Las revoluciones las hacen hombres barbudos y desgreñados. Mujeres de belleza recia. Las revoluciones las hacen quienes padecen la fiebre de la imaginación. Las revoluciones las hacen l@s amantes del riesgo, l@s que no ven en el horizonte una frontera o un abismo, sino una promesa. Unos kilómetros a la izquierda, México es el fin […]
Las revoluciones las hacen hombres barbudos y desgreñados. Mujeres de belleza recia.
Las revoluciones las hacen quienes padecen la fiebre de la imaginación.
Las revoluciones las hacen l@s amantes del riesgo, l@s que no ven en el horizonte una frontera o un abismo, sino una promesa.
Unos kilómetros a la izquierda, México es el fin del mar Caribe, el muro por donde se deslizan las corrientes antes de voltear al noreste.
México es el suelo donde descansa José María Heredia, el primer poeta de la revolución; y es también la tierra donde nació la travesía liberadora del Granma, arca que llegó a esta isla emergida del océano, para volver a fundar la patria agonizante.
Al inicio y al fin de esta parábola que hace confluir poesía y libertad, arcoiris rojinegro de la nueva alianza, México ha sido fértil testigo de la historia cubana.
Hace once años un grito estremeció las raíces de nuestro continente: ¡Ya basta! Desde un rincón olvidado del sureste mexicano, los pueblos indígenas le recordaron al mundo pesimista de aquel tiempo, que la dignidad aún era una buena razón para entregar la vida.
Hace once años Cuba trataba de sobrevivir al descalabro de los socialismos i-reales, y a la furia creciente de un imperio que creyó vencido a su más tenaz enemigo.
Por debajo del mar, atravesando la piedra fría y el agua, la resistencia de Cuba y la proclama indígena estallaron al mismo tiempo, como unidas por vasos comunicantes. Consignas idénticas: el ¡ya basta! zapatista: el ¡socialismo o muerte! cubano.
Cuando en el planeta se rendían estandartes a lo imposible de construir otra historia que no fuese la de la eternidad capitalista, el EZLN engendró un terremoto y quebró los muros del templo donde se celebraba el tratado de libre comercio de América del Norte (TLC).
Cuando hablar de socialismo parecía nostalgia o desvarío, Cuba anunció su decisión de seguir levantando, sin padrinos, casi sola, un sistema social diferente.
En las montañas del sureste mexicano, l@s zapatistas soportaron ofensivas del ejército, matanzas de los paramilitares, cercos, traiciones… Y nadie pudo hacer que se quitaran el pasamontañas y bajaran la cabeza, de regreso a una servidumbre de cinco siglos.
En la isla mayor de las Antillas, el pueblo cubano aguantó leyes imperiales, sabotajes, vaticinios sombríos… Y nadie pudo hacer que entregaran su soberanía a un procónsul venido del norte brutal.
En la selva de Chiapas, el movimiento zapatista creció hacia dentro. Los caracoles, regidos de manera autónoma por las Juntas de Buen Gobierno, retan a la democracia representativa de mal-aliento occidental, que ha llenado los bolsillos de las corruptas oligarquías latinoamericanas.
Cada día en La Realidad, en La Garrucha y en los demás municipios autónomos, las palabras participación, democracia y justicia recuperan la masa que las hace alimento de pueblos; brotan del vacío en que las sumergió el discurso de quienes, desde el poder, se adueñaron de la palabra revolución, únicamente para traicionarla con sus actos.
Del olvido rescató la rebeldía a los pueblos indígenas, del olvido que duele más que la propia muerte. Y poco a poco han erigido sus escuelas, y sus hospitales, y las mujeres han ido dejando la obediencia hogareña por el trabajo liberador y el gobierno comunitario.
En silencio, l@s zapatistas han empezado a edificar un modelo de desarrollo social y económico, sobre conceptos políticos singulares, que desafía a la fórmula neoliberal y a ciertas anquilosadas concepciones «revolucionarias» de la izquierda.
