I. El 24 de febrero pasado las autoridades ucranianas hicieron un descubrimiento alarmante: huesos y otros tejidos humanos metidos en heladeras en un sucio minibús blanco. Los investigadores se quedaron todavíaa más intrigados cuando hallaron entre las partes humanas sobres llenos de dinero en efectivo y resultados de autopsias escritos en inglés. Lo que los […]
I.
El 24 de febrero pasado las autoridades ucranianas hicieron un descubrimiento alarmante: huesos y otros tejidos humanos metidos en heladeras en un sucio minibús blanco.
Los investigadores se quedaron todavíaa más intrigados cuando hallaron entre las partes humanas sobres llenos de dinero en efectivo y resultados de autopsias escritos en inglés.
Lo que los servicios de seguridad había interceptado no era la obra de un asesino en serie, sino parte de una ruta internacional de ingredientes para la fabricación de productos medicinales y dentales que son aplicados diariamente a pacientes en todo el mundo.
Los documentos interceptados sugerían que restos de ciudadanos ucranianos eran enviados a una fábrica en Alemania subsidiaria a su vez de una compañía norteamericana de productos médicos con sede en Florida, RTI Biologics.
RTI es una de varias compañías de una industria floreciente que obtiene ganancias convirtiendo restos mortales en múltiples mercancías, desde implantes dentales a cintas uretrales y tratamientos para arrugas. La industria ha crecido a pesar de que sus prácticas han despertado la preocupación acerca de la manera con que obtiene los tejidos y hasta qué punto están informadas las familias y los pacientes receptores de trasplantes sobre las realidades y riesgos del negocio.
Sólo en los Estados Unidos, el mayor proveedor y el principal mercado del mundo, se estima que se venden cada año dos millones de productos derivados de tejidos humanos, una cantidad que se ha duplicado en la última década.
Es una industria que promueve tratamientos y productos que literalmente permiten ver a los ciegos (mediante trasplantes de córnea) y caminar a los discapacitados motrices (reciclando tendones y ligamentos para utilizarlos en la reparación de rodillas). Es también una industria atizada por un gran apetito de ganancias y cadáveres frescos.
En Ucrania, por ejemplo, los servicios de seguridad creen que los cuerpos que pasan por un depósito de cadáveres en el distrito Nikolaev, la dura región de astilleros navales ubicada cerca del Mar Negro, pueden haber estado alimentando este tráfico de tejidos y dejando tras de sí, potencialmente, lo que los investigadores describieron como decenas de «muñecos humanos destripados» (cuerpos vaciados de todas sus partes re-utilizables).
Representantes de la industria argumentan que tales supuestos abusos son raros y que operan de forma segura y responsable.
Por su parte, RTI no respondió a las repetidas peticiones de comentarios, ni a una detallada lista de preguntas que le fue enviada un mes antes de la publicación de este reportaje.
En una declaración pública, la compañía proclamó que «honra el gesto de la donación de tejidos tratándolo con respeto, encontrando nuevos modos de utilizarlos para ayudar a los pacientes y ayudando a tantos pacientes como resulta posible con cada donación».
«Nuestra desgracia»
Pese a su crecimiento, la industria de los tejidos humanos ha escapado durante mucho tiempo al escrutinio público. Esto se debe, en parte, a una supervisión oficial muy poco agresiva, y a lo atractivo que resulta la idea de permitir a los muertos ayudar a los vivos a sobrevivir o a vivir mejor.
Una investigación realizada a lo largo de ocho meses en once países por parte del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ, por sus siglas en inglés) ha revelado, sin embargo, que las buenas intenciones de la industria de los tejidos humanos entran a veces en conflicto con los deseos de hacer rápidamente dinero con los muertos.
Hay salvaguardas inadecuadas para garantizar que todo el tejido utilizado por la industria sea obtenido de manera tanto ética como legal, según pudo descubrir ICIJ a través de cientos de entrevistas y el examen de miles de páginas de documentos públicos obtenidos gracias a solicitudes presentadas en seis países.
Pese a la preocupación de los médicos de que un negocio regulado de forma ligera pudiera dar pie a infectar a receptores de trasplantes con hepatitis, VIH y otros patógenos, las autoridades han hecho poco para hacer frente a esos riesgos.
En contraposición con sistemas estrechamente vigilados para rastrear órganos como corazones y pulmones en buen estado, las autoridades de los Estados Unidos y muchos otros países no tienen forma de averiguar con toda certeza de dónde proceden la piel y otros tejidos reciclados y adónde van.
Al mismo tiempo, dicen los críticos, el sistema de donación de tejidos puede agravar la pena de las familias en duelo, manteniéndolas en la ignorancia o confundiéndolas respecto a qué ocurrirá con los cuerpos de sus seres queridos.
Ellos, como los padres del joven ucraniano Sergei Malish, quien se suicidó en 2008, a los 19 años de edad, está expuestos a tener que lidiar con una lúgubre realidad.
En el funeral de Sergei, sus padres descubrieron cortes profundos en sus muñecas. Sin embargo, sabían que se había ahorcado. Más tarde, supieron que partes de su cuerpo habían sido recicladas y despachadas como «material anatómico».
«Hicieron dinero con nuestra desgracia», dijo el padre de Sergei.
Silencio incómodo
Durante la transformación que el tejido experimenta -de cadáver a artefacto médico-, algunos pacientes ni siquiera saben que son el destino final.
Los médicos no siempre les dicen que los productos utilizados en sus reconstrucciones de pechos, implantes de pene y otros procedimientos fueron retirados de muertos recientes.
Ni las autoridades son siempre conscientes respecto al lugar de dónde vienen o adónde van los tejidos.
La falta de una investigación apropiada significa que cuando se descubren problemas, algunos de los productos reelaborados ya no pueden ser localizados. Cuando el Center for Disease Control and Prevention (CDC, Centro para el Control y Prevención de Enfermedades) de Estados Unidos supervisa la retirada de productos hechos con tejidos potencialmente contaminados, con frecuencia los médicos especializados en trasplantes no resultan de mucha ayuda.
«A menudo hay un silencio incómodo. Dicen: ‘No sabemos adónde fueron'», manifestó el doctor Matt Kuehnert, director del Departaento de Sangre y Biología del CDC.
«Tenemos códigos de barras para nuestros cereales (de desayuno), pero no los tenemos para nuestros tejidos humanos», observó Kuehnert. «Todo paciente que tiene tejido implantado debería saber a qué atenerse. Es algo tan evidente. Debería ser un derecho básico del paciente. No lo es. Resulta ridículo».
Desde 2002, la U.S. Food and Drug Administration (FDA, Administración de Alimentos y Drogas de Estados Unidos) ha documentado al menos 1.352 infecciones en el país con posterioridad a trasplantes de tejido humano, de acuerdo con un análisis de los datos de la FDA hecho por ICIJ. Esas infecciones fueron vinculadas al fallecimiento de 40 personas, indican los datos analizados.
