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Una reseña del libro "Planeta indignado" de Josep Maria Antentas y Esther Vivas

Sobre el viejo topo y los nuevos tropos

Fuentes: Viento Sur

«La explosión social contemporánea bebe de las resistencias anteriores, de las brechas que causaron, de sus fértiles fracasos, de sus balbucientes primeros pasos, de las pistas que señalaron, de los caminos que indicaron aún sin poder recorrerlos, de las puertas que abrieron aún sin franquearlas. De las galerías subterráneas bloqueadas, de las cuevas sin salida […]

«La explosión social contemporánea bebe de las resistencias anteriores, de las brechas que causaron, de sus fértiles fracasos, de sus balbucientes primeros pasos, de las pistas que señalaron, de los caminos que indicaron aún sin poder recorrerlos, de las puertas que abrieron aún sin franquearlas. De las galerías subterráneas bloqueadas, de las cuevas sin salida aparente en las que quedaron momentáneamente encerradas.» Esther Vivas, Josep Maria Antentas

Relatos, relatos, relatos…

En su célebre libro ‘Historia: análisis del pasado y proyecto social’ /1, el historiador Josep Fontana señalaba que después de la caída del muro en 1989 la historiografía se vio sumida en una profunda crisis de paradigmas interpretativos. Básicamente las interpretaciones económico sociales de corte marxista cayeron en desuso y fueron sustituidas por otros paradigmas hegemónicos como el fin de la historia de Fukuyama o el choque de civilizaciones de Huntington. (Fontana, 1999, pp. 270-271)

En este contexto de desconcierto se empezó también a postular (como Lyotard tiempo atrás) no sólo el fin de la historia sino también el de las ideologías y los grandes relatos. De manera que muchos historiadores que no querían adscribirse a estos «nuevos» esquemas interpretativos dominantes claramente conservadores cayeron en la ilusión de un «regreso» a una narrativa histórica aséptica con una forma expositiva neutra y limpia de cargas ideológicas.

Así, estos historiadores decían que por fin la historia devendría una crónica objetiva de los hechos que, además, permitiría recuperar la unidad perdida de la disciplina ahora fragmentada en un sin fin de especialidades analíticas.

Es en estos años cuando los estudios de un teórico de la literatura llamado Hayden White /2 entran de lleno en el debate historiográfico al señalar que la narración histórica no es tan solo una forma de contar los hechos sino que esta «forma» ya implica un contenido. Para White cualquier narración histórica, por aséptica que se pretenda, implica una selección que, por su misma naturaleza, ya confiere significado a unos hechos y a otros no, señalando así una configuración temática de los hechos históricos que por lo general suele reflejar los valores del orden social vigente.

Así Hayden, sin caer en una epistemología posmoderna, sin negar la capacidad de conocimiento de la realidad del discurso histórico, planteaba la necesidad de estudiar el discurso histórico también como artefacto verbal, ya que el «instrumento» que utiliza el historiador para organizar las formas posibles de representación histórica confiere una forma significativa a los acontecimientos. Es desde este punto de vista que Hayden postulaba la teoría literaria como la disciplina más preparada para hacer estos análisis.

A pesar de la rígida separación que otros teóricos del discurso como Northrop Frye habían establecido entre la historia y la literatura, postulando que una pertenece al ámbito de la conciencia histórica y la otra a la conciencia mítica y, por tanto, que esta última responde a una elaboración puramente ficcional sin relación con los hechos, lo cierto es que los estudios de Hayden mostraban que esta rígida separación no responde ni mucho menos a la práctica real del historiador.

