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Reflexión sobre las perspectivas de la emancipación social a partir de los levantamientos y movilizaciones en México y Bolivia

Fuentes: Rebelión

A partir de registrar los rasgos emancipativos, los límites y las dificultades de las movilizaciones y levantamientos indígenas y populares en Bolivia y en México en la última década, esta ponencia indaga en las potencias y dificultades que enfrentan las actuales modalidades colectivas de irrupción y participación antagónica y/o autogestiva en los asuntos políticos y, […]

A partir de registrar los rasgos emancipativos, los límites y las dificultades de las movilizaciones y levantamientos indígenas y populares en Bolivia y en México en la última década, esta ponencia indaga en las potencias y dificultades que enfrentan las actuales modalidades colectivas de irrupción y participación antagónica y/o autogestiva en los asuntos políticos y, en general, en la vida pública de los distintos países de nuestro continente. 

El objetivo es presentar de manera ordenada una serie de categorías y distinciones básicas, a fin de volver inteligible el conflicto social contemporáneo, que permita abordar la cuestión de la emancipación social. Esta temática, desde la perspectiva de los múltiples movimientos sociales de insubordinación contra el orden del capital en nuestro continente, confronta actualmente dos dificultades principales: 1. el problema de la relación entre la construcción de autonomía local y la autogestión de ciertos ámbitos de la vida social, y la confrontación a la explotación y dominación del capital a nivel general -en cada país particular y en el mundo globalizado. Es decir, la cuestión pasa por dar salida al problema de la articulación de las luchas desde la autonomía. 2. El problema del poder, esto es, la cuestión de las maneras más pertinentes de construir nuevas formas de autorregulación de la vida social que no cristalicen en nuevos estados de dominación.

Para llevar adelante el objetivo señalado, presento a continuación,

Siete tesis sobre la resistencia y la emancipación en América Latina y una hipótesis para pensar el cambio2

1.

Lo que en América Latina se vienen llamando «movimientos sociales» son, ante todo, acciones colectivas intempestivas e intermitentes de insubordinación social3 contra el capital y las específicas modalidades neoliberales de dominación cimentadas en,

* la modificación en el uso de la fuerza de trabajo que abre caminos a nuevas y más agudas formas de explotación

* el saqueo y despojo de los bienes comunes (agua, gas, biodiversidad, etc.), así como en el desmantelamiento general de lo que fue riqueza y espacio público.

* la privatización institucionalizada de la política que reglamenta y sanciona unos modos de participación en la vida pública, criminalizando cualquier otra forma de intervención en el asunto común.

2.

Un tipo específico de movimientos de insubordinación social surge cuando un conglomerado heterogéneo de individuos, colectivos y grupos se dota de un objetivo negativo que impugna aspectos puntuales de alguno de los tres cimientos de la ofensiva neoliberal señalados arriba y produce una vasta lucha de resistencia que, por lo general, desborda el entramado institucional y normativo dominante y aceptado como legítimo en cada uno de los países donde ocurren (el caso de las luchas por el agua en Bolivia, es paradigmático de este tipo de movimientos). Otro tipo de movimientos de insubordinación tiene rasgos más estables, el grado de cohesión interna entre sus miembros es más densa y se propone objetivos no meramente definidos por la negatividad y el antagonismo, sino que establece «ideas fuerza» positivas para reconfigurar ámbitos más amplios del espacio social (la rebelión de las comunidades indígenas de Chiapas, México, articuladas en el EZLN, es un ejemplo paradigmático de este tipo de movimientos)

Esta tipología tentativa de los movimientos contemporáneos de insubordinación, puede construirse a partir de precisar algunos rasgos que los diferencian y distinguen; como por ejemplo su «volatilidad», esto es, su grado de cohesión y condensación interna; el privilegio o no de acciones de confrontación con el orden del capital o de construcción autónoma de relaciones sociales distintas en determinado territorio, sus modos de confluencia y enlazamiento con otros movimientos, esto es, si privilegian una sintonía temporal de sus acciones colectivas o si más bien, se concentran en establecer-inventar ciertas formas de ocupación territorial definida, etc. La finalidad de construir una tipología no es meramente una ociosidad académica sino que puede contribuir a la comprensión de las distintas mecánicas -no lineales, en ningún caso- de la resistencia y la insubordinación.

* El primer tipo de movimientos de insubordinación entonces, son las acciones colectivas más altamente volátiles: condensaciones densas de hombres y mujeres que despliegan en el espacio público -la calle, los medios de comunicación, las instalaciones e instituciones públicas- su acción colectiva contundente, simultánea en el tiempo aunque coordinada laxamente, exhibiendo una específica y estridente «capacidad social de veto4» contra determinados aspectos puntuales, locales, nacionales o globales de los planes del capital.

