«La guerra más cruel del mundo» es como se ha descrito con frecuencia al conflicto armado en Chechenia. El holocausto que tuvo lugar en Beslán no fue otra cosa más que el contagio de la infección que azota al Cáucaso ruso. Después del horror de Osetia del Norte, dudar de tan dramática descripción sería una […]
«La guerra más cruel del mundo» es como se ha descrito con frecuencia al conflicto armado en Chechenia. El holocausto que tuvo lugar en Beslán no fue otra cosa más que el contagio de la infección que azota al Cáucaso ruso. Después del horror de Osetia del Norte, dudar de tan dramática descripción sería una impertinencia.
Pero no fue más que un parpadeo. «Los muertos son más de 400» aseguró el Instituto Forense de Vladikavkaz en la capital oseta. «Fueron 338» corrigieron fuentes oficiales. Y fue solo un parpadeo. Las acusaciones van y vienen, y la única conclusión es que la violencia no tiene visos de acabar.
Si prestamos atención por un momento a todos aquellos para quienes el dolor ajeno es un instrumento político, una maraña de responsables salta a la vista, maraña en la que los únicos inocentes son -como siempre- aquellos que ponen la sangre.
Un líder guerrillero checheno convertido al islam wahabita -Shamil Basayev- se atribuyó la autoría del atentado. ¿Se necesitan más explicaciones? Pareciera ser que esto lo resuelve todo: si un fanático vinculado al crimen organizado ruso (falsificación de dólares, narcotráfico, prostitución, tráfico de materiales radioactivos) se echa la culpa del homicidio de niños en edad escolar entonces no hay más misterio que resolver. Y si además el criminal levanta como estandarte de combate la militancia político-religiosa violenta entonces el cuadro es claro: George W. Bush tiene la razón -siempre la ha tenido- y entonces todo lo que hay que hacer es eliminar al fanático. Sencillamente se le «neutraliza» en aras del «combate al terrorismo» y entonces se ha hecho ya mucho por la humanidad previendo nuevas catástrofes en el futuro. El argumento por completo es todo un elogio a la banalidad.
¿Es así de simple? ¿No será que por explicaciones de acusada mediocridad es que cada vez la bestia parpadea con más frecuencia? Como en Nueva York el 11 de Septiembre, Filipinas el 3 de Enero, España el 11 de Marzo, Indonesia el 8 de Septiembre, Arabia Saudita el 28 de Mayo, Afganistán, Irak… ¿No merecen los niños -porque eran niños- ejecutados -porque que se les ejecutó– en la escuela de Beslán al menos un esfuerzo más serio para explicar su sacrificio?
Sí. Beslán fue un parpadeo -uno de tantos- pero la incomodidad que lo produjo y que amenaza con despertar a la bestia es más acentuada todavía. Pero ¿de donde vino este parpadeo en particular?
De acuerdo con organizaciones como Amnistía Internacional y Médicos sin Fronteras durante la conducción de las operaciones de la segunda guerra chechena (1999-2000) el mando militar ruso violentó el derecho internacional humanitario en innumerables ocasiones. Secuestros, torturas, ejecuciones extrajudiciales, violaciones multitudinarias, esclavismo sexual (de hombres, mujeres y niños) y todo un catálogo de horrores fueron cosa cotidiana en Grozny en particular y en todos los frentes de combate en general. «La guerra más cruel del mundo» nos recuerda el vox pópuli… tal vez no esté tan equivocado. Vladimir Putin -el actual presidente ruso- violentó con gran descaro todas y cada una de las disposiciones contenidas en las Convenciones de Ginebra y sus protocolos adicionales, instrumentos que, en su conjunto, definen el derecho internacional humanitario (derecho de la guerra) ¿Estarán vinculados de alguna forma este hecho y la tragedia de Beslán? ¿Será que la crueldad con la que se condujo la guerra en Chechenia contribuyó a que ocurriera el infierno en Osetia del Norte? ¿Existirá la posibilidad de que el rencor acumulado en el alma chechena fuera producto de los incontables crímenes (contra la humanidad, de guerra, guerra de agresión e incluso actos de genocidio) que sufrió ese pueblo a manos de los rusos? ¿En algo habrá contribuido la utilización extensiva por parte de las milicias del Kremlin de armamento prohibido como las bombas de racimo, las minas antipersonales y armamento «ciego» de alta tecnología como los Fuel Air Explosives contra la población civil musulmana en el Cáucaso ruso? Tras esta breve revisión, cabe una pregunta en corto: ¿Será que junto con Basayev, los estrategas político-militares rusos comparten algo de la culpa? Soñando: ¿será tal vez que sin uno de estos elementos Beslán no habría tenido que sufrir el baño de sangre que la llenó de lágrimas?… ¿Será?
