La publicación del libro El mito del colapso del poder americano, al final de 2008, y en particular mi ensayo sobre «El sistema inter-estatal capitalista, en el inicio del Siglo XXI», incluido en el libro, provocó muchas críticas que contienen en común la misma dificultad de entender mi argumento sobre las relaciones entre el poder, […]
La publicación del libro El mito del colapso del poder americano, al final de 2008, y en particular mi ensayo sobre «El sistema inter-estatal capitalista, en el inicio del Siglo XXI», incluido en el libro, provocó muchas críticas que contienen en común la misma dificultad de entender mi argumento sobre las relaciones entre el poder, el capital y las guerras, dentro del sistema mundial. Mi artículo parte de una hipótesis central sobre el movimiento de largo plazo del «sistema inter-estatal capitalista», desde su formación en Europa, durante el «largo Siglo XII», hasta el inicio del Siglo XXI. Una hipótesis que me permite comprender y diagnosticar la coyuntura internacional que estamos viviendo, desde la década de 1970.
Según mi punto de vista, es posible identificar, en este largo período de la historia del sistema mundial, «cuatro momentos en que ocurrió una especie de «explosión expansiva» dentro del propio sistema. En esos momentos «históricos», hubo primero un aumento de la «presión competitiva» dentro del universo, y después, una gran «explosión» o ampliación de sus fronteras internas y externas. El aumento de la «presión competitiva» fue provocado – casi siempre – por el expansionismo de una o varias potencias líderes, y envolvió también, un aumento del número y de la intensidad del conflicto entre las otras unidades políticas y económicas del sistema. Y la «explosión expansiva» que siguió, proyectó el poder de estas unidades o «potencias» más competitivas, hacia afuera de sí mismas, ampliando las fronteras del propio «universo». La primera vez que esto ocurrió fue en el largo Siglo XIII, entre 1150 y 1350. El aumento de la «presión competitiva», dentro de Europa, fue provocado por las invasiones de los mongoles, por el expansionismo de las Cruzadas, y por la intensificación de las guerras «internas», en la península ibérica, en el norte de Francia y en Italia. Y la «explosión expansiva» que siguió, se transformó en una especie de «big bang» del universo del que estamos hablando, el momento del nacimiento del primer sistema europeo de «guerra e intercambios», con sus unidades soberanas y competitivas, cada una de ellas, con sus monedas y tributos. La segunda vez que esto ocurrió, fue en el «largo Siglo XVI», entre 1450 y 1650. El aumento de la «presión competitiva» fue provocado por el expansionismo del Imperio Otomano y del Imperio Habsburgo, y por las guerras de España con Francia, con los Países Bajos y con Inglaterra. Es el momento en que nacen los primeros Estados europeos, con sus economías nacionales y con una capacidad bélica muy superior a la de las unidades soberanas del período anterior. Fue la «explosión expansiva» de este embrión del sistema inter-estatal europeo – hacia afuera de la propia Europa – que dio origen al «sistema mundial moderno», liderado inicialmente por las potencias ibéricas, y luego por Holanda, Francia e Inglaterra. La tercera vez que esto ocurrió, fue en el «largo Siglo XIX», entre 1790 y 1914. El aumento de la «presión competitiva» fue provocado por el expansionismo francés e inglés, dentro y fuera de Europa, por el nacimiento de los Estados americanos, y por el surgimiento después de 1960, de tres potencias políticas y económicas – Estados Unidos, Alemania y Japón – que crecieron muy rápidamente y revolucionaron la economía capitalista, y el núcleo central de las grandes potencias. Inmediatamente después, hubo una tercera «explosión expansiva» que asumió la forma de una «carrera imperialista» entre las grandes potencias, que incorporó África y Asia hacia adentro de las fronteras coloniales del «sistema mundial moderno». Por último, desde la década de 1970, está en curso una cuarta «explosión expansiva» del sistema mundial. Nuestra hipótesis es que – esta vez – el aumento de la presión dentro del sistema mundial está siendo provocado por la estrategia expansionista e imperial de los Estados Unidos después de los años ´70, por la multiplicación de los Estados soberanos del sistema, que ya son casi 200, y finalmente, por el crecimiento vertiginoso del poder y de la riqueza de los Estados asiáticos, y de China, muy en particular». (Fiori, 2008, pÁg. 22 y 23)
