Traducido para Rebelión por J. M.
Los Juegos Olímpicos que se abren el viernes en Sochi, Rusia, están destinados a la búsqueda de prestigio y poder del presidente Vladimir en el escenario mundial. Pero la realidad de Putin y la Rusia que él dirige están en conflicto con los ideales olímpicos y los derechos humanos fundamentales. No hay forma de ignorar el lado oscuro – la aplastante represión, las nuevas leyes antigay y la blasfemia cruel y el sistema legal corrupto en el que los disidentes políticos son sentenciados a largas penas por cargos falsos.
Maria Alyokhina, 25, y Nadezhda Tolokonnikova, 24 años, de las Pussy Riot, la banda de punk rusa, están decididas a que la celebración brillante de los Juegos Olímpicos no va a encubrir la realidad de la Rusia de Putin, que conocen por experiencia propia. Acusadas de «vandalismo», fueron encarceladas durante 21 meses por la interpretación de una canción anti-Putin en el altar de una catedral de Moscú que muestra a la Iglesia Ortodoxa Rusa como un instrumento del Estado.
Dicha protesta política no es tolerada en un país que está muy lejos de ser una democracia. En diciembre, las mujeres quedaron en libertad en virtud de una nueva ley de amnistía que fue un intento de Putin de suavizar su imagen autoritaria antes de las Olimpiadas.
Pero si pensaba que liberando a las dos mujeres de la cárcel iba a silenciarlas, calculó mal. El miércoles, le dijeron a la junta editorial de The Times que su encarcelamiento, y el apoyo internacional que recibieron para su causa, las habían envalentonado. Ellas planean mantener su crítica a Putin – hicieron una escena hilarante en el programa de Stephen Colbert noche anterior – y trabajar por la cárcel y la reforma judicial. Su determinación y fuerza de carácter son inspiradoras.
Hay mucho trabajo por hacer, empezando por los casos de ocho personas que ahora están en juicio, acusados de desórdenes públicos en una protesta en la Plaza Bolotnaya en Moscú en 2012, en vísperas de la tercera toma de posesión de Putin como presidente. Amnistía Internacional, que patrocinó la visita de las Pussy Riot a Nueva York, donde se presentaron en un concierto benéfico el miércoles, ha pedido retirar los cargos de incitación a la revuelta contra los manifestantes de la Plaza Bolotnaya. Las activistas de Pussy Riot desestimaron los cargos a los manifestantes como pruebas sin fundamento y más evidencia de la «manera de de Putin» de vengarse de sus críticos.
Un fiscal de Rusia ha exigido penas de prisión de cinco y seis años para los ocho manifestantes. Se espera el veredicto para unos días antes del final de los Juegos Olímpicos, a finales de febrero. La Sra. Alyokhina y la Sra. Tolokonnikova han llamado a un boicot de los Juegos Olímpicos, u otro tipo de protestas, para presionar al gobierno a liberar a los acusados. Lo más importante es que el mundo ahora habla, al tiempo que el Sr. Putin está en el centro de atención y, presumiblemente, le importa lo que se piensa de él.
En términos más generales, el sistema penal ruso tiene una urgente necesidad de reforma. Los activistas describen las condiciones en las que los presos se convierten en «esclavos obedientes», obligados a trabajar hasta 20 horas al día, con la comida que es poco más que basura. Los que se consideran problemáticos pueden ser forzados a permanecer al aire libre durante horas, sin importar el estado del tiempo; tienen prohibido utilizar el cuarto de baño, o son golpeados.
Sus observaciones se ven reforzadas por un informe del Departamento de Estado de 2012 sobre los derechos humanos. Allí se informa sobre el acceso limitado a la atención de salud, la escasez de alimentos, los abusos de los guardias y de los reclusos, el saneamiento inadecuado y el hacinamiento son comunes en las prisiones rusas, y que en algunas prisiones, las condiciones pueden ser potenciales amenazas para la vida.
Los Juegos Olímpicos no pueden dejar de poner la atención en el país de acogida, y, a pesar de todos los esfuerzos para crear una imagen más agradable de su estado, el señor Putin se enfrenta a una creciente protesta. El miércoles, más de 200 destacados autores internacionales, entre ellos Günter Grass, Salman Rushdie, Margaret Atwood y Jonathan Franzen, publicaron una carta denunciando el «estrangulamiento», que demuestran las nuevas leyes antigay y de blasfemia que atentan en contra de la libertad de expresión.
Putin tiene un poder sin restricciones para poner a cualquier persona asociada con las Pussy Riot y a miles de otros activistas políticos en la cárcel. Pero estas mujeres y aquellos que comparten su compromiso con la libertad y la justicia son poco probables de ser silenciados, y ellos ofrecen a Rusia un futuro mucho mejor.