En este artículo el autor reflexiona sobre la construcción del socialismo, que debe ser democrático como condición necesaria para garantizar la igualdad, la libertad, la solidaridad y la autonomía.
Socialismo y democracia, vía democrática al socialismo. Esta cuestión se plantea actualmente a partir de dos experiencias históricas que funcionan de algún modo como barreras: el ejemplo socialdemócrata tradicional y el llamado socialismo real. A pesar de todo lo que diferencia a estos ejemplos históricos y a pesar de todo lo que opone la socialdemocracia al estalinismo como corrientes teórico-políticas, éstas presentan una connivencia de fondo: el estatismo y la desconfianza ante las iniciativas de las clases populares[1]. Por lo tanto, es necesario escrutar las bases de la relación entre socialismo y democracia.
El socialismo democrático es un principio para el establecimiento de un orden político y social en el que todos gocen de igual libertad en todos los ámbitos de la vida mediante la solidaridad y la organización social. Uno de sus objetivos es hacer realidad el derecho a la autodeterminación para todos.
Si las personas están enfrascadas en la lucha entre sí, la libertad no puede ser una realidad para todos, ya que prevalece el más fuerte. Por otro lado, la mera eliminación de los obstáculos legales no garantiza la igualdad de derechos. La igualdad de derechos y la oportunidad real de determinar el propio destino presuponen la distribución equitativa de los bienes producidos en común y el derecho de todos a opinar en los asuntos de interés común. Ambos objetivos solo pueden alcanzarse mediante la organización social. La libertad política no puede ser igualitaria si existe desigualdad económica[2].
El desarrollo de la sociedad capitalista ha demostrado que la libertad para todos y la distribución equitativa de los bienes producidos en común no son posibles mientras solo unos pocos controlen los medios de producción. Esta apropiación privada (autocrática) de los medios de producción conduce inmediatamente a la privación de derechos y a la explotación de los asalariados. Es decir, el sistema económico capitalista está intrínsecamente ligado a la contradicción entre su promesa de libertad, igualdad y fraternidad, y la realidad del trabajador.
La única oportunidad que tienen los miembros económicamente vulnerables de la sociedad para alcanzar la igualdad de libertad reside en desarrollar un espíritu de solidaridad. Como fuerza organizada, pueden ejercer influencia sobre el Estado. Tanto en la teoría como en la práctica del movimiento socialista internacional, la solidaridad es clave para lograr la igualdad de libertad en dos aspectos: primero, que los vulnerables, mediante la formación de sindicatos y partidos políticos, transformen su superioridad numérica y su altruismo en un poderoso instrumento para reivindicar la igualdad de derechos. Esto tuvo una aplicación inmediata en cuanto a la mejora de las condiciones cotidianas de trabajo y de vida, que era el objetivo principal de la actividad sindical. El segundo aspecto consistía en asegurar que estas nuevas condiciones sociales convirtieran el espíritu de solidaridad y ayuda mutua en una parte permanente e integral de la sociedad[3].
Por lo tanto, la solidaridad desempeña un papel fundamental en la lucha socialista por la liberación y en su concepción de sociedad. Solo si el individuo demuestra responsabilidad hacia los demás en sus intentos por mejorar sus condiciones de vida, y solo si actúa en consecuencia por su propia voluntad, se pueden alcanzar la libertad y la igualdad.
Sin embargo, durante mucho tiempo existió una considerable confusión sobre el camino correcto hacia el socialismo. El término «revolución» recibió al menos cuatro interpretaciones diferentes que se utilizaron indistintamente sin que surgiera una definición realmente clara. En otras palabras:
- Se entendía la revolución como la transformación radical de las condiciones sociales, sin una norma definida sobre si debía lograrse por medios pacíficos o violentos.
- Se consideraba la revolución como una transformación radical y completa de las condiciones sociales a corto plazo.
- También se entendía la revolución como un cambio forzoso en la constitución política, en contraposición a su desarrollo conforme al derecho.
- La revolución significaba la eliminación forzosa del antiguo orden social y, al mismo tiempo, el establecimiento de la democracia y la transformación integral y a corto plazo de las condiciones sociales.