Toda esta serie de interrogantes apuntan a suponer que la geografía de la tragedia no es unidimensional, y es aquí donde se presenta la perspectiva olvidada: el tiempo, pues como advierten los especialistas «Chechenia es historia también»
Las deportaciones masivas del pueblo checheno en tiempos de Stalin marcaron profundamente a todas las comunidades del Cáucaso ruso. El desarraigo, la «rusificación» y la represión de culturas, lenguas y religiones dejaron una cicatriz que todavía supura dolor y resentimiento. ¿Con Stalin comenzó todo entonces?, No, la memoria es de carrera larga. «Ya León Tolstoi daba cuenta de los combates de los chechenos contra los ejércitos zaristas» nos recuerda Heinz Dieterich en su artículo «Chechenia y los pueblos sin Estado» (Rebelión, 26.10.2002). Independientemente de si fueron 400 o «solo» 338 las víctimas fatales del parpadeo de Beslán, lo cierto es que la historia y el tiempo en materia de terrorismo no son factores susceptibles de ser subestimados, pues los episodios más violentos suelen ser cocinados con recetas de dolor preparadas a fuego lento: «La violencia estructural» le llamaría Johan Galtung.
Fue la punta del iceberg, sí, pero un iceberg de múltiples aristas: entre facciones pro-rusas y pro-chechenas; entre civiles y militares; entre el pasado y el presente. Entrelazadas, todas estas puntas se encuentran sumergidas en un abismo que ya dura más de un siglo, y que con cada gota de sangre derramada, hace del futuro algo más distante en el tiempo y el espacio.
Sería injusto atribuir por igual a las civiles y militares, rusos o chechenos, en el pasado y en el presente, la totalidad de la culpa cuando hay más actores con responsabilidad en este drama. La Bestia en el Cáucaso, como la del Apocalipsis de San Juan tiene múltiples cabezas.
La «sorda guerra por el petróleo» es como se le ha llamado, y es cuando la geopolítica toma su lugar en otra vuelta de tuerca. En el Mar Caspio se localiza una de las cuencas petroleras más ricas del mundo que tan solo en Azerbaiyán alcanzan reservas confirmadas de entre 3.6 y 12.5 mil millones de barriles de petróleo, cifra que se dispara hasta los 32 mil millones de barriles como reservas probables de acuerdo con el Departamento de Energía de los Estados Unidos (citado en «Guerras por Recursos» de Michael T. Klare, Urano, 2001. p. 117). Es todo un botín si no perdemos de vista que del oro negro depende todavía el 80% de la producción energética mundial. Los hidrocarburos son pues, más parte del problema que de la solución al momento de pacificar sin violencia el área.
Como si fuesen las venas de la bestia, del puerto de Bakú corre un oleoducto que pasando justamente por Grozny -la capital chechena- desemboca en el puerto de Norosossisk en la costa del Mar Negro ruso. El oleoducto que saliendo de Bakú y que desemboca en la refinería de Supsa -atravesando la capital georgiana de Tbilisi- es otro polvorín en potencia. Georgia -vecina de Rusia y tierra natal de Stalin- enfrenta una triada explosiva pues sale apenas de una convulsión que derrocó al otrora mandamás Edward Schevardnadze, enfrenta el ánimo independentista abjaso y -por si fuera poco- combate las aspiraciones independentistas de los Osetos del Sur, vecinos obviamente de Osetia del Norte, donde Beslán encuentra su patria grande. Y esto es apenas un repaso.
Atrapado entre las aspiraciones estratégicas de tres potencias regionales internas -Rusia en el norte y hacia el sur, Turquía en el oeste hacia el este e Irán en el sur hacia el norte- (Brzezinski, «El gran tablero de ajedrez», Edit. Paidós, Barcelona, 1998. p. 143) y una potencia global externa -los Estados Unidos-, el Cáucaso (Azerbaiyán, Georgia y Armenia) vive el infierno de la modernidad como la entienden las grandes potencias: disputas por energéticos, por espacios de influencia y militarismo creciente. Pero hemos hablado tan solo de 2 de los más de 5 oleoductos que tienen influencia directa en la zona por parte de Rusia, Turquía e Irán, oleoductos que a su vez se erigen como piezas de un rompecabezas estratégico más grande constituido por una red de más de 10 rutas de transporte del petróleo del Caspio hacia los mercados internacionales. Es aquí donde la Bestia abre los ojos saca las uñas. Es aquí donde se enseñan los dientes Chevron-Texaco, Exxon-Mobil, Royal Dutch-Shell, British Petroleum, Yukos, Lukoil… Geopolíticamente el potencial es sencillamente explosivo.
