Aunque la tentación es ubicarlas simplemente en la derecha extrema, la evidencia muestra que las manifestaciones contra las medidas sanitarias realizadas en diferentes ciudades del mundo tienen una composición más amplia, en la que los neonazis pueden mezclarse con jóvenes que quieren volver a la disco y viejos hippies anti-vacunas.
Se trata, por el momento, de un fenómeno minoritario, pero que podría crecer en un contexto de incertidumbre global fértil para el conspiracionismo.
Durante los últimos meses, diversas ciudades del mundo, desde Vancouver y Bruselas hasta Berlín, Madrid y Buenos Aires, fueron escenario de un mismo fenómeno: la organización de protestas, más o menos masivas, en abierto rechazo a las medidas más estrictas de control sobre la situación sanitaria provocada por el COVID-19. En muchas de estas manifestaciones, la imposición por parte de autoridades locales y nacionales del uso del barbijo [mascarrilla] en el espacio público ocupó el centro de las críticas: visto como símbolo de autoritarismo gubernamental y como una herramienta de control social, incluso descrito en ocasiones como un “bozal” destinado a limitar la libertad de expresión de los ciudadanos, el barbijo parece haberse convertido en un significante capaz de cristalizar un sentimiento global de insatisfacción frente al manejo de la pandemia.
La aparición de estas manifestaciones ha generado reacciones diversas entre los analistas. La naturaleza por momentos teatral de muchas de estas protestas, el carácter excéntrico de ciertos manifestantes y la alineación de algunos de sus protagonistas con la extrema derecha antiglobalista ha hecho que frecuentemente se retrate estos movimientos con un tono de descalificación condescendiente, e incluso burlón: se trataría de personajes delirantes, adeptos a las teorías del complot de lo más extravagantes y ciertamente ajenos al juego democrático. Sin embargo, hay elementos para pensar que estas categorías no agotan del todo el análisis de este fenómeno cada vez más global. La caricaturización de las protestas es riesgosa, porque puede impedirnos entender las dinámicas más complejas que se esconden detrás de su emergencia y privarnos así de herramientas para anticipar lo que puede ser el germen de un movimiento más amplio.
El mundo hoy
En los últimos años, nos hemos acostumbrado a analizar el mundo según una sociología más o menos clara y basada en los clivajes provocados por las consecuencias de la globalización en las naciones industrializadas. En especial desde el Brexit y el triunfo electoral de Donald Trump, nos habituamos a pensar las dinámicas sociales contemporáneas, en especial en el primer mundo, a partir de la polarización entre lo que el británico David Goodhart denomina “la gente de algún lugar” (the people from Somewhere) y “la gente de cualquier lugar” (the people from Anywhere) (1). La idea es clara y, al día de hoy, bastante conocida: los primeros serían principalmente una amplia masa de sectores menos educados, muchas veces periurbanos o rurales, mayoritariamente blancos, frecuentemente perjudicados por la economía política de la globalización y hostiles al multiculturalismo, como en el caso de los Brexiteers (partidarios del Brexit) en el Reino Unido y los Gilets jaunes (Chalecos amarillos) en Francia, mientras que los segundos estarían integrados por sectores más urbanos, de mayor nivel educativo, de composición multiracial, con menos apego a las identidades locales y generalmente beneficiados de un modo u otro por la globalización, como en el caso de gran parte del electorado progresista de las grandes urbes norteamericanas y europeas.
Sobre esta sociología ciertamente simplista, pero de gran pregnancia, se han construido un sinnúmero de diagnósticos acerca de la debilidad de la democracia liberal en el mundo contemporáneo. La división entre estos dos polos sociales, enfrentados por su distinta relación con la globalización, parecería alimentar la radicalización y poner en peligro el consenso necesario para el buen funcionamiento de la democracia. La aparición de movimientos radicalizados tanto hacia la derecha como hacia a la izquierda, desde la Alt Right hasta ciertos grupos anarquistas de izquierda que irrumpieron en las movilizaciones de BlackLivesMatter, serían el síntoma de una sociedad global en crisis. Como corolario, en un mundo dominado por las redes sociales y la sobreabundancia informativa, esta radicalización tendría efectos deletéreos sobre la calidad del debate público al legitimar la adopción de posiciones políticas que prescinden de pruebas científicas para sustentar sus propuestas. La negación del cambio climático por parte de la extrema derecha y la corrección política por parte del progresismo, en este sentido, serían para algunos comentaristas dos caras de una misma moneda: una sociedad en la que el valor de la verdad ha sido erosionado por la grieta política.
