Hace algo más de un año presenté en este medio un artículo que tuvo éxito y se terminó traduciendo a seis o siete idiomas. Esta notoriedad del artículo me ha llevado a utilizar su título en el libro que he publicado. El artículo se titulaba “Por qué China está ganando. No es la economía, no es la tecnología, son los derechos humanos”.
El libro, “Por qué China está
ganando. La economía china y la nueva guerra comercial
norteamericana”, trata de explicar este círculo virtuoso que
se ha producido en China entre su desarrollo económico, su traslado
de los beneficios a la sociedad, el empoderamiento social generado
que impulsa un nuevo capítulo de desarrollo y el nuevo círculo
virtuoso. La estructura socialista de China está, por tanto, en la
base de este milagro económico al que estamos asistiendo, donde un
país en la más absoluta miseria hace pocos años ha sobrepasado
económica y tecnológicamente a Estados Unidos y Occidente. En una
sóla generación ha pasado de una sociedad agrícola y en la extrema
pobreza (800 millones de personas, el 80 % de la población, en la
extrema pobreza, según los estándares occidentales) a una sociedad
de progreso que ha sorpassado a la economía norteamericana. En el
año 2000 el PIB norteamericano era el 19,8 % del total mundial,
mientras el PIB de China era el 6.4 %, todo ello en paridad de poder
adquisitivo. En 2024, el PIB de Norteamérica se ha reducido al 14,7
% del mundial y el de China ha subido al 19,1 %.
Este es
el origen de la guerra comercial de Estados Unidos contra China. El
supremacismo norteamericano no puede soportar perder el podium
mundial. Y menos ante un país que tiene tres graves “lacras”: No
son anglosajones, no son blancos y son comunistas en lugar de
cristianos.
La
raíz cultural: un pensamiento que no desaparece
Para
entender a China es imprescindible mirar más allá de su crecimiento
económico. El punto de partida es su cultura, donde el confucianismo
—que no es una religión, sino un sistema ético y filosófico—
ha moldeado durante siglos la organización social, la educación, el
ejercicio del poder y la relación entre el individuo y el
colectivo.
A pesar de los vaivenes sufridos durante la
Revolución Cultural, hoy vuelve a ser reivindicada como la base
moral que complementa al marxismo chino, permitiendo un modelo en el
que lo colectivo y la armonía social conviven con la modernización
marxista de la economía y la tecnología.
Esta
continuidad histórica distingue a China de las trayectorias
occidentales, marcadas por rupturas radicales. China está reformando
sin destruir. Y esa capacidad de integrar pasado y futuro explica en
parte su resiliencia.
El
peso de la historia: un país que ha aprendido de su propia
fragilidad
Durante siglos, China ha sido una de
las civilizaciones más avanzadas del planeta. Sin embargo, las
guerras del opio, el colonialismo y la invasión japonesa dejaron una
herida profunda que el país no ha olvidado.
Esa
“humillación centenaria”, que se mantiene en el recuerdo
histórico, es un componente activo de su política contemporánea.
El Partido Comunista de China (PCCh) ha construido, desde 1949, una
narrativa de restauración nacional que ha dado sentido a cada
reforma económica, institucional y tecnológica.
Desde
Deng Xiaoping hasta Xi Jinping, la modernización ha sido entendida
como la recuperación de la dignidad perdida. Este impulso histórico
es uno de los motores más poderosos del ascenso chino.
La
planificación se encuentra con el mercado y genera la mayor
revolución económica
El milagro chino no puede
comprenderse sin estudiar su estructura económica. Desde 1978, China
ha pasado de ser un país agrícola y empobrecido a convertirse en la
segunda economía del mundo. Sin embargo, la clave no ha sido el
“capitalismo”, que dicen algunos, sino la creación de una
economía de mercado socialista donde el Estado define los objetivos
estratégicos mientras permite que el mercado fomente la innovación
y la eficiencia.
Podría pensarse que la diferencia entre capitalismo y socialismo es el mercado. De hecho, las economías socialistas del estilo soviético suprimieron básicamente el mercado y fracasaron
en la asignación flexible y eficaz de los recursos y en la incentivación de las fuerzas productivas. El fracaso de esta experiencia ha demostrado que es imposible eliminar artificialmente la economía de mercado bajo el socialismo.
