La Administración Bush ha pedido 198.000 millones de dólares para sufragar las guerras de Irak y Afganistán durante 2008. No para la reconstrucción, ni para fomentar las instituciones democráticas, ni para reforzar la seguridad como se ha venido diciendo hasta ahora en la neolengua de Orwell, sino para la guerra. Directamente, ya sin subterfugios léxicos. […]
La Administración Bush ha pedido 198.000 millones de dólares para sufragar las guerras de Irak y Afganistán durante 2008. No para la reconstrucción, ni para fomentar las instituciones democráticas, ni para reforzar la seguridad como se ha venido diciendo hasta ahora en la neolengua de Orwell, sino para la guerra. Directamente, ya sin subterfugios léxicos. Es un reconocimiento expreso de que las cosas le van mal, muy mal. Pero si en Irak la vocación es de permanencia para asegurar el control del petróleo, como lo atestigua la construcción de cuatro superbases y lo ratificó Bush en su más reciente discurso equiparando a ese país árabe con Corea del Sur, en Afganistán la cuestión no es tan clara. Con la invasión no se entreveían ventajas energéticas a medio-largo plazo y principalmente era una cuestión geoestratégica para molestar a China y debilitar a Rusia por su flanco sur, ya prácticamente rodeada por la expansión de la OTAN hasta sus fronteras europeas y con bases militares estadounidenses en países pertenecientes a la ex URSS como Georgia, Azerbaiyán o Tayikistán. De ahí que requiriese la participación de la OTAN en la supuesta «pacificación y reconstrucción» del país. Y los europeos, nuevos y viejos, como diría Rumsfield, se prestaron raudos y veloces a secundar a su patrón en una nueva y patética muestra de falta de política exterior independiente y no sumisa a los intereses del imperio.
El siguiente cuadro refleja el número de países que están ocupando Afganistán en estos momentos:
26 NACIONES OTAN |
11 NACIONES NO OTAN |
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Nº DE TROPAS APROXIMADAS EN ISAF: 39.500 |
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ITALIA |
HUNGRÍA |
AUSTRIA |
ALEMANIA |
DINAMARCA |
SUECIA |
HOLANDA |
LITUANIA |
CROACIA |
ESPAÑA |
REP. CHECA |
FINLANDIA |
FRANCIA |
ESLOVENIA |
ALBANIA |
RUMANÍA |
BULGARIA |
AZERBAIJÁN |
GRAN BRETAÑA |
GRECIA |
MACEDONIA |
BÉLGICA |
ESTONIA |
IRLANDA |
NORUEGA |
ESLOVAQUIA |
NUEVA ZELANDA |
EE.UU |
ISLANDIA |
SUIZA |
PORTUGAL |
LETONIA |
AUSTRALIA |
TURQUÍA |
POLONIA |
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CANADÁ |
LUXEMBURGO |
Al pedir más dinero Bush reconoce explícitamente que pierde en Afganistán. Un triste tigre en apuros. Lo mismo que la OTAN, que no puede incrementar sus tropas -a pesar de las peticiones que recibe tanto desde EEUU como de la ONU- y que ve cómo día a día el número de bajas se incrementa. La OTAN ha revestido su presencia en Afganistán, al igual que en Líbano, con un lenguaje bucólico que en nada se corresponde con la realidad. Proporcionalmente, está sufriendo un número mayor de bajas que los EEUU: de los 694 muertos que contabilizan las tropas ocupantes al día 25 de septiembre, 441 eran estadounidenses y 253 del resto de países. A excepción de un australiano y dos suecos, todos los demás pertenecían a las tropas de la OTAN, incluyendo los dos últimos muertos pertenecientes al contingente español. El número de heridos es de 6.710 en los seis años que lleva ya la ocupación. Si se hace una comparación con Irak (4.099 muertos y 36.943 heridos) las proporciones son similares, una decena de heridos por cada muerto.
¿Cuál es la razón por la que el número de soldados ocupantes muertos en Afganistán es sensiblemente menor a la de Irak, cuando en un país se viene interviniendo desde 2001 y en otro desde 2003? Pues que en el primer país la fuerza ocupantes es sensiblemente menor y, además, está circunscrita prácticamente a las ciudades. Apenas hay presencia en las zonas rurales hasta el extremo que, hoy por hoy, las diversas fuerzas que componen la resistencia afgana controlan el 75% del territorio del país.