Nuevas coaliciones en pandemia
Sin embargo, con la irrupción de la pandemia el mundo parece haber ingresado en una etapa distinta, capaz incluso de conmover los principios que guiaron la política de los años anteriores. El primero de agosto Berlín fue testigo de una protesta masiva organizada contra las medidas gubernamentales para contener el virus. Algunos medios subrayaron la presencia en el evento, que contó con casi 20 mil participantes, de grupos de extrema derecha y neonazis. Pero otros medios destacaron la participación de viejos hippies, de familias con chicos y de jóvenes que protestaban contra el cierre de las discotecas. A la vez, numerosos participantes se expresaron negando cualquier adhesión a la extrema derecha y advirtiendo que temían “el regreso de la República Democrática de Alemania”.
En las semanas siguientes, eventos similares tuvieron lugar en Madrid y París. En la plaza Colón de la capital española, por ejemplo, hasta 2.500 personas de diversas edades y apariencias se congregaron para protestar contra el uso obligatorio de barbijos y para denunciar la existencia de una conspiración que supuestamente se valdría del coronavirus para imponer un plan de dominación mundial a través del control social y de tecnologías como el 5G. En París, un grupo mucho más pequeño se reunió en la Place de la Nation, pero articuló reivindicaciones similares, denunciando el uso del barbijo como una tecnología de opresión y como parte de un complot que incluiría entre otros al mismísimo Instituto Pasteur. Más recientemente, la capital alemana volvió a ser escenario de una protesta de este tenor, esta vez aglutinando a casi 40 mil personas, que terminó con la intervención de la policía para dispersar a los manifestantes.
Estas manifestaciones no son sino una parte de un movimiento más amplio de protesta que se extiende desde Europa a las Américas y que presenta una sociología diversa y una serie de deslizamientos ideológicos novedosos. La identificación de estos movimientos con la extrema derecha parece ser una simplificación: entre los manifestantes hay miembros de generaciones distintas, provenientes de sectores sociales diferentes, que hacen uso de símbolos que remiten a idearios de izquierda y de derecha para enarbolar en conjunto una crítica antiautoritaria. El empleo del slogan “My body, my choice” (“Mi cuerpo, mi decisión”), originado en la lucha por el derecho al aborto, para criticar la imposición del barbijo en Estados Unidos, así como el uso de máscaras de Anonymous y de remeras del símbolo antisistema Julian Assange, son solo algunos de los ejemplos del bricolage ideológico que se esconde detrás de estas protestas.
Los participantes tienen en común una serie de ideas y posiciones en relación con aquellos a quienes perciben como detentadores del poder: los medios, los gobiernos nacionales y las corporaciones farmacéuticas, entre otros, son frecuentemente identificados como autores de un plan macabro desarrollado para destruir la libertad de los individuos. Pero detrás de esta enconada resistencia a la autoridad se cruzan actores con trayectorias y trasfondos sociológicos diferentes, así como inclinaciones políticas frecuentemente discordantes. En Estados Unidos, por ejemplo, estudios del Pew Research Center muestran que las diferencias sociales y políticas juegan un rol claro en cuanto a la adhesión a las teorías conspirativas: menor nivel educativo y voto al Partido Republicano correlacionan efectivamente con mayor susceptibilidad a dichas teorías. Pero, aún entre votantes del Partido Demócrata, hasta un 18% acuerda con la idea de que el COVID-19 es producto de un plan macabro (2). En Francia, por otra parte, el politólogo Antoine Bristielle, actualmente especializado en el estudio de los movimientos antibarbijo, afirma que hasta el 36% de los miembros de estos grupos en las redes sociales provienen de sectores profesionales e intelectuales: se trata, sorprendentemente, de un peso dos veces mayor al que tienen estos sectores en la sociedad francesa en general (3).