Este tipo de movimientos consiste, ante todo, en el despliegue colectivo de una enorme carga de energía social desestructurante de las decisiones e instituciones del orden neoliberal: Cochabamba contra la privatización del agua en el 2000 y El Alto en 2003-2005, Argentina en el 2001 contra las medidas financieras de despojo masivo de la población, entre otras; el motín civil de Arequipa contra la privatización de la energía eléctrica en 2001; y también la oposición de los pobladores y vecinos de Atenco en los bordes de la ciudad de México a la privatización de sus tierras para construir un aeropuerto, la lucha de los estudiantes en el CGH de la UNAM contra el desmantelamiento de la educación pública en México, la resistencia contra el despojo de tierras en Tepoztlán, Morelos, México, realizada por comuneros y vecinos, etc., son ejemplos de movimientos de insubordinación de este tipo.

Todos ellos son movimientos de insubordinación intempestivos y, sólo a veces, acumulativos; casi siempre intermitentes y parciales, que contribuyen sobre todo a modificar la correlación de fuerzas existente en cada país donde ocurren, llegando en ocasiones a poner en jaque el andamiaje normativo e institucional del capital, su orden pues.

En cierta medida, es en este tipo de movimientos donde aflora de manera desgarrada la contradicción de la época: aquella entre los pueblos pobres, explotados, despreciados y despojados de sus recursos, situados en las diversas naciones y el poder de las corporaciones transnacionales organizadas en torno a y protegidas por el Estado norteamericano, cuyos intereses y visiones del mundo son vehiculizados por los distintos gobiernos de nuestros países.

Estos movimientos esbozan una nueva gramática, ie, unas nuevas reglas para los lenguajes de la lucha social, que no son fácilmente comprendidos por su carácter básicamente desestructurante del orden dominante, antes que productor de nuevas socialidades positivas5. En este sentido, son movimientos de insubordinación que modifican abrupta y sustancialmente la correlación de fuerzas en un lugar o país, aunque lo hacen por lo general durante lapsos cortos de tiempo. Por otro lado, por la manera en la que tales movimientos privilegian el enlace horizontal de multiplicidades sociales abriendo paso a la cooperación para la lucha y en tanto complejizan la vida política de cada país particular al habilitar espacios para la participación política de estructuras sociales anteriormente ceñidas al ámbito de la vida privada -las familias, las juntas de vecinos, los grupos parroquiales y una gran diversidad de colectivos y comunidades-, son movimientos también preñados de posibilidades emancipativas germinales que, a largo plazo, pueden modificar de manera decisiva la correlación de fuerzas.

* El segundo tipo de movimiento de insubordinación es menos volátil, esto es, más denso, cohesionado y estable; privilegia la lucha de resistencia y construcción de autonomía local, socava de manera persistente y lenta las relaciones de dominación y sólo en ocasiones irrumpe de manera contundente en el espacio público presentándose como sujeto crítico que impugna los principales soportes del orden del capital: la estructura de la propiedad, las formas liberales -privatizadas- de la política, la estratificación racial de la sociedad que sostiene el «colonialismo interno». Ejemplos de este tipo de movimientos son el MST brasileño, el EZLN mexicano y, en cierta medida, el movimiento aymara rural en Bolivia, el tejido sindical-comunal de los productores de coca en el Chapare y el entramado comunal en resistencia, principalmente quechua, en Ecuador. Todos estos son movimientos de más larga data, con una tradición de resistencia y lucha sedimentada a partir de sus propias acciones previas de confrontación y auto-configuración, con un grado de heterogeneidad menor dentro de sí y situados, claramente, dentro de un canon nacional de acción política, sin que esto signifique negar su posibilidad y habilidad -sobre todo en el caso del EZ- para abrirse a otras problemáticas y para relacionarse con una multiplicidad de luchas de resistencia en otros países, con un contenido mucho menos «nacional».

La virtud de estos movimientos, que en cierta medida constituyen estabilizaciones de fluctuaciones y rupturas sociales previas, es que construyen ámbitos de resistencia colectiva susceptibles de desdoblarse, también intermitentemente, en acciones más contundentes que tienden a modificar la correlación de fuerzas no de forma convulsa y espasmódica sino a más largo plazo. En tanto ocupan territorios demarcados con nitidez, en ellos despliegan más bien, cierta energía estructurante de nuevas relaciones sociales que, de manera compleja, transforman, superan y anulan tendencialmente ciertas relaciones de dominación y explotación, aunque algunas otras perviven refuncionalizándose.