Un variado conglomerado de fuerzas anti-ocupación
No es correcto identificar como talibán a todo el espectro anti-ocupación afgano. Es cierto que los talibanes se han reorganizado y que componen la parte más numerosa de la resistencia pero, además, están otros importantes componentes como el Partido Islámico de Gulbuddin Hekmatyar (cuyo feudo es la provincia norteña de Kunduz), resistentes nacionalistas liderados por Jalalladin Hakkani, militantes de Al Qaeda, traficantes de opio y todo tipo de combatientes locales hartos de la prepotencia occidental y, sobre todo, de las bajas civiles que causan. Cada vez son más numerosas las poblaciones que abandonan al régimen marioneta de Karzai y se vuelcan con la insurrección. No hay que olvidar que el programa «estrella» de los colaboracionistas es el combate contra la producción de opio y eso les lleva a destrozar todo tipo de plantaciones sin tener en cuanta que en su inmensa mayoría son tierras de campesinos pobres que no tienen otro medio de subsistencia. Y eso lo hacen tanto mercenarios de la Dyncorp (la corporación estadounidense que está supuestamente realizando al misma operación en Colombia) como los ocupantes -bajo la dirección de Gran Bretaña- y las tropas colaboracionistas. Estas últimas tienen un impresionante currículo: roban, violan, extorsionan, torturan y asesinan con total impunidad. La represión de las manifestaciones anti-ocupación está a la orden del día. El ejército colaboracionista está compuesto, mayoritariamente, por provenientes de la etnia tayika, por lo que la reacción de los patanes (pastunes, si se utiliza la etimología anglosajona) es absolutamente normal. Las milicias tayikas fueron el principal sostén de los EEUU en el derrocamiento de los talibanes, que son de etnia patán (pastún) y es el grupo étnico más numeroso de Afganistán.
En este panorama de la resistencia hay que incluir a una pequeña facción de la izquierda, identificada con el pensamiento maoísta, que está planteando en sus documentos la posibilidad de iniciar la lucha armada. Este sector, que también se opuso a la ocupación soviética, se ha mantenido dentro de la lucha política, que no militar, pero en estos momentos advierte que está en «una etapa de preparación para la guerra popular contra la ocupación imperialista». El salto en la guerra sería entonces cualitativo y la derrota de los ocupantes, con la OTAN a la cabeza, total. Ya no se estaría ante una insurrección religiosa (talibán) sino política y económica, con lo que el sesgo de la guerra cambia dejando sin «argumentos» a los ocupantes.
Los EEUU, la OTAN y la ONU son tres tristes tigres que están perdiendo en Afganistán (y el amaestrado gobierno semicolonial de Karzai). En estos momentos, la capacidad militar de las diferentes organizaciones de la resistencia afgana se ha multiplicado por cuatro desde la invasión, en septiembre de 2001. El Senlis Council, la insitución que más se ha venido preocupando por la situación en Afganistán, y en nada crítica con los ocupantes, ha publicado un informe en el que aparece el gráfico que se muestra más abajo y que reconoce el auge de las fuerzas anti-ocupación y cómo éstas se han extendido por todo el país hasta estar presentes en el 75% del territorio, como se decía más arriba, con intensidad desigual pero significativa presencia (1).
La ONU no lo dice con tanta claridad, pero en la última resolución del Consejo de Seguridad (2) expresa su preocupación por «el aumento de las actividades violentas y terroristas de los talibanes, Al-Qaida, los grupos armados ilegalmente y quienes participan en el comercio de estupefacientes». Algo más claro es el secretario general de la organización multinacional, Ban Ki-moon, en su más reciente informe (3): «los actos de violencia perpetrados por insurgentes y terroristas ha aumentado en un 20% como mínimo respecto de 2006; se registró un promedio de 548 incidentes por mes en 2007, en comparación con un promedio de 425 por mes en 2006».
A principios de 2007 el control de la guerrilla se limitaba a 20 distritos de tres provincias: Kandahar, Helmand y Uruzgan . Por lo tanto, el rápido crecimiento y extensión de las fuerzas anti-ocupación hay que achacarlos a múltiples razones, pero a dos principalmente: por una parte, que muchos de los funcionarios del gobierno semicolonial de Karzai apoyan a los guerrilleros; por otra, que los continuos y reiterados bombardeos de la OTAN contra poblaciones enteras (como los ocurridos este verano) han volcado a la población afgana en contra de los ocupantes.