Una de las flaquezas del sistema de supervisión de tejidos es el secreto y la complejidad que supone cruzar la frontera con partes humanas.
Los eslovacos exportan partes de cadáveres a Alemania; los alemanes a Corea del Sur y Estados Unidos; los coreanos del sur a México; Estados Unidos, a más de 30 países.
Distribuidores de productos manufacturados pueden hallarse en la Unión Europea, China, Canadá, Tailandia, India, África del Sur, Brasil, Australia y Nueva Zelanda. Algunos son subsidiarios de corporaciones médicas multinacionales.
La naturaleza internacional de la industria, afirman los críticos, hace fácil trasladar productos de un lugar a otro sin demasiado escrutinio.
«Si compro algo en Ruanda y después le pongo una etiqueta belga, puedo importarlo a Estados Unidos. Cuando uno entra en el sistema oficial, todo el mundo se vuelve confiado», apuntó el doctor Martin Zizi, profesor de Neurofisiología en la Universidad Libre de Bruselas.
Una vez que un producto está en la Unión Europea puede ser embarcado a Estados Unidos sin muchas preguntas.
«Asumen que uno ha efectuado el control de calidad», dijo Zizi. «Somos más cuidadosos con las frutas y los vegetales que con las partes humanas».
Un pedazo del botín
En el interior del mercado de tejidos humanos las oportunidades de obtener ganancias son inmensas. Un solo cuerpo libre de enfermedades puede proporcionar beneficios de 80.000 a 200.000 dólares a los varios partícipes -con y sin ánimo de lucro- involucrados en extraer los tejidos y utilizarlos para elaborar productos médicos y dentales, de acuerdo con documentos y expertos del rubro.
Es ilegal en Estados Unidos, como en la mayoría de los países, comprar o vender tejido humano. Sin embargo, es admisible pagar honorarios que ostensiblemente cubren los costos de hallar, almacenar y procesar tejidos humanos.
Casi todo el mundo obtiene un pedazo del botín.
Los recolectores de cuerpos sobre el terreno pueden obtener en Estados Unidos hasta 10.000 dólares por cada cadáver que se aseguran gracias a sus contactos en hospitales, empresas de pompas fúnebres y depósitos de cadáveres. Las funerarias pueden actuar como intermediarias para identificar donantes potenciales. Los hospitales públicos pueden recibir beneficios por el uso de sus salas de extracción de tejidos.
¿Y las multinacionales de productos médicos como RTI? Les va muy bien, también. En 2011, RTI ganó 11,6 millones de dólares en ganancias previas al pago de impuestos, de un total de ingresos de 169 millones.
Phillip Guyett, que manejaba una compañía de extracción de tejidos en varios Estados norteamericanos antes de ser condenado por falsificar certificados de defunción, dijo que los ejecutivos de las compañías que le compraban tejidos lo invitaban a comidas de 400 dólares y a estancias en lujosos hoteles. Prometían: «Podemos convertirte en un hombre rico». Llegó un momento en que comenzó a ver a los muertos «con signos de dólar pegados a sus partes». Guyett jamás trabajó directamente para RTI.
Salmón ahumado
La piel humana toma el color del salmón ahumado cuando es extraída profesionalmente de un cadáver, en formas rectangulares. Un buen rendimiento es de unos seis pies cuadrados (1,82 metros).
Después de ser machacada para eliminar la humedad, una parte se destina a proteger a las víctimas de quemaduras de infecciones bacterianas mortales o, después de ser refinada un poco más, a reconstrucciones de pecho después de un cáncer.
El uso de tejido humano «ha revolucionado realmente lo que podemos hacer en cirugía de reconstrucción de pecho», explica el doctor Ron Israeli, un cirujano plástico de Great Neck, Nueva York.
«Desde que comenzamos a usarla, alrededor de 2005, se ha convertido, realmente, en una técnica estándar».
Un número significativo de tejido recuperado es transformado en productos cuyos nombres en los anaqueles dan pocas pistas sobre su auténtico origen.
Es utilizado en las industrias dentales y de belleza en todo un espectro de posibilidades: desde aumentar el volumen de los labios a alisar arrugas.
Los huesos cadavéricos -extraídos de los muertos y reemplazados con cañerías de PVC para el entierro-son esculpidos como tallas de madera para hacer tornillos y pernos en decenas de aplicaciones ortopédicas y dentales.
O son molidos y mezclados con productos químicos para componer pegamentos fuertes que se venden como mejores que los artificiales.
«A nivel básico, lo que estamos haciendo al cuerpo es una cosa muy física -e imagino que algunos dirían muy grotesca», dijo Chris Truitt, un ex empleado de RTI en Wisconsin.
«Extraemos huesos del brazo. Extraemos huesos de la pierna. Abrimos el pecho para sacar el corazón y obtener las válvulas. Arrancamos las venas del interior de la piel».
Tendones enteros, limpiados a cepillo y convertidos en seguros para el trasplante, son utilizados para devolver atletas lesionados al campo de juego.
También hay un activo comercio de córneas tanto en el interior de varios países como a escala internacional.
A causa de la prohibición de vender el tejido mismo, las compañías norteamericanas que lo comercializaron primero adoptaron los mismos métodos del negocio de recolección de sangre.
Compañías con fines de lucro montan empresas derivadas sin animo de lucro que recolectan el tejido -de modo muy parecido al que emplea la Cruz Roja cuando recoge sangre que es más tarde convertida en productos por entidades comerciales.
Nadie cobra por el tejido mismo, que, bajo circunstancias normales, es donado libremente por el difunto (vía los registros de donación) o por sus familias.
En su lugar, los bancos de tejidos y otras organizaciones involucradas en el proceso reciben unos mal definidos «pagos razonables» para compensarlos por obtener y manejar los tejidos.
«La jerga usual se refiere a la parte de los donantes como cosechar y de la subsiguiente transferencia vía el banco de hueso como comprar y vender», escribió Klaus Høyer, del Departamento de Salud Pública de la Universidad de Copenhague, quién habló con representantes de la industria, donantes y receptores para un artículo publicado en BioSocieties.
«Esas expresiones eran usadas libremente en entrevistas; sin embargo, no escuché que usaran esa terminología frente de los pacientes».
Un estudio financiado por Estados Unidos sobre las familias de los donantes de tejidos en ese país, publicado en 2010, indica que muchas pueden no entender el papel que las compañías con ánimo de lucro juegan en el sistema de donación de tejidos.
El setenta y tres por ciento de las familias que participaron en el estudio dijeron que no era «aceptable que el tejido donado fuera comprado y vendido, sin importar el propósito».
Pocas protecciones
Hay un riesgo inherente en trasplantar tejidos humanos. Entre otras cosas, ha conducido a infecciones bacterianas de riesgo mortal, y a la diseminación del VIH, la hepatitis C y la rabia en receptores de tejidos, de acuerdo con el CDC.
