En los últimos tiempos estamos asistiendo a una serie de revueltas populares en varios países árabes, especialmente en el Norte de África, que se iniciaron en Túnez con el derrocamiento y huída del socialdemócrata Ben Alí y se han extendido como un reguero de pólvora a otros países. El más importante de ellos -y de […]
En los últimos tiempos estamos asistiendo a una serie de revueltas populares en varios países árabes, especialmente en el Norte de África, que se iniciaron en Túnez con el derrocamiento y huída del socialdemócrata Ben Alí y se han extendido como un reguero de pólvora a otros países. El más importante de ellos -y de todo el mundo árabe-, Egipto…
Desde un tiempo atrás, previo a las revueltas árabes actuales, un verdadero proceso revolucionario -la correctamente denominada «Revolución silenciada»- está avanzando con paso firme en una isla remota del Atlántico Norte, Islandia, donde se ha forzado la dimisión del gobierno en pleno, se ha encarcelado a los banqueros y especuladores responsables de crisis y del empobrecimiento de la que hasta entonces fuera una de las naciones con mayor índice de bienestar social del mundo y además, por decisión democrática en referéndum, el pueblo de Islandia se ha negado a asumir la deuda contraída por un puñado de sujetos: sus banqueros y especuladores privados, cuya deuda multiplicaba varias veces el Producto Interno Bruto de toda la economía del país.
Actualmente el proceso islandés continúa con la redacción y tramitación de una nueva Constitución que puede suponer la confirmación de una ruptura con el sistema político y económico anterior (el mismo que hay en España y otros países occidentales desarrollados) que provocó la ruina del país. Analistas económicos confirman que la economía islandesa puede superar la recesión a pesar de -o gracias a- estos cambios revolucionarios y empezar a crecer de nuevo el próximo año.
Todo lo anterior se asemeja bastante a una revolución clásica en cuanto a los cambios sociales y sistémicos reales si exceptuamos el legítimo recurso a la violencia para la toma del poder frente a una minoría opresora o colonial, o frente al acoso interno o la agresión externa, como fue el caso de otros procesos revolucionarios históricos (la revolución americana, la francesa o la rusa, por ejemplo). No debe ser ajeno a esto el hecho de que Islandia sea una isla y además está poco poblada, por lo que posibles contagios revolucionarios a otros países de su entorno son fácilmente contrarrestados simplemente con el silencio informativo; algo que han cumplido al pie de la letra la inmensa mayoría de los medios occidentales, sobre todo en los países europeos satélites de EEUU, para cuyos fantoches gobernantes al servicio de los banqueros el «ejemplo islandés» sería especialmente demoledor.
Las «olas revolucionarias» se televisan mientras surfeamos en la Red
Cuando todo esto sucede en la silenciada Islandia sin que casi nadie lo sepa en Europa, una ola revolucionaria, denominada así por los medios, partidos del sistema y sus corifeos en Internet, dicen que está desarrollándose en varios países árabes del Magreb y del Mashreq (Egipto y Oriente Próximo) y viene ocupando portadas, primeras páginas, cientos de miles de mensajes cortos en la Red redactados por miles de expertos en geoestrategia internacional que conseguimos resumir análisis muy profundos en 140 caracteres. Y todo ello al ritmo acompasado que va marcando cada telediario, como olas que van y vienen pero que nunca llegan a ninguna orilla: hoy toca Túnez, mañana te olvidas de Túnez porque toca Egipto; olvídate de Egipto, eso ya pasó, que hoy toca Libia…
Revueltas y revoluciones: No es lo mismo
Efectivamente ha habido revueltas sociales, especialmente en Túnez y Egipto, que han conseguido desalojar del poder a dos «próceres socialdemócratas». Tanto el partido de Ben Ali como el de Mubarak eran correligionarios de la Internacional Socialista (IS), un «cadáver insepulto» que aún sigue en su «velatorio histórico» como uno de los más firmes defensores del capitalismo global. Ben Ali y Mubarak, de un día para otro, se levantaron «aliados de Occidente» y se acostaron «dictadores» (ya han sido expulsados convenientemente de la IS, como dicta el protocolo en estos casos).
¿Pero estas revueltas sociales pueden ser calificadas como «revoluciones» sensu stricto? Creemos que no e intentaremos explicar el porqué.
No nos remontaremos a otras «revoluciones» semánticas -y nada «románticas»- que se produjeron en el Este de Europa a finales del siglo XX coincidiendo con el declive de la URSS bajo el aparentemente paradójico -sólo aparentemente- patrocinio de los enemigos más acérrimos de los procesos revolucionarios a lo largo de todo ese mismo siglo: los Estados Unidos, la otra superpotencia finalmente vencedora de la Guerra Fría. Ya conocemos las consecuencias: nuevas generaciones a lo largo y ancho de la que fuera el área socialista euroasiática que por primera vez han sufrido fenómenos que habían sido erradicados hacía décadas como el abandono infantil, desmantelamiento de servicios públicos, paro, miseria extrema y riqueza extrema, etc… El fenómento de la apropiación de símbolos y términos por parte de sus adversarios no es nada nuevo.