Esa experiencia nos señala, a quienes deseamos una Cuba mejor, modos de perfeccionar el funcionamiento de estructuras comunitarias; maneras de concebir la educación, más cercanas a como debe ser en un país donde se educa no para competir, sino para cultivar y liberar; ideas sobre cómo hacer de la democracia participativa un principio que atraviese todo el cotidiano vivir de la sociedad.
El EZLN también se ha dado cuenta de que solo no puede continuar. Sabe llegada «la hora de arriesgarse otra vez y dar un paso peligroso pero que vale la pena». «Un nuevo paso adelante en la lucha indígena», reflexiona la Sexta Declaración de la Selva Lacandona., «sólo es posible si el indígena se junta con obreros, campesinos, estudiantes, maestros, empleados… o sea los trabajadores de la ciudad y el campo.»
De ahí el sentido de la Otra Campaña, que en su vocación aglutinadora rebasa las fronteras de México, aunque su objetivo central sea la conformación de una alternativa de izquierda antineoliberal y anticapitalista en la nación de Hidalgo, Juárez y Zapata.
Y de ahí el porqué del llamado a adherirse a la Sexta de Lacandona, que reclama los esfuerzos de todo el que crea en la vía revolucionaria como la única para rescatar a la América Nuestra de la hegemonía imperialista.
Aquí al lado, en Cuba, a alguien pudiera parecerle distante y ajena la causa zapatista. Desde el pedestal de una revolución supuestamente «hecha», algún funcionarillo de turno, ¿bien? intencionado y ducho en sin-razones de alta política, tal vez censuraría con su dedo autoritario cualquier muestra pública de apoyo, o siquiera un atisbo de entusiasmo solidario. Pero no, la existencia de un personaje de semejante especie es harto improbable.
El zapatismo continúa, de una forma más auténtica que aquellos gobiernos priístas de «intachable» política exterior, una añeja tradición de hermandad entre México y Cuba. No sólo porque vayan a enviarnos ocho toneladas de maíz y dos tambos de gasolina, o porque respalden nuestra resistencia contra los rapaces bloqueos imperiales; sino también por la defensa de una utopía humanista que, en esencia, es también el sueño de enero de 1959.
Apoyar hoy al EZLN es apuntalar la esperanza de l@s excluid@s, de l@s marginad@s, de l@s perseguid@s, de l@s olvidad@s de México, que son el reflejo de otr@s millones que mal-viven en el mundo.
L@s excluid@s por la miseria, por la enfermedad, por el silencio: l@s homosexuales, despreciad@s por una moral de dobleces; las mujeres, atadas por el machismo hipócrita; l@s jóvenes, arrastrad@s a un futuro violento; l@s emigrantes, arrancad@s de su tierra; l@s drogadict@s, hundid@s en la pesadilla; l@s obrer@s, que trabajan para subsistir apenas; los soldados, asesinados por quienes los envían a guerras sin fin; l@s niñ@s, empujad@s al basurero; las prostitutas, esclavas de una voracidad abyecta; l@s ancian@s, empujad@s al suicidio; l@s campesin@s, que nacen en suelo ajeno; l@s indígenas…
Pero también tod@s l@s que se oponen a la barbarie capitalista, a los falsos sueños que vende el mercado, a la destrucción del planeta por un consumismo insaciable.
La Otra Campaña, más allá de sus propósitos nacionales, confluye con el ascenso de los movimientos progresistas en América; subleva a l@s que están abajo y a la izquierda, en una ofensiva hasta las márgenes del río Bravo, transfigurada en homenaje a las legendarias epopeyas de Bolívar, Sucre y San Martín.
Como ha dicho el argentino Atilio Borón, la batalla final contra el imperialismo será en América Latina. Y en ese combate, por azares de la geografía y deberes de la historia, Cuba y México ocupan las trincheras de avanzada.