«¿Quién es ese hijueputa alemán, un tal Francisco Chuber, que anduvo poniendo una serenata con ese comunista de López Pérez que ya debe estar en el mismo infierno y a quien vos le dabas clases de violín? Y Payo: ¡No señor, Franz Schubert es un compositor austriaco de música clásica que murió hace más de […]
«¿Quién es ese hijueputa alemán, un tal Francisco Chuber, que anduvo poniendo una serenata con ese comunista de López Pérez que ya debe estar en el mismo infierno y a quien vos le dabas clases de violín? Y Payo: ¡No señor, Franz Schubert es un compositor austriaco de música clásica que murió hace más de 100 años!…Y el torturador: Qué música clásica ni qué mierda, no me contradigás, jodido. Ustedes creen que somos estúpidos…»
Relincho en la sangre (2002), libro de memorias del trovador nicaragüense Luis Enrique Mejía Godoy, evoca el martirio de Payo Amaya, a quien el poeta Rigoberto López Pérez pidió que lo acompañara a casa de su novia para darle la serenata de Schubert. Rigoberto no acudió a la cita.
Días antes, desde el exilio en San Salvador, el espíritu de Rigoberto se reveló de cuerpo entero. En carta a su madre, Soledad, fechada el 4 de septiembre de 1956, escribió:
«Si usted toma las cosas como yo las deseo, le digo que me sentiré feliz. Así que nada de tristeza, que el deber que se cumple con la patria es la mayor satisfacción que debe llevarse un hombre de bien como yo he tratado de serlo.»
En la madrugada del 18 Rigoberto abordó el tren que parte de Managua con rumbo a León, su ciudad natal (1929). Allí debía reunirse con un grupo de apoyo, militantes del Partido Liberal Independiente. Pero el 21, intempestivamente, el grupo informó al poeta que Anastasio Somoza García adelantaba su salida a la fiesta en la que el Partido Liberal lo postularía para un cuarto periodo presidencial.
Rigoberto modificó el plan original. «No escapará», se dijo. Y vestido con los colores de la bandera de Nicaragua (pantalón azul, camisa blanca), emprendió el camino con rumbo al Círculo Social Obrero (o Casa del Obrero).
Carlos Fonseca Amador, fundador del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), escribió años después: «Horas antes del fulminante combate a muerte que sabe que va a sostener, Rigoberto López Pérez juguetea en una calle de su barrio, haciendo de árbitro de unos niños que se divierten con la pelota» (1972).
A las 7:30 pm, Rigoberto ingresó al local, atestado de gente que empezaba a bailar al compás del mambo Hotel Santa Bárbara, ejecutado por la orquesta Occidental Jazz. Sentado a la cabecera de una mesa, totalmente relajado, el déspota parloteaba con su esposa Salvadora y un grupo de lacayos. Rigoberto se aproximó y le descerrajó a quemarropa cinco de los seis proyectiles de su revólver. El arma era un revólver Colt .38 (modelo 1894), como el utilizado por los yanquis en el país que ha sufrido el mayor número de víctimas en América Latina a raíz de las intervenciones militares del imperio.
El coronel Camilo González Cervantes, jefe del Estado Mayor Presidencial, descargó su ametralladora sobre el poeta. Pero el sátrapa no murió en el acto y fue conducido de urgencia a un hospital en la zona del Canal de Panamá, donde un equipo despachado por Dwight Eisenhower, presidente de Estados Unidos, realizó esfuerzos inútiles.
El asesino de Augusto César Sandino murió el 29 de septiembre. En el funeral, Thomas E. Whelan, embajador de Washington en Nicaragua, leyó una síntesis perfecta del sobrino de Siete Pañuelos (bandido que afirmaba necesitar muchos trapos para limpiar la sangre de sus manos), egresado de West Point, falsificador de billetes, funcionario de la Fundación Rockefeller y autor de la ley que decretaba dos días de fiestas por cada aniversario de la independencia de Estados Unidos:
«Nos damos cuenta -dijo Whelan- de que hemos perdido un gran amigo, cuya cautivadora personalidad y gentileza nos hacían pensar que era uno de los nuestros.»
¿Cómo han calificado los historiadores la acción de Rigoberto? Fonseca Amador observó: «No debe confundirse un acto individual con un acto individualista. No individualista, sino individual, es el acto de Rigoberto, íngrimo, solitario sobre los escombros de la catástrofe neocolonial…»
Y proféticamente, como dirigiéndose a los actores del auge y caída de la revolución sandinista (1979-1990), el fundador del FSLN añadió: «… ya que sobre el infortunado pueblo de Nicaragua pende entonces, como sigue pendiendo después, la amenaza de un somocismo sin Somoza. Para ello está la reserva de oligarcas seudopositores, tan allegados a la embajada estadunidense o a la Sociedad Interamericana de Prensa».
El nombre de Rigoberto López Pérez figura en el preámbulo de la Constitución de Nicaragua (1987) como «… indicador del principio del fin de la dictadura». ¿Aún? ¿Todavía? El nombre de Sandino fue borrado del aeropuerto internacional y de un colegio, y el estadio nacional de béisbol, que honraba la memoria de Rigoberto fue cambiado por el de un famoso pítcher, naturalizado estadunidense y residente en Miami.
En 1998, el pelotero Denis Martínez declaró: «No conozco quién fue Rigoberto López Pérez… no estoy al tanto». Su pueblo, en cambio, lo recuerda como «un buen muchacho». Palabras que el anciano maestro Quintana dijo en la cárcel para referirse a su dilecto ex alumno, al ser interrogado por los torturadores después del tiranicidio.