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¿Se derrumba el muro de la globalización?

Fuentes: Aporrea

Hay momentos excepcionales en la historia, éste es uno de ellos. Vertiginosos acontecimientos han puesto de relieve las grietas y los límites del sistema capitalista. La certidumbre brilla por su ausencia y la perspectiva de un nuevo horizonte de época, se debate entre el escepticismo y la fertilidad. El proyecto político e ideológico de la […]

Hay momentos excepcionales en la historia, éste es uno de ellos. Vertiginosos acontecimientos han puesto de relieve las grietas y los límites del sistema capitalista. La certidumbre brilla por su ausencia y la perspectiva de un nuevo horizonte de época, se debate entre el escepticismo y la fertilidad. El proyecto político e ideológico de la globalización neoliberal, que fue presentado como la fórmula mágica para la superación de los sucesivos cismas en la economía y en la esfera de la cultura y la política, se hace añicos, y salta una pregunta: ¿Se derrumba el muro de la globalización?

En la octava década del siglo veinte, la revolución conservadora, que capitanearon Ronald Reagan y Margaret Thatcher desde las primeras magistraturas de Estados Unidos y el Reino Unido, impuso al mundo el programa neoliberal, que tiene como punta de lanza el chantaje financiero del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional sobre los países de la periferia, la privatización de las empresas estatales, el libre tránsito de capitales y de mercancías, un sistema financiero internacional sin ataduras ni controles de ningún tipo, en definitiva, el libre comercio es su banderín de proa.

La dinámica que imprimen al proyecto neoliberal es apabullante, definen con precisión su objetivo principal: la derrota del movimiento popular, cualquier reivindicación de los trabajadores es estigmatizada como una «herejía» frente al dogma de lo «global»; el Estado de Bienestar es su blanco predilecto; el discurso deslegitimador de los estados – nacionales no se hizo esperar, y muy particularmente, el cuestionamiento a la soberanía de las naciones sobre sus recursos naturales; el proteccionismo ha sido considerado causa de las debacles económicas, paradójicamente, mientras en el centro capitalista se mantiene una estricta protección de sus mercados agrícolas; y, además, la aplicación de los tratados de libre comercio, la convirtieron en una suerte de estandarte mayor.

Proclaman a los cuatro vientos el reino infinito de la globalización, una especie de «destino manifiesto», un discurso falaz en el que -según los teóricos neoliberales- no existen clases trabajadoras ni clases capitalistas, y por encima de todo, no existe lucha de clases. ¡No hay alternativas! Repiten incesantemente por los medios de comunicación, que ahora más que una herramienta son productos ideológicos en sí mismos, con amplia capacidad de ser los forjadores del sentido común de la sociedad, eficientes generadores de «falsa conciencia» de la que habló Ludovico.

La hegemonía neoliberal también es producto -de alguna manera- de un giro profundo en el mapa geopolítico y de las correlaciones de fuerzas a escala mundial. En 1989, la caída del Muro de Berlín es el hecho simbólico del fin de una época, mientras que la sublevación popular espontánea del «Caracazo» es el anuncio de la que viene. La implosión de la Unión Soviética y la restauración del capitalismo en el otrora llamado campo socialista es un fenómeno decisivo de este tiempo de cambios tempestuosos. A cien años de la revolución rusa hay que hablar de sus proezas y de su derrota. El socialismo de Estado, en la experiencia soviética, no tuvo respuesta a la reestructuración económica centrada en las nuevas tecnologías de la información y comunicación (TICs), ni al desafío que le planteó Estados Unidos en la carrera armamentista, ni a las nuevas realidades de la política. La tesis de la URSS como «Estado de todo el pueblo», no se confirmó.

En un sitio que no por casualidad calificó como estratégico -y lo sigue siendo- el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, en febrero de 1999, a pocos días de la llegada al poder del líder histórico de la revolución bolivariana, Hugo Chávez, y en medio de una gran conmoción política, el Comandante Fidel Castro expuso: «la globalización es una ley histórica, es una consecuencia del desarrollo de las fuerzas productivas – y excúsenme por emplear esa frase, que todavía quizás asuste a algunos por su autor- un producto del desarrollo de la ciencia y de la técnica en grado tal, que aún el autor de la frase, Carlos Marx, que tenía una gran confianza en el talento humano, posiblemente no fue capaz de imaginar».

Como parte de su extensa investigación científica sobre el sistema capitalista, -que tuvo como propósito dotar a la clase obrera de una teoría crítica del capitalismo-, Carlos Marx estudió acuciosamente la globalización, aquella que nace con el Descubrimiento de América, la circunnavegación a África y la conexión comercial de Europa con el lejano oriente. Había surgido el mercado mundial.

