Mucho se habla en estos días del Tíbet y de la revuelta de los monjes naranjitos, pareciera que todo el mundo se ha vuelto experto analista de política internacional. Hasta Penélope Cruz, el epiléptico de los Mecano y Richard Gere, budistas profundos tras de leer «Tintín en el Tíbet», alzan su voz en la defensa […]
Mucho se habla en estos días del Tíbet y de la revuelta de los monjes naranjitos, pareciera que todo el mundo se ha vuelto experto analista de política internacional. Hasta Penélope Cruz, el epiléptico de los Mecano y Richard Gere, budistas profundos tras de leer «Tintín en el Tíbet», alzan su voz en la defensa del paraíso perdido del Himalaya. Denuncian violaciones de los derechos humanos por parte de las autoridades chinas así como el genocidio de su ancestral cultura. El Dalai Lama, XIV reencarnación de una emanación de Buda, Nobel de la Paz y medalla de Oro de Bush, que desde 1959 vive exiliado en la India, va dando conferencias por el mundo pidiendo solidaridad para con su pueblo.
Vaya pues mi solidaridad hacia los tibetanos que soportan un gobierno chino defensor de un capitalismo salvaje, si es que hay alguno que no lo sea. Pero con relación a la parroquia del Dalai, no me solidarizo en absoluto y eso que en mi familia somos muy solidarios. Mi padre ya lo hizo con el Ejército Rojo chino que en 1951 abolió el sistema social de servidumbre en el Tíbet y lo volvió a hacer cuando el mismo ejército aplastó en 1959 una revuelta armada promovida por el actual Dalai y EEUU para volver al anterior sistema.
La espiritualidad de su ancestral cultura del Tíbet estaba basada en una sociedad formada por unos pocos terratenientes, dueños de las tierras, de hombres y de mujeres. Los monjes pasaban el tiempo rascándose las pelotas, tocando la flauta y explicando a los siervos que ahora les toca sufrir sin protestar pero en la próxima reencarnación se lo iban a pasar de miedo. Y entre tarea y tarea se lo pensaban haciendo «ommmh». La gran mayoría de la población eran los siervos, su vida transcurría trabajando obligatoriamente para el señor sin cobrar nada a cambio, para sí y para pagar los onerosos diezmos a los del «ommmh» y al estado. Se contabilizaban más de doscientos tipos de impuestos. Los castigos por no hacerlo, o por intentar escaparse, eran pedagógicos: latigazos, mutilación de ojos, piernas y manos… Buen karma.
Ahora dice el Dalai que se han vuelto demócratas. Ummh… no sé, cuando me aclare de qué vive usted y su séquito, por qué la invasión de Irak puede ser positiva, era malo juzgar a Pinochet y su amistad con Bush, entonces me podré solidarizar con ustedes. De momento mi tercer ojo permanecerá cerrado, por si acaso.