La recolección moderna de sangre y órganos tiene códigos de barras y es sometida a fuertes regulaciones -reformas suscitadas por los evidentes desastres causados por una pobre supervisión de las condiciones y estado de los donantes. Productos hechos de piel y otros tejidos, sin embargo, se enfrentan a pocas leyes específicas que se ocupen de ellos.
En Estados Unidos, la agencia que regula la industria es la Food and Drug Administration, la misma que está encargada de proteger todo lo relativo a los alimentos, medicinas y cosméticos del país.
La FDA, que rechazó reiteradas demandas de entrevistas formales, no tiene autoridad sobre las instalaciones de salud que implantan ese material. Y la agencia no rastrea específicamente las infecciones.
Sí sigue a los bancos de tejidos registrados y a veces realiza una inspección. También tiene el poder de cerrarlos.
La FDA descansa en gran parte en requisitos que son establecidos por la industria del cuerpo, la American Association of Tissue Banks (Asociación Americana de Bancos de Tejidos). Sin embargo, sólo alrededor de un tercio de los bancos de tejidos de Estados Unidos que recuperan tejidos tradicionales como piel y huesos están acreditados por la AATB.
La asociación dice que la posibilidad de contaminación en pacientes es baja. La mayoría de los productos, dice la AATB, son sometidos a radiación y esterilización, lo que los vuelve más seguros que, por ejemplo, los órganos que son trasplantados de un ser humano a otro.
Hay poca información, sin embargo, que respalde las afirmaciones de la industria.
A diferencia de otros productos biológicos regulados por la FDA, explican funcionarios de la agencia, las compañías que hacen productos médicos con tejidos humanos están obligadas a informar sólo de los acontecimientos adversos más graves que descubren. Esto significa que si surgen problemas no hay garantía de que las autoridades sean informadas.
Y dado que los doctores no están obligados a decir a los pacientes que están obteniendo tejidos de un cadáver, muchos pacientes pueden no asociar una infección posterior con el trasplante.
Sobre este punto, la industria dice que es capaz de rastrear los productos de los donantes a los médicos utilizando sus propios sistemas de codificación y que muchos hospitales tienen sistemas en funcionamiento para rastrear los tejidos después de que son implantados.
Pero ningún sistema centralizado, regional o global, garantiza que los productos puedan ser seguidos desde el donante al paciente.
«Probablemente muy poca gente resulta infectada, pero realmente no lo sabemos, porque no tenemos la vigilancia y no disponemos de un sistema para detectar desenlaces adversos», indicó Kuehnert, de la CDC.
La FDA retiró más de 60.000 productos derivados de tejidos entre 1994 y mediados de 2007.
La más famosa incautación ocurrió en 2005. Involucró a una compañía llamada Biomedical Tissue Services, que era dirigida por un ex cirujano dental, Michael Mastromarino.
Mastromarino recibía muchos de sus materiales básicos de enterradores de Nueva York y Pennsylvania. Les pagaba hasta 1.000 dólares por cadáver, indican los registros judiciales.
Su compañía despojaba a los cuerpos de sus huesos, piel y otras partes utilizables, y luego los devolvía a sus familias. Las familias, ignorando lo que ocurría, enterraban o quemaban las pruebas.
Uno de los más de 1.000 cuerpos desmembrados fue el del famoso conductor del Masterpiece Theatre y de la BBC Alistair Cooke.
Productos confeccionados con restos humanos robados fueron despachados a Canadá, Turquía, Corea del Sur, Suiza y Australia. Más de 800 de esos productos jamás han sido localizados.
Surgió más tarde en el juicio que algunos de los donantes de tejidos habían muerto de cáncer y que ninguno había sido examinado para detectar patógenos como VIH y hepatitis.
Mastromarino falsificó formularios de donantes, mintiendo sobre causas de muerte y otros detalles. Vendió piel y otros tejidos a varias compañías procesadoras de tejidos de los Estados Unidos, incluyendo a RTI.
«Desde el primer día, todo era organizado: todo, porque podíamos. En tanto el papeleo luciera bien, estaba bien», dijo Mastromarino, que cumple una sentencia de 25 a 58 años de prisión por conspiración, robo y abuso de un cadáver.
Sheriff global
Cada país tiene su propio conjunto de regulaciones sobre el uso de productos confeccionados con tejidos humanos, a menudo basados en leyes que fueron pensadas para lidiar con la sangre o los órganos.
En la práctica, sin embargo, dado que Estados Unidos suple, según estimaciones, dos tercios de las necesidades mundiales de productos derivados de tejidos humanos, las circunstancias han obligado a la FDA a adoptar el papel de sheriff de buena parte del planeta.
Las empresas de tejidos humanos que desean exportar productos a los Estados Unidos están obligadas a registrarse ante la FDA.
Sin embargo, de los 340 inscritos allí, sólo un 7 por ciento tiene un registro de inspección en la base de datos de la FDA, según muestra un análisis de ICIJ. La FDA jamás ha cerrado ninguno de ellos por albergar sospechas de actividades ilícitas.
La información también muestra que un 35 por ciento de los bancos de tejidos activos inscritos en Estados Unidos no tiene un registro de inspección en la base de datos de la FDA.
«Cuando la FDA te inscribe, todo lo que tienes que hacer es llenar un formulario y esperar una inspección», indicó el doctor Duke Kasprisin, director médico de siete bancos de tejidos de Estados Unidos. «Durante el primer año o dos, puedes funcionar sin tener a nadie observándote».
Estas afirmaciones están respaldadas por informaciones que muestran que el típico banco de tejidos opera durante dos años antes de ser objeto de una primera inspección por parte de la FDA.
«El problema es que no hay supervisión. Todo lo que pide la FDA es que te registres», dijo Craig Allred, un abogado previamente involucrado en un litigio contra la industria. «Nadie está supervisando lo que ocurre». La FDA y los miembros de la industria «se acusan unos a otros».
Sin embargo, en Corea del Sur, por ejemplo, el floreciente mercado de la cirugía estética utiliza a la FDA como argumento de venta.
En el centro de Seúl, la capital del país, Cirugía Plástica Tiara explica que los productos derivados de tejidos humanos «están aprobados por la FDA» y son, por tanto, seguros.
Algunos centros médicos promueven el «AlloDerm aprobado por la FDA» -un injerto de piel hecho con cadáveres norteamericanos donados para mejorar la nariz.
Le Do-han, funcionario a cargo de tejidos humanos para la FDA de Corea del Sur, dijo que el país importa el 90 por ciento de sus necesidades de tejidos humanos.
Tejidos en bruto son despachados desde Estados Unidos y Alemania. Este tejido, una vez procesado, es a menudo re-exportado a México como mercancía manufacturada.
Pese a los complicados movimientos de ida y vuelta, Le Do-han reconoce que no se ha establecido un correcto mecanismo de rastreo.
«Es como poner etiquetas en carne de vaca, pero no sé siquiera si eso es posible en los tejidos humanos, porque hay tantos viniendo».
