Parecería broma, si no fuera por el evidente cariz trágico. Mientras la burocracia internacional del Sistema insiste en discutir, incansable, las estipulaciones del Acuerdo de París, rubricado en 2016, para prevenir el más que todo antropogénico -o sea, concerniente al ser humano- cambio climático, el consumo de combustibles fósiles en la Tierra continúa su indetenible […]
Parecería broma, si no fuera por el evidente cariz trágico. Mientras la burocracia internacional del Sistema insiste en discutir, incansable, las estipulaciones del Acuerdo de París, rubricado en 2016, para prevenir el más que todo antropogénico -o sea, concerniente al ser humano- cambio climático, el consumo de combustibles fósiles en la Tierra continúa su indetenible tendencia ascendente. ¿Por qué, si se sabe que para evitar la catástrofe anunciada se debe transitar a una matriz energética completamente diferente, reduciendo de manera drástica las emisiones de gases de efecto invernadero? Elemental. La industria petrolera mantiene su hegemónica posición desde la inamovible «trinchera ideológica, política y financiera» de que se ha provisto hace más de un siglo.
Para entender el pecado de pragmatismo, la miopía presentista, acudamos en Sin Permiso al mexicano Francisco Aguayo, con quien coincidimos -faltaba más- en que estas transiciones resultan procesos de largo plazo (de 80 a 100 años), en los que se transforman «no solo la combinación de fuentes de energía, sino los tipos de combustible y todo el abanico de tecnologías de conversión, transporte y aplicación final de la energía. Las transiciones energéticas expresan también cambios en la base socio-técnica y económica de las sociedades, desde la base de conocimiento científico y los estándares técnicos hasta las prácticas de uso y los sistemas de regulación».
El régimen explayado en el planeta demoró dos centurias en sustentarse primero en el carbón y luego en el petróleo, lo que le permitió la Revolución Industrial y a la postre erguirse «como mecanismo industrial sobre el entramado comercial y político» del orbe, «ampliando la capacidad productiva y acelerando los procesos de circulación de forma funcional a la acumulación de capital.» La energía fósil, apostilla Aguayo, cumple así una función primordial para un organismo que sólo puede vivir en continua expansión.
Aunque actualmente se notan visos de una nueva estructura, al aumentar la importancia relativa del gas natural y elementos renovables alternativos, «lo más grave es que el consumo de petróleo no sólo no se ha reducido en forma significativa en lo que va del siglo sino que sigue creciendo, y lo seguirá haciendo si el marco regulatorio no se transforma radicalmente».
Moviéndonos en la misma lógica, reconozcamos que el hidrocarburo supone un factor clave para el entramado militar y político dominante. Producto más que considerable en la palestra universal, significa también un puntal en la red monetaria, asentada en el dólar estadounidense. «Alrededor del petróleo se concentra además un conjunto de fuerzas que igual contienen y perturban la operación del sistema financiero global y que involucran enormes volúmenes de capital financiero, incluyendo fondos de pensión, presupuestos gubernamentales y fondos de infraestructura. No es casual que las principales potencias petroleras, Estados Unidos, Arabia Saudita y Rusia, hayan aumentado la extracción de petróleo en lo que va del siglo XXI más aceleradamente que el resto de los países productores».
Y es tan ubicua la presencia del recurso que no lo podemos obviar en ninguna de las abstracciones con que nos acercamos a la realidad, pues el «oro negro» se ha enraizado en la sempiterna carrera de relevos por la supremacía como Estado (o imperio) inherente a la historia. Hoy la geopolítica -en ella la decisión de Washington de salirse del acuerdo nuclear con Irán- , la contraproducente fuerte demanda y el recorte de la producción han encarecido la mercancía al extremo de que los «petroprecios» ya andan por sobre los 70 dólares por primera vez en tres años y medio. Sí, la decisión de Donald Trump de imponer sanciones a Teherán, junto con el abandono del Pacto, nos obliga a mirar con atención el que la nación persa es el tercer «emisor» de la OPEP, con 3 823 millones de toneles diarios, solo por detrás de Arabia Saudita (9 959 millones) e Irak (4 429 millones), según datos frescos de la organización. Algo que implica el cerco también a los que establezcan negocios con la República Islámica. Y que influirá en el suministro general en los próximos meses.
«Esta situación se produce cuando todo apunta a que se ha superado la crisis del petróleo desatada en 2014 por un fuerte exceso de la oferta mundial, que provocó el desplome de los precios del barril en casi el 80 %; ahora la demanda de crudo vuelve a ser vigorosa, mientras la oferta excesiva parece haberse esfumado», afirma la OPEP. Así que la formación de marras no se aviene a atenuar este «juego» de la ley del valor, lo cual deviene inequívoco indicio de que no pretende (al menos por el momento), en aras del clima y de la consiguiente salvación del globo, hacer a un lado ese perjudicial tipo de energías.
