Trump se despide del cargo despachándose a gusto contra China: desde imposición de nuevas sanciones a altos funcionarios y empresas hasta la supresión de las “autolimitaciones” en los intercambios con Taiwán o acusaciones a la carta ya nos refiramos a la religión, derechos humanos, Hong Kong, Tíbet o Xinjiang.
Deja a su sucesor, Joe Biden, un largo rastro de tensiones y conflictos de los que tendrá difícil sustraerse, en gran medida porque, primero, ambos comparten la filosofía de fondo, y, segundo, porque muchas de ellas tienen tras de sí el consenso bipartidista. En consecuencia, a primera vista, puede que el tono sea más moderado pero no por eso será menos intenso.
A mayores, Biden tiene al alcance de la mano la mejora de la sintonía con los aliados de EEUU en todo el mundo. Esto puede afectar a muchos asuntos que en los últimos años se han resentido del unilateralismo de la Casa Blanca. En lo que a China se refiere, la primera cuestión que Biden tendrá que dilucidar es su categorización: ¿enemigo, competidor, socio o las tres cosas a la vez? Debiera en todo caso tomar nota de que la agresividad de Trump no resultó. Su balance es paupérrimo y más bien parece haber producido el efecto contrario al deseado. Las invocaciones al desacoplamiento, las presiones sobre sus tecnológicas, los aranceles, etc. no han beneficiado a EEUU y solo han conseguido animar a China a acelerar el paso de su transformación. Por otra parte, su unilateralismo en la táctica y las medidas le ha conducido al aislamiento internacional. En consecuencia, en relación a China, las medidas que pueda adoptar deben recuperar el consenso con sus aliados si no quiere que sigan actuando como poderosos diluyentes de sus alianzas.
¿Retórico o pragmático? Lo vivido en los últimos cuatro años debiera igualmente haber despejado dudas respecto a la fortaleza de China. Ha venido para quedarse y ese realismo habría de inspirar cualquier estrategia de EEUU. Apostar, por ejemplo, por el desacoplamiento, carece de realismo: China es una parte muy importante de la economía global y cualquier intento de alteración de esta realidad supondrá un trauma para terceros, EEUU incluido. Además, como hemos visto con la firma del RCEP o del principio de acuerdo con la UE, o su voluntad de unirse al CPTPP o el impulso al TLC con Corea del Sur o Japón, la estrategia comercial de China lejos de detenerse, sigue avanzando y a ritmo trepidante. Esto evidencia también el fracaso de la política de Trump. Por tanto, frente a las prácticas comerciales chinas consideradas lesivas por parte de EEUU y otras economías occidentales, la mejor opción es la defensa coordinada de sus ventajas competitivas.
En materia de derechos humanos y asuntos de similar naturaleza que afectan a la dimensión política de la rivalidad bilateral, cabe esperar de la nueva Administración de EEUU un empeño, si cabe, mayor. Ello a pesar de que la autoridad de Washington en este sentido también se ha resentido en los últimos años en los que, en paralelo, advertimos en China signos claros de retroceso.
China, con todo, no pierde la esperanza de mejora y parece atisbar cambios positivos al constatar, por ejemplo, el nombramiento de Jacob J. Lew, ex secretario del Tesoro de EEUU, como presidente del Comité Nacional de Relaciones EEUU-China, que celebra como parte de una política que ambiciona tender puentes que ayuden a restablecer cierto entendimiento. En la misma línea cabe contemplar la misiva enviada por el líder chino Xi Jinping al ex presidente de Starbucks, Howard Schultz. Paradójicamente, entre sus mejores aliados en EEUU figuran algunas grandes multinacionales. Para China, la tensión con EEUU es motivo de preocupación, un peligro para la estabilidad, pero se siente capacidad para encararlo.
La gestión de Biden a propósito de China será uno de los desafíos clave en su política exterior. Es de esperar –y desear- la recuperación del diálogo y su normalización, sustituyendo el belicismo de Trump por una estrategia más sostenible. No son previsibles cambios abruptos de un plumazo, que los republicanos rápidamente atribuirían a las complicidades comerciales de su hijo Hunter con magnates chinos. El legado de Trump en esta cuestión, tan envenenado en tantos aspectos, bien pudiera ofrecerle, por el contrario, la base de un consenso interno para ganar tiempo mientras recupera sus alianzas exteriores y repara daños en otros ámbitos.
Fuente: https://politica-china.org/areas/politica-exterior/que-hara-biden-con-el-dossier-china