Haciendo equipo
En sus declaraciones ante la Securities and Exchange Commission norteamericana (NDT: comisión supervisora de las operaciones bursátiles), la RTI, que cotiza en bolsa, ofrece un vislumbre del tamaño y alcance global de la compañía.
En 2011, la compañía manufacturó entre 500.000 y 600.000 implantes y lanzó 19 nuevos tipos de implantes en medicina deportiva, ortopedia y otras áreas. El noventa por ciento de los implantes de la compañía son confeccionados con tejidos humanos, mientras que el 10 por ciento proviene de vacas y cerdos procesados en una factoría alemana.
La RTI exige a sus proveedores de partes humanas en Estados Unidos y otros países que cumplan con las regulaciones de la FDA, pero reconoce que no hay garantías.
En sus declaraciones de 2011, RTI indicó que «no puede haber seguridad» de que sus proveedores de tejidos «cumplirán con regulaciones destinadas a prevenir la transmisión de enfermedades transmisibles», o de que, «aun si se logra ese cumplimiento», sus «implantes no hayan estado o estén asociados a la transmisión de enfermedades».
Como muchas de las compañías de tejidos humanos con fines de lucro que alguna vez no los tuvieron, RTI nació en 1998 como una subsidiaria propiedad del Banco de Tejidos sin ánimo de lucro de la Universidad de Florida.
Documentos internos de la compañía de Tutogen, una firma de productos médicos de Alemania, muestran que RTI trabajó en comandita con Tutogen ya en septiembre de 1999 para contribuir a que ambas satisficieran sus crecientes necesidades de material en bruto mediante la obtención de tejidos humanos en Europa del Este.
Ambas compañías obtuvieron tejidos de la República Checa. De forma separada, Tutogen los obtuvo en Estonia, Hungría, Rusia, Letonia, Ucrania y más tarde Eslovaquia, según muestran los documentos analizados.
En 2002, surgieron acusaciones en los medios checos de que los proveedores locales de RTI y Tutogen estaban obteniendo algunos tejidos allí de forma impropia.
El escándalo público forzó el cierre de la compañía checa, aunque no hay indicios de que Tutogen o RTI o sus empleados hicieran nada impropio.
En marzo de 2003, la policía de Letonia investigó si el proveedor local de Tutogen había extraído tejidos de unos 400 cuerpos en el instituto médico forense del Estado sin consentimiento adecuado.
Madera y telas habían sido colocadas en lugar de músculos y huesos de los fallecidos para dar la apariencia de que estaban intactos antes del entierro, informaron medios locales.
La policía acusó eventualmente a tres empleados del proveedor, pero más tarde desestimó los cargos cuando un tribunal dictaminó que no era necesario el consentimiento de las familias de los donantes. De nuevo, no hubo indicio alguno de que Tutogen actuara de forma impropia.
En 2005, la policía ucraniana lanzó la primera de una serie de investigaciones sobre las actividades de los proveedores de Tutogen en ese país. La investigación inicial no llevó a presentar acusaciones criminales.
La relación entre Tutogen y RTI, mientras tanto, se volvió aún más estrecha a fines de 2007, cuando se anunció una fusión entre las dos compañías. Tutogen se convirtió en subsidiaria de RTI a comienzos de 2008.
Representantes de RTI se negaron a responder preguntas de ICIJ acerca de si sabían sobre las investigaciones de la policía respecto de los proveedores de Tutogen.
Dos costillas
En 2008, la policía ucraniana lanzó una nueva investigación. Empezó a examinar acusaciones de que de más de 1.000 tejidos al mes estaban siendo extraídos ilegalmente en un instituto médico forense en Krivoy Rog y enviados, vía terceros, a Tutogen. Joseph Düsel, el fiscal general de Bamberg, dijo en 2009 que «lo que la compañía hace tiene la aprobación de la autoridad administrativa que, además, la supervisa. No vemos en este momento ninguna razón para iniciar una investigación».
Nataliya Grishenko, la juez que investigó el caso, reveló que muchos familiares afirmaron que habían sido engañados para firmar formularios de consentimiento o que sus firmas habían sido falsificadas.
Sin embargo, el principal sospechoso del caso -un médico ucraniano-murió antes de que la corte emitiera un veredicto. El caso murió con él.
Tutogen «opera bajo muy estrictas regulaciones de las autoridades alemanas y ucranianas, así como de otras autoridades regulatorias europeas y norteamericanas», afirmó la compañía en una declaración escrita mientras el caso estaba aún en trámite. «(Nuestros proveedores) han sido inspeccionados regularmente por todas esas autoridades a lo largo de muchos años de operaciones y Tutogen sigue teniendo buena reputación ante ellos».
Diecisiete de los proveedores ucranianos de Tutogen han sufrido una inspección de la FDA. Las inspecciones son anunciadas, de acuerdo con el protocolo, con seis a ocho semanas de anticipación.
Sólo una -BioImplant, en Kiev- recibió una devolución negativa. Entre los hallazgos de la inspección de 2009 se supo que no todos los depósitos de cadáveres tenían agua corriente caliente y no se seguían algunos procedimientos sanitarios.
Inspectores de la FDA también identificaron deficiencias en las importaciones ucranianas de la RTI cuando visitaron las instalaciones de la compañía en Florida.
RTI tenía traducciones al inglés, pero no los informes originales de la autopsia de sus donantes ucranianos, según descubrieron los inspectores de la FDA durante una auditoría en 2010. Esos fueron, a menudo, los únicos documentos médicos que la compañía utilizó para determinar si el donante era saludable, observaron los inspectores en su informe.
La compañía dijo a los inspectores que era ilegal en Ucrania copiar el informe. Pero, tras la inspección, comenzó a conservar el documento original en ruso junto con su traducción al inglés.
En 2010 y 2011, inspectores de la FDA pidieron a RTI que cambiara el modo en que etiquetaba sus importaciones. La compañía estaba obteniendo tejido ucraniano, despachándolo a Tutogen en Alemania y luego exportándolo a los Estados Unidos como producto alemán.
Aunque la compañía acordó cambiar sus políticas, hay algunos indicios de que puede haber continuado etiquetando algo de tejido ucraniano como alemán.
En febrero pasado (2012), la policía ucraniana hizo una redada cuando funcionarios de un departamento forense regional, en Nikolaev Oblast, cargaban tejido humano extraído en la parte trasera de un minibús blanco. La filmación del decomiso por parte de la policía muestra tejido etiquetado «Tutogen. Made in Germany».
En este caso, los servicios de seguridad dijeron que los funcionarios forenses habían engañado a parientes de los pacientes fallecidos para que aceptaran la extracción de lo que pensaban era una pequeña cantidad de tejido, jugando con su dolor y su pena.
Los documentos incautados -análisis de sangre, una autopsia y etiquetas escritas en inglés y obtenidas por ICIJ- sugerían que los restos estaban en camino a Tutogen.
Uno de los fragmentos de tejido encontrados en el minibús correspondía a Oleksandr Frolov, de 35 años, que había muerto de un ataque de epilepsia.