Pero no hemos terminado. ¿O es que acaso es ético regatear explicaciones a más de 200 niños sacrificados? Crítico con todo aquél que se repudie el uso de las armas, Washington aplaude cada iniciativa «contra el terrorismo» que huela a pólvora. En la capital imperial se vitorea a Vladimir Putin por optar por una «salida militar» -como si tal cosa de verdad existiera- haciendo uso de la «mano dura» -eufemismo que malamente disfraza la futura atrocidad- para responder a los terroristas de Beslán. ¡Que ironía!, «los terroristas de Beslán»… ¿son los mismos terroristas que Washington apoyó cuando éstos combatían en Afganistán durante la ocupación soviética y que todavía durante la primera guerra chechena (1994) financiaron para provocar una hemorragia interna a una Rusia que se negaba a asumirse como una nación del tercer mundo con armamento nuclear?. ¿Son los mismos terroristas? Sí, los mismos. Pero ¿los Estados Unidos los apoyaron? Sí, los mismos Estados Unidos que se enriquecieron aún más auspiciando el régimen corrupto de Boris Yeltsin mediante el fomento del crimen organizado, actividad esta última, de la que se benefició ampliamente Basayev y que le permitió con el tiempo hacer de una escuela en Osetia del Norte un infierno sobre la tierra. Estados Unidos apuesta a lo seguro: financia a los terroristas contra el Estado y financia también las técnicas de terrorismo de Estado ruso contra los independentistas chechenos. Como buen jugador, Washington no conoce más lealtad que la del dinero. Y es que no hay forma de perder cuando se apuesta a lo seguro. No importa quién gane la contienda, el triunfador tendrá que negociar con el gran mecenas imperial un oleoducto por aquí, una plataforma de exploración por allá o tal vez un gasoducto más allá…
Pero los niños de Beslán no entienden esto. Todas estas son alucinaciones. Nada de esto es verdad. Bush y Putin tiene razón: Basayev es el único culpable. El terror se elimina con el terror y entonces el mundo futuro será mejor. No existe ninguna bestia dormida a punto de despertar. Las cosas son así de simples. Que bueno que resultó re-electo Putin y ojalá -por el bien del mundo- que Bush lo resulte también. No les interesa nada más que la paz del mundo. Mientras tanto, podemos dormir tranquilos, ellos nos cuidan.
«Los muertos son más de 400» aseguró el Instituto Forense de Vladikavkaz. «Fueron 338» corrigieron fuentes oficiales. Independientemente de si es posible medir el dolor por el número de muertos, nadie desmintió el resumen que sintetizó macabramente la tragedia… «entre las personas en estado grave se encuentra un niño de veinte meses que recibió un disparo en el abdomen». ¿Merece una explicación a detalle? En su cuerpo pequeñito se descargó la furia contenida por años de abuso imperial (zarista, soviético y ruso). En su cuerpo pequeñito se descargó todo el peso de que es capaz la violencia por dinero, poder y petróleo. En el sufrimiento de esa criatura de menos de dos años encarnaron las lágrimas de todos los pueblos a los que la ciencia social, la política y los políticos no han sabido responder (¿cómo conciliar 2,000 naciones en 200 Estados?). A los 20 meses es difícil que un bebe entienda que por razones de geopolítica imperial y de estrategia petrolera internacional, pero también por historia, resentimiento, orgullo, rencor y vergüenza es que se le tiene tendido en una cama en estado crítico. No. No creemos que lo entienda., pero francamente tampoco creemos que le importe.
· Analista y consultor en relaciones internacionales y resolución de conflictos. Coordinador del libro «Afganistán: Guerra, terrorismo y seguridad internacional» (Quimera, 2002), y co-autor entre otros de «Irak: Un mar de mentiras» (Olivum, 2003) y «Pensar la guerra: Hacia una nueva geopolítica internacional» (UAM-X, 2004). E-mail: [email protected], [email protected]
· · Licenciada en Psicología por la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (México). Comentarista de prensa y radio.
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