Las cumbres, sobre todo las rituales, aquellas convocadas a plazo fijo, con años de antelación, en las que expertos y ministros pasan meses cocinando párrafos para una declaración que los jefes de Estado despachan de oficio, son aliviaderos necesarios para que el sistema político drene ciertas tensiones. En busca de una representatividad legitimante, las cumbres […]
Las cumbres, sobre todo las rituales, aquellas convocadas a plazo fijo, con años de antelación, en las que expertos y ministros pasan meses cocinando párrafos para una declaración que los jefes de Estado despachan de oficio, son aliviaderos necesarios para que el sistema político drene ciertas tensiones.
En busca de una representatividad legitimante, las cumbres de jefes de Estado son cada vez más concurridas, cualidad que se transforma en defecto porque supone considerar agendas más generales, poco problemáticas, aunque menos sustantivas y eficaces.
Al reunir a actores políticos con diferentes enfoques y posiciones políticas, prioridades distintas, alianzas confrontadas, actitudes clasistas diferentes y compromisos nacionales e internacionales propios, las cumbres forman entornos potencialmente conflictivos. En tales circunstancias, para evitar la confrontación se busca el consenso poniendo sobre el tapete temas globales, enfocados en una tesitura virtualmente académica.
Las cumbres presidenciales se preparan con mucha antelación para que duren poco y sean predecibles. Parte del esfuerzo se consume en acordar las agendas, no para lograr que sean útiles sino para evitar que sean confrontacionales. Para los anfitriones es importante mostrar capacidad de convocatoria y habilidad para armonizar intereses antagónicos. Es delicado decidir quién se sienta al lado de quién y cuál es la precedencia en el uso de la palabra.
Resueltos todos los detalles, se trabaja en las sombras, casi de modo conspirativo entrecruzando llamadas telefónicas, cables cifrados y despachando emisarios y embajadores para convencer a unos de que no ataquen o no aludan a otros, no introduzcan temas incómodos y se porten bien. Todo se complica con los pesos completos. La sumisión y la torpeza escaló las cimas cuando, en ocasión de la Cumbre de Guadalajara, Vicente Fox, para no importunar a Bush, se atrevió a proponer a Fidel Castro: «Almuerzas y te vas».
La mayoría de las cumbres se escudan en el socorrido argumento de que no importan las diferencias porque: «Es más lo que nos une que aquello que nos separa. La consigna de «Unidad en la diversidad» se invoca como si fuera un ábrete sésamo. Tales ambientes parecen atrezo y los mandatarios, incluso aquellos que no desearían hacerlo, se convierten en histriones. Siempre hay protagonistas, no faltan los que rellenan las gradas y están los prescindibles convidados de piedra.
De todos modos las cumbres son necesarias, sobre todo para los jefes de Estado realmente trabajadores que aprovechan la oportunidad para, en un mismo viaje y en pocas jornadas, encontrarse con sus homólogos y despachar asuntos importantes y proponer opciones viables y eficaces mecanismos de cooperación. Los más consecuentes aprovechan para limar diferencias y esclarecer malos entendidos.
Al amparo de las cumbres se puede negociar con discreción, en encuentros bilaterales informales, sin los compromisos protocolares que suponen las visitas de Estado y lejos de las cámaras.
La Cumbre Unión Europea-América Latina y el Caribe en la que participan 80 países y unos cuarenta Jefes de Estado, convocados para examinar: «La lucha contra la pobreza, la desigualdad y la exclusión» y «El Desarrollo Sostenible: medio ambiente, cambio climático y energía», es una síntesis perfecta de las virtudes y las carencias de estos encuentros.
En la presente coyuntura internacional una Europa neoliberal, alineada a Estados Unidos y en franco proceso de derechización política, poco podrá decirle y ofrecerle a los países de América Latina que rechazan esas opciones y avanzan por caminos que los distancian de tales enfoques, forman la vanguardia política del continente y marcan el paso.
Los anfitriones tratarán de administrar los debates para no dar cabida a temas conflictivos y desagradables como: la ineficacia europea y norteamericana para combatir el narcotráfico en sus fronteras, el precio de los alimentos, el hambre, la producción de agrocombustibles, el proteccionismo agrícola, las tendencias separatistas, el intervencionismo norteamericano en la región, estilo «Plan Colombia», los ecos de la agresión a Ecuador, el sabotaje a las gestiones de Chávez para la liberación de los rehenes y otros asuntos que pudieran «deslucir» la cita.
Seguramente Alan García preferiría que Chávez, Correa, Evo Morales, Lula y otros «enfant terribles» no estuvieran presente, aunque sin ellos la Cumbre sería como un arroz con pollo…sin pollo.