«De camino al cementerio, cuando estábamos en el cortejo fúnebre, uno de sus pies… notamos que uno de los zapatos se caía, que parecía estar suelto», contó su madre, Lubov Frolova, a ICIJ. «Cuando mi nuera lo tocó, dijo que el pie estaba vacío».
Más tarde, la policía le mostró una lista de lo que había sido extraído del cuerpo de su hijo.
«Dos costillas, dos talones de Aquiles, dos codos, dos tímpanos, dos dientes, y suma y sigue. No pude leerlo hasta el final, porque me descompuse. No pude leerlo», dijo.
«Escuché que [los tejidos] eran enviados a Alemania para ser utilizados en cirugía plástica y también para donación. No tengo nada contra la donación, pero debería ser realizada de acuerdo con la ley».
La policía mostró documentos a Kateryna Rahulina, cuya madre de 52 años, Olha Dynnyk, murió en septiembre de 2011. Los documentos estaban destinados a que diera su aprobación para que se tomaran tejidos del cuerpo de su madre.
«Estaba en estado de shock», dijo Rahulina. Jamás había firmado los papeles, dijo, y era evidente para ella que alguien había falsificado su aprobación.
El departamento forense de Nikolaev Oblast, donde ocurrieron los incidentes alegados, era, hasta hace poco, uno de los 20 bancos de tejidos ucranianos registrados ante la FDA.
En la página web de la FDA, el número de teléfono para cada uno de esos bancos de tejidos es el mismo. Es el número de teléfono de Tutogen en Alemania.
II.
En abril de 2003, Robert Ambrosino asesinó a su ex novia -una aspirante a actriz de 22 años-disparándole en la cara con una pistola calibre 45.
Luego, dio vuelta el arma y se mató.
Poco después, el cadáver de Ambrosino entró en el vasto sistema de donación de tejido humano de Estados Unido -su piel, sus huesos y otras partes del cuerpo, destinadas a ser utilizadas en la manufactura de productos médicos de última generación-.
Pero antes de que entraran en el sistema, Michael Mastromarino, propietario de una compañía de recuperación de tejido con sede en Nueva Jersey, necesitaba resolver un par de problemas.
No quería verse obligado a informar de que Ambrosino había perecido en un asesinato-suicidio. Y no quería que nadie supiera que la familia Ambrosino no había dado permiso para que su cuerpo fuera utilizado para donar tejido.
Mastromarino resolvió ambos problemas del mismo modo: mintió.
Afirmó que Ambrosino había muerto en un accidente de tráfico. Y afirmó que la familia de Ambrosino había aceptado donar sus tejidos antes de que sus demás restos fueran cremados.
Mastromarino era el líder de la ahora tristemente célebre red de tráfico de tejido humano que alimentaba el comercio internacional de partes del cuerpo. Además de los tejidos del cadáver de Ambrosino, robó partes de abuelas, ingenieros eléctricos y obreros, así como del famoso periodista Alistair Cooke.
El malhadado cirujano dental de Brooklyn proporcionaba la materia prima para productos utilizados por una multitud de operaciones quirúrgicas -de reparación de rodilla a cirugía plástica e implantes cosméticos-. Se hallaba en la base de una industria que gana dinero cosechando tejidos humanos sobre todo en Estados Unidos, pero también en Eslovaquia, Estonia, México y otros países. Uno de los principales compradores de Mastromarino era RTI Biologics, con sede en Florida, un procesador de partes humanas norteamericanas, canadienses y ucranianas que figuraba entre las compañías de alta tecnología en el mercado de valores NASDAQ.
Años después de que Mastromarino fuera enviado a prisión y se aquietara la el ruido mediático que desencadenó su caso, su historia volvió a la vida gracias a una demanda presentada ante un tribunal de Staten Island. El juez de la Corte Suprema de Nueva York Joseph J. Maltese ha dado luz verde para que RTI se enfrente el próximo 22 de octubre a un juicio en un caso civil en el que se tratará de averigura qué sabía -o debería haber sabido- la compañía sobre el robo de cuerpos de Mastromarino.
Las evidencias ya presentadas ante la corte plantea dudas sobre si RTI era sólo una víctima del fraude de Mastromarino o si dejó de lado el sentido común en favor de propios intereses. Una investigación del International Consortium of Investigative Journalists (ICIJ, Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación) muestra que las pruebas del caso -y de otros escándalos de robo de cuerpos en diferentes partes del mundo -también plantea interrogantes más importantes sobre el comportamiento de una industria que recicla más de 30.000 cadáveres cada año.
La policía de Hungría y Ucrania, y de Carolina del Norte y Alabama en Estados Unidos, ha alegado que los proveedores de tejidos robaron, cometieron fraude y falsificación o cobraron comisiones. Esos casos sugieren que Michael Mastromarino no era el único recolector de cuerpos que vulneró o sorteó las leyes con el afán de surtir a la industria de carne y huesos humanos.
Un producto fantástico
Mastromarino, hoy de 49 años, cumple su sentencia de 58 años en una prisión de máxima seguridad a las afueras de Buffalo, estado de Nueva York. Se describe a sí mismo más como un negociante de tejidos humano que como un ladrón de cuerpos.
«Esta es una industria. Es una mercancía. Como la harina en el mercado. No es diferente», dijo. «Yo tomé atajos. Pero sabía dónde podía hacerlo. Proporcionábamos un producto fantástico».
Durante más de tres años, hasta que sus crímenes salieron a la luz a fines del año 2005, la compañía de Mastromarino facilitó huesos y otros tejidos a una empresa subsidiaria sin ánimo de lucro de RTI, RTI Donor Services (Servicios del Donante RTI), y a otras cuatro compañías norteamericanas.
Mastromarino estaba familiarizado con las operaciones de RTI por su carrera previa como uno de los más solicitados cirujanos dentales de Manhattan. Utilizaba regularmente productos derivados de hueso cadavérico en sus pacientes y, en esa condición, había firmado un acuerdo de consultoría con la compañía en el año 2000 para ayudarla a refinar sus productos.
Pero la vida personal de Mastromarino se estaba cayendo a pedazos. Comenzó a inyectarse analgésicos con receta para aliviar una vieja herida que se hizo jugando al fútbol, se convirtió en un adicto y fue arrestado por posesión de drogas. Intentó la rehabilitación tres veces antes de renunciar a su licencia médica.
Familiarizado con la industria y experto con el escalpelo, Mastromarino abrió su propia compañía de recuperación de tejido humano. La bautizó Biomedical Tissue Services.
El proceso era fácil. Mastromarino llenaba un formulario descargado del website de la Food and Drug Administration (FDA, Administración de Alimentos y Drogas), la agencia que regula este sector en Estados Unidos.
No quería tener que esperar a que la FDA inspeccionara sus instalaciones. Comenzó a proporcionar partes humanas de inmediato -con algo más que una pequeña ayuda, dijo, de un líder de la industria, RTI Donor Services.