Pero el binomio petróleo-geopolítica no queda en lo develado. En su brega por sobrepujarse, que encuentra su máxima expresión en la guerra arancelaria, comercial, desatada unilateralmente por la Casa Blanca, esta ha actuado como si no comprendiera -¿gilipollez trumpiana?- que «el petroyuán-oro es una moneda mundial respaldada por el petróleo y el oro, algo que Estados Unidos ya no puede hacer», según el leal saber y entender de los especialistas Wim Dierckxsens y Walter Formento, en la digital Krítica. Sucede que para estos asistimos al «fin del imperio del dólar», pues, entre otros motivos, «todos los exportadores de petróleo a China tendrán que aceptar en primer lugar la moneda china, el yuan a cambio de petróleo. Como incentivo, los chinos ofrecen cambiar los yuanes convertibles en oro».
A ojos vista, el socorrido billete verde está a punto de dar un importante paso hacia atrás. «En 1944-1945 el dólar-oro se impone luego de que Estados Unidos (EUA) se ubicara como uno de los ganadores de la Segunda Guerra Mundial y lograra imponer su moneda al Reino Unido, desplazando a la libra esterlina de su lugar de moneda de referencia mundial. A principios de los años setenta se produce la crisis del dólar-oro (que venía arrastrándose desde 1967) y el dólar dejó de tener respaldo en oro; sin embargo, el acuerdo obtenido por el exsecretario de Estado de EUA Henry Kissinger y la Casa de los Saud en Arabia Saudita permitió el nacimiento del llamado petrodólar […]»
Así las cosas, «el petrodólar fue la moneda que vino a expresar los intereses de las corporaciones multinacionales estadounidenses ya expandidas a Europa y Japón. En realidad, el petrodólar no es la moneda nacional del conjunto de los capitales industriales estadounidenses porque son las corporaciones multinacionales estadounidenses las que dominaban la producción, el comercio mundial y el consumo mundial de energía basada en el petróleo. Por esta razón económica pudieron pactar e imponer esta nueva moneda de referencia mundial, el petrodólar, que en la práctica es una herramienta de extorsión que obliga a todos los países a cambiar producción y trabajo real por una moneda creada a pura deuda, sin respaldo».
En el presente, hay cada vez más Estados que ven el dominio de la divisa gringa como un obstáculo para su soberanía y su buen desenvolvimiento económico. Si «en el pasado reciente países relativamente pequeños como Irak y Libia fueron invadidos al pretender negociar el petróleo por fuera del ámbito del dólar, y hoy existe una amenaza real de invasión sobre Venezuela porque ha establecido su derecho a negociar su petróleo por fuera del ámbito del dólar, […] es preciso saber que en esta misma coyuntura los países multipolares BRICS, con China a la cabeza, el eje con mayor crecimiento económico en los años recientes, se plantearon seriamente lanzar el petroyuán-oro como moneda de referencia mundial. Con el ascenso de este rival -con suficiente fortaleza en diversos planos- por primera vez desde 1944, se podrá hablar con propiedad de un próximo desplazamiento del dólar como moneda dominante, pues ya ha perdido su hegemonía», aseguran Dierckxsens y Formento.
Apuntemos con los especialistas que el petroyuán-oro es algo con lo que los EUA ya no pueden competir. «Su ventaja radica en ser un esquema monetario de las economías más dinámicas, que además son grandes productoras y compradoras de oro y que han conformado gigantescas reservas en oro para respaldar al yuan, que por sí sólo no podría avanzar e imponerse».
Recordemos que, desde el 26 de marzo de 2018, asimismo «la Bolsa de Valores de Hong Kong emitirá [emite] contratos a futuro en yuanes -en el comercio de petróleo-, que serán [son] igualmente convertibles en oro. Los exportadores de petróleo incluso podrán retirar dichos certificados de oro fuera de China, es decir, el petroyuán estará disponible para pagarse hasta en los llamados Bullion Banks, en Londres». La estrategia del «dragón» asiático será, aseveran los articulistas, no atacar frontalmente el orden del petrodólar, sino minarlo progresivamente, para conseguir que el también llamado renmimbi, el euro, el yen… lleguen a trocarse en imprescindibles, o sea, construir un contexto multipolar de divisas.
De tal modo, más que concluir augurando quién triunfará en esta contienda, acotemos con observadores tales el mentado Aguayo lo difícil de que el «buque-tanque» aludido, en su fase de desorganización y crisis, sea capaz de reconfigurar su base técnica al ritmo necesario, reducir la velocidad y girar a tiempo para evitar una catástrofe climática durante las siguientes dos o tres décadas.
«Es todavía más incierto que esa base técnica pueda ser desmontada bajo los principios dominantes de la acumulación de capital y reconstruida a partir de otros principios, basados en la protección al medio ambiente, el control social de la tecnología y la planeación democrática. Una verdadera transición energética exige nada más, pero nada menos».
Ah, y eso… eso estaría fundamentalmente en manos de una izquierda nutrida y conciente. En manos del ecosocialismo, en fin.
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