Recomiendo:
0

Rusia: La situación de la izquierda

Fuentes: Rebelión

Traducido para Rebelión por Fernando Montiel T.

La situación que enfrenta la izquierda política en Rusia es particularmente compleja. Tras el colapso de la URSS, en todas las ex repúblicas soviéticas (hoy en día Estados independientes) arribaron al poder gobiernos nacionales en el sentido burgués del término. Los partidos comunistas que fueron prohibidos por algún tiempo (como en Moldova y Georgia) tuvieron uno de dos fines: o se desintegraron o terminaron por convertirse a la oposición de las autoridades en el poder.

Una de las paradojas más importantes de la transformación que tuvo lugar, fue que en muchos de los países que se agrupaban en la Comunidad de Estados Independientes (CEI), los gobiernos burgueses eran dirigidos por las mismas personas que alguna vez ocuparon importantes puestos en el sistema del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Los ejemplos son múltiples. Los presidentes de Kazajstán y Uzbekistán son ex miembros del cuerpo supremo del PCUS, el buró político. Hasta el año pasado, dos de sus antiguos miembros más destacados -Shevardnadze y Aliev- dirigían también Georgia y Azerbaiyán respectivamente. En Turkmenistán y Kirguistán la autoridad había pertenecido a influyentes ex miembros del PCUS a cargo de los comités centrales de los Partidos Comunistas en las repúblicas de la Unión. De hecho, incluso Rusia se insertaba en esta dinámica: Boris Yeltsin había sido también el secretario del Comité Central del PCUS.

De aquí, es claro que una de las principales características de la situación política y social al interior de la CEI es que el «cambio» en el orden social ha sido en muchos casos más formal que real, o, en el mejor de los casos, con ligeras alteraciones en cuanto a la élite gobernante. Algunos cambios sustanciales en la élite han ocurrido en los Estados de la región del Báltico y de forma parcial en Rusia, de forma paralela, hay que destacar que el único país al interior de la CEI en el que los comunistas se las arreglaron para regresar al poder es el caso de Moldova. De acuerdo con el programa de los comunistas en esta ex república, el propósito de su gobierno es la reconstrucción del país como una sociedad siguiendo los parámetros socialistas.

Esta dualidad y discrepancia interna en el seno del estrato gobernante en muchos Estados de la CEI ha resultado en una serie de consecuencias complejas e inconsistentes.

En primer lugar, como cualquier persona que cambia de opinión (o al menos de eslóganes proclamados) a una edad madura, los líderes de la CEI están experimentando cierta nostalgia. En este sentido algunos de ellos están abiertos a unirse al proceso si este pasa por declaraciones de corte socialista. Es posible atribuir esta caracterización a estados como Kazajstán, Uzbekistán y hasta cierto punto Bielorrusia. Es por esto que los partidos comunistas en algunos países de la CEI son ausentes, no por prohibiciones políticas o por una reducción del interés en el ideal socialista, sino por el hecho de que sus miembros se han convertido en miembros de la élite gobernante en esos Estados, funcionando como un grupo imperante que no impulsa hacia ideas ni siquiera un poco distintas.

No sería una exageración señalar que, todavía hoy, en la mayoría de los países de la CEI prestan atención a cómo van las cosas en Rusia, pues en su interior diferentes contradicciones de clase actúan muy frecuentemente en la forma de contradicciones entre la aspiración a la reintegración y la tendencia opuesta.

Si en Rusia un gobierno socialista llegara al poder, Kazajstán y Uzbekistán probablemente acelerarían su integración; al mismo tiempo, países como Georgia y los estados del Báltico probablemente buscarían alejarse todavía más de Rusia. En cuanto a Rusia -el país de la CEI más grande en términos territoriales y el más rico desde el punto de vista de recursos naturales- el proceso de reconstrucción de una sociedad capitalista se ha impulsado de manera muy profunda. Es aquí donde la contradicción entre la autoridad y la oposición ha adoptado formas muy claras de conflicto de clase. Aquí se pudo observar con claridad este fenómeno durante la «pequeña guerra civil de dos días» cuando en Octubre de 1993, el presidente Yeltsin al frente del ejército ordenó que tanques atacaran la sede del parlamento ruso en torno al cual se habían agrupado quienes defendían las ideas del socialismo.