3.

En los movimientos de insubordinación del primer tipo, los más volátiles e incendiarios, no es el logro de una finalidad preestablecida la que permite evaluarlos objetivamente6. Más bien, si la cuestión principal es vislumbrar los rasgos emancipativos en el despliegue mismo de la acción social de insubordinación, lo importante es comprender ¿cómo escapan los múltiples mosaicos móviles de la confrontación social a los diagramas de poder que los han constituido -o buscado constituir- como fragmentos controlables? ¿Cómo cooperan entre sí para superar su situación común? ¿Cómo inventan los colectivos y grupos humanos insubordinados, líneas de fuga y flujos de fuerzas que desestabilizan y ponen en duda el andamiaje estatal vigente, en sus aspectos normativos e institucionales? ¿Cómo se apropian y reconstituyen los espacios públicos? Esta perspectiva nos permite leer nuevas enseñanzas de un sinnúmero de experiencias particulares de confrontación contra el capital a todo lo largo de América Latina para ir atisbando en la gramática de la emancipación. Es decir, nos permite aprender de la lucha social y no asumir una estéril posición de «evaluación dogmática» de las también evidentes impotencias reales de las que adolecen este tipo de movimientos.

4.

En algunos países -en particular en Bolivia, a partir de la expansión y generalización de la confrontación por un recurso natural decisivo: el gas natural- se produce un desdoblamiento de los contenidos o significados de los objetivos iniciales de la insubordinación social. El caso del gas boliviano es paradigmático: de «NO a la venta del gas» como consigna movilizadora desde antes de 2003, se ha pasado a la idea de «re-apropiación social de los recursos naturales» y al planteamiento de «nacionalización del gas» y de «Asamblea Constituyente -originaria y soberana-«. Además, la experiencia boliviana reciente nos coloca en la problemática del tránsito de la existencia de capacidad de movilización e intervención colectiva en el asunto común, suficiente como para vetar los planes de los gobernantes, uno tras otro, a la cuestión de cómo esa «multitud en acto» se erige como soberana más allá de la confrontación. Esto es, nos confronta con la cuestión del poder.

En general, el desdoblamiento de los objetivos del movimiento en la Bolivia de hoy, gira en torno a los modos distintos de satisfacer necesidades, abriendo espacios a nuevas confrontaciones y dando lugar a paradojas. El caso del gas y del agua en Bolivia es el más claro sobre esta cuestión. La paradoja, aquí, es quién es el sujeto de la acción soberana de la recuperación de lo saqueado, esto es, a quien corresponde la obligación de nacionalizar, de re-apropiarse de la riqueza común: ¿es a los propios pobladores, vecinos, comuneros, trabajadores, ciudadanos politizados de manera no-liberal, a quienes les corresponde atribuirse la prerrogativa de ejercer la propiedad de la riqueza común, incluyendo la potestad de decidir sobre todo el espectro de la actividad productiva, de su gestión, destino y usufructo… o es el Estado, es decir, la representación ilusoria de la totalidad social quien tiene que ejercer la decisión soberana sobre el patrimonio común y de lo que se trata es de que el movimiento social lo «presione» para que lo haga? Aquí hay un límite para el primer tipo de movimientos que, en Bolivia en 2005, está peligrosamente abierto como un vórtice que amenaza con aspirar la fuerza social desestructurante derrochada en los últimos cinco años.

5.

En los movimientos de insubordinación del segundo tipo, los más estables y duraderos, lo decisivo está en la consolidación de espacios de autonomía, en la construcción paulatina, lenta y difícil de nuevas relaciones sociales «en resistencia» que no reproduzcan ni las jerarquías ni las segmentaciones y divisiones sociales anteriormente padecidas, en los esfuerzos múltiples por sustraerse a ciertos diagramas y dispositivos de la dominación y la explotación.

6.

El problema más difícil, para este segundo tipo de movimientos está, en primer lugar, en conseguir escapar de una posible autarquía que puede llevarlos al aislamiento y a la amenaza de descomposición. Esto es, ¿cómo pueden este tipo de movimientos de insubordinación, una vez recompuesta cierta estabilidad social tras su irrupción, volver a tensar internamente sus vínculos y dotarse de nuevos objetivos de confrontación con el orden del capital? En segundo lugar, dentro de las propias construcciones autónomas hay también una posible paradoja: la re-configuración de ordenes estatales -cristalizados- de dominación dentro de sus prácticas cotidianas y políticas. El caso de los comuneros ecuatorianos es, en cierta medida, emblemático de esta clase de problemas7.

Para este tipo de movimientos, estabilizados en el tiempo como cuerpo de relaciones sociales territorialmente localizado se presenta, además, la cuestión de la dificultad para trabar alianzas, para establecer enlaces con otros movimientos y otras luchas: ¿cómo hace un grupo social en resistencia ya consolidado -y preocupado por su propia auto-consolidación- para entablar vínculos horizontales de cooperación para la lucha con otros conglomerados sociales distintos, como hace para establecer relaciones de reciprocidad? Esta es la pregunta que, considero, en cierta medida y a su modo, está tratando de responder el EZLN mediante la serie de acciones y reuniones que lleva adelante en lo que se conoce como «la otra campaña».

7.

La capacidad emancipativa de los movimientos de insubordinación que tienden a satisfacer las necesidades cotidianas de otra manera, se puede medir a partir de su posibilidad de pasar con mayor o menor fluidez de la autogestión de la vida cotidiana al antagonismo8 y viceversa.

Por lo general, se ha presentado una disyuntiva entre los movimientos de insubordinación social de los dos tipos aquí distinguidos: o bien consolidación de lo avanzado en términos de modificación de la relación general de fuerzas, mediante la construcción explícita de relaciones sociales de la gestión de ámbitos de la vida desde la autonomía (casos emblemáticos: movimiento piquetero, comunidades zapatistas en Chiapas y construcción de Caracoles); o bien, privilegio de las acciones y tareas de confrontación y de despliegue del antagonismo, en medio del cual se habilitan formas de enlazamiento temporal con otros grupos, colectivos y sectores de y en resistencia y lucha (caso emblemático: expansión en Bolivia de la lucha por el gas en mayo-junio de 2005 a casi la totalidad del territorio). En cierta medida, esta disyuntiva diagrama una estrategia de bucle con dos pasos, que puede nombrarse como «cercar y construir». La dificultad está en que, por lo general y en la medida en que cada paso suele presentarse como opción excluyente y/o compleja y dificultosamente concordante con el otro paso que configura el par «cerco-construcción»; se presenta, hasta ahora, una relativa falta de coordinación configurante -nacional, global- del conjunto de los movimientos de insubordinación.

Los movimientos de insubordinación que privilegian la consolidación autónoma y territorial de relaciones sociales distintas han encontrado con frecuencias, dificultades para funcionar como organismos de confrontación y para enlazarse con otros movimientos sociales de insubordinación (en cierta medida, este es el caso de los piqueteros en Argentina, y hasta cierto punto es lo que ha sucedido en México hasta antes de la llamada a «la otra campaña» por el EZLN), de tal manera que «ceden» terreno y tiempo -por expresarlo de alguna manera- a los gobiernos, estados y corporaciones transnacionales para estabilizar las pautas de la dominación y la explotación.

Por su parte, los movimientos de insubordinación que privilegian la confrontación, el momento del antagonismo pero que no han logrado consolidar espacios y territorios de construcción y fortalecimiento explícito de sus propias prácticas autónomas, cotidianas y políticas, si bien marcan las pautas y espacios de las transformaciones en una sociedad dada, no logran sin embargo, sedimentar ni dar forma a la propia energía que generan con sus acciones y, por lo general, hasta ahora han conseguido únicamente ser fuerza desestructurante que, pese a todo, la inercia del Estado y el capital vuelve a absorber introduciéndola en sus propias finalidades – en cierta medida esto es lo que ha ocurrido en Ecuador y cabe la posibilidad de que suceda igualmente en Bolivia-.

A partir de las anteriores ideas, débiles por su nivel de generalidad que diluye riquísimos detalles de cada evento singular; fuertes porque intentan reducir el nivel de complejidad permitiendo volver inteligibles y comparables sucesos diferentes, presento tentativamente las siguientes hipótesis:

La idea de una «estrategia del poder-hacer» de los movimientos sociales pasa por articular la comprensión y el despliegue de la multiplicidad de acciones colectivas por la emancipación, en sus aspectos constructivos y antagónicos.

En este sentido, la emancipación tiene que ser vista como una transformación de las relaciones sociales que se produce a partir de la desconfiguración del orden del capital y su dominación, por lo que son igualmente decisivos los momentos del antagonismo y los de la consolidación-construcción de relaciones sociales basadas en la reciprocidad y el reconocimiento desde la autonomía.

