El ministro de Ferrocarriles y negociador de paz del gobierno de Birmania, Aung Min, está haciendo camino al andar. Se ha sentado a la mesa con 11 diferentes grupos étnicos armados para alcanzar un cese del fuego y poner fin a décadas de luchas separatistas. Desde que propuso una tregua en septiembre del año pasado, […]
El ministro de Ferrocarriles y negociador de paz del gobierno de Birmania, Aung Min, está haciendo camino al andar. Se ha sentado a la mesa con 11 diferentes grupos étnicos armados para alcanzar un cese del fuego y poner fin a décadas de luchas separatistas.
Desde que propuso una tregua en septiembre del año pasado, el ministro viajó por Birmania y los países vecinos sin depender de observadores extranjeros o facilitadores internacionales de paz.
«Es improbable que el gobierno quiera terceras partes en esta etapa de las negociaciones, y por ahora este arreglo nos parece bien», dijo Zipporah Sein, secretaria general y primera mujer en liderar la separatista Unión Nacional Karen (KNU) durante una entrevista con IPS.
«Esto es parte de la fase de creación de confianza, que conducirá a negociaciones políticas y de paz», agregó.
En abril se celebró una ronda formal de conversaciones en Birmania, y en ella solo se permitió participar a tres extranjeros, incluidos un diplomático británico y uno estadounidense, en calidad de observadores, reveló Sein.
El poblado de Mae Sot, ubicado en la frontera con Tailandia, y que el año pasado Aung Min visitó tres veces, es un ejemplo de los desafíos que afrontan las negociaciones de paz en este país entre múltiples grupos étnicos, cada uno con sus propias preocupaciones específicas.
En las últimas dos décadas, esta localidad fue hogar de la mayoría de nativos birmanos en el país, así como cobijo para refugiados, principalmente del sudoriental estado Karen, que huían de la violencia étnica y las persecuciones.
El estilo birmano de hacer la paz, rechazando la intervención extranjera, se aparta del camino habitual seguido por negociaciones similares en otros países asiáticos, donde gobiernos u organizaciones internacionales fueron reconocidos como terceras partes neutrales, encargadas de intermediar entre las autoridades y los combatientes armados atrapados en conflictos de varias décadas.
Pero el desafío de Aung Min sin duda es más complejo que en la mayoría de los otros conflictos, y su enfoque divergente parece estar cosechando algunas recompensas.
Entre septiembre del año pasado y abril de este, sus conversaciones garantizaron acuerdos de cese del fuego con 11 grupos étnicos armados. Entre estos logros estuvo el de enero con la KNU, que participó en la lucha separatista más prolongada de Asia, de 60 años.
De todos modos, Sein no descartó un cambio para incluir a un facilitador oficial e independiente de la paz, mientras las actuales negociaciones se encaminan hacia temas más espinosos, como el futuro de las fuerzas armadas karen y una mayor autonomía en el estado de Karen.
«Podemos necesitar una tercera parte neutral en lo relativo a discutir las cuestiones políticas y de desarrollo en el estado Karen», dijo Sein a IPS.
«Estamos a favor de un sistema federal con mayores derechos para los grupos étnicos, a fin de que puedan vivir y participar de un modo significativo», agregó.
Win Min, un experto en seguridad nacional de Birmania, no cree que la de Aung Min sea una estrategia resuelta por integrantes del gobierno reformista del presidente Thein Sein.
Más bien, es de la opinión de que el nuevo enfoque se origina en la relativa inexperiencia de Aung Min y en el hecho de que le endilgaron un rol para el que no tenía ninguna formación.
A consecuencia, este opera a través de un modelo que refleja «una insinuación de orgullo birmano», dijo Win Min a IPS.
«Aung Min se estaba metiendo en aguas desconocidas cuando le confirieron el rol de negociador de paz», señaló.
«Tuvo que hallar su camino con cada una de las conversaciones de cese del fuego. Fue algo improvisado, sin que ninguna tercera parte extranjera diera directivas», agregó.
Y cuanto más se internaba en este camino, «más confianza ganaba», según Win Min.
«Su personalidad modesta y amigable, y una voluntad de escuchar e incluir diferentes puntos de vista, también (aceitaron) el proceso», dijo.
Win Min señaló que, tras 50 años de dictaduras militares, en esta nación del sudeste asiático prevalece una cuestión de honor. «Los birmanos tenemos ese sentido del orgullo que no queremos que esté sujeto a presiones internacionales, decir que podemos hacer las cosas por nosotros mismos», planteó el académico formado en Harvard.
La organización no gubernamental Myanmar Egress impulsó esta actitud cuando intervino para ayudar a establecer contacto entre el gobierno y sus adversarios de minorías étnicas.
La campaña también permitió que el gobierno de Thein Sein rechazara ofrecimientos de muchas respetadas personalidades y organizaciones internacionales de ser neutrales facilitadoras de paz. Esto incluyó al expresidente finlandés Martti Ahtisaari (1994-2000) y Los Ancianos, un grupo independiente de líderes mundiales a cuyo frente está el arzobispo sudafricano Desmond Tutu.
Sin embargo, el orgullo nacional no se extiende al universo económico. Para fortalecer su incipiente proceso de paz, Birmania aceptó ayuda financiera del Grupo de Apoyo de Donantes a la Paz, liderado por Noruega y apoyado por Australia, la Unión Europea, Gran Bretaña y el Banco Mundial, todos los cuales se han comprometido a aportar millones de dólares a las tareas de alivio y rehabilitación en áreas donde las armas se acallaron tras las conversaciones por el alto al fuego.
«La posición que está adoptando el gobierno relación a los grupos étnicos es de igualdad», dijo Paul Keenan, del Centro de Birmania para los Estudios Étnicos, a IPS.
«Antes, el gobierno dictaba las condiciones a los grupos armados, y ellos tenían que deponer las armas antes de las conversaciones, porque la prioridad era la seguridad, no la paz y la igualdad», agregó.
«Pero ahora la atmósfera es completamente diferente. Y Aung Min quiere hablar con todos, lo que es nuevo», concluyó.