Es importante recordar que el parlamento trató de sacar del poder al presidente Yeltsin de un modo pacífico -por medio de la censura-. En aquel momento, la constitución rusa y el parlamento todavía disponían de esos mecanismos. Yeltsin no quiso esperar el momento en el que sería destituido políticamente y encontró la forma de proceder mediante el poder militar para suprimir a la legislatura. A partir de aquí, no es descabellado afirmar que Rusia vive hoy condiciones que recuerdan lo suficiente a Chile, tras el 11 de Septiembre de 1973.

Sin embargo, en necesario notar que, pese a las primeras escaramuzas en las que fue reprimida la resistencia y los seguidores del parlamento en el corto plazo, amen de la censura que sufrieron algunas publicaciones del Partido Comunista, no se han aplicado más represalias de forma sistemática contra la oposición en Rusia.

En otras palabras, en el hipotético caso de que el Partido Comunista de la Federación Rusa llegara al poder, sería capaz de permitir la propiedad privada y la libertad política, pero sería indudable que gravitaría hacia la concentración del poder político como ha ocurrido con los partido comunistas en China y Vietnam.

El Partido Comunista de la Federación Rusa posee cierta autoridad entre los empleados, la clase trabajadora, los núcleos científicos y la inteligencia técnica y militar, así como también entre la gente de edad avanzada. En el presente aproximadamente 15-20 regiones de la Federación Rusa de entre 89 poseen gobernantes elegidos como producto del apoyo al Partido Comunista de la Federación Rusa (PCFR).

En los hechos, el PCFR es una opción con un potencial de apoyo que varía entre el 25 y el 30% de la población. Hay que destacar que el hecho de que en la última elección parlamentaria y presidencial el PCFR recibiera una votación sustancialmente menor (13% del total) no significa que sea una consecuencia de la caída del ideal socialista en el país. Este fenómeno debe ser analizado a la luz del contexto de una profunda crisis interna en el partido que ha conducido a su división y a la formación simultánea de dos partidos comunistas con igual capacidad: el PCFR y el Partido Comunista de Toda Rusia (PCTR).

La división se había orquestado ya desde principios de Septiembre de 2004. Figuras sobresalientes del PCFR descontentos con el liderazgo de su dirigente actual, Gennady Zyuganov, habían arreglado la formación de un nuevo partido. El nuevo partido sería dirigido por el gobernador del área de Ivanovo (la región de North-Ost de Moscú, es decir, el centro textilero de Rusia) Vladimir Tikhonov. Pese a que el nuevo líder no era ciertamente una persona brillante o carismática, más importante es que en cuanto al programa, el nuevo partido no difería en prácticamente nada del tradicional PCFR.

Muchos estaban insatisfechos con Zyuganov, pero por diferentes razones. Por esto, el PCTR se unió tanto con los colaboradores «francos» inclinados a una mayor cooperación de la oposición con la autoridad y mucho más radicales que el líder del PCFR. Esta dualidad de personas del nuevo partido sin lugar a dudas complicará más todavía el futuro del sistema político.

El segundo en tamaño en Rusia (antes de la creación del PCTR) era el Partido Comunista Ruso de los Trabajadores – Partido Revolucionario de Comunistas- (PCRT-PRC). Significativamente más pequeño en cuanto a números respecto de los núcleos de apoyo del partido (a duras penas más de 50 mil personas), es considerablemente más radical en cuanto al programa del partido. Enfatiza las formas no-parlamentarias de lucha: Este partido aspira a la restauración prácticamente absoluta del sistema soviético tal y como existió hasta 1991. Alcanzó su máxima influencia durante el periodo de 1991-1995 cuando Rusia sufrió una terrible crisis social y económica que hizo que la gente deseara el regreso de la URSS. En aquel momento hasta el 10% de la población estaba dispuesta para votar por ellos. Ahora sin embargo, el PCRT-PRC no participa en elecciones, su apoyo popular de acuerdo con encuestas varía entre el 3 y el 5% de la población.

