Pese a que Rusia no puede ceder en nada, porque ya en la década de los noventa cedió casi en todo sin obtener algo sustancial a cambio, a no ser de unas presas de pollo que el pueblo ruso llamó despectivamente «piernas de Bush», la reunión entre los presidentes Putin y Trump, que tendrá lugar […]
Pese a que Rusia no puede ceder en nada, porque ya en la década de los noventa cedió casi en todo sin obtener algo sustancial a cambio, a no ser de unas presas de pollo que el pueblo ruso llamó despectivamente «piernas de Bush», la reunión entre los presidentes Putin y Trump, que tendrá lugar este 16 de julio, será el encuentro más importante en lo que va del siglo. Y no es para menos, porque las relaciones entre las únicas potencias con capacidad de destruirse mutuamente, junto con el resto del planeta, son peores que las que existían entre los que conformarían los países Aliados y las naciones del Eje antes de la Segunda Guerra Mundial, y esto es escalofriante.
El caso de EEUU es diferente del ruso porque no debe ceder en nada sino aceptar que ya no es el hegemón del mundo, algo que, implícitamente, reconoció Trump al lanzar el eslogan «hacer a América grande otra vez», a lo que se opone la clase política de Washington, llamada cloaca por este excéntrico presidente, y también los medios de información masiva, a los que con toda razón llama «fabricantes de mentiras», ambos promotores de la globalización, que tan malos resultados ha traído no sólo al pueblo estadounidense sino al resto del mundo, pero que ha colmado de riquezas a las transnacionales. A Trump, este dilema le es difícil enfrentar porque los intereses de los grandes monopolios de EEUU coinciden con las ingentes utilidades que les genera la integración económica mundial, por ahora.
La cloaca, que siempre necesitó de un enemigo para impulsar su política de hegemonía, se equivocó de rival al escoger a Rusia, no sólo porque este país nunca fue su contendiente sino por tratarse de un Estado vencedor, jamás derrotado en el transcurso de su milenaria historia. En tierra rusa encontraron sepultura poderosos imperios y, tal vez, esto sea lo que comprende el Presidente Trump al propiciar el encuentro con Putin.
Los temas a pactar son complejos y de muy difícil acuerdo, pero el sólo hecho de que sean tratados convierte a la reunión en un gran avance, pues les permite conocer qué piensan y qué pueden concertar en cada uno de los delicados temas que van a negociar. ¿Cuáles? Entre otros, van a discutir sobre el problema sirio, el ucraniano y el control de las armas tácticas y estratégicas.
En Siria convergen numerosos oponentes cuyos intereses se deben tomar en cuenta para acordar algo, lo que se complica porque tres de los más importantes, el gobierno de Bashar al Asaad, Irán y Turquía, desconfían totalmente del Presidente Trump y de las intenciones del Pentágono en esa región. Tal vez, lo único que puedan acordar es conceder una relativa autonomía al pueblo kurdo, en el contexto de una República Federal Siria, que no ponga en riesgo la integridad de Turquía e Irán y garantice la seguridad de Israel, para lo cual deben acordar que sea el pueblo sirio el único que escoja a sus gobernantes en un proceso limpio y democrático.
Lo de Ucrania no sería problema de no ser porque es heredado del gobierno de Obama, que lo creo para contrariar a Rusia. Trump con gran placer mandaría a la punta de un cuerno a Poroshenko, y a toda la mafia fascista que lo sustenta, de no ser porque en EEUU sus enemigos lo acusarían de haberse entregado a Putin. Durante la cumbre del G7 del 2018 declaró a un periodista «que fue Obama el que permitió que Crimea se escapara… Él fue quien permitió que Rusia entrara allí y gastara mucho dinero en reconstruirla»; lo que motivó a Susan Rice, ex asesora para la seguridad nacional de Obama, a calificar estos comentarios de «vergonzosos e indignantes», y sostener que Trump no entiende que «Rusia es nuestro adversario». Quién lo creyera, Ucrania se ha convertido en un problema interno de la política de Washington.