«RTI me puso en marcha», dijo Mastromarino a ICIJ. «Dijeron: ‘Oye, podemos meternos en tu negocio, podemos hacerte arrancar, podemos abrirte tu propio negocio'».
La lista de chicos malos de Santa Claus
Las partes firmaron un contrato de provisión en marzo de 2002.
No mucho después, el lenguaje gráfico y la impaciencia del carácter de Mastromarino provocaron quejas por parte del personal de RTI. También había rumores acerca de sus detenciones por sus problemas con las drogas y sus supuestos vínculos con el crimen organizado, de acuerdo con el testimonio de Caroline Hartill, vicepresidente de control de calidad de RTI Donor Services.
Los documentos presentados ante el tribunal indican que los ejecutivos de RTI estaban suficientemente preocupados como para contratar a un abogado para que investigara los antecedentes de su nuevo socio.
«El buen doctor ha estado en la lista de chicos malos de Santa [Claus] durante algún tiempo», escribió el abogado, Jerome Hoffman, en diciembre de 2002. «Yo los exhortaría claramente a no hacer negocios con alguien que tiene esa clase de currículo».
Pocas semanas más tarde, Hoffman urgió a RTI a dar a Mastromarino «los 60 días de aviso previo, bajo las estipulaciones del contrato vigente, y no firmar un nuevo contrato».
RTI no siguió los consejos del abogado.
En su lugar, el 11 de febrero de 2003, Caroline Hartill firmó un contrato corregido con la compañía de Mastromarino.
En el nuevo contrato su nombre fue remplazado por el de un médico que contaba con una flamante licencia, que vivía en otro estado y con quien Hartill jamás había hablado. Era el director médico de la compañía de Mastromarino -según se lee en el documento firmado, al menos-.
Hartill testificó en el caso civil todavía abierto que el contrato corregido fue simplemente una parte rutinaria de la acreditación ante la American Association of Tissue Banks, un organismo de la industria que supervisa algunos de los más importantes bancos de tejidos que operan en Estados Unidos. Dijo que su compañía quería que el director médico ocupara el lugar de Mastromarino en el contrato porque RTI determinó que «le gustaría tener una interacción más directa con algunos de los otros socios principales».
RTI descartó las preocupaciones del bufete de abogados, dijo, porque si Mastromarino «había dado una vuelta a su vida, ¿quién era yo para juzgarlo?».
Mastromarino recuerda los hechos de un modo diferente. Testificó que Hartill y otros ejecutivos de RTI lo llamaron para hablar de forma confidencial. Estaban preocupados de que los competidores descubrieran sus antecedentes y los utilizaran contra la compañía, dijeron. Y es por eso, afirmó Mastromarino, se decidió que su nombre desapareciera del contrato.
«OK, lo que ustedes quieran para que sea fácil», les dijo Mastromarino, según una deposición que hizo en el caso civil todavía abierto.
La compañía rechazó las peticiones de entrevista que les hizo llegar el ICIJ y no respondió a las detalladas preguntas que se le hicieron llegar un mes antes de que se publicara este reportaje.
Honorarios razonables
RTI recurrió a los recolectores de cuerpos por una simple razón: necesitaba cadáveres para obtener ganancias.
«No podemos estar seguros de que la provisión de tejido humano continuará estando disponible en los actuales niveles o que será suficiente para satisfacer nuestras necesidades», advirtió RTI a los accionistas en sus presentaciones. «Esperamos que nuestros ingresos se reduzcan en proporción con cualquier descenso en la provisión de tejido».
Y no está sola.
Más de 2.500 compañías registradas ante el gobierno de Estados Unidos se basan, en grado diverso, en los honorarios que cobran por elaborar implantes hechos a partir de tejidos humanos.
El banco más grande de tejidos humanos, Musculoskeletal Transplant Foundation (MTF), obtuvo casi 400 millones de dólares en ingresos en el año 2010.
MTF está montada como una organización sin ánimo de lucro exenta de impuestos, como muchas de las que recuperan tejidos de donantes a través de hospitales, funerarias y depósitos de cadáveres. La mayoría de las entidades sirve a compañías procesadoras como RTI, que limpia las piezas y las transforma en implantes utilizables. Las compañías procesadoras, a su vez, los distribuyen directamente a hospitales o utilizan un vendedor externo tal como el gigante de artefactos médicos Zimmer para despacharlos a todo el mundo.
Los competidores pugnan por el acceso exclusivo a los donantes norteamericanos. Por ejemplo, la compañía de artefactos médicos Bacterin anunció el año pasado que «se aseguró con éxito derechos a primer rechazo de tejido humano ante múltiples agencias de recuperación».
La competencia ha engendrado amargas batallas legales. MTF demandó a Bacterin el año pasado por contratar a ex empleados que, según alega la demanda, utilizaron los conocimientos que habían adquirido en su anterior empresa para lanzar un producto elaborado a partir de huesos que competía con el de los clientes de MTF. «Los cimientos mismos del negocio de MTF están bajo un ataque directo», argumentó MTF en su escrito.
NuVasive, una empresa que cotiza en bolsa, demandó a MTF y a su socia Orthofix (una empresa deslocalizada), acusándola de infringir el derecho de patente de implantes de hueso enlazado con células madre. Y la organización sin ánimo de lucro LifeNet Health demandó a Zimmer por pago de honorarios por procesar tapones de hueso.
RTI obtiene tejidos humanos directamente a través de su subsidiaria RTI Donor Services, otra compañía sin fines lucrativos, y también de otros bancos de tejidos sin ánimo de lucro en 23 estados norteamericanos.
El Alabama Organ Center es uno de los proveedores de RTI. Fue recientemente involucrado en un escándalo. La segunda persona al mando de este organismo, Richard Alan Hicks, se declaró culpable de aceptar sobornos de una funeraria a cambio de contratos para la recuperación de tejidos.
«Hay demasiados huecos. Hay demasiadas tentaciones. Hay demasiado dinero allí afuera», declaró en junio de este año a ICIJ Richar Jaffe, abogado de Hicks. «Esta industria está fuera de control».
El Centro de Ciencia de Salud de la Universidad de Texas (University of Texas Health Science Center) en San Antonio también ha recuperado tejido para RTI. Su contrato incluye una carta de honorarios que asigna diferentes precios al mismo tejido sobre la base de la edad del donante. RTI transfiere al banco de recuperación 1.755 dólares por un fémur de 20 años, pero solo 553 dólares por el mismo hueso de una persona de 80 años.
En 1984, el Congreso norteamericano aprobó la Ley Nacional de Trasplante de Órganos (National Organ Transplant Act), que declaró ilegal comprar y vender órganos y otros tejidos humanos. Pero permitió cobrar honorarios «razonables» por recuperar, limpiar y distribuir esas partes.
