En su encuentro con los ministros de Asuntos Exteriores de la OTAN la pasada semana, la Secretaria de Estado de EEUU, Hillary Clinton, formuló la idea «de lo que se llama una reunión bajo una gran carpa de todos los países preocupados o interesados por Afganistán». En la rueda de prensa que tuvo lugar al […]
En su encuentro con los ministros de Asuntos Exteriores de la OTAN la pasada semana, la Secretaria de Estado de EEUU, Hillary Clinton, formuló la idea «de lo que se llama una reunión bajo una gran carpa de todos los países preocupados o interesados por Afganistán». En la rueda de prensa que tuvo lugar al concluir la conferencia otánica, precisó más: «Si organizamos ese tipo de reunión, es de esperar que se invite a Irán, como vecino que es de Afganistán».
Con estas sencillas palabras mostró al mundo uno de los más importantes cambios en la política exterior de la Casa Blanca. Algún destacado dirigente de Irán -el núcleo duro del abominable «eje del mal» en la era Bush- estará convocado a reunirse libremente con sus homólogos de EEUU y otros países, si no bajo un gran toldo de reminiscencias beduinas, como sugirió metafóricamente Clinton, sí en algún pulcro salón holandés de conferencias -según se ha filtrado a los medios-, para tratar del que, hoy por hoy, constituye un grave problema que preocupa a EEUU y a sus aliados: hallar el modo de dar fin a la intervención militar en Afganistán.
La invitación tiene también su pequeña trampa, aunque ésta parezca inocente. En efecto: hace un mes Obama envió al presidente ruso Medvédev una carta secreta, que pronto dejó de serlo porque el mismo Obama aludió a ella la pasada semana. Le proponía celebrar conversaciones simultáneas sobre el escudo antimisiles de EEUU, cuyo previsto despliegue parcial en Europa molesta a Moscú, y sobre los designios nucleares iraníes. Obama lo expresó así: «Es natural que si frenamos las intenciones iraníes de hacerse con armas nucleares, será menor nuestra necesidad de disponer de una defensa antimisiles».
Hay dos aspectos a los que Obama no alude, pero que es necesario tener en cuenta. El primero es que, muy probablemente, Rusia no es capaz de ejercer suficiente presión sobre Irán como para torcer su rumbo nuclear. Destacados analistas rusos recuerdan insistentemente que Irán no es un país de orden menor, como Afganistán o Pakistán. Destacan su milenaria historia, su orgullo nacional y su tradicional rechazo a las presiones exteriores. No está lejano en la memoria del pueblo iraní el recuerdo de la expulsión del primer ministro Mossadeq, provocada por EEUU y el Reino Unido cuando intentó nacionalizar el petróleo iraní. Ese fue el origen remoto de la caída del Sah y de la revolución islámica, lo que condujo a la actual situación de enfrentamiento con EEUU. Por lo general, los analistas políticos europeos, incluidos los rusos, suelen ser más sensibles a las enseñanzas de la Historia que sus homólogos de EEUU. De ahí que crean que Obama exagera las posibilidades rusas de influir decisivamente sobre Teherán.
El segundo aspecto es que la prevista instalación del escudo antimisiles no obedece tanto a una amenaza real como a los intereses de la industria de defensa de EEUU, que de ello espera sustanciales beneficios. Al fin y al cabo esto no es sino la continuación de una dinámica que arraigó profundamente durante los decenios de la Guerra Fría y que ha sido muy bien estudiada. Se trata de exagerar una amenaza, inventándola cuando sea preciso, para forzar la necesidad de nuevas armas, siempre más costosas: es el «arsenal barroco» sobre el que ya escribió Mary Kaldor. Vencer estas inercias será probablemente más difícil para Obama que convencer a Teherán de que modifique su política nuclear.
Por su parte, el embajador iraní ante la Agencia Internacional de la Energía Atómica ha manifestado que su país esta dispuesto a entablar conversaciones con EEUU, Rusia, China y los principales países europeos. Añadió que si esos países «adoptan maneras civilizadas y comparten la misma mesa de diálogo, podremos romper el punto muerto». Sin embargo, no es fácil que la reunión se produzca antes de junio, cuando tendrán lugar en Irán las elecciones presidenciales en las que participará Ahmadineyad, cuya furibunda retórica contra EEUU habrá de templarse en cierta medida si resulta reelegido en el cargo y pretende acercar posiciones con el resto del mundo.
Podemos, pues, deducir que la pasada cumbre de la OTAN ha mostrado un avance muy positivo en dos direcciones que la obcecación de la época de Bush había hecho impracticables. Una es la nueva relación con Rusia, esencial para la estabilidad de Europa, aunque a algunos países del Este europeo les cueste vencer sus recelos históricos y manifiesten disgusto. La otra se dirige a Teherán como parte interesada en el conflicto de Oriente Medio, aunque en este caso sea en Israel donde se percibe la resistencia. A EEUU corresponde persuadir a sus reticentes aliados para que apoyen la nueva política.
Otro importante paso en ambas direcciones podrá darse el próximo 2 de abril, cuando en Londres se reúnan Obama y Medvédev en la cumbre del G-20, lo que permitirá saber si Washington y Moscú empiezan a trabajar de modo conjunto, con puntos de vista no muy dispares, en algunos de los principales problemas que aquejan hoy a la humanidad.
* General de Artillería en la Reserva