“Soy hija del Mekong, del colonialismo y de la guerra, hija de una tierra mágica y envenenada” (Tran To Nga)
Vietnam es un minúsculo país de gigantes lecciones históricas; tanto en los parámetros de la dignidad de la lucha por la independencia de un pueblo, como en la experiencia de sobrevivir a la ignominia, sin límites, de naciones, dichas “civilizadas”, que no ahorraron recursos para aniquilarla por osar a ser libre y soberana.
Lo que pasó allá, fue un ataque contra toda la humanidad, así como el bombardeo a Nagasaki e Hiroshima. En todos esos eventos, millares de civiles fueron asesinados, armas prohibidas fueron utilizadas, el Derecho Internacional Humanitario fue violado, por los Estados Unidos.
Estos hechos, siempre deben ser recordados por toda la humanidad ya que a menudo son ocultados en las cavernas del negacionismo histórico y de la omisión cómplice de los grandes medios informativos.
La propia declaración de guerra contra Vietnam, originada de una fake news y que fue difundida por el gobierno estadounidense sobre un presunto ataque, el que nunca ocurrió, en el Golfo de Tonkin, fue desmentido años después por Robert McNamara, ex-Ministro de Defensa de los Estados Unidos.
En Vietnam se lanzaron tres veces más bombas que en toda la Segunda Guerra Mundial. La fake news institucionalizada, llevó a la muerte de más de un millón de vietnamitas.
Al referirnos a armas químicas, Vietnam es un ejemplo emblemático de su potencial catastrófico, bajo muchos aspectos; napalm, bombas de fragmentación y fósforo blanco, arsenales extensivamente lanzados y que queman desde la piel hasta los huesos, habrían sido consideradas armas químicas, armas ilegales, en los Juicios de Nuremberg, como dijo Peter Kuznick, director del Instituto de Estudios Nucleares de la American University.
Este 30 de abril, fecha en que se recuerda el 46° aniversario del fin de la guerra de Vietnam, no demarca el fin de las repercusiones en la salud humana y ambiental de este país bombardeado por largos once años por el imperio estadounidense.
De acuerdo con informes de la propia Academia Nacional de Ciencias de los EEUU (NAS), y agencias gubernamentales como la USAID, el ejército de los EEUU esparció más de 80 millones de litros de herbicidas en el 16% del territorio de Vietnam.
Lo más ampliamente utilizado fue el agente naranja, fabricado, entre otros, por la cuestionada empresa Monsanto, pero había toda una acuarela mortífera, añadiendo a esto el agente blanco, azul, rosa, púrpura y verde; usados para causar el mayor daño posible a las siembras, la tierra, el agua, y a los vietnamitas.
De acuerdo al diario español El Mundo, “Esta forma de guerra química mató a 400.000 personas, mientras que más de 500.000 niños nacidos más tarde han sufrido graves malformaciones por sus efectos duraderos”.
Según la Unesco, un quinto de los bosques sur vietnamitas fueron destruidos “químicamente”. Esta es una de las razones por las cuales se considera que Estados Unidos, en Vietnam, hizo la mayor guerra ecológica de la historia de la humanidad.
En la ciudad vietnamita de Bien Hoa, donde viven cerca de 900 mil personas, hasta el día de hoy la pesca, en ríos y lagos, está prohibida debido a la permanencia de la contaminación causada por las bombas lanzadas por EEUU.
Para el experto en suelos, y profesor de la Universidad de Illinois, Ken Olson, el método definitivo para acabar con la dioxina, componente principal del agente naranja, y todavía presente en el territorio de Vietnam, sería quemando la tierra.
Es esta la misma dioxina que hace sufrir a más de tres millones de vietnamitas que padecen sus efectos como: cáncer a los pulmones y próstata, enfermedades de la piel, sistema nervioso, respiratorio y circulatorio, ceguera y mutaciones genéticas; sí, esa misma dioxina que sigue siendo detectada en la leche materna, sólo puede deshacerse siendo incinerada.
¿Y qué se hace con la dioxina que quedó adherida al tejido adiposo humano y sigue siendo transferida genéticamente? Los organismos y tribunales internacionales no deben ser indulgentes en la toma de medidas para que este crimen atroz no vuelva a repetirse. Armas así hacen arder la perspectiva de futuro ya de tres generaciones vietnamitas.
En esta guerra justificada con una mentira, la Casa Blanca también condujo a la muerte en combate a más de 58 mil soldados estadounidenses; otros miles fueron heridos, mutilados, y muchos sufren, hasta el día de hoy, secuelas.
Los veteranos de guerra estadounidenses de Vietnam, de Irak, de Afganistán, no reciben el apoyo suficiente del gobierno de los EEUU para poder sobrevivir las consecuencias, los recuerdos, y la evidente crisis de conciencia que muchos deben tener. El diario El Mundo escribió, el 2019, que “Más de 45.000 miembros del Ejército de Estados Unidos se han quitado la vida en los últimos seis años”.
De acuerdo con Informes publicados por el propio Congreso de los EEUU, los veteranos de guerra estadounidenses, involucrados en la propagación del agente naranja, presentan las mismas secuelas por exposición al herbicida.
El Napalm fue otro compuesto químico extensivamente utilizado en Vietnam y que años antes, en la que fue conocida como la Guerra de Corea, también generó consecuencias funestas y que se perpetúan.
El Napalm fue utilizado como arma preferencial por la Fuerza Aérea estadounidense, después del inicio de las negociaciones de paz, en 1951, reduciendo a cenizas a casi todas las ciudades de Corea del Norte.
El nivel de dolor y aniquilación de los cuerpos humanos y del ecosistema es mínimamente imaginable recordando que: el agua hierve a 100 grados Celsius. El napalm, genera temperaturas de 800 a 1.200 grados Celsius.
Hace pocas semanas, fue denunciado por el diario británico The Guardian que se está incinerando, en secreto, cerca de las comunidades empobrecidas de Estados Unidos, una espuma contra incendios (AFFF, por sus siglas en inglés), uno de los productos químicos tóxicos más perdurables e indestructibles conocidos por el hombre, y quién está detrás de esta operación es el propio Ejército estadounidense.
El diario se refiere a datos difundidos por Bennington College, centro universitario situado en el Estado de Vermont, que informa que la exposición permanente a esta toxina está fuertemente relacionada con una serie de síntomas de cáncer, trastornos del desarrollo, disfunción inmunológica e infertilidad, y así como el agravamiento de las infecciones por la pandemia de COVID-19 y el debilitamiento de la eficacia de la vacuna contra el letal virus.
Hemos hablado de exterminios y de contaminación de suelos, ríos, lagos, y de leche materna desencadenados por EEUU, el mayor protagonista de la guerra química de la historia, y que no tiene siquiera escrúpulos de mantener a salvo a su propia población de estos males. Si esto no es suficiente, razón para inquietarnos y movilizarnos, con acciones efectivas, en defensa de la seguridad global, tal vez ya sea por alguna deficiencia química en nuestro cerebro o un diagnóstico aún más grave: aguda pérdida de la sensibilidad humana.
¿Por qué recordamos a Vietnam?
Al recordar a Vietnam, recordamos que Estados Unidos todavía dispone de toneladas de armas químicas, las que el Departamento de Defensa ha dicho que destruirá con fecha límite el 31 de diciembre de 2023.
En un mundo en permanente tensión, Estados Unidos, el fabricante en larga escala de guerras y de infracciones de acuerdos internacionales, debe ser blanco de la vigilancia más inexorable para que cumpla con sus compromisos con la Convención sobre las Armas Químicas, que establece que no debe tener ni utilizar dichas armas químicas, ni debe seguir investigando o apoyando centros de experimentación, desplegados en cualquier lugar del mundo, donde se puedan producir estas armas prohibidas por la ley internacional. La Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) debe acompañar y verificar en terreno la destrucción segura de todas las armas químicas todavía disponibles en EEUU y apurar su destrucción.
El mundo está en peligro y es urgente eliminar todas las armas químicas; perseguir la investigación y desarrollo de armas biológicas; así como de avanzar en acuerdos para la limitación y la no proliferación de armamento nuclear. Tenemos derecho a soñar, tenemos derecho a vivir. No queremos que el mundo estalle y que más generaciones sigan siendo hijas de una tierra mágica pero envenenada.
Olga Pinheiro es investigadora social y parte de la Revista El Derecho de Vivir en Paz