Ambos mandatarios están interesados en controlar las armas tácticas y estratégicas, porque evitarían una costosa carrera armamentista, que no le conviene a ninguno. Se trata de un problema técnico militar que debe ser abordado por especialistas, en largas y numerosas reuniones que se den a futuro.
A vísperas de la reunión de Helsinki arribó a Moscú una delegación del Congreso de EEUU, algo que no pasaba hace muchos años. En el parlamento ruso mantuvieron reuniones en que trataron a puerta cerrada los más actuales y espinosos problemas de las relaciones entre ambos países; también conversaron con el ministro de Relaciones Exteriores, Sergey Lavrov. A su retorno a EEUU, el The Washington Post los recibió con las siguientes palabras: «Es imposible creer que el partido republicano de EEUU, en su tiempo fuertemente opuesto a la Unión Soviética, en la actualidad se entregue sin razonar a las ternuras del presidente Putin, apenas dos años después de la intervención del Kremlin en las elecciones americanas».
Además, se escuchan voces discordantes que expresan desconfianza absoluta con este evento en el que, según el New Yorker, «Putin podría ganarle a Trump» o, según el The Guardian, «Putin va a envolver a Trump» o, según el The Washington Post, «Putin siente débil a Trump» o, según el The Atlantic, «¿Le podrá Trump entregar Siria a Putin? o, según el Atlantic Council, ¿Le entregará Crimea? o, según el Defence 24, «Este encuentro es esperado y le teme el mundo entero» o, según el Newsweek, «Vladímir Putin domina el arte de llegar a acuerdos, algo que Trump no posee. El resuelto presidente ruso tiene mayor experiencia para salir vencedor de esta reunión». Es el coro de los corifeos de siempre.
Incluso, la OTAN tienen sus dudas porque teme que Putin y Trump acuerden a sus espaldas algo que les perjudique. Realmente están asustados ya que Trump, días antes de la cumbre de este organismo, les recriminó: «Así que quieren protegerse contra Rusia, pero sin embargo pagan miles de millones de dólares a Rusia y nosotros somos los idiotas que pagan por todo»; les exigió incrementar el presupuesto para su defensa y comprar más tecnología norteamericana.
A sus detractores, Trump les contesta: » Putin está bien. Él está bien. Todos estamos bien. Todos somos personas. ¿Estaré preparado? Totalmente preparado. Me he estado preparando para esto durante toda mi vida»; predice al New York Times y al The Washington Post la bancarrota total por divulgar noticias falsas y les recrimina con dureza «Confíen en mí, estaremos bien. Noticias falsas. Mala gente». Y en esto no le falta razón, porque esta mala gente ha impulsado la Guerra Fría, y las calientes también, ha defendido a los regímenes más opresivos y ha combatido con falsedades y artimañas a todos los revolucionarios, leales a las causas de sus pueblos, aunque no sean los hechos a los que se refiere el Presidente Trump.
Esto no significa que Trump no defienda los intereses del imperio sino que lo hace con otra óptica; la historia le dará o no la razón. Por lo pronto, se dice que ha tenido éxito con su política interna, lo que se refleja en el incremento de su popularidad y en la posible victoria de sus candidatos en las elecciones intermedias de noviembre.
Pero incluso así, si llegara a triunfar, le sería difícil manejar a su país por el racismo, la intolerancia, el alto índice de desigualdad social, la emigración ilegal y los numerosos problemas, difíciles de enfrentar, especialmente por la falta de fondos. Los recursos los pudiera obtener recortando el alto presupuesto de defensa, casi igual al del resto del mundo, pero ¿quién le pone la cascabel al gato?, más que nada porque el Pentágono, cuyo derroche de recursos oculta mucho de malo, es el principal sostén de Trump. Así las cosas, hay que darle tiempo al tiempo para ver lo que sucede.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.