Pero aquí no terminan las cosas. Existe todavía toda una serie de partidos comunistas en el territorio ruso que son llamados «partidos de sofá». Son llamados de este modo como burla porque todos los miembros de cada uno de estos partidos podrían se acomodados en un sofá. El número de personas que congregan estos partidos no excede el de 2 mil personas, e incluso, algunas veces, apenas alcanza el de algunos cientos.

Como regla, al momento de las elecciones, quienes apoyan a los partidos comunistas votan en conjunto por el PCFR. Ciertamente tras la creación del PCTR la situación pudo haber cambiado. Adivinar cómo y dónde se votará de qué forma es particularmente difícil desde entonces. Una posibilidad es que de forma previa a los futuros procesos electorales, los dos partidos comunistas más grandes (y similares) se unirán en el entendido de que fragmentados podrían no sobrevivir si la exigencia para mantener el registro se incrementa a un 7-10% del total de la votación.

En Rusia existen también pequeños partidos socialistas y social-demócratas a los que la etiqueta de partidos «sofá» podría ser colgada sin complicaciones. Como sea, algunos de ellos fueron creados por antiguos líderes políticos. Por ejemplo, el Partido Social Demócrata Unido de Rusia (PSDUR) esta encabezado por el expresidente de la URSS, Mijail Gorbachov y el gobernador de una de las áreas rusas más grandes (la región de Samara), Titov. De hecho, es importante notar que algunos partidos social-demócratas en Rusia son creados o impulsados casi de forma abierta por el gobierno. El partido «Revivalista» por ejemplo, tiene que ver con aquellos creados por una antigua figura sobresaliente del PCFR y vocero del parlamento, Gennady Seleznev.

Frente a ellos, de forma más o menos independiente aparece el Partido Social-Demócrata de Rusia (PSDR) encabezado por Obolensky (quien se hizo famoso en tiempos de la URSS por atreverse a proponer una candidatura a presidente de la URSS de forma alternativa en 1989. El presidente fue electo por el Parlamento. En aquellos días, aunque formalmente no estaba prohibido, era aceptada la candidatura de un solo candidato. Este candidato fue naturalmente impuesto por Gorbachov).

De todos los distintos programas y personalidades disponibles en los partidos social-demócratas y socialistas en Rusia, podemos concluir que ninguno es actualmente una fuerza política seria capaz de recolectar por sí misma más del 1 o 2 por ciento del total de la votación.

De aquí que el flanco izquierdo del espectro político ruso es caracterizado por 1) una extrema disociación organizacional que se expresa en el sistema multipartidista (atomización); 2) incertidumbre ideológica y programática; 3) incapacidad personal principalmente de todos los jóvenes que todavía desean engrosar las filas de los partidos de ala izquierda.

Todo esto ocurre en un contexto de sólido crecimiento económico que viene desde 1999, que muy bien podría ser descrito como el periodo de «la restauración económica de Rusia». Si en 1999 el volumen del producto nacional bruto de Rusia se estimaba entre el 46-48% del total en relación con el de 1990, en 2003 este volumen era ya de entre el 66-68%. El nivel de vida de la población está creciendo con suficiente rapidez tambien. Y si en 1999 el salario promedio era de alrededor de 100 dólares mensuales, en 2003 fue cerca de 210 dólares mensuales. Todo esto debería aplazar la impresión de la huella del ideal de izquierda en las actitudes de la sociedad en Rusia. Una parte significativa de la población, que no acepta valores occidentales, han aceptado los valores de la democracia política y los han adaptado a modelos americanos del sistema económico y social. Todo esto, ciertamente, disminuye la atracción que podría tener un proyecto de izquierda en Rusia.

Existe otro aspecto que es importante tomar en cuenta. No es solo una sensación que hoy en Rusia el gobierno pertenece a sectores de la KGB que fue creado -y siempre ha existido- como el grupo armado especial del partido.