El historiador, señalaba White, en la elaboración expositiva de los acontecimientos históricos se ve obligado, sea consciente o no, a utilizar toda una serie de tropos (metáfora, metonímia, sinécdoque..) y estructuras de trama (tragedia, drama, comedia…) que responden a la lógica constructiva de los relatos: «La cuestión central es que la mayoría de las secuencias históricas pueden ser tramadas de diferentes maneras proporcionando diferentes significados.» (White, 1978, p.109-110)

Sería bueno para el lector tener presente este «viejo» debate historiografico para leer las notas que vienen a continuación. Creo que podría resultarnos útil para orientarnos sobre ciertos aspectos del ciclo de luchas más importante que se ha abierto en las últimas décadas…

Planeta indignado, la otra escritura de la historia

«Desempleo, inflación. La gente pasa hambre: sus supervivientes piensan en el mercado de maneras nuevas. La gente es encarcelada: en la cárcel medita sobre el derecho de maneras nuevas…¿de qué otro modo, en una época como la nuestra, vamos a suponer que puede haber alguna vez un remedio humano a la dominación hegemónica de la mente, las falsas descripciones de la realidad que diariamente reproducen los medios de comunicación?» E.P. Thompson

El mes mayo de 2011 los líderes del G8 con Zarkozy a la cabeza se apresuraban con evidente preocupación en señalar que las protestas de los «indignados» españoles nada tenían que ver con las revoluciones en los países árabes. Según el dirigente francés las protestas de los «indignados» se desarrollaban en el marco de sociedades democráticas mientras que las «revueltas» árabes se producían contra regímenes dictatoriales (regímenes que hasta hacía dos días habían sido apoyados y subvencionados abiertamente por las «democracias» occidentales).

Un «debate» parecido se producía en el Rei(no) de España la noche en que la Junta Electoral prohibía las acampadas en las plazas del 15M. Esa noche, dos tipos de legitimidad muy distinta estaban en liza: para una masa impresionante de ciudadanos, el «interés general» (el interés común) no reposaba en las instituciones tuteladas por los mercados, sino que la «democracia» (y el uso legítimo de esta palabra) se ejercía en la calle, en las plazas, en el espacio otra vez público de la «sociedad civil».

Esta irrupción de miles de personas en las plazas de todo el estado se produjo con tal energía creativa, con tal afán de participación colectiva, autoorganización y pasión política, que también el concepto de «sociedad civil» (tal como se enmarca en la sociedad burguesa) quedó críticamente impugnado por la práctica efectiva de los indignados. En efecto, si en el universo liberal la sociedad civil representa el espacio del mercado y los intereses privados (de la atomización individualista, de todos contra todos) que sólo «exterioriza» su ser en común en el cielo abstracto del Estado y sus instituciones, o en el espejo invertido del consumo, en las plazas, por el contrario, se expresó una voluntad de reapropiación consciente de este ser común, cuyos éxitos momentáneos verifican, en la práctica (en la experiencia de miles de personas), la hipótesis de trabajo marxista de que, a pesar de todo, mediante la reapropiación del espacio social, de su politización, el «individuo libre» es una posibilidad real y no el mero portador de una ficción ideológica liberal para organizar el «libre mercado».

Ya antes, Grecia, Islandia, Inglaterra o Portugal se habían interesado por este apasionante debate sobre lo que significa «democracia», «libertad», «sociedad civil» o «pueblo» y «soberanía» e incluso «juventud» en un contexto de crisis capitalista generalizada. Es por ello que sus respectivos «pueblos» se dispusieron a montar grandes «seminarios» y cursos acelerados de democracia y teoría del Estado a través de grandes huelgas generales, ocupaciones de fábricas, inmensas manifestaciones o juicios populares a banqueros y políticos( según el caso), y aunque estos cursos no fueron homologados por el plan Bolonia, resultaron ser muy elocuentes en sus argumentos: «No somos mercancías en manos de políticos y banqueros», «no nos representan», «que la crisis la paguen los ricos»…