Hasta ahora, lo que hacen los movimientos de insubordinación es introducir energía desestabilizadora en el sistema dominante, sea construyendo nichos de autonomía, sea desplegando acciones de confrontación. A partir de ahí, la cuestión de la emancipación pasa por dotarnos de herramienta teórica para pensar la posibilidad de un «cambio de estado9», que requiere atender simultáneamente la cuestión de introducir fluctuaciones y desconfigurar el orden dominante, así como el problema de estabilizar bajo otras pautas y formas sociales, la energía social así desplegada.

Enunciarlo es relativamente sencillo, contribuir a su despliegue práctico es un desafío gigantesco.

México-Tenochtitlán, septiembre de 2005


Notas

1 Este trabajo se desprende de la investigación doctoral que realizo en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla sobre «Movilización y levantamiento indígena-popular desde la perspectiva de la emancipación social. México y Bolivia (2000-2004)». Agradezco a los participantes del Seminario Permanente sobre «Subjetividad y Teoría Crítica» y en particular a John Holloway y a Sergio Tischler, por la oportunidad de discutir con ellos mis -y sus- puntos de vista.

2 Agradezco las ideas del Colectivo Situaciones -Argentina-, de Raúl Zibechi -Uruguay-, de Raúl Prada -Bolivia-, de Luis Gómez -Bolivia-México- y de Adolfo Gilly -México-, que aquí recupero y modifico apropiándome de ellas, espero, de forma análoga a como se producen acuerdos dentro de los movimientos de insubordinación social en todo nuestro continente, esto es, esclareciendo mis propios argumentos al deliberar con ellos, suscribiendo y haciendo míos algunos de sus razonamientos y, espero, devolviendo mis propias intuiciones para que sean re-elaboradas por ellos. En reciprocidad, pues

3 La cuestión de entender los llamados «nuevos movimientos sociales» ante todo como «movimientos de insubordinación social» forma parte de una propuesta metodológica de comprensión de lo real desde la teoría crítica y la dialéctica negativa que considera que el hilo básico del análisis debe ser, siempre, el registro minucioso de la contradicción social en su despliegue mismo. Desarrollando las ideas centrales del planteamiento de John Holloway, Segio Tischler ha reflexionado más ampliamente sobre esto en Tischler, Memoria, tiempo y sujeto, ISCyH-BUAP / F&G, Guatemala, 2005.

4 La idea de que los objetivos a través de los cuales se anuda la acción colectiva en un movimiento de insubordinación de este tipo es, ante todo, el despliegue social de «capacidad de veto», de establecer límites a los planes y proyectos de los gobernantes y funcionarios de corporaciones transnacionales, resulta fértil para comprender el contenido inicial de una acción de confrontación que, ocurriendo de manera contradictoria, presenta límites aunque en ocasiones, como en Bolivia en años recientes, alberga y está preñada de múltiples posibilidades emancipativas y logra dar lugar a nuevas acciones de confrontación.

5 Sobre esto, próximamente ver el trabajo del Colectivo Situaciones, «Mal de altura», en prensa.

6 Esta idea la ha trabajado Raúl Prada en su texto «Los movimientos moleculares de la multitud», julio de 2005, mimeo.

7 Por el «caso ecuatoriano» me refiero a la enorme cantidad de acciones que han llevado adelante los comunarios principalmente qhiswas organizados en la CONAIE, desde la toma de Quito en el 2000. Si bien en esta experiencia se exhiben de manera contundente los límites de la incursión estatal de los movimientos de insubordinación, hay muchas otras riquezas y potencialidades que, de momento, no quedan claramente consideradas.

8 Esta formulación es del Colectivo Situaciones. Ell@s la están elaborando para entender lo que sucede en particular en El Alto, Bolivia, donde el grado de fluidez de las Juntas Vecinales para pasar de organismos de gestión de la vida cotidiana a condensaciones densas de energía de confrontación, es vertiginosa. Los trabajos de Raúl Zibechi y de Luis Gómez sobre el entramado comunal-vecinal aymara en la ciudad de El Alto son muy útiles para comprender con mayor claridad esta idea.

9 La idea de «cambio de estado» -que no de Estado-, la recupero de forma esquemática de los trabajos recientes en ciencias físico-químicas que estudian y documentan los fenómenos de transformación de la materia a partir de indagar en la geometría -configuración- que recorre y determina un determinado flujo de la energía y que se condensa, en ocasiones, en estructuras temporales que estabilizan una configuración: un «estado de la materia». Ver en particular los diversos trabajos de Ilya Prigogyne.