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Veinte años después, los muros-fronteras se multiplican

Fuentes: Libération.fr

Traducido para Rebelión por Caty R.

Desde que se derribó el muro de Berlín, nuevas barreras políticas surgen por todas partes en el horizonte. En estos últimos veinte años, decenas de muros se han construido o está previsto que se construyan por los Estados-naciones. Los más conocidos son el monstruo erigido por Estados Unidos en su frontera sur y el que construyen los israelíes a través de Cisjordania, dos proyectos que comparten la misma tecnología, la misma subcontratación y que se refieren el uno al otro para legitimarse. Pero hay más.

Inmediatamente después del apartheid, Sudáfrica se dotó de un complejo laberinto interno de «muros» y puestos de control   y mantiene una controvertida barrera de seguridad electrificada en la frontera con Zimbabue. Arabia Saudí ha construido recientemente una estructura de columnas de hormigón de tres metros de alta en su frontera con el Yemen, que irá seguida por un muro en la frontera iraquí -hay saudíes que dicen que van a tapiar todo el país-. La India ha construido barreras muy elementales para aislarse de Pakistán, Bangladesh y Birmania y para reclamar el territorio disputado de Cachemira. Uzbekistán valló su frontera con Kirguizistán   en 1999 y la de Afganistán en 2001. En ese momento, Turkmenistán hizo lo mismo con Uzbekistán.

Bostwana erigió una valla electrificada en su frontera con Zimbabue. Tailandia y Malasia se han puesto de acuerdo para levantar entre los dos países una frontera de hormigón y acero. Israel y Egipto están de acuerdo en rodear Gaza con un muro. Irán ha levantado el suyo para aislarse de Pakistán, y Brunei ha edificado otro para separarse de Limbang (en la isla de Borneo, ciudad fronteriza entre el Estado malasio de Sarawak y la parte de la isla perteneciente a Brunei). China construyó un muro para aislarse de Corea del Norte, la cual a su vez levanta otro en la misma frontera, parcialmente paralelo a la construcción china. Para impedir la inmigración desde el norte de África a Europa, los miembros de la Unión Europea rodean de un triple muro los enclaves españoles de Marruecos, mientras que este último mantiene un foso interminable reforzado por una elevación de tierra, destinado a proteger los recursos del Sahara occidental, objeto de un conflicto interminable.

Se anuncian más construcciones de separación: Brasil proyecta construir una de acero y hormigón en su frontera con Paraguay; Israel tiene la intención de reemplazar la vieja valla por un muro en su frontera con Egipto; los Emiratos Árabes Unidos están proyectando uno para su frontera con Omán. Kuwait tiene una valla, pero quiere un muro en la zona desmilitarizada fronteriza con Iraq. Algunos consideran seriamente, después de la construcción de la obra entre Estados Unidos y México, edificar otra en la frontera con Canadá.

Los objetivos de los muros son variados. Se trata, según los casos, de poner una barrera a los pobres, a la mano de obra, a los solicitantes de asilo; al tráfico de drogas, de armas y otras; a las importaciones ilegales; al terrorismo; a las mezclas étnicas o religiosas; a la paz y a los nuevos modelos políticos. Sin embargo, también existen razones comunes para su proliferación. La más sorprendente, seguramente, es que aunque muchos de esos muros corresponden a las fronteras de Estados-naciones existentes o que aspiran a existir, no se construyen como obras defensivas ante eventuales ataques de otras potencias. En realidad, raramente apoyados por los Estados, las migraciones, el fraude, el crimen, el terrorismo e incluso los objetivos políticos que los nuevos muros pretenden, provienen precisamente de fuerzas internacionales derivadas de la globalización. Desde este punto de vista, esas nuevas construcciones de separación son las señales de -y las reacciones contra- un mundo «post-Westfalia» (que ya no está basado en el equilibrio entre las potencias) en el que los Estados y las soberanías se quiebran.

En sí mismos, los nuevos muros abrigan una multitud de paradojas. Representan de forma teatral y espectacular la soberanía nacional a la vez que consagran su erosión. También son elementos del escenario político en otro sentido. Ponen de manifiesto objetivos que en realidad están limitados radicalmente por las tecnologías modernas, por las vías de infiltración y por el hecho de que las economías nacionales dependen en buena medida de aquello contra lo que los muros pretenden proteger, empezando por la mano de obra barata. No es un secreto para nadie que el muro de la frontera mexicana no disminuye -pero sólo hacia el norte-, los flujos de emigrantes y el tráfico de drogas. En la práctica, su principal efecto es que vuelve los métodos de fraude cada vez más sofisticados, caros y peligrosos. En el plano simbólico, permite convencer a algunos estadounidenses de que han hecho «algo» para resolver los problemas derivados, en primer lugar, de la demanda del Norte.

El muro «reconceptualiza» a los países del Sur como enemigos a punto de saltar sobre Estados Unidos para saquearlo. La construcción israelí en Cisjordania opera una inversión similar de las violencias relacionadas con -y resultantes de- la ocupación. Las nuevas obras de separación son una parte integrante de un paisaje mundial hecho de flujos y barreras incluso en el interior de los Estados-naciones, rodeando las constelaciones territoriales «post nacionales» y separando las regiones del planeta más ricas y más pobres. Dicho paisaje expresa toda la «ingobernabilidad» del mundo, tanto por el derecho como por la política de las potencias. Con estas frenéticas construcciones de muros se pone de manifiesto el declive de la soberanía nacional, así como la emergencia de nuevas formas de violencia y también nuevas formas de oposición que acompañan a dicho declive.

Wendy Brown es profesora de Ciencias Políticas en la Universidad de Berkeley, California. En 2010 aparecerá su nuevo libro: Walled States, Waning Sovereignty (Zone Books)

Fuente: http://www.liberation.fr/terre/0101601870-vingt-ans-plus-tard-les-murs-frontieres-proliferent