aparente solución de muy inciertos resultados sería la patrocinada por algunos sectores de EEUU, la ONU y la UE, consistente en hacer participar a los talibanes en el Gobierno de Kabul, si, además, esto se combina con la propuesta, más arriba citada, de instaurar en el país un régimen dictatorial «aceptable», lo que parece contar con un número creciente de adeptos. La larga historia de las dictaduras «favorables» -desde la Indonesia del general Suharto o la Nicaragua de Somoza, pasando por el Pakistán de Musharraf- no permite albergar grandes esperanzas sobre el resultado final de esta fórmula tan gastada.
No resulta difícil .con la inestimable ayuda de la CIA- establecer en cualquier país un régimen dictatorial para salir de una crítica encrucijada política; pero lo verdaderamente difícil es superar después ese régimen dictatorial, avanzando hacia formas políticas más apropiadas, sin que esto implique nuevos derramamientos de sangre y un aumento de la inestabilidad política, que suele extenderse a otros países de la zona, cuando no a todo el planeta.
* General de Artillería en la Reserva