El tejido más joven es más resistente y potencialmente más lucrativo para los procesadores de tejidos porque puede ser utilizado en injertos de más alto valor. Ni RTI ni la Universidad de Texas respondieron a repetidas peticiones que se le hicieron llegar para que aclararan por qué los mismos tejidos acarrean honorarios tan diferentes.
El Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación recurrió a Christina Strong, abogada de una organización de obtención de órganos (OPO) y bancos de tejidos que incluían a la gigante MTF. ICIJ preguntó si podría haber otra razón diferente a la calidad del tejido mismo para que un banco pagase más por tejido joven.
«No he encontrado una respuesta satisfactoria que haga que esto me agrade», dijo, señalando el contrato. «No me gusta. Le diría a mi OPO No lo firmen».
Estrictamente confidencial
Con tanta competencia por los cadáveres estadounidenses, algunas compañías buscan materia prima en el extranjero. Esto ha creado un mercado fértil en Europa del Este para negociantes de cuerpos y otros intermediarios que ayudan a abastecer al mercado de tejidos humanos.
Uno de esos intermediarios era Igor Aleshenko, un forense ruso que trabajaba en Ucrania. En coordinación con el ministro de Salud de Ucrania lanzó BioImplant, un centro estatal de obtención de tejido para abastecer a Tutogen, una compañía alemana de productos médicos.
Bioimplant proporcionó tejido a Tutogen. A cambio, iba a recibir una porción de ese tejido procesado para utilizar en hospitales ucranianos.
Pero los ejecutivos de Tutogen plantearon preguntas internas, ya en 2001, sobre la posibilidad de salir de Ucrania, según un memorándum interno marcado «¡¡¡¡Estrictamente Confidencial!!!!».
Aleshenko estaba pidiendo más y más dinero para jugar el papel de intermediario entre los depósitos de cadáveres regionales satélite en Ucrania y Tutogen en Alemania.
«La ruta del dinero es difícil de rastrear», rezaba el memorándum. «Es imposible un control directo sobre nuestros recursos».
Permanecer en Ucrania acarrearía un alto riesgo, aseguraban los autores.
«No podemos controlar las actividades de los intermediarios y los compromisos no están siendo respetados», se leía en el memorándum.
Pero la relación no se interrumpió.
Con el tiempo, otros 25 depósitos de cadáveres ucranianas se registraron ante la FDA, cada una anotando el teléfono alemán de Tutogen en sus formularios. Desde 2002, BioImplant y Tutogen han exportado colectivamente a Estados Unidos 1.307 embarques de tejido -en su mayoría hueso, piel y fascia enviados desde Alemania.
Familias de Kiev comenzaron a denunciar ante la policía en el año 2005 que una morgue que estaba supliendo las necesidades de Tutogen recogía tejidos sin consentimiento adecuado. El caso criminal fue cerrado después de una investigación inicial. Los fiscales determinaron que, bajo la ley ucraniana, no podían probar que un crimen había sido cometido si no podían probar que el tejido había sido trasplantado a alguien, según muestran los documentos judiciales.
Tres años más tarde, la policía ucraniana investigó a otro proveedor de Tutogen -esta vez en Krivoy Rog, en la región central del país-. Los cargos fueron desestimados después de que el director del depósito de cadáveres muriera mientras el jurado se encontraba deliberando. Luego, en febrero de este año, la policía allanó la morgue de Nikolaev, en el sur de Ucrania.
Algunas familias afirmaron que habían sido engañadas, presionadas o amenazadas para dar su consentimiento. La policía dijo que en algunos casos las firmas habían sido falsificadas.
Según algunas informes Aleshenko abandonó Ucrania y regresó a su Rusia natal. La policía no respondió a las preguntas que se le hicieron acerca de su paradero y el Ministerio de Salud ha declinado revelar quién ha ocupado su puesto.
Roman Hitchev, fundador de un importante banco de tejido búlgaro y hoy presidente electo de la Asociación Europea de Bancos de Tejido Humano, dijo que fue invitado a Ucrania hace pocos años a petición del gobierno regional de Odessa. Unos funcionarios querían crear un banco similar al de los proveedores de Tutogen en Kiev. Hitchev dijo que regresó a su país con muchas dudas.
«No tenían infraestructura legal. Las regulaciones eran insuficientes», dijo. «Había demasiada vaguedad, demasiada incertidumbre respecto a quién era responsable en términos de control y posibilidades de rastreo. No me gustó lo que vi y me marché».
Inspecciones limpias
El mercado de cadáveres frescos de las ex repúblicas soviéticas era suficientemente atractivo para que incluso Michael Mastromarino -el cirujano dental de Nueva York que se había vuelto negociante de cuerpos-trataran de sacar tajada.
Tenía conexiones en Kirguistán. Voló allí para encontrarse con un alto funcionario de prisiones. El funcionario bebió y cenó con él, dijo Mastromarino, y prometió venderle cuerpos de prisioneros ejecutados.
Mastromarino volvió a casa entusiasmado ante la perspectiva de una nueva provisión y nuevos ingresos. Preguntó a la FDA sobre la importación de tejido humano desde ese país.
La FDA estaba preocupada por el riesgo de que los tejidos cosechados en Kirguistán pudieran portar la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, un mal neurológico fatal similar a la enfermedad de las vacas locas.
Le dieron a Mastromarino la respuesta que no quería escuchar: «No».
Así que tuvo que contentarse con sus fuentes domésticas de cuerpos. Durante un tiempo, estuvo bien. El negocio era bueno y lograba evitar un escrutinio excesivo tanto por parte de sus compradores como de los reguladores.
Durante las auditorías de la compañía de Mastromarino realizadas por la FDA y RTI nadie intentó verificar si los consentimientos de las familias de los donantes eran legítimos. A menudo, las autorizaciones estaban marcadas como obtenidas por teléfono. La ley norteamericana exige que los consentimientos telefónicos sean grabados, pero nadie confirmó si estaban en efecto grabándolos -o siquiera consiguiéndolos-.
Un gran jurado de Pennsylvania condenó más tarde todo el sistema de inspección. «Si las mentiras en los registros decían cumplir con las regulaciones, eso, aparentemente, era suficiente», rezan sus hallazgos de 2007.
Aun cuando la compañía de Mastromarino estaba pasando las inspecciones y registrando ganancias, observadores externos hicieron notar sus inquietudes por su manea de hacer negocios. Maryann Carroll, directora de la asociación de Nueva Jersey de directores de funerales, se quejó a la RTI de que Mastromarino se acercaba a las empresas de pompas fúnebres utilizando el papel de cartas de RTI.
«Maryann siente que ese reembolso es excesivo y da la impresión de que estuviera comprando donantes», escribió un empleado de RTI a los ejecutivos, según correspondencia sin fecha detallada en los informes judiciales. «Afirma que si la prensa se entera de la historia y critica la donación, RTI será arrastrada al asunto y su asociación afirmará que es la segunda vez que recibieron notificaciones al respecto y no hicimos nada».
La organización sin ánimo de lucro de RTI, la unidad Donor Services, firmó un nuevo contrato con Mastromarino en junio de 2005.
