Pese al acuerdo entre Irán y los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania (P5+1) para reanudar las negociaciones sobre el programa nuclear de Teherán a fines de este mes, pocos observadores en Estados Unidos creen que esté próximo un avance decisivo. El pesimismo se vio reforzado el jueves 7, […]
Pese al acuerdo entre Irán y los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania (P5+1) para reanudar las negociaciones sobre el programa nuclear de Teherán a fines de este mes, pocos observadores en Estados Unidos creen que esté próximo un avance decisivo.
El pesimismo se vio reforzado el jueves 7, cuando el líder supremo de Irán, ayatolá Ali Jamenei, pareció rechazar la propuesta de mantener conversaciones bilaterales directas con Estados Unidos, presentada por el vicepresidente Joseph Biden en una importante conferencia sobre seguridad realizada la última semana de enero en Munich.
El ministro de Relaciones Exteriores de Irán, Ali Akhbar Salehi, inicialmente dio la bienvenida a esa oferta, siempre y cuando Washington desistiera de su «retórica amenazante en cuanto a que (todas las opciones están) sobre la mesa».
Pero Jamenei dijo el jueves en un discurso ante oficiales de la fuerza aérea que esas negociaciones «no resolverían nada». «Ustedes apuntan un arma contra Irán diciendo que quieren conversar. La nación iraní no se asustará con las amenazas», señaló.
Esto confirmó a algunos observadores en Washington que es improbable que tengan lugar negociaciones serias -ya sea entre Irán y el P5+1 (China, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia, más Alemania), o en conversaciones bilaterales entre Teherán y Washington- antes de las elecciones presidenciales iraníes, previstas para junio.
«Simplemente no está en la naturaleza (de Jamenei) acceder a conversaciones desde una posición de debilidad, y sin duda no sin la protección de que las conversaciones sean llevadas a cabo por un presidente iraní al que puede… culpar de cualquier potencial fracaso» en las mismas, escribió Trita Parsi, presidente del Consejo Nacional Iraní Estadounidense, el jueves en el sitio web de The Daily Beast.
«Jamenei preferiría esperar hasta después de las elecciones iraníes, parece, tanto para hallar maneras de volcar el impulso de nuevo hacia el lado de Irán como para ocultarse detrás del nuevo presidente en las conversaciones», agregó.
Parsi se refirió así a la noción generalizada en Washington de que el impacto acumulativo de las sanciones económicas internacionales lideradas por Estados Unidos contra Irán, así como la guerra civil en Siria, ha debilitado a Teherán.
Ello ha «forzado» a volver a la mesa de negociaciones, ya no a hacer las concesiones reclamadas por el gobierno del presidente Barack Obama y sus aliados.
Estas incluyen poner fin al enriquecimiento de uranio a 20 por ciento por parte de Teherán, sacar del país sus reservas ya enriquecidas en esa proporción, cerrar su central subterránea de Fordow, aceptar un régimen de inspecciones altamente intrusivas por parte de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA).
También plantean despejar todas las dudas de esa entidad relativas al programa nuclear iraní.
A cambio de esas medidas, según funcionarios estadounidenses, Washington -y presumiblemente los otros miembros del P5+1- estarán preparados para renunciar a más sanciones de la ONU contra Irán.
Y también para garantizar el suministro de combustible nuclear para el Reactor de Investigaciones de Teherán, que produce isótopos médicos; facilitar servicios a la obsoleta flota de aviones civiles de Irán y brindar otro tipo de «alivio de sanciones dirigidas» que, sin embargo, no incluyan castigos relativos al petróleo -y a las finanzas- que en los últimos dos años han dañado particularmente la economía iraní.
El alivio gradual de esas sanciones se cumplirá después de que Irán implemente de modo pleno y verificable su parte del trato.
Sin embargo, hasta que se llegue a ese acuerdo, Washington se comprometió a aumentar la presión, según funcionarios estadounidenses que dicen que el gobierno está abocado a una estrategia de impedir que Irán obtenga un arma nuclear por medios militares, de ser necesario.
De hecho, el gobierno anunció el miércoles 6 que había empezado a implementar nuevas sanciones mandatadas por el Congreso legislativo que obligarían a los compradores extranjeros del petróleo iraní a cumplir ciertas condiciones.
Para evitar las sanciones, los compradores tendrían que hacer los pagos en cuentas locales a partir de las cuales Irán podría entonces comprar mercaderías fabricadas localmente.
Está ampliamente aceptado que las sanciones son responsables, por lo menos en una parte sustancial, de la caída de 50 por ciento del valor del rial, la moneda iraní, de la inflación galopante y de un aumento importante en el desempleo en los últimos meses.
Pero, al mismo tiempo, hay cada vez más dudas de que las sanciones estén logrando su cometido -obligar a Irán a aceptar las estrictas reducciones de su programa nuclear demandadas por Estados Unidos-, o de que haya más probabilidades de que lo consigan en los próximos 18 a 24 meses.
Este es el marco temporal en el que la mayoría de los expertos cree que Teherán podría lograr la capacidad de fabricar una bomba nuclear muy rápidamente si decidiera hacerlo.
De hecho, en las últimas semanas Irán empezó a instalar sofisticadas centrifugadoras en la central nuclear de Natanz que, de activarse a pleno, podrían acelerar de modo significativo la proporción del enriquecimiento del uranio.
La medida fue vista como un esfuerzo de Teherán por fortalecer su posición antes de la reunión del P5+1 que se celebrará el 26 de este mes en Almaty, Kazajstán.
Además, mientras que en diciembre 56 por ciento de los consultados en una encuesta de opinión pública iraní respondieron que las sanciones habían perjudicado en gran medida el sustento de los iraníes, otro sondeo, revelado el jueves 7 por la firma Gallup en Washington, arrojó que 63 por ciento creen que el país debería continuar desarrollando su programa nuclear.
A la luz de los últimos acontecimientos, los halcones de Irán en Washington urgen a imponer sanciones más duras y medidas para volver más creíble el eventual uso de la fuerza.
Estos reclamos sin duda se verán amplificados en buena medida el mes próximo, cuando el poderoso Comité Estados Unidos-Israel de Asuntos Públicos celebre su convención anual.
Sin embargo, al mismo tiempo parece haber aumentado la convicción dentro de la elite de la política exterior en cuanto a que es improbable que una intensificación de las sanciones y una acción militar amenazante den resultado, y que Washington debería estar más dispuesto a aliviar las sanciones para llegar a un acuerdo.
De hecho, el compromiso del gobierno de recurrir a la acción militar, si lo considera necesario para impedir que Irán obtenga un arma atómica, también es cada vez más cuestionado, mientras los «veteranos» de la política exterior reclaman una estrategia de «disuasión» si Irán llega a adquirir la capacidad de fabricar la bomba.
«Al final, la guerra es demasiado costosa, impredecible y peligrosa para ser una opción práctica», observó Bruce Riedel, ex alto analista de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) para Medio Oriente y Asia austral.
Él tuvo a cargo en 2009 elaborar la política para Afganistán en el equipo de transición de Obama y que se mantiene vinculado a la Casa Blanca desde su puesto actual en la Brookings Institution.
La «dura opción» entre una solución diplomática y una guerra que ha creado el compromiso de Obama con la prevención, «es un error», escribió en la primera semana de febrero a The Iran Primer.
«Pero es muy posible que (el nuevo secretario de Estado John) Kerry y Obama salgan de esta trampa reabriendo la puerta a la contención, aunque probablemente ellos lo llamarían de otra manera», agregó.
* Lea el blog de Jim Lobe sobre política exterior de Estados Unidos.