Mi investigación sobre las relaciones entre la geopolítica y la geo-economía del sistema mundial, comenzó hace más de 20 años atrás, con el estudio de las «crisis de los ´70» y la «restauración liberal-conservadora» de la década del ´80, y siguió con el acompañamiento de las transformaciones internacionales de las décadas siguientes. La imposibilidad de entender esta coyuntura a partir de sí misma me llevó a un largo viaje en el tiempo, hasta los orígenes del «sistema inter-estatal capitalista», para conseguir entender sus tendencias a largo plazo. Comencé por las «guerras de conquista» y por la «revolución comercial» que ocurrieron en Europa en los Siglos XII y XIII, para llegar hasta la formación de los Estados y las economías nacionales europeas y al comienzo de su victoriosa expansión mundial a partir del Siglo XVI. Como es sabido, en Europa al contrario de lo que aconteció en los imperios asiáticos, la desintegración del Imperio Romano y, luego, del Imperio de Carlo Magno, provocó una fragmentación del poder territorial y la desaparición casi completa de la moneda y de la economía de mercado entre los Siglos IX y XI. En los dos siglos siguientes, mientras tanto – entre 1150 y 1350 – ocurrió la gran revolución que cambió la historia de Europa y del mundo: fue en aquel período que se forjó el continente europeo, una asociación indisoluble y expansiva entre la «necesidad de la conquista» y la «necesidad de producir excedentes» cada vez mayores, que se repitió de la misma forma en varias unidades territoriales soberanas y competitivas, que fueron obligadas a desarrollar sistemas de tributación y a crear sus propias monedas para financiar sus guerras de conquista. Las guerras y los tributos, las monedas y el comercio, existieron siempre, en todo tiempo y lugar, la gran novedad europea fue la forma en que se combinaron, sumaron y multiplicaron en conjunto, dentro de pequeños territorios altamente competitivos y en estado de permanente preparación para la guerra. En Europa, la preparación para la guerra y las guerras propiamente dichas se transformaron en la principal actividad de todos sus príncipes, y la necesidad de financiamiento de estas guerras, se transformó en un multiplicador continuo de la deuda pública y de los tributos. Y, por consecuencia, en un multiplicador del excedente y del comercio y también del mercado y de las monedas y de los títulos de la deuda, produciendo y alimentando – dentro de Europa – un circuito acumulativo absolutamente original, entre los procesos de acumulación del poder y de la riqueza.
No hay como explicar la aparición de esta necesidad europea de la acumulación del poder y del excedente productivo, sólo a partir del «mercado mundial» o del «juego de los intercambios». Aunque los hombres tuviesen una propensión natural para intercambiar – como pensaba Adam Smith – eso no implicaría necesariamente que ellos también tuviesen una propensión natural para acumular ganancias, riqueza y capital. Porque no existe ningún factor intrínseco al intercambio o al mercado que explique la necesidad compulsiva de producir y acumular excedentes. O sea, la fuerza expansiva que aceleró el crecimiento de los mercados y produjo las primeras formas de acumulación capitalista no pudo haber venido del «juego de los intercambios», o del propio mercado, ni vino, en ese primer momento de la compra-venta de la fuerza de trabajo. Vino del mundo del poder y la conquista, del impulso generado por la «acumulación del poder», incluso en el caso de las grandes repúblicas mercantiles italianas, como Venecia y Génova.
Ahora bien, desde mi punto de vista, el concepto de poder político tiene más que ver con la idea de flujo que con la de existencias. El ejercicio del poder requiere instrumentos materiales e ideológicos, pero lo esencial es que el poder es una relación social asimétrica indisoluble, que sólo existe cuando es ejercido, y para ser ejercido, se precisa reproducir y acumular constantemente. La «conquista», como dice Maquiavelo, es el acto fundador que instaura y acumula el poder, y nadie puede conquistar nada sin tener poder, y sin tener más poder de aquel que fuera conquistado. En un mundo en el que todos tuviesen el mismo poder no habría poder. Por eso, el poder ejerce una «presión competitiva» sobre sí mismo, y no existe ninguna relación social anterior al propio poder. Además de esto, como la guerra es el instrumento en última instancia de la conquista y de la acumulación del poder, ella se transformó en un elemento co-constitutivo de este sistema de poderes territoriales que nació en Europa y que después se expandió por el mundo. Por ello, el origen histórico del capital y del sistema capitalista europeo es indisociable del poder político y de las guerras, y la teoría sobre la formación de este «universo europeo» tiene que comenzar por el poder y por sus guerras, por los tributos y por el excedente, y por su transformación en dinero y en capital bajo la batuta del poder de los soberanos. El factor endógeno o primer principio que mueve este universo es exactamente esta fuerza de la compulsión sistémica y competitiva que lleva a la acumulación sin fin del poder y del capital. Y desde mi punto de vista, el poder tiene precedencia lógica, dentro de esta relación simbiótica, a despecho de que la acumulación de capital haya adquirido una «autonomía relativa» muy grande y cada vez más compleja con el pasar de los siglos.