RTI no sabía, en el momento en que firmó el nuevo contrato, según señalaría la compañía a posteriori, que investigadores penales habían comenzado a examinar las operaciones de Mastromarino.
Pizzería
RTI no era la única gran compañía que quería hacer negocios con Mastromarino.
En agosto de 2005, LifeCell Corporation, un proveedor de injertos para quemaduras, cirugía estética y cintas uretrales, entre otros procedimientos, invitó a Mastromarino a su sede en Nueva Jersey. Le dijo que podía pagar cerca de 10.000 dólares por cuerpo si podía proveer la piel de al menos 400 donantes al año, de acuerdo con una copia de la presentación. Esto podría equivaler a millones de dólares al año para Mastromarino.
Dos semanas después de hacer su oferta, LifeCell recibió una carta del fiscal de distrito de Brooklyn. La policía de Nueva York había estado investigando la cadena de robos de cuerpos de Mastromarino durante meses, después de descubrir formularios de consentimiento falsificados en una funeraria de Brooklyn. El fiscal pidió a LifeCell que le hiciera llegar cualquier información relacionada con la compañía de Mastromarino.
El 28 de septiembre -tres semanas después de que los fiscales pidieron los registros de LifeCell-, el doctor Michael Bauer estaba revisando las cartillas de donantes para LifeCell. Siempre había manejado a los donantes facilitados por la compañía de Mastromarino. Pero nunca había intentado verificar la información por su cuenta. No estaba enterado, dijo más tarde, de la investigación policial en marcha, pero esa noche algo lo hizo hacer lo que nunca antes había hecho. Intentó llamar al número de uno de los médicos que figuraban en la lista de un archivo de donantes.
Lo atendieron en una pizzería.
En el escándalo que se desencadenó, LifeCell, RTI, Tutogen, Lost Mountain Tissue Bank y Central Texas Blood and Tissue retiraron un total de 25.000 productos -2.000 de los cuales habían sido vendidos a Australia, Corea del Sur, Turquía, Suiza y otros países-.
Vive de prisa, muere pronto
El caso de Mastromarino descargó un torrente de mala publicidad sobre la industria. Esta no bienenida atención se repitió en agosto de 2006, cuando un caso similar estalló en Carolina del Norte.
Phillip Guyett había estado trabajando en la industria de los tejidos humanos durante más de una década, empezando en California y extendiéndose luego a Nevada y, eventualmente, a Carolina del Norte.
En el camino, Guyett descubrió que la mejor manera de encontrar cuerpos jóvenes y sanos era ir a la pesca a depósitos de cadáveres de condados y funerarias en sitios de bajos ingresos con altos índices de criminalidad, o concentrándose en ciudades como Las Vegas, donde la gente joven actúa estúpidamente y muere pronto.
Como Mastromarino, Guyett facilitó el proceso de vender partes del cuerpo con una contabilidad creativa. Fraguó información de los archivos de donantes, en un caso vendiendo tejido infectado de hepatitis con una muestra de sangre limpia de un cadáver diferente.
«Es ridículo. Yo nunca debería haber estado en condiciones de montar una empresa de recuperación (de tejido humano)», dijo a ICIJ en una reciente entrevista celebrada en prisión. «Envié el formulario online y en tres días ya era un banco de recuperación de tejido oficial, registrado ante la FDA. Es más difícil vender un hot dog en la calle que recuperar tejido para trasplante».
Guyett se declaró culpable de tres cargos de fraude y está cumpliendo ocho años en una prisión federal.
Los casos de Mastromarino y Guyett llevaron al senador Charles Schumer, demócrata por el estado de Nueva York, a impulsar legislación para ayudar a frenar a la industria de procesamiento de tejidos humanos. La propuesta exigiría a los nuevos bancos de tejidos unos parámetros mínimos y pasar por inspecciones regulares de la FDA. También habría exigido al gobierno federal definir los honorarios «razonables» -un cambio que, según compañías como Integra LifeSciences dijeron a los accionistas, podría poner en peligro sus ingresos futuros-.
Su proyecto se desinfló por un duro lobby de la industria, dijo Schumer. «Dijeron que no era necesario. Dijeron que ‘todo está bajo control’, pero yo tenía serias dudas», recordó. «El fondo de la cuestión es: lo que vimos en la funeraria de Brooklyn bien podría estar pasando en muchos otros lugares aquí y en el extranjero, y no hay protección real».
Mastromarino está de acuerdo. «Nada va a cambiar», dijo. «Hay demasiada gente haciendo demasiado dinero».
Apuntando con el dedo
Después de declararse culpable para evitar una posible sentencia en juicio a 8.673 años de prisión, Mastromarino declaró a los fiscales que sus compradores -RTI, Tutogen y LifeCell- no eran simples víctimas de sus crímenes. «Sólo miren cómo funciona», les dijo.
Los fiscales dijeron que no encontraron pruebas que corroboraran sus afirmaciones. Pero las familias de los muertos profanados están impulsando demandas civiles en las que acusan a RTI de negligencia -«no tanto por lo que exactamente sabían, sino por lo que deberían haber sabido», explicó un abogado de los demandantes al juez durante la batalla previa al juicio-.
Si el caso llega a juicio, como está previsto, en octubre próximo, se espera que la versión de Mastromarino sea una pieza central de las acusaciones de los demandantes.
Lo suficientemente importante para el caso de los demandantes, de hecho, como para que los abogados de RTI Biologics lucharan para que su testimonio fuera descartado. Mastromarino ya se había declarado culpable de haber defraudado a RTI y Tutogen, observó la abogada Nancy Ledy-Gurren al juez Maltese. No podía dar la vuelta ahora y apuntarlos con el dedo, dijo.
El juez Maltese no estuvo de acuerdo.
«Ustedes quieren, básicamente, amordazar a Mastromarino para que no diga algo que incluya lo que sus clientes le dijeron -ese diálogo que despierta el fantasma de ‘¿Qué sabían y cuándo lo supieron?'», dijo el juez a los abogados de la compañía durante las audiencia celebradas la primavera pasada-.
Para el juez, el solo hecho de que el fiscal de distrito no acusara a los ejecutivos de las compañías más grandes no significa, necesariamente, que no «participaran en la iniciativa».
Al menos, dijo el juez, las familias de las víctimas tienen el derecho de argumentar: «Deberían haber sabido. Quiero decir, ¿cómo podían ser tan ingenuos?».
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Los autores de este artículo pertenecen al Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, una red global independiente de reporteros que colaboran en historias de investigación internacionales. Para ver vídeos, gráficos y más historias de esta serie ir a www.icij.com/tissue.
Colaboraron en esta investigación: Sandra Bartlett, Joe Shapiro, Mar Cabra, Alexenia Dimitrova y Nari Kim.
Traducción al castellano: revista el puercoespín
Fuente: http://fronterad.com/?q=node/6027 y http://www.fronterad.com/?q=node/6063