La Izquierda Radical de Afganistán (LRA) decía en un comunicado el pasado mes de julio (4) que la OTAN está sometiendo a Afganistán a un baño de sangre con los bombardeos de poblaciones y las matanzas contra civiles. Con un lenguaje más moderado, el ministro de Asuntos Exteriores italiano tuvo un rasgo de honestidad, poco corriente entre sus colegas, y dijo que «[la muerte de civiles] no es aceptable a nivel moral y es un desastre a nivel político». La responsabilidad de la ONU en estas matanzas no es pequeña, puesto que es la cobertura legal que arropa a los EEUU y a la OTAN. De ahí que en la resolución citada exprese su «preocupacion» por las víctimas civiles y haga un llamamiento a la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (es decir, la OTAN) y otras fuerzas internacionales para «minimizar» el riesgo de víctimas civiles y a adoptar «todas las medidas posibles a fin de garantizar la protección de la vida de la población civil y el respeto al derecho internacional humanitario y las normas de derechos humanos» (sic). Una clara confesión de parte y del patetismo de una ONU que ya ha perdido toda credibilidad como garante de la seguridad en el mundo. ¡Qué no estará pasando en Afganistán, fuera de una mínima cobertura mediática, aunque sea en esa modalidad servil de los «empotrados», si la ONU pide a quienes teóricamente la representan que cumplan con el derecho internacional humanitario!
Matanzas anónimas
La opinión pública europea está anestesiada, por eso los portavoces de la OTAN dicen sin ruborizarse que ellos [las fuerzas de la ISAF de la OTAN] se comportan de una manera diferente a los EEUU: advierten con 24 horas de antelación que van a bombardear una aldea, por lo que si los habitantes no la abandonan no hay que achacar a la «Alianza Atlántica» la responsabilidad de los muertos. El muerto es el propio responsable de su muerte por haberse quedado en su casa, en su tierra. Dado que no hay testimonios fuera de los afganos, siempre puestos en duda por los occidentales defensores de la libertad de prensa, sobre lo que pasa tras esos bombardeos anunciados hay que dar por bueno lo que relatan unos canadienses tras una incursión de sus tropas en una aldea: «por supuesto que la gente evacúa [la aldea], pero las tropas no entran en los edificios [que no han sido destruidos] por temor a que haya trampas explosivas, por lo que destruyen el edificio, las granjas, los pozos y entonces dicen [a la gente] que ya pueden volver» (5). Ganando corazones y mentes como en Vietnam, como en Irak. Luego van con una pequeña compensación (2.000 dólares, 1.430 euros) por los «daños colaterales» si hay muertos por medio. Pero resulta que sólo cuatro países de la lista de ocupantes lo hacen de forma constante, y entre ellos no están ni EEUU, ni Gran Bretaña, ni Francia, ni España, por ejemplo.
Tal vez por testimonios como éstos, o por el hecho de que Canadá es el país que más soldados muertos tiene tras EEUU, la oposición quiere retirar las tropas. Sólo el Partido Conservador, que tiene una pequeña mayoría en el Parlamento pero insuficiente, quiere que se mantengan «hasta que el trabajo esté hecho». Mientras que debates similares se producen en otros países que tienen tropas en Irak, respecto a los que ocupan Afganistán sólo Canadá ha dado el primer paso.
Al igual que en Irak, no hay cifras sobre el número de muertos civiles que está causando la ocupación. Marc W. Herold, economista de la universidad de New Hampshire, ha realizado un estudio en el que identifica a 4.643 muertos civiles desde septiembre de 2001 a octubre de 2006. Como es lógico, esta cifra se ha incrementado considerablemente porque desde entonces la OTAN ha incrementado los bombardeos contra zonas civiles. La ONU habla tímmidamente de mil muertos entre el 1 de enero y el 1 de agosto de 2007(6) escudándose en que «en muchos casos las condiciones de seguridad, que limitan el acceso de la Misión a las zonas de combate, y el hecho de que se trata de una situación políticamente delicada dificultan la recopilación de datos suficientes para elaborar un informe completo de incidentes». No debería extrañar, por lo tanto, el crecimiento del sentimiento nacionalista, anti-estadounidense y anti-occidental en general que lleva a engrosar las fuerzas anti-ocupación. Se acusa a las fuerzas anti-ocupación, genéricamente identificadas como talibanes para que tal término se interiorice en el subconsciente colectivo como sinónimo de retrógados y de que las tropas están allí para llevar el progreso, de protegerse entre la población civil, como si en una guerra asimétrica la guerrilla dijese «¡eh, estoy aquí, ven a bombardearme a campo abierto!». Pero lo que se vive en Afganistán cada vez se parece más a una guerra de guerrillas, incluso en una fase más avanzada: la guerra de movimientos.