No hay contradicción entre el socialismo y la economía de mercado. La clave está en desarrollar eficazmente las fuerzas productivas. Al igual que una economía planificada no equivale a una economía socialista, porque en el capitalismo también se planifica; una economía de mercado no es capitalismo porque también hay mercados en el socialismo. Tanto la planificación como el mercado son medios de control de la actividad económica y actúan en economías socialistas y en economías capitalistas.
Infraestructura,
industria y tecnología: el corazón material del ascenso
China
ha construido más trenes de alta velocidad (47.000 Km.) que el resto
del mundo combinado (10.000 Km.). Produce más acero (57 % de la
producción mundial), cemento (algo más del 50 % de la producción
mundial), paneles solares (80 % de la producción mundial), vehículos
eléctricos (más del 70 % de la producción mundial) y barcos (más
del 50 % de la producción mundial) que cualquier otra nación.
Lidera sectores enteros —como telecomunicaciones, comercio
electrónico, energía renovable y manufactura avanzada— y se ha
convertido en un país imprescindible en áreas estratégicas como la
inteligencia artificial, la tecnología cuántica, las baterías, la
supercomputación y la exploración espacial.
La
combinación de planificación estatal, inversión en I+D,
ecosistemas industriales integrados y un enorme mercado interno ha
permitido acelerar innovaciones que, hace solo una década, Occidente
consideraba inalcanzables para China.
La “guerra de los
chips” demuestra que los intentos de frenar su avance tecnológico
solo han estimulado aún más su capacidad de innovación. El
lanzamiento, hace ya más de un año, del Huawei Mate 60 Pro, la
rápida evolución de su industria de semiconductores y el despliegue
de la IA china muestran que el desacoplamiento tecnológico es, en la
práctica, inviable.
Estamos asistiendo a una transición
hacia una economía de alto valor añadido, donde los salarios crecen
(más de 20 veces más que el crecimiento salarial de los países
desarrollados tan solo desde 2008), la clase media se expande y el
país se mueve hacia una mayor productividad y automatización.
La
urbanización, la educación masiva y la consolidación de una clase
media de cientos de millones de personas han modificado la estructura
social del país y su papel en la economía mundial.
Liderando
las energías renovables
China es hoy el
mayor inversor mundial en energías renovables. Lidera la producción
solar, eólica, de vehículos eléctricos y baterías de nueva
generación. Y aunque aún tiene camino por recorrer, su transición
energética avanza mucho más rápido que la de cualquier otro país,
Europa incluida.
La lucha contra el cambio climático se
ha convertido en una ventaja competitiva. China está construyendo la
infraestructura verde que otras economías necesitarán en el futuro.
La guerra tecnológica norteamericana contra China
La tercera parte del libro analiza la guerra de Estados Unidos contra China. La guerra comercial, la guerra de los chips, las restricciones a la inversión y los aranceles no han frenado a China; han acelerado su autosuficiencia tecnológica y han debilitado la credibilidad estadounidense como garante del orden económico global.
La nueva guerra arancelaria iniciada en 2025 ha revelado un hecho incómodo para Occidente: el mundo ya no gira exclusivamente alrededor de Estados Unidos. La diversificación comercial, el crecimiento de los BRICS+, la expansión de la Franja y la Ruta y las nuevas instituciones financieras internacionales están creando un ecosistema donde China tiene un peso creciente.
China mira hacia el futuro con una visión a largo plazo. Su estrategia de autosuficiencia tecnológica, diversificación diplomática, expansión de infraestructuras y defensa del multilateralismo apunta a un objetivo: convertirse en una fuerza estabilizadora en un mundo multipolar.
Las Iniciativas Globales de Seguridad, Desarrollo, Civilización y Gobernanza muestran la voluntad de articular un modelo alternativo al orden occidental tradicional, no desde la confrontación militar, sino desde la cooperación y la interdependencia.
En definitiva, China está ganando porque tiene una estrategia socialista que revierte todo el progreso en el empoderamiento social, porque integra tradición y modernización, mercado y planificación, historia y futuro. Porque ha logrado transformar su economía sobre la base y en beneficio de las personas. Porque ha reducido la pobreza, construido industrias poderosas, apostado por la tecnología y evitado la confrontación externa.
Es el resultado de una visión socialista de largo plazo que está redefiniendo el mundo.
Pedro Barragán es economista, asesor de la Fundación Cátedra China y autor del libro “Por qué China está ganando”
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.