Partiendo de la exposición de Henri Sée, las experiencias germinales del capitalismo se dan en las ciudades-estado: Venecia, Florencia, Milán, Bruselas, Lisboa; su dimensión nacional vendrá con los estados absolutistas; y el eslabón siguiente será cuando el capitalismo alcance una dimensión continental, para luego ir a las formas monopólicas y al surgimiento del imperialismo. Huelga decir que la actual globalización, que es la cuarta, tiene otras características, dada su base material y por un hecho constatable: «nunca el capitalismo fue más hegemónico que hoy».

Ahora bien, ¿Cuáles son las razones por las que se derrumba el muro de la globalización? ¿Cuáles son sus contradicciones inmanentes? ¿Qué pasó con un proyecto político e ideológico tan potente como el de la globalización neoliberal?

Sucesivas crisis convergen en el crack financiero de septiembre de dos mil ocho, que se inicia en Estados Unidos y arrastra al conjunto de las economías, la inestabilidad se convierte en la norma, los Estados -tan vapuleados por el discurso neoliberal- salvan a los bancos quebrados, la recesión se generaliza en el centro capitalista, pero -como siempre- serán los países pobres los más afectados. La crisis es orgánica, simultánea y multidimensional, y es evidente que: «las ideas ideológicas subyacentes a aspectos claves de lo que se ha venido a llamar neoliberalismo, fundamentalismo de mercado o Consenso de Washington han demostrado ser decepcionantes». [Informe Stiglitz]

Al estallar la burbuja financiera se revela que la tasa de crecimiento de la producción está muy por debajo de la tasa de rendimiento del capital, y es esa la fuente primigenia de las profundas desigualdades sociales que existen en todas las naciones, el incremento del desempleo es una de sus expresiones, y es también el fundamento de una creciente inestabilidad política, y de hechos que tendrán graves repercusiones, como el Brexit, que no es otra cosa que la ruptura parcial de la Unión Europea y la victoria del nuevo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump.

El altísimo crecimiento de las rentas del capital ha sido a costa de la caída brutal de las rentas del trabajo y eso se llama explotación de clase. Según los datos que aporta el «The Origins of Inequity» de Jack Rasmus, en Estados Unidos, entre 1993 y 2000, el 45 % de la riqueza fue a parar a manos del 1 % de la población, entre 2000 y 2008, fue el 65 % y durante el mandato de Obama fue del 95 %. El fracaso del modelo neoliberal se mide en el crecimiento de las desigualdades sociales.

Además, de las agudas desigualdades sociales que el modelo neoliberal promueve, se puede identificar la contradicción entre el capitalismo global y la propiedad de los recursos naturales que es detentada por los Estados-nacionales, más allá del discurso anti-estatista -que propagan los adalides del mito neoliberal- está el hecho de las guerras, conspiraciones, golpes de Estado y planes de desestabilización, que ha puesto en marcha el imperialismo y sus aliados, en contra de las naciones que se reclaman independientes.

Con la globalización se han modificado sustancialmente las formas de organización del trabajo y de la producción, así como también, el intercambio de mercancías, ello repercute en el plano social, la convivencia se desvanece, las estructuras sociales y familiares de fragmentan, y la riqueza de la creación cultural es sojuzgada por la ideología neoliberal.

El Estado de Bienestar en su vertiente reformista o en la socialista, fue derrotado, fracturado y desmantelado, sobre todo, a partir de la claudicación -en toda la línea- de los partidos socialdemócratas que se sumaron al proyecto neoliberal.

Otra de las expresiones del fracaso del mito neoliberal es el caso de los migrantes, asunto de vieja data en Latinoamérica, y de dimensiones gravísimas en Europa. Las guerras y las profundas asimetrías económicas entre los países pobres y los países industrializados, constituyen el núcleo reproductor de esta crisis humanitaria.

No se puede soslayar el problema del cambio climático y de la preservación de la «madre tierra», que pone en riesgo la vida en el planeta, el Papa Francisco en sus encuentros con representantes de los movimientos populares y a través de una de sus encíclicas, viene alertando al mundo, no obstante, las grandes potencias no dan señales de querer contribuir con las tímidas medidas que las instituciones científicas recomiendan.

La tesis neoliberal mantiene su hegemonía en centros de decisión gubernamental y en las instituciones multilaterales, porque esta política es el reflejo de los intereses del capital financiero, porque no existen fórmulas capaces de controlar y reglamentar a la banca internacional, y porque las fuerzas democráticas no colocan el ataque teórico y político al neoliberalismo en el centro de la lucha popular.