En pocas palabras, la pandemia parece haber generado las condiciones para entrecruzamientos que desafían algunas de las concepciones que guiaban nuestra comprensión de la política hasta hace poco. La coalición emergente entre sectores social y políticamente discordantes, pero reunidos alrededor de la sospecha y de la desconfianza frente a los discursos oficiales, es un hecho novedoso. También es un fenómeno que tiene el potencial de alcanzar proporciones mucho más amplias en el futuro: si vale la pena reparar en su emergencia es también porque, en un contexto de crisis prolongada, puede calar en lo profundo de sectores mucho más vastos que aquellos que hoy participan activamente de su formación.
El complotismo soft
El peligro no reside tanto en los militantes sino en quienes estén dispuestos a escucharlos. En un mundo dominado por las redes sociales y por la sobreabundancia informativa, la sospecha puede extenderse a un ritmo sorprendente. La creciente resistencia a la vacunación es un ejemplo elocuente: frecuentemente jóvenes, muchas veces socialmente liberales, los Anti Vaxxers son sin embargo un movimiento que comienza a participar activamente de la coalición de la sospecha. Una mirada a grupos como Rage Against the Vaccines en Facebook, con más de 35 mil miembros, muestra no solo que las referencias culturales de sus participantes son las de la juventud urbana de los 90 y los 2000, sino también que su crecimiento es exponencial. Un reciente estudio publicado por la revista Nature indica que la expansión de las opiniones anti-vacunas en redes sociales es notablemente más eficaz que la de las opiniones pro-vacunas, y que el apoyo a las plataformas anti-vacunación puede volverse dominante en diez años (4).
Pero la red de creencias potencialmente favorables a la coalición de la sospecha es amplia y ofrece interesantes casos de convergencias y afinidades cruzadas. El caso del doctor Joseph Mercola, por ejemplo, es ilustrativo: seguido por casi 300 mil personas en Twitter, el Dr. Mercola encabeza uno de los principales lobbies anti-vacunas del mundo y se ha convertido en un símbolo de la crítica contra la industria farmacéutica y la defensa de la medicina alternativa. Además, trabaja en tándem con organizaciones como Regeneration International, institución promotora de formas de agricultura sustentable en el mundo y crítica del uso de organismos genéticamente modificados, con decenas de institutos socios en todos los continentes. El Dr. Mercola, así como el chileno Iván Santandreu, recientemente muerto a causa del COVID-19, han sido algunos de los más notables promotores pseudocientíficos de la resistencia al uso del barbijo y de la crítica a las políticas sanitarias actuales. Pero el tejido de ideas e inclinaciones anticientíficas que puede abrir las puertas a la coalición de la sospecha es potencialmente amplio, y es posible incluso aventurar la hipótesis de que tenga un aliado en otras creencias pseudocientíficas como el terraplanismo, en distintas formas del esoterismo, en la homeopatía o incluso en la inofensiva astrología, un saber que, según la última Encuesta de Creencias y Actitudes Religiosas, goza de buena salud en Argentina, donde tiene hasta un 33% de adeptos (5).
En suma, el campo para la extensión de la sospecha es amplio, involucra a actores diversos, tanto nacionales como transnacionales, y es capaz de articular con eficacia, a la derecha y a la izquierda, distintas ideas y saberes percibidos por sus consumidores como alternativos, genuinos y capaces de producir sentido en un contexto global de incertidumbre. La coalición de la sospecha es hoy un fenómeno reciente y todavía pequeño. Si el contexto actual de crisis política y económica se prolonga, sin embargo, puede encontrar apoyos insospechados y echar raíces en un vasto espacio social lleno de dudas, vacilaciones y desconfianza respecto de las instituciones. En un mundo en el que las fuentes del saber legítimo están permanentemente en disputa, vale la pena estar atentos: el gusano ya está en la manzana.
Notas
1. David Goodhart, The Road to Somewhere: The Populist Revolt and the Future of Politics, C. Hurst & Co, 2016.
4. https://www.nature.com/articles/s41586-020-2281-1
5. Segunda Encuesta de Creencias y Actitudes Religiosas, CEIL-CONICET, 2019.
Agustín Cosovschi es historiador y Jovana Papovic docente e investigadora en ciencias sociales.
Fuente: https://www.eldiplo.org/notas-web/quien-se-opone-al-barbijo/