Y es que, contra lo que postula cierta leyenda urbana (o cibernética y académica, para ser más precisos), los significantes de la lucha social no son «vacíos», nunca lo son del todo, por mucho que queramos dotarlos de una infinita plasticidad, su signo ideológico viene determinado no por un voluntarismo que actúa ex nihilo en el laboratorio del discurso, sino por unas prácticas y unas luchas que se verifican en el laboratorio de la historia (local, nacional, internacional…). El significante «revolución», por ejemplo, no ha saltado de los prospectos publicitarios anunciando el último modelo de Smartphone para luego inscribirse de nuevo en el imaginario de la práctica política por el hecho de que pueda significar cualquier cosa («aquí empieza la revolución» gritaban los indignados en las plazas del Estado español), sino por todo lo contrario, porque el mismo significante «revolución» ( y esto lo sabían desde Walter Benjamin a los situacionistas, aunque cierta izquierda posmarxista lo olvida una y otra vez) lleva inscrito el deseo de transformar la vida, de vengarse de la miseria y la injusticia pasadas; la posibilidad de una vida nueva, cuya sed de justicia social, igualdad y libertad han experimentado sin fin de mujeres y hombres generación tras generación irrumpiendo cuando menos se la espera. Es precisamente este deseo inscrito históricamente lo que dota a este significante de tanta fuerza emotiva en manos de los intereses de la clase dominante y sus publicistas. Y es precisamente la práctica de los pueblos de la «primavera árabe» lo que ha permitido su reapropiación para la lucha política de una nueva generación, de modo que, después de décadas de banalización publicitaria, vuelve a ser una arma tremendamente peligrosa (a pesar del decreto ministerial académico-posmoderno que postulaba el fin de las ideologías) contra el (des)orden capitalista.

El topo indignado

Un fantasma recorre las redes de los medios alternativos de la izquierda social y política: «Relato, hace falta un relato!», la izquierda no puede permanecer ciega a la capacidad «performativa» del discurso político; la necesidad imperiosa que tiene la izquierda (o «los de abajo») de «construir un relato» que pueda movilizar los sentimientos, dar expresión y cohesión a todas las aspiraciones de las clases populares se hace más evidente día a día. Frente a la dispersión de las luchas, la palabra mágica: Relato!

Parecería pues que la izquierda esta condenada a elegir entre dos hipótesis de trabajo para el cambio social: el viejo determinismo, de positivismo estrecho, donde las subjetividades políticas, devienen realidades fijas ya por siempre constituidas, y donde simplemente hay que esperar sentados a que, a fuerza de «contradicciones objetivas», se active como un viejo engranaje mecánico el «verdadero» Sujeto del cambio histórico o, por el contrario, apostar por un constructivismo social pasado de vueltas, en el cual uno tiene la sensación de que si el mundo no ha cambiado de base hasta ahora, es porque aún no hemos atinado a encontrar un «relato» o disputar y apropiarnos de un «símbolo» suficientemente elocuente para movilizar, articular y constituir una(s) subjetividad(es) alternativa(s) al orden existente.

Es en este punto donde creo que el libro de Esther Vivas y Josep Maria Antentas /3, puede resultar más útil e iluminador, pues a través de sus páginas vemos como esta falsa disyuntiva va quedando superada por la descripción y el análisis de unos procesos concretos, de unas luchas que vienen de lejos donde, parafraseando al viejo Marx, las mujeres y los hombres hacen su propia historia, pero la hacen bajo circunstancias que existen y no han sido elegidas por ellos mismos sino legadas por el pasado…

Así, en el libro vemos como estas luchas son capaces de ir tejiendo los hilos de un… «relato» que ya no se mueve en las coordenadas lineales de una novela del XIX, ni en el potaje posmoderno de unas diferencias/identidades/mónadas incomunicadas que hay que articular a golpe de decreto ético o estético, sino en el hipertexto de las luchas sociales, de las nuevas tecnologías y la crisis sistémica de la globalización capitalista: con su desquiciamiento de tiempos y espacios donde a pesar/causa de ello las luchas van ofreciendo una nueva «configuración temática» del presente histórico y la realidad social. Configuración, que es capaz de relacionar hechos muy dispares en el tiempo y en el espacio…