La KGB en Rusia gozó siempre de cierta popularidad. Se consideraba que sus integrantes y oficiales no eran sujetos susceptibles a la corrupción, y que eran suficientemente inteligentes y capaces de llevar a cabo acciones determinantes en caso de ser necesarias.

Podría parecer sorprendente, pero en el periodo 1991-1999 el más grande e importante de los servicios especiales en Rusia se mantuvo latente, incluso a pesar de su muy rígida oposición en relación a la forma que tenía de Yeltsin de operar, misma que era vista por la mayoría de los miembros de la KGB como criminal y corrupta.

Yeltsin tenía mucho miedo de esta organización pues conocía a la perfección sus capacidades, además de que estaba conciente de que la mayoría de sus empleados lo odiaba fatalmente. En conexión a esto, algunos analistas en Rusia consideraron que la misión básica del proyecto «Putin» que le había sido asignada a por su «padrino» -Yeltsin- consistía en desacreditar y descomponer al antiguo KGB, ahora rebautizado como FSB.

Es importante reconocer que Putin cumplió lo suficientemente bien con el trabajo. La autoridad de la KGB-FSB se desplomó en muy poco tiempo. La razón de lo anterior se encuentra relacionada con un estado de compleja dificultad psicológica conocida como «súper-expectativas». Una parte significativa de la sociedad creía que tras el arribo al poder de la KGB-FSB, sus empleados se encargarían de una veloz restauración de la justicia social y una mejora global de la situación.

Como sea, Putin y su equipo se encuentran hoy en el poder por los próximos 5 años, y no es posible apreciar movimiento más allá de la justicia social.

La desesperanza y la decepción tuvieron lugar en tiempos de Yeltsin. Pero si aún antes el descontento de la sociedad se había dirigido contra el presidente y los oligarcas, ahora el mismo descontento se dirige contra el KGB-FSB. Es muy justo, dado que ellos poseen buena parte el poder en la Rusia moderna. De aquí que el plan maestro de Yeltsin funcionó. La situación en la que le habría gustado llegar al poder a la KGB-FSB se presentó aunque es justo decir que no sólo se presentó, sino que incluso se desbordó.

La mayor parte de los empleados de la antigua KGB tienen una visión extremadamente negativa de la forma salvaje y arcaica del capitalismo ineficiente en el que se creó Putin negativamente en el periodo 1991-1999. Y fue bajo su presión que Putin se vio obligado a entrar en conflicto con una de las personas más ricas del planeta y dueño de la compañía petrolera más grande de Rusia, M. Hodorkovsky y con buena parte del resto de los oligarcas.

Como sea el balance de fuerzas dentro de la FSB entre los pro-capitalistas encabezados por Putin y la gran mayoría que refrenda su lealtad a los valores socialistas ha cambiado. Y si en 1999 cuando Putin llegó al poder el radio podía ser estimado en 20-80, ahora se ve más en un escenario 50-50.

Y si Putin -un convencido del liberalismo- se las arregla para demostrar a sus antiguos colegas que es posible poner en orden el Estado aun bajo un régimen capitalista, la izquierda podría desechar todas las creencias y esperanzas conectadas con las reforma de la KGB que se han gestado ahora en Rusia, y podría, hasta cierto punto, volver a un sistema estatal similar al prevaleciente en tiempos soviéticos.

Estas son tres de las principales corrientes que se pueden identificar en la «izquierda» en Rusia y sus Estados adyacentes: 1) el liderazgo de algunos países de la CEI, en los que los antiguos líderes partidistas están sentados hoy en los mismos sillones pero bajo banderas diferentes, 2) los nuevos partidos comunistas que no saben como relacionarse con esos líderes y 3) parte de los empleados de la FSB que hoy en Rusia están pensando «¿Quién es el señor Putin?» como lo vienen haciendo desde hace 7 años. Todas estas fuerzas actúan de forma separada; tienen su propia opinión acerca de cada proceso; se consideran a sí mismas la única «izquierda» adecuada y desconfían de las demás. E ahí el gran dilema: no son tan pequeñas como para ser ignoradas, pero tampoco son tan grandes como para ganar.