Pero hoy en día, sea cual sea el caso, es importante recalcar que el socialismo requiere democracia. Como argumenta Nicos Poulantzas en la última página de Estado, Poder, Socialismo: «La historia aún no nos ha brindado una experiencia exitosa del camino democrático hacia el socialismo: lo que sí nos ha ofrecido – y esto no es insignificante – son algunos ejemplos negativos que debemos evitar y algunos errores sobre los que reflexionar. […] Pero una cosa es segura: el socialismo será democrático o no lo será en absoluto»[4]. Sin democracia no puede haber socialismo. El Estado de Derecho y la libertad de criticar y oponerse al sistema gobernante son esenciales para cualquier sociedad digna del ser humano. Donde se destruye la democracia, la libertad deja de existir. Los intereses de las clases populares ya no pueden protegerse eficazmente.
Pero el camino democrático hacia el socialismo no es simplemente un camino parlamentario o electoral. El proceso debe ir acompañado del desarrollo de nuevas formas de democracia directa y de base, y del florecimiento de redes y centros de autogestión. Si se deja sin intervención, la transformación del aparato estatal y el desarrollo de la democracia representativa serían incapaces de evitar el estatismo. La tarea no consiste realmente en sintetizar o fusionar las tradiciones estatistas y de autogestión propias del declive del Estado. Esto comprende dos procesos articulados: la transformación del Estado y el despliegue de una democracia directa y de base. Tal es la perspectiva del socialismo democrático y autonomista, teniendo en cuenta que el concepto de autonomía significa, aquí, la capacidad de una sociedad o de un individuo para actuar deliberada y explícitamente con el fin de modificar sus propias bases fundamentales, es decir, su «forma» [nomos][5].
Naturalmente, siempre se puede argumentar, en nombre del realismo, que si el socialismo democrático y autonomista nunca ha existido, es porque es imposible. Quizás sea una hipótesis. No estoy seguro. Al fin y al cabo, ya no compartimos la creencia, basada en leyes históricas inquebrantables, sobre la inevitabilidad de una revolución socialista. Por lo tanto, nuestra convicción sobre el camino hacia el socialismo democrático y autonomista no debe llevarnos a considerarlo un camino fácil y exento de riesgos.
En cualquier caso, la cuestión fundamental es tener presente que la democracia es inseparable del concepto y la ética del socialismo. El socialismo es democrático en sí mismo, pues es una lucha por garantizar la libertad espiritual, política y económica de los desposeídos. Es, al mismo tiempo, una lucha por la justicia y la libertad frente a la violación de los derechos y la servidumbre. El “socialismo” impuesto por medios dictatoriales no es socialismo, sino, en el mejor de los casos, capitalismo de Estado u otra forma económica superindividualista. Como afirmó Rosa Luxemburgo hace más de un siglo: «Sin elecciones generales, sin libertad irrestricta de prensa y de reunión, sin libre lucha de opiniones, la vida se extingue en toda institución pública, convirtiéndose en una mera apariencia de vida, en la que solo la burocracia permanece como elemento activo»[6].
En consecuencia, la vida pública se adormece gradualmente, y los dirigentes de los partidos dirigen y gobiernan. Entre ellos, también según Luxemburgo, solo una docena de jefes de los grupos dirigentes y minoritarios son invitados de vez en cuando a reuniones donde deben aplaudir los discursos de los líderes y aprobar por unanimidad las resoluciones propuestas. En el fondo, se trata, pues, de un asunto de camarillas. Este no puede ser el camino del socialismo democrático y autonomista.
Notas
[1] Poulantzas, Nicos, State, Power, Socialism. London: 2000
[2] Bebel, August, Woman and Socialism. Paris: Foreign Language Press, 2022.
[3] Meyer, Thomas, Democratic Socialism in 36 theses. Bonn: Friedrich Ebert Stiftung, 1981.
[4] Poulantzas, Nicos, op. cit., p. 256.
[5] Castoriadis, Cornelius, “Done and be done”. In David Ames Curtis (trans. & ed.), The Castoriadis Reader. Oxford: Blackwell, p. 340.
[6] Luxemburgo, Rosa. The Russian Revolution and Leninism or Marxism?. Ann Arbor: The Universitty of Michigan Press, 1961, p. 71.
Ivonaldo Leite es sociólogo y profesor en la Universidad Federal de Paraíba (Brasil).
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