No parece, por mucho que se insista en los medios y se difunda con candoroso entusiasmo por aquéllos que creen ser alternativos a éstos desde el entorno de las redes sociales de internet o de la llamada Web 2.0 (Facebook, Twitter, agencias supuestamente «alternativas», etc.), que lo que está pasando en el mundo árabe sea una revolución propiamente dicha. Ni siquiera una transición, otro término resucitado en estos días…
Más bien parece, si a los hechos verificados hasta ahora nos remitimos, que se ha aprovechado una justa revuelta social popular para reconducirla hacia fines manifiestamente distintos, por no decir contrarios, a lo que en principio se reivindicaba: verdadera democracia, mejoras salariales, contención de los precios de los productos básicos, derecho al trabajo para los jóvenes… ¿Qué ha sido de todo eso?
En realidad, especialmente en Egipto, las fuerzas de apoyo del régimen están inmersas en un proceso interno de recomposición para mantener el poder («franquismo» sin Franco) y que «todo cambie» para que las cosas sigan igual; todo ello barnizado con una fina capa de apariencia democrática y proceso de «transición» patrocinado, of course, por Washington y su diplomacia. El ejército egipcio, firme bastión financiado por EEUU junto con el Estado de Israel en esa región, es quien ha tomado las riendas gracias a los buenos oficios de la diplomacia y los servicios secretos estadounidenses mientras en Bruselas aún estaban discutiendo la fecha de una reunión para debatir una «postura común» europea sobre los acontecimientos en El Cairo.
Ruido mediático que oculta la realidad
Las primeras declaraciones de la Junta Militar que gobierna el país del Nilo eran dos avisos para navegantes más visibles que el Faro de Alejandría, uno en el plano exterior y otro en lo interno: «mantenimiento de los compromisos internacionales del país» (léase alianza estratégica con EEUU e Israel) y llamamiento a la «contención, la calma y la responsabilidad» de las fuerzas populares. Léase: «se disuelvan y desalojen la plaza» (misión cumplida) y olvídense, de momento («muy largo me lo fiáis» ese momento), de las reivindicaciones salariales y sociales, las chispas que incendiaron las revueltas y la causa de todo.
Por otra parte y muy cerca de Egipto, da la impresión de que algunos están aprovechando que el «Pisuerga» pasa por Trípoli… de que algo similar se pretende para Libia. La confusión es manifiesta y es muy difícil entrever escenas reales de lo que está ocurriendo… Sólo recibimos una amalgama deforme de «noticias» sin contrastar ni verificar (en la línea del «periodismo» cutre-salchichero actual) y miles de palmeros replicantes que las difunden y corean en las redes sociales sin la menor reflexión. Como no hay periodistas sobre el terreno, éstos han sido sustituidos por cables «sobre el terreno»… pero el terreno de Estados Unidos y sus agencias, claro está, o como mucho desde «el terreno» del hall de algún lujoso hotel cairota con periodistas occidentales y accidentales. Esto es lo único que se publica y difunde en la prensa, TV y por la Red al unísono. Incluídos, por cierto, las típicas expresiones de parte (nada objetivas) a que nos tienen acostumbrados los mass media, aderezadas con auténticas barbaridades carentes de cualquier lógica. Hemos llegado a leer titulares (difundidos en tweets además) que afirman que, no ya cazas de combate, ¡¡antiaéreos!! han sido utilizados por el «régimen de Gadafi» contra los manifestantes… una muy «novedosa» pero no por ello menos inverosímil arma antidisturbios para abatir manifestantes «al vuelo». En cuanto a los «cazas para disolver manifestaciones» (otra novedad sorprendente), esto se basa, al parecer, en el testimonio -un tanto dudoso viniendo de quien viene si no es contrastado- de dos pilotos desertores libios.
Todo este ruido mediático, reproducido casi al pie de la letra en internet (se ve que algunos han aprendido bien la lección de Wikileaks: «si no puedes vencerlos, haz que difundan tu mensaje sin ser conscientes de ello») no es, ni puede ser, casual.
Ni defendemos aquí a un histrión como el coronel Gadafi, sobrevenido «gran aliado de Occidente» hasta hace unos días al que posiblemente ahora estos mismos le estén haciendo pagar con intereses sus «pecados antiimperialistas» de juventud, como tampoco es intención nuestra generar nuevas «teorías de la conspiración». No hace ninguna falta. Empieza a parecer bastante obvio que se trata de geopolítica internacional y -parafraseando a Clinton (el marido)- «¡es la economía, estúpidos!» (insistimos en que lo dijo Clinton).
