El panorama mundial se ha abierto este año con un aumento de las incertidumbres económicas y geopolíticas; en Europa el tamaño de estas es superlativo. La crisis europea adquiere tintes dramáticos. Que la guerra en Ucrania se considere de baja intensidad parece un sarcasmo cuando ha causado ya más de 10.000 muertos desde abril de […]
El panorama mundial se ha abierto este año con un aumento de las incertidumbres económicas y geopolíticas; en Europa el tamaño de estas es superlativo. La crisis europea adquiere tintes dramáticos. Que la guerra en Ucrania se considere de baja intensidad parece un sarcasmo cuando ha causado ya más de 10.000 muertos desde abril de 2014. En 2016 las violaciones contabilizadas al alto el fuego superan las 143.000, de las que más de 78.000 lo fueron con armas pesadas. Se trata de una guerra silenciada. ¿Y qué decir de la situación de las decenas de miles de demandantes de asilo que siguen acampados en Grecia, Serbia, Turquía…? El fracaso colectivo de la Unión Europea resulta tan estrepitoso cuan vergonzoso.
Otras cuestiones como las amenazas terroristas, el auge de sentimientos de miedo, odio y xenofobia caldo de cultivo del neofascismo, el aumento de la fractura social, el crecimiento de la burbuja especulativa sobre las deudas públicas que amenaza con una nueva crisis financiera y las sombrías expectativas electorales de este año en Francia, Holanda y Alemania, contribuyen a dibujar un horizonte dominado por tendencias poco halagüeñas.
Es un horizonte que inquieta e indigna a millones de ciudadanos en Europa. Muchos de estos están dispuestos a no resignarse, a actuar para contrarrestar los peores augurios, a defender derechos amenazados y a buscar respuestas individuales y colectivas solidarias con los que peor lo están pasando. ¿Cómo fortalecer esta disposición y traducirla en fuerza social, cultural y política que pueda atraer a otros tantos millones de ciudadanos sensibles y deseosos de contribuir al logro de una vida distinta y mejor para ellos y para la mayoría de la sociedad? Responder de modo adecuado y convincente a este interrogante parece cada día más necesario y urgente.
Quizás la respuesta a esta pregunta tiene que ver con dos rasgos que también caracterizan a la actual situación: la ausencia de una alternativa sistémica creíble ante el malestar civilizatorio y la limitada credibilidad de las fuerzas organizadas que pretenden impulsar procesos de transformación ante amplios sectores sociales a los que se aspira a defender, representar y movilizar. Para enfrentar este déficit de credibilidad en ambos aspectos es preciso encarar algunos retos y dilemas en el plano programático, estratégico y político-organizativo.
En el plano programático, se trata de enfrentar el clima cultural según el cual es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, por decirlo con esta gráfica expresión empleada por Jameson y Zizek. La tarea consiste en captar de forma adecuada las transformaciones económicas en curso y los cambios operados en las relaciones sociales y en las representaciones culturales mediante el sistema político-institucional impuesto por el neoliberalismo. La comprensión de que el sistema neoliberal y su modo de operar trasciende con mucho el ámbito de sus políticas económicas es condición para acertar en las preguntas fundamentales y los retos y dilemas a los que dar respuesta en el marco de su crisis actual: vigencia de la contradicción capital-trabajo, presente en formas distintas pero ocupando un lugar central; papel de los Estados-Nación y ámbitos en los que se plantea el ejercicio de su soberanía…
Un buen diagnóstico nos permitiría abordar en mejores condiciones los debates sobre las alternativas programáticas en sus distintas escalas. Valga un ejemplo: el que gira en torno a propuestas como la de la implantación de una Renta Básica Universal y su relación complementaria o contradictoria con otras como el reparto del empleo y el trabajo garantizado. Otro: el de los contenidos y ritmos de una transición energética basada en patrones de sostenibilidad. En el ámbito europeo, el de las alternativas al fracaso tanto de las actuales políticas como del modelo institucional de la Unión Europea. Y en el marco de cada Estado, el de la elaboración de nuevos proyectos de país que tengan en cuenta las respuestas a los dilemas anteriores y las sitúen en propuestas de conjunto y programas de acción consistentes y viables a corto y largo plazo.
Estos retos y dilemas programáticos vienen marcados por una cuestión ineludible: la reflexión sobre la centralidad de la recuperación de una democracia auténtica y de la soberanía popular en los distintos ámbitos territoriales, del local al mundial. Una recuperación cuyas características y contenidos deben abarcar todos los campos: económico, social, político y cultural. Pensar las condiciones para el ejercicio de la soberanía hoy es un primer paso para abordar la reconstrucción de los vínculos sociales y sustanciar el conjunto de una alternativa civilizatoria.
En el plano estratégico, la tarea consiste en la construcción de unas nuevas relaciones de fuerza a partir de una delimitación clara de los espacios y niveles de lucha en el territorio y de los objetivos prioritarios en los campos de batalla cultural, social y político. La definición del carácter de los antagonismos y de las jerarquías entre estos contribuirá a delimitar los polos y los sujetos sociales en confrontación y ayudará a ver en qué medida pueden resultar complementarias o antitéticas las apuestas por «construir clase para sí» o «construir pueblo» planteadas por unos u otros. Lo mismo ocurre con otras viejas dicotomías que siguen presentes, como el papel de la lucha social y del trabajo institucional en la fase actual, o con la concatenación de objetivos de corto, medio y largo plazo para lograr tanto victorias inmediatas como visibilidad y presencia de las metas y horizontes de transformación más globales.
En el plano político-organizativo el reto principal consiste en afinar los instrumentos para la disputa de la hegemonía cultural y para la conformación de un bloque histórico capaz de convertir a la mayoría social en sujeto activo de la construcción de un nuevo orden económico y social. Para ello los instrumentos serán diversos. Uno de ellos es la consolidación de fuerzas políticas capaces de formar parte de la lucha social y cultural y a la vez de conseguir una presencia potente en las instituciones- ayuntamientos, parlamentos, gobiernos nacionales… – para ir dando respuesta a las demandas más inmediatas e ir consiguiendo victorias palpables que preserven o amplíen derechos, mejoren la vida cotidiana de las personas y generen confianza en la posibilidad de lograr los cambios deseados. Una mayoría social con la que hay que contar para conseguir los respaldos necesarios para transformaciones de mayor alcance que precisarán de un apoyo sostenido.
La situación no es la misma en toda Europa. En España existe hoy un extenso y variado tejido de colectivos sociales, iniciativas culturales, asociaciones ciudadanas… que pueden implicarse y aportar experiencias, reflexiones y propuestas a esta causa común. Y en el ámbito político contamos con la presencia de fuerzas organizadas, cada una de ellas inmersa en distintos momentos y procesos de debate y cimentación. La construcción de espacios unitarios a su vez respetuosos de la diversidad de quienes los conforman está a la orden del día.
Para que estos espacios e instrumentos se fortalezcan es preciso que consigan suscitar esperanza y credibilidad. Sabemos que la credibilidad, la confianza, no se gana solo con buenas propuestas programáticas. Se gana -y se pierde- también, con los comportamientos y actitudes de los miembros y dirigentes de dichas fuerzas. Y para ello, nada mejor que predicar con el ejemplo. No podemos olvidar que lo que está en juego es la esperanza y la aspiración de millones de personas a conquistar una vida digna en una sociedad libre, justa y sostenible.
Fuente: http://www.elviejotopo.com/articulo/el-sermon-349/
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