La ruptura sistémica del capitalismo globalizado se presenta al interior mismo de sus flujos, entre los intersticios de sus partes constitutivas, en su ADN, en el desenvolvimiento intrínseco de sus relaciones. La crisis de acumulación capitalista de este tiempo es global -aunque se expresa en el espacio de lo nacional- va del centro a la periferia y de la periferia al centro. ¿Está en su fase terminal el capitalismo? La respuesta es no. Y frente a otra interrogante: ¿tiene alguna factibilidad que se desplieguen diversos procesos de cambio que sean el germen de una sociedad solidaria, basada en el trabajo y el amor, las dos fuentes de la vida misma? La respuesta es sí.

En los últimos meses, el Brexit conmociona a la Unión Europea, al igual que las amenazas de Marine Le Pen, movimientos xenófobos y neofascistas se abren campo en los últimos comicios. La incertidumbre y la perplejidad campean.

En pocos días, el presidente Donald Trump inició la construcción de un muro en la frontera con México, se retiró del TPP, está revisando el Nafta y el TTIP, ordenó construir el oleoducto Keystone Pipeline, revocó el Obamacare, presiona a las empresas norteamericanas para que retornen, aplica duras medidas proteccionistas y ordenó la expulsión de migrantes ilegales.

¿Se deslinda Trump de las políticas de apertura de fronteras, del libre tránsito de mercancías y de capitales, de la eliminación de las barreras proteccionistas? La respuesta es obviamente afirmativa, empero, lo que hay que destacar es que esta política del presidente de los Estados Unidos, va en dirección opuesta a todo el discurso de la globalización neoliberal.

Para encontrar explicaciones más profundas sobre tales sucesos, reviste utilidad prestar atención al análisis de Álvaro García Linera, Vicepresidente de Bolivia, precisamente, en sus discursos sobre la globalización, en los cuales plantea: «el que el PIB del mundo crezca más rápido que el comercio mundial, cuando años atrás el comercio mundial crecía el doble del PIB mundial, es un campanazo de que la liberalización de los mercados ya no es más el motor de la economía».

La economía mundial, con sus movimientos zigzagueantes, se ha mantenido en un ritmo moderado desde el crack de 2008, ha sido el crecimiento de la economía china su factor dinamizador, no obstante, en estos momentos la política económica decidida por PCCH apunta a una baja considerable, mientras se mantiene la expansión de Rusia, el impulso hacia el alza de India, en tanto que Brasil aún no se recupera de sus retrocesos, agravados con el golpe de Estado que la derecha reaccionaria protagonizó en 2016.

En el plano geopolítico, es preciso apuntar que el gobierno norteamericano mantiene una línea de confrontación con China, tiende un cerco sobre la Federación Rusa, retomó sus ataques a Irán, y no hay nada que permita decir, en estos momentos, que se dejarán de lado los planes de guerra en Siria, Afganistán, Yemen, Libia e Irak.

Aunque la economía globalizada se mantenga y las instituciones financieras internacionales sigan aplicando las políticas neoliberales por un tiempo que no es posible predecir, la realidad es que se ha producido una ruptura en lo que representó una «idea-fuerza», un proyecto político planetario.

Si se amplía el horizonte del análisis en cuestión y se busca en el GPS de las luchas populares latinoamericanas, se puede ubicar un dato de interés: la crítica al proyecto globalizador se inició con la derrota del ALCA, en noviembre de 2005 en Mar del Plata, Argentina, cuando Chávez, Lula, Kirchner, Tabaré y Duarte le dieron una estocada maestra al proyecto neoliberal.

Las sublevaciones y las victorias electorales de los movimientos populares están en la génesis de los procesos de cambio profundamente democráticos en América Latina. Es importante subrayar que las políticas sociales aplicadas por los gobiernos populares en el combate a la pobreza y las desigualdades, arrojan resultados positivos, en medio de implacables ataques de la derecha oligárquica y teniendo como telón de fondo una situación económica volátil, y el desplome de los precios de los productos de exportación.

La derecha neoliberal se quedó sin discurso, sin propuesta de largo alcance, sin proyecto, ahora, los muros se levantan frente a los ojos atónitos de los que vociferaban en contra de los muros, y en medio del caos, de la incertidumbre, es tiempo de luchar por una sociedad de hombres y mujeres libres, por la sociedad de los iguales, del bien común, del trabajo común, del beneficio común, de la comunidad universal, del socialismo comunitario, y no olvidar la ruta trazada por el Comandante Chávez en 2005: «… entre el capitalismo y el socialismo, no tengo duda, de que el camino es el socialismo adaptado a nuestras condiciones, un socialismo para el siglo XXI».

Fuente: http://www.aporrea.org/internacionales/a241814.html