EEUU está jugando muy bien sus cartas
EEUU no lo puede estar haciendo mejor desde el punto de vista de la salvaguarda y avance de sus intereses en la región norteafricana y, más allá, en cuanto a su geoestrategia nacional. De la misma manera que, como viene siendo habitual en estos casos, Europa no lo puede hacer peor.
Lo de China como superpotencia económica global ya es imparable (acaba de desbancar a Japón en el 2º puesto), a no ser que los halcones del Pentágono montaran otra Guerra Fría que embarcara a la RP China en una carrera armamentística para mantener la paridad defensiva nuclear con respecto a EEUU. No van por ahí los tiros, no vemos a los chinos repitiendo la experiencia soviética porque saben cómo acabó. Más bien están capitalizando su economía planificada a base de planes quinquenales (no lo olvidemos) con dos factores principales: un crecimiento sostenido estratosférico de la economía y comprando la deuda del capitalismo global. China no está retrocediendo al capitalismo tal y como lo entendemos aquí, en realidad lo está comprando… Y ante eso, no valen halcones pentagonales ni ojivas nucleares múltiples alojadas en misiles ICBM en silos de Nebraska.
¿Cómo puede reaccionar EEUU? Pues como lo está haciendo, ni más ni menos:
- Capear el temporal como pueden, aunque manteniendo aún el control en el balance regional de fuerzas militares (por mucho que dijeran los telediarios que se retiraban de Iraq y por mucho que muchos se lo creyeran) en un cada vez más inestable Oriente Medio, que sigue siendo el centro estratégico del mundo, pero también la región donde están Afganistán e Irán, dos auténticas pesadillas para Washington por diferentes motivos.
- mantener sus bastiones en un subcontinente, Latinoamérica, que no acaban de perder del todo gracias a «democracias genocidas» como Colombia y otras, pero que cada vez vira más hacia la izquierda una vez que fueron enterrados fascismos militares y «salidas socialdemócratas», las dos cartas de la baraja que le quedaban a EEUU en Latinoámerica. No renunciando, cuando pueden, a dar golpes de ultraderecha como el de Honduras.
- y además está el Norte de África y Oriente Próximo: Israel sigue ahí, y seguirá mientras los dólares (cada vez menos) sigan cayendo como maná para la supervivencia del «pueblo elegido»… y ahora, «la ocasión la pintan calva» con las revueltas en el mundo árabe. Con un control casi absoluto de los medios de comunicación y jugando muy bien las escasas cartas que también ahí les quedaban, EEUU está consiguiendo reconducir la situación en propio beneficio. Transformar justas revueltas y reivindicaciones populares en nuevos regímenes mucho más estables (al menos por unos años) que los anteriores pero esencialmente iguales (igual de injustos socialmente), aunque quizá con alguna ligera capa de pintura democrática… e incluso pueden «ganar» nuevas fichas en el tablero magrebí (Libia, Argelia, Túnez) que nunca llegaron a controlar del todo desde su independencia. Gana EEUU, gana Israel (con nuevos regímenes árabes «moderados» reconstituídos) y pierden los árabes, el pueblo árabe… y Europa.
De ‘Lawrence de Arabia’ a nuestros días
Si finalmente EEUU gana la partida en el tablero del Norte de África, como parece que la va ganando, pasará a controlar la región donde se encuentran las principales fuentes de energía de la economía del Viejo Continente. Y éste no es un asunto de segundo orden para el futuro de Europa ni tampoco, desde el punto de vista geoestratégico en un continente como África, en el que China está adquiriendo influencia creciente.
Esperamos que la revuelta árabe no acabe como la de los tiempos del oficial y aventurero británico Lawrence (‘de Arabia’); o sea, en nada… en cambiar a los amos turcos por nuevos amos; nuevos, pero amos. O que la historia se repita en forma de farsa y derive hacia el fortalecimiento y expansión de un fanatismo religioso medieval (los llamados integristas islámicos o islamistas) que capitalice el descontento de revoluciones frustradas antes de ser dignas de tal nombre.
Si el pueblo árabe, una de las más honorables y brillantes expresiones de la civilización y la cultura de la Humanidad, una vez más vuelve a ser sumido en la opresión tras la frustración de estas revueltas sociales, Europa también va a sufrir las consecuencias.
Por mucho que los atlas nos hagan ver lo contrario, entre Islandia y Egipto no está Europa, se interpone EEUU.
Texto: Paco Arnau / Ciudad futura
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