Al segundo secretario general de Naciones Unidas, el sueco Dag Hammarskjöld, se le atribuye una de las mejores definiciones de la organización iniciada hace ahora 75 años en San Francisco: “Fue creada no para llevar a la humanidad hasta el cielo sino para salvarla del infierno”.
El 26 de junio de 1945, cuando la Carta de Naciones Unidas fue firmada en la Conferencia de San Francisco, no se requería de mucha imaginación truculenta para concebir lo peor de la naturaleza humana.
La tragedia de la Segunda Guerra Mundial había conseguido abrir, casi de par en par, las puertas del infierno: genocidio, armas de destrucción masiva, violaciones sistemáticas de derechos humanos y la confirmación del indiscriminado coste de los modernos conflictos bélicos.
Al cumplir sus 75 años de existencia, Naciones Unidas sigue manteniéndose entre el cielo y el infierno. Su aniversario coincide con enormes problemas globales dentro de un cambiante orden internacional.
De hecho, se podría argumentar que la pandemia de coronavirus ha conseguido entreabrir de nuevo las puertas del infierno. Hasta el punto de que el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), António Guterres, ha advertido que la covid-19 representa la mayor amenaza para la humanidad desde la Segunda Guerra Mundial.
Desde hace tiempo, los renegados del orden liberal internacional insisten en cuestionar la relevancia y viabilidad de la ONU, sin reparar en que es el resultado de un momento histórico excepcional en el que Estados Unidos y sus aliados intentaron aprender y rectificar las traumáticas lecciones acumuladas durante el periodo de entreguerras.
Entre otras cosas, ese sistema internacional construido entre San Francisco y Bretton Woods representa la voluntad de no tropezar dos veces en las mismas piedras de la historia con un meritorio esfuerzo en la búsqueda de seguridad colectiva, estabilidad del sistema financiero internacional, promoción del libre comercio, fomento de la solidaridad entre naciones y la rehabilitación de los vencidos.
- Importancia subestimada
La relevancia de Naciones Unidas es a menudo cuestionada, especialmente cuando los países más poderosos perciben a la organización como un obstáculo a sus propios intereses. Y de hecho, las presiones para una reforma integral se han multiplicado aprovechando toda clase de escándalos.
En la actualidad, la falta de recursos y el enfrentamiento entre Estados Unidos y China conviven con la frustración de los países en desarrollo y las crecientes sospechas de que el mundo puede estar cambiando para peor.
Ante este ingente memorial de agravios y asignaturas pendientes, autores como el historiador Paul Kennedy se han encargado de argumentar que la ONU debería tener ahora más validez que nunca.
Para el profesor Kennedy, la proyección de futuro de la ONU pasaría por conectar con lo más positivo de su historial, con logros que abarcan desde salvar millones de vidas a elevar los estándares de salud y educación por todo el mundo.
En la práctica existen múltiples Naciones Unidas, según insiste Kennedy:
- Está la ONU de sus secretarios generales, con la oportunidad de aprovechar ese particular estatus de celebridades diplomáticas como mediadores neutrales en la resolución de conflictos.
- También figura la ONU de las operaciones de paz, un empeño tan costoso como complicado, pero que ha terminado por convertirse en una herramienta indispensable para la seguridad mundial.
- Están también las Naciones Unidas del soft power, cada vez más relevante para avanzar su agenda. Y no hay que olvidar a la ONU que funciona como simple reflejo de sus Estados miembros, a pesar de las mitologías democráticas que insisten en que la organización debería servir como un verdadero parlamento global o, incluso, actuar a modo de gobierno mundial.
Al hilo del 70 aniversario celebrado en 2015, Naciones Unidas adoptó uno de sus compromisos más importantes con la Agenda del Desarrollo 2030 para un mundo sostenible.
Se trata de una hoja de ruta con un plazo de 15 años destinada a erradicar la pobreza y preservar un planeta sometido a crisis globales tan amenazadoras como la propia pandemia de coronavirus. El documento, que no contiene ninguna obligación contractual, está formulado a partir de 17 objetivos y 169 metas decisivas.
Entre estos objetivos de desarrollo sostenible figura la erradicación de la pobreza extrema (vivir con menos de un 1,5 dólares diarios) para el año 2030; acceso gratuito a la educación hasta incluir el bachillerato; lucha contra la discriminación y violencia contra las mujeres, acceso a energía limpia y asequible; desarrollo económico (la economía mundial necesitará crear 470 millones de nuevos puestos de trabajo entre 2016 y 2030); freno a la creciente desigualdad que afecta a 75% de la población mundial; y promoción de fuertes instituciones democráticas.
Para alcanzar estas ambiciosos pero indispensables objetivos, Naciones Unidas estima que la corrupción, el abuso de recursos públicos y la evasión de impuestos le suponen al mundo una factura anual de más de 1,3 billones de dólares.
Pedro Rodríguez es profesor de Relaciones Internacionales y experto en la comunicación política de la Casa Blanca, de la española Universidad Pontificia Comillas.
Fuente: http://www.ipsnoticias.net/2020/06/seis-claves-la-onu-ante-75-aniversario/