El barbarismo de la ocupación está generando el caldo de cultivo para una cada vez mayor resistencia, aunque aún se está lejos de un movimiento nacionalista de corte izquierdista o, simplemente, progresista. Al igual que en Irak, el derecho del pueblo afgano a su soberanía, autodeterminación y dignidad está fuera de toda duda aunque las fuerzas de ocupación se amparen con el color azul de la ONU. Tanto EEUU como la OTAN y la ONU vienen insistiendo en que cualquier retirada de las tropas ocupantes de Afganistán dejará un vacío que será llenado por «extremistas». Con el control directo o indirecto del 75% del país por parte de las fuerzas anti-ocupación esto no es más que otra falacia occidental. Como la ocurrida en septiembre de 2006 cuando canadienses y británicos se jactaron de que habían causado 500 bajas a los talibanes en Panjwai y en Zahri después de dos semanas de ataques aéreos y de repetir, una y otra vez, que tenían rodeadas esas localidades. Pero resultó que no pudieron mostrar ni un solo cuerpo de esas supuestas 500 bajas porque, sencillamente, los combatientes anti-ocupación (fuesen talibanes o no), habían desaparecido. Entonces cambió el discurso y dijeron «hemos hecho huir a los talibanes». Estos son los cuentos de hadas que escucha la opinión pública occidental… hasta que los soldados muertos de sus tropas, o el secuestro de sus nacionales, les devuelven a la realidad.
En esa realidad también está la ONU, que dice que el Afganistán «liberado de la brutalidad talibán» genera el 92% de la heroína que se consume en el mundo. Un reconocimiento de parte que no le exime de responsabilidad, de su derrota. La Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) dice que Afganistán está a punto de convertirse en un «narco-Estado», aunque al mismo tiempo reconoce que «la producción de opio constituye la mayor fuente de empleo en Afganistán» (7). Lo mismo que dicen las fuerzas anti-ocupación. El UNODC cuantificaba en 165.000 hectáreas las dedicadas a la producción de opio en 2006, la mayoría en zonas controladas por los aliados del gobierno semi-colonial de Karzai y en zonas con presencia militar ocupante. Entonces el opio estaba en manos de la élite pro-occidental y formaba parte de la campaña contrainsurgente. Con la expansión territorial de la guerrilla y el control que viene ejerciendo de estas zonas, el opio se convierte casi en un elemento esencial de la guerra anti-ocupación.
Los E.E.U.U. y sus aliados no van a ganar la guerra en Afganistán. Toda su estrategia es un fiasco y el número de muertos se incrementará mientras se derrumba un régimen que apenas controla la capital y unas cuantas provincias donde deja hacer a los señores de la guerra con los que se ha aliado. EEUU, OTAN, ONU y el títere Karzai están claramente a la defensiva, enfrentados a una gran mayoría de la población afgana que los rechaza. El siempre dócil Ban Ki-moon lo dice con claridad: «A medida que aumenta la presión sobre el proceso de transición en el Afganistán debido a la insurgencia, las deficiencias en la gobernanza y la economía basada en los estupefacientes, el Gobierno del país, con el apoyo de la comunidad internacional, deberá demostrar su voluntad política tomando las medidas enérgicas necesarias para volver a crear iniciativas en cada uno de esos ámbitos y recuperar la confianza de la población de manera tangible. De no lograrse un liderazgo más firme del Gobierno, mayor coherencia entre los donantes (incluida una coordinación más estrecha entre los participantes internacionales civiles y militares en el Afganistán) y un firme compromiso de los países vecinos, muchos de los avances en materia de seguridad, creación de instituciones y desarrollo logrados desde la Conferencia de Bonn pueden quedar estancados, o incluso sufrir un retroceso» (8).
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(1) «Política de los talibanes y agravios legítimos afganos», junio de 2007.
(2) Resolución 1776 (2007),19 de septiembre de 2007.
(3) La situación en el Afganistán y sus consecuencias para la paz y la seguridad internacionales. Informe del secretario general. A/62/345?S/2007/555, apartado 7.
(4) «¿Hace la OTAN una misión de paz o bárbara en Afganistán?», 29 de julio de 2007.
(5) «Desde Afganistán Ocupado: notas de una misión exploratoria», Globalresearch, 18 de septiembre de 2007.
(6) La situación en el Afganistán y sus consecuencias para la paz y la seguridad internacionales. Informe del secretario general. A/62/345?S/2007/555, apartado 54.
(7) Servicio de Noticias de la ONU, 28 de junio de 2007.
(8) La situación en el Afganistán y sus consecuencias para la paz y la seguridad internacionales. Informe del secretario general. A/62/345?S/2007/555, apartado 74.
Alberto Cruz es periodista, politólogo y escritor especializado en Relaciones Internacionales.
albercruz (arroba) eresmas.com