«La rebelión de l@s indignad@s marca el ascenso de un nuevo impulso internacionalista, que bebe de la estela del ‘internacionalismo de las resistencias’ del movimiento ‘antiglobalización’ renacido en los 90 y los años 2000 pero que se manifiesta bajo otras formas y en otros escenarios (…) Encarna una nueva mutación histórica de la perspectiva internacionalista que se expresa en una reacción colectiva a los estragos de la crisis económica y a las políticas de ajuste que acentúan la mercantilización del planeta, la vida y la sociedad y el dominio sin fin del capital representado por el proceso de globalización y a la ‘universalidad confiscada por los vencedores de ayer y de siempre’ (…) Si en el ciclo ‘antiglobalización’ el nuevo internacionalismo en ascenso fue dibujando una ‘extraña geopolítica de las resistencias’, con nombres de ciudades de Seattle a Génova, pasando por Praga, Barcelona o Porto Alegre, en el ciclo actual son las plazas, de la Qasba a Tahrir, de Sol a Cataluña y de Sintagma a Zucchetti, las que dan nombre al internacionalismo en ascenso» (Antentas, J. Vivas, E. 2012, p.104)

En Planeta indignado vemos como la constitución discursiva de los antagonismos sociales va estrechamente ligada a la comprensión de las contradicciones de la lógica de acumulación capitalista en un contexto de crisis sistémica (económica ,ecológica, social, alimentaria, de los cuidados… ); vemos cómo la crisis económica va dando lugar a la crisis política e institucional de los «relatos» y los dogmas neoliberales; vemos cómo (parafraseando a Bensaïd) las relaciones de clase y de genero constituyen el auténtico hilo rojo que nos permite saltar fronteras y fundir armaduras identitarias para ligar en un combate común las distintas singularidades que van surgiendo en la lucha.

Desde el movimiento feminista:

«La apertura del nuevo ciclo de luchas iniciado en mayo de 2011 supone también el relanzamiento del movimiento feminista que tiene el doble reto simultáneo de alcanzar visibilidad específica en este nuevo periodo y de impregnar al conjunto de las luchas sociales en ascenso de la perspectiva de genero y de sus reivindicaciones. Primavera feminista que ha brotado en las plazas más significativas de la geografía del Estado español, la hemos visto también en la Qashba en Túnez, en Tahrir en El Cairo y en muchos otros lugares de la primavera árabe. Las mujeres se han hecho visibles en las protestas contra Ben Alí, Mubarak, Ali Abdullah Saleh, etc., rompiendo con los esteriotipos habituales sobre la mujer árabe, presentada como sumisa, sin poder alguno y recluida en el ámbito privado.» (Antentas, J. Vivas, E. 2012, p.142)

Pasando por las luchas contra las políticas de austeridad y la crisis de la deuda soberana:

«Si hasta hace unos años la cuestión de la deuda externa se asociaba tan solo a los países del Sur, desde 2010, con el estallido de la crisis de la deuda soberana, ésta se ha convertido en una cuestión central en los países de la Unión Europea (…) la auditoria de la deuda es un instrumento profundamente pedagógico que permite a los sectores populares comprender el funcionamiento del Estado, la economía de mercado nacional-estatal e internacional, las relaciones institucionales…Un instrumento, a modo de escuela de pedagogía popular que proporciona argumentos y razones para luchar contra el capitalismo y contra aquellos que imponen unas políticas al servicio de una minoria de la sociedad y que posibilita la toma de conciencia de clase y anticapitalista.» (Antentas, J. Vivas, E. 2012, p.131)

Es en torno a estos elementos estructurantes de las relaciones sociales capitalistas como se van constituyendo y confluyendo las luchas antagónicas que se oponen al capitalismo, no al revés. Así, las nuevas luchas, su nueva extensión, levantan experiencias fundadoras que a su vez permiten madurar y actualizar debates estratégicos que no estuvieron presentes en al ciclo anterior de luchas «antiglobalización».¿Cómo sino pensar y fundamentar un contenido estratégico de izquierdas para la tan proclamada necesidad de hegemonía? En efecto, hay que articular las luchas. Pero no cualquier articulación es posible…

En Planeta indignado las contradicciones actuales del capitalismo aparecen como el principio unificador de las luchas, pero es en el movimiento real de estas luchas desde donde se construye el horizonte de ruptura, y bajo esta doble determinación, no cualquier feminismo es posible, ni cualquier ecologismo, ni cualquier sindicalismo, ni cualquier antirracismo, ni cualquier soberanismo… En definitiva, no «cualquier cadena de equivalencias» es posible, ni cualquier «articulación», sino aquella que va constituyendo su «relato» en antagonismo con estos principios estructurantes:

«las reivindicaciones ecologistas y contra el cambio climático tienen que ser un eje central del sindicalismo combativo. Los sindicalistas no pueden ver a los ecologistas como a sus enemigos y viceversa. Cualquier perspectiva de ruptura con el actual modelo económico que no tenga en cuenta la centralidad de la crisis ecológica está abocada al fracaso y cualquier perspectiva ecologista sin una orientación netamente anticapitalista, de ruptura con el sistema, se quedará en la superficie del problema y al final puede acabar siendo un instrumento al servicio de las políticas de marketing verde» (Antentas, J. Vivas, E. 2012, p.166)

Desde este punto de vista consignas como la del «99% frente al 1% por ciento», «ni de izquierda ni derecha, los de abajo contra los de arriba», etc., o los distintos elementos de «populismo» de izquierdas que encontramos en el movimiento no deberían ser comprendidos como un punto de llegada (como la fórmula finalmente encontrada para el cambio social) sino, por el contrario, como un punto de partida, de relanzamiento y recomposición de las luchas después de décadas de derrotas y desalientos frente a los ataques del neoliberalismo:

«la idea del 99% frente al 1%, de la mayoría frente a las elites, como hemos señalado anteriormente, presenta límites analíticos pues no existe un «pueblo» homogéneo sin contradicciones internas que defina el 99% de la población. Pero, recordémoslo de nuevo, no hay que verlo como un rechazo a pensar la realidad en términos de clase, como una negación de una lectura de clase, sino al contrario, como el comienzo de una lectura embrionaria y contradictoria de la realidad que puede ser la base para la reconstrucción de una identidad y una conciencia de clase en sentido amplio y una perspectiva anticapitalista con más contenido y mayor comprensión del sistema económico» (Antentas, J. Vivas, E. 2012, p.73)

Es por esto que Esther y Antentas, lejos de hacer de la necesidad virtud, y buscar atajos a través de «relatos alternativos», señalan como uno de las debilidades estructurales del actual ciclo reside precisamente en la dificultad de trasladar la lucha en la calle al centro de trabajo: «las razones son claras. En los centros de trabajo es el miedo y la resignación quienes dominan debido al paro y la precariedad y los cambios en la organización empresarial. Las tres décadas neoliberales han acelerado la fragmentación y el individualismo de la clase trabajadora y han causado estragos en el movimiento obrero» (Antentas, J. Vivas, E. 2012, p.84)

A su vez, constatan como el movimiento indignado y occupier puede establecer un círculo virtuoso para la reactivación y recomposición de estos espacios y brindar así el ethos necesario para recuperar y levantar un sindicalismo que vaya más allá del centro de trabajo y recupere los elementos sociopolíticos de transformación social que permitan recuperar su fuerza.

En definitiva, la virtud principal del libro de Esther Vivas y Josep Maria Antentas es que no se limita a ser un relato puramente periodístico del ciclo de luchas más importante de las últimas décadas, que desde mayo del 2011 a sacudido calles y plazas en todo el mundo, ni tampoco pretende encapsularlas dogmáticamente en una teoría prêt-à-porter para la ocasión. El libro es capaz de trasladarnos con honradez (es decir, tomando partido) por los más importantes debates prácticos y teóricos que han ido surgiendo en el seno del movimiento sin quedar atrapados en el impresionismo del acontecimiento o en idealismo teórico que pretende encajar los hechos en su lecho de procousto. Esto es así porqué los autores participan desde hace años de forma militante en este largo proceso que es cambiar el mundo, de modo que las derrotas, las victorias, las dudas o los tropiezos que entraña este proceso también han sido los suyos, los de todos nosotros.

Notas: 

1/ Fontana, J. (1999) Historia: análisis del pasado y proyecto social. Barcelona: Crítica.

2/ White, H. (1978) El texto histórico como artefacto literario. Barcelona: Paidós.

3/ Antentas, J. y Vivas, E (2012) Planeta indignado. Madrid: Sequitur.

*Reseña publicada en la web de Viento Sur.