Más tarde, después del «largo siglo XVI» y de la formación en Europa de sus primeros «Estados nacionales» se mantuvieron estas mismas reglas y alianzas fundamentales, que se habían establecido en el período anterior. Con la diferencia que, en el nuevo sistema de competencia, las unidades involucradas eran grandes territorios y economías articuladas en un mismo bloque nacional y con las mismas ambiciones expansivas imperialistas. El objetivo de la conquista no era más la destrucción u ocupación territorial del otro Estado, podría ser solamente un sometimiento económico. Pero la conquista y la monopolización de nuevas posiciones de poder político y económico siguió siendo el resorte propulsor del nuevo sistema. En el nuevo sistema inter-estatal, la producción del excedente y de los capitales de cada país pasó a ser una condición indispensable de su poder internacional. Y fue dentro de esas unidades territoriales expansivas que se forjó el «régimen de producción capitalista», que se internacionalizó de la mano de estos nuevos imperios globales creados por la conquista de los primeros Estados europeos. Y luego del Siglo XVI, fueron siempre estos Estados expansivos y ganadores que también lideraron la acumulación de capital a escala mundial. Además de eso, la llamada «moneda internacional» siempre fue la moneda de esos Estados y de esas economías nacionales mas poderosas, transformándose en uno de los principales instrumentos estratégicos en la lucha por el poder global.
La expansión competitiva de los «Estados-economías nacionales» europeos creó imperios coloniales e internacionalizó la economía capitalista, pero ni los imperios ni el capital internacional eliminaron los Estados y las economías nacionales. En este nuevo sistema inter-estatal, los Estados que se expandían y conquistaban o sometían nuevos territorios también expandían su territorio monetario e internacionalizaban sus capitales. Pero, al mismo tiempo, sus capitales sólo se pudieron internacionalizar en la medida en que mantuvieran su vínculo con alguna moneda nacional, la suya propia o la de un Estado nacional más poderoso. Por eso, se puede decir que la globalización económica siempre existió y nunca fue una obra del «capital en general», ni llevará jamás al fin de las economías nacionales. Porque de hecho, la propia globalización económica es el resultado de la expansión victoriosa de los «Estados-economías nacionales» que consiguieron imponer su poder de comando sobre un territorio económico supranacional cada vez más amplio, junto con su moneda, su deuda pública, su sistema de crédito, su capital financiero y sus varias formas indirectas de tributación.
De la misma forma, desde mi punto de vista, cualquier forma de «gobierno mundial» es siempre una expresión del poder de la potencia, o de las potencias que lideran el sistema inter-estatal capitalista. Muchos autores hablan de la «hegemonía» para referirse a la función estabilizadora de ese líder dentro del núcleo central del sistema. Pero esos autores no perciben – en general – que la existencia de ese liderazgo o hegemonía no interrumpe el expansionismo de los demás Estados, ni mucho menos, del expansionismo del propio líder o hegemón. Por consiguiente, toda potencia hegemónica es siempre, al mismo tiempo, autodestructiva, porque el propio hegemón acaba rompiendo las reglas e instituciones que ayudó a crear para poder seguir acumulando su propio poder, como se puede ver en el caso norteamericano, tras la Guerra Fría. Donde es lógicamente imposible que algún país «hegemónico» pueda estabilizar el sistema mundial, como piensan varios analistas internacionales. En este universo en expansión, que nació en Europa durante el «largo siglo XIII» nunca hubo ni habrá «paz perpetua», ni sistemas políticos internacionales estables. Porque se trata de un «universo» que precisa de la preparación de la guerra y de las crisis para poder ordenarse y «estabilizar». Y a través de la historia, fueron casi siempre estas guerras y estas crisis las que abrieron los caminos de la innovación y del «progreso» en la historia de este sistema inventado por los europeos.
Es en esta visión del sistema mundial y no sólo en opiniones y vaticinios, que se funda mi evaluación sobre el «mito del colapso norteamericano». La misma visión que me autoriza pensar que los fracasos político-militares norteamericanos en el inicio del Siglo XXI, y la actual crisis económica mundial no apuntan hacia el fin del «régimen de producción capitalista», tampoco a una «sucesión china» en el liderazgo mundial, que seguirá en las manos de los Estados Unidos. Lo que no quiere decir, obviamente, que este liderazgo norteamericano sea definitivo, o que el sistema mundial no esté viviendo una transformación gigantesca. Como dije en el libro y en el inicio de este artículo: desde mi punto de vista, está en curso una gran «explosión expansiva» del sistema inter-estatal capitalista, y una nueva «carrera imperialista» entre las grandes potencias, que se intensificará en los próximos años. Sin embargo, este no es un mundo «sombrío» como piensan algunos críticos, es sólo el mundo en que nacimos.
Traducción para www.sinpermiso.info: Carlos Abel